Era una noche tranquila la que hacía aquella vez en Yokohama: la Luna se veía en forma de croissant, el viento emitía un leve susurro al chocar con las hojas de los árboles, el tráfico era poco intenso, y varias cosas más que sería incapaz de describir y transmitir.
Yendo ya al grano. Un chico de baja edad, calculando a la cuenta la vieja unos ocho años, veía la televisión tumbado en el sofá. Veía un programa de televisión que su madre no le dejaba ver nunca, debido a que siempre comenzaba muy tarde y no lo veía apropiado para su edad. A él le daba igual lo que su madre le dijera. Aprovechó que su madre trabajaba esa noche hasta tarde para ver la televisión todo lo que se le antoje, sin nadie que le obligue irse a la cama. El pequeño niño, ya con los ojos entrecerrados, sentía que tenía que ver el programa para sentirse ya un niño mayor y poder comentar de ello con sus amigos al día siguiente, pero el sueño parecía que le podía y quedó rendido en el sofá.
Pasaron apenas diez minutos hasta que su madre abrió la puerta. Imaginaba que estaría viendo la televisión aprovechando que ella no estaba. Ella siempre le ordena a acostarse a las nueve de la noche, pero ese día haría una excepción y lo dejaría ver la televisión. Para su sorpresa, vio a su hijo pequeño dormido en el sofá con la televisión encendida. Su madre sonrió ante la escena antes de que fuera a avisarle para ir a la cama.
Se acercó a su hijo, dándole leves empujones en el hombro señalando llamamiento.
—Vamos Takeru, hay que irse a la cama —le llamó su madre, con ternura.
—¡No, yo ya soy grande! Yo puedo ver el programa que echan aho...! –no terminó la frase porque lo decía entre sueños.
Su madre rió ante la escena y lo cogió para llevárselo a dormir. Cuando ya llegó con él en brazos a la habitación, lo tumbo en su cama y lo acurrucó entre las mantas. Luego lo miró tiernamente y le dio un beso en la frente. La madre abandonó la habitación y dejó al pequeño TK dormir en su cama. ¿Con qué soñaría? Cosas de niños seguro.
—¡Hope, Hope! —chillaban unas vocecillas que resonaban alrededor.
—¡Quiero dormir, dejadme en paz! —se quejó TK, intentando taparse con la sábana, pero como vio que no había se asustó y no pudo evitar abrir los ojos.
Estaba en un lugar que parecía ser, a primera vista, un bosque. Muchas criaturas extrañas con alas de murciélago volaban en torno a él. No paraban de repetir el mismo "Hope" una y otra vez, cosa que resultaba muy extraño, pero el caso era que a esas criaturas las conocía.
—¿Pa... Patamon? —tartamudeó asustado e impresionado a la vez, mientras las criaturitas denominadas "Patamon" seguían girando en torno a él, repitiendo la misma palabra una y otra vez.
TK se levantó y vaciló por unos momentos. Los pequeños Patamons ya empezaban a dejar de volar en torno a él y aterrizaron en la tierra de aquel lugar, formando una línea en frente de TK. Éste se encontraba un poco asustado y a la vez un poco desconcertado al ver a tantos del que fue y seguiría siendo su mejor amigo. Entonces, uno de ellos se adelantó a todos y parece que tomó la palabra en nombre de todos. Por algún motivo sintió que ése fue el que le ayudó a acabar con la vida de Piedmon.
—¡Hola! —saludó la pequeña criatura.
—¡Hola Patamon!, cuánto tiempo sin verte! ¡Sabía que no faltarías a nuestra promesa! –dijo feliz el chico, corriendo hacia Patamon para abrazarle.
Patamon no se dejó abrazar por el pequeño chico, haciendo un ademán de alejo. TK hizo una mueca en la que había una mezcla de estremecimiento y de impresionismo. No comprendió el rechazo del que hubiera sido su compañero durante una larga temporada.
—¿Qué te pasa Patamon? ¿Por qué te alejas de mi? —preguntó con un tono de desespero, pero lo raro es que Patamon seguía con una sonrisa en su rostro.
—¿Quién eres? —le cuestionó al chico. Éste no comprendía a que venía esa pregunta.
—¿Cómo que quién soy? ¡Soy TK! —le respondió desesperado— ¿Es que ya no te acuerdas?
—¡Takeru Hope! —exclamó Patamon, a lo que hizo que el resto de los Patamons empezaran de nuevo a repetir una y otra vez "Hope".
TK no entendía a qué venía tanto "Hope". No sabía ni lo que significaba, pero eso en realidad no le importaba. Él lo que quería saber es dónde se encontraba y el por qué Patamon no lo reconocía. TK dio dos pasos hacia delante y preguntó.
—¿Qué es Hope? —preguntó para intentar familiarizar con él.
—¡Hope eres tú! ¡Tú eres Takeru Hope: el guerrero de la Montaña Hope! –chilló emocionado. Todos sus semejantes no paraban de repetir "Hope".
A TK se le puso una cara muy extrañada. Él tenía entendido que su apellido era Takaishi, y no Hope como se empeñaba Patamon.
—Creo que os equivocáis. Yo no me llamo Takeru Hope, sino Takeru Takaishi –explicó el pequeño rubio a los Patamons.
—¡No nos equivocamos! ¡Tú eres el guerrero de esta montaña: la Montaña Hope! —insistía el que parecía desde el principio el líder y antiguo compañero de TK.
—¡Yo no me llamo Hope, y mucho menos soy un guerrero! —espetó TK, ya con algo de enojo.
—¿Ah sí? ¿Entonces esa vestimenta que llevas es para una fiesta de disfraces? —bramó Patamon, mirando la ropa que llevaba TK.
—¿Eh? —TK observó su propia ropa e hizo una mueca de terror— ¡¿Qué?! —analizó su ropa: llevaba unas botas de cuero macizo; unos pantalones que parecía impermeables y flexible, además de fuerte y con un cinturón capaz de portar diferentes cosas; una funda con una espada atada al cinturón; un peto que a simpe vista parecía un trapo, pero en realidad era de hierro puro; finalmente llevaba en su cabeza su gorro elemental, la única vestimenta habitual que llevaba encima.
Los Patamons seguían repitiendo la misma palabra una y otra vez. Cada vez la decían más fuerte y empezaba a lastimarse los oídos. Éste se tapó las orejas y no pudo hacer otra cosa que gritar:
—¡No chilléis tanto! —no le hicieron ningún caso y siguieron con lo suyo. TK tenía los ojos cerrados, con los oídos tapados por sus manos y estaba agachado en la hierba que había ente los árboles de esa montaña.
Los chillidos de los Patamons parecían que cesaban con parsimonia. TK dio un suspiro de alivio, pero volvió a alarmarse cuando vio que dos figuras en el cielo se acercaban velozmente. El pequeño rubio retrocedió dos pasos atrás y se tropezó. Solo le dio tiempo a reconocerlos.
—¡Angemon! –exclamó TK, sin dar crédito a lo que veía. Los Angemons cogieron a TK por los brazos sin dar explicación y se lo llevaron volando— ¿Pero qué hacéis? ¡Soltadme! —reclamó TK, pero los Angemons no le hicieron ningún caso a lo que gritaba y volaban tan tranquilos, sin inmutarse siquiera de los tirones que hacía TK al querer desprenderse.
Llegaron a una especie de palacio que se situaba flotando poco más arriba de la montaña. Los Angemons y TK entraron por la puerta, que ésta se abrió al percibir la presencia de los dos Angemons. Era un palacio bastante espacioso, con cuadros de ángeles por las paredes que tenían un recuadro en la parte inferior, señalando un nombre y una descripción en latín. Llegaron a una cámara, en la cual había u trono puesto del revés en el centro de la sala con una figura sentada en él, que se desconocía por el momento su identidad.
—Señor, aquí le traemos al Guerrero —anunció uno de los dos Angemons, haciendo una reverencia y bajando la cabeza.
—¡Ya he dicho que no soy ningún guerrero! ¡Soy un niño de primaria! —replicaba TK sin triunfo.
—Bien hecho. Podéis retiraros —concluyó la figura.
Los Angemons volvieron a dar otra reverencia y se retiraron, dejando a TK frente a él. Intentó escapar por la puerta, pero se cerró bruscamente antes de que pudiera hacerlo. Entonces, se giró con un rostro lloroso y furioso a la vez hacia el señor del trono.
—¡Qué queréis de mi! ¡Quiero irme con mi mamá! —reclamaba el pequeño, saltándose de él alguna lágrima.
El trono giraba lentamente, poniéndose poco a poco frente a TK. El pequeño tenía una cara que reflejaba incertidumbre y miedo, con unas mejillas húmedas en lágrimas. Era un ángel, pero desconocía quién podía ser, con diez alas doradas y una vestimenta sagrada; también llevaba una máscara con una cruz en ella. TK cayó sentado al suelo de lo nervioso y asustado que estaba.
—Buenas —saludó simplemente el ángel.
—Ho... hola —tartamudeó con nerviosismo el chico—¿Qui... quién eres?
—Oh... ¿Dónde están mis modales? Permítame una disculpa. Mi nombre es Seraphimon, el amo y señor de esta montaña y uno de los más grandes seres celestiales jamás existidos —se presentó con sutileza.
—Vale, yo me llamo TK —se presentó ya con más confianza y una sonrisa.
—Por favor, no sea simple. Ante los más altos rangos debe mostrarse con cortesía, y no decir un simple nombre de amigos al presentarse —lo corrigió Seraphimon, con un tono que reflejaba elegancia.
—¡Oiga no me trate de usted, que solo tengo ocho años! —espetó el pequeño.
—Es posible, pero un alto rango como es el guerrero Takeru Hope nunca está de más llamarle con una cierta cortesía.
¡Yo no me llamo Takeru Hope! –volvió a repetir, ya harto— ¡No sé quién es ése y lo único que quiero es irme a mi casa YA! –enfatizó TK.
—¿Ah sí? ¿Y se puede saber cómo entonces te llamas en realidad? —preguntó con sorna.
—Pues me llamo Takeru Ta... —se alarmó por momentos. Nole salía el nombre de su verdadero apellido— Ta... Ta...
—¿Takeru Takeru acaso? —se burló Seraphimon
—¡No! Es que... Ahora no me acuerdo... —dijo con una mezcla de vergüenza e impresionismo.
—Vaya... Con que se te ha olvidado... —decía mientras reía Seraphimon— No te preocupes, a todos se nos olvida nuestros nombres de vez en cuando.
TK permaneció en silencio por momentos y no fue capaz de darle una respuesta a Seraphimon. Éste se levantó de su asiento y comenzó a pasearse, con las manos cogidas a la espalda, flotando en el aire. Se acercó a una ventana que había allí y empezó a contemplar las nubes.
—Takeru, eres un guerrero dotado de una fuerza tan grande como esta montaña. Ésta montaña es el llamado "Puerto de la Esperanza" , ya que si esta montaña no existiera, la esperanza en el mundo sería del cero por ciento —explicó el amo y señor de la montaña, dejando a TK algo boquiabierto—. Tú eres quien representa a esta montaña y por tanto una de las dos llaves que conducirán al poder infinito.
—¡Pero qué dices! —bramó el pequeño—¡Yo solo soy un niño que va a segundo de primaria todavía, no una llave ni una montaña como tú te empeñas!
—Aunque parezca increíble, es la verdad. Eres el único que puede detener, junto a la otra llave, al Señor Oscuro —musitó Seraphimon.
—¿Señor Oscuro? ¿Quién es ése? —lo dijo con total incredulidad.
—El Señor Oscuro es la mayor amenaza que pervive en nuestro mundo en este momento. Él busca las dos llaves impacientemente para adquirir el mayor poder, el más grande jamás visto ni contado. Un poder que si acaba en sus manos, podría ser el fin de una democracia y la bienvenida de una dictadura llena de horrores, sangre y muerte, Por eso, Takeru Hope, tú eres el único que puede dar fin a esta amenaza. Te asigno, en nombre de toda la Montaña Hope, la misión de librarnos de esa amenaza y no dejar ni dejarte atrapar ni a ti ni a la otra lave —dicho esto, se sentó de nuevo en su trono.
TK estaba prácticamente sin habla. No sabía en qué lío se había metido, y mucho menos cómo se había metido. ¿Quién era ese señor de la oscuridad o como se llamase? Sea quien sea, ni lo conocía ni quería saberlo, solo quería irse a su casa.
—¡Pero Seraphimon! ¿Qué es lo que debo de hacer entonces exactamente? —preguntó con impaciencia y desespero, con unos ojos llorosos que parecían cristales al sol.
Seraphimon giró su mirada hacia TK con parsimonia, como si le tuviera que decir algo que sería muy impactante.
—Matar al Señor Oscuro —dijo cortante, presionando un botón.
—¡¿Matar a...?! —no terminó la frase porque se perdió su voz por el agujero que se abrió bajo sus pies. Se oía un grito de terror cayendo con eco por aquel agujero abierto por Seraphimon.
Seraphimon bajó su rostro, ensombrecido, como si se hubiera arrepentido de lo hecho.
—Buena suerte, Takeru Hope —musitó para sí mismo el amo y señor de la montaña.
