| Disclaimer: Los personajes y lugares que reconozcas de la saga correspondiente a JK Rowling, por supuesto, no me pertenecen. El resto, sí.

Di no al plagio y sí a la originalidad.


Just another day

Hugo B. Weasley & Sunrise D. Malfoy

Draco gruñó. Era la tercera vez que perdía frente a aquel niño y la situación comenzaba a tornarse exasperante…al menos para él. Alzó una pálida mano removiendo el último peón libre y lo adelantó hacia el Rey blanco en lo que creía, resultaría una audaz jugada. En cambio, su contrincante escrutó el tablero con el ceño fruncido por algunos minutos antes de sonreír, dibujando esa mueca tan reconocible para el patriarca Malfoy que éste no pudo evitar rememorarla.

— Jaque mate — pronunció el crío con alegría mientras adelantaba su caballo, logrando que el adulto rodara los ojos hastiado. ¿En verdad un simple niño de cinco años lograba vencer por quinta oportunidad consecutiva a un adulto de cincuenta y dos? Enfurruñado, Draco recostó su elegante postura contra el respaldo de la silla y cruzó ambos brazos, en evidencia a un orgullo profanamente herido, al mismo tiempo que el pestillo de la puerta cedía con un ligero 'click' y la puerta permitía una gradual visión de la menor de la estirpe Malfoy Greengrass. De extensa melena rubia, ésta caía por la espalda cual ondulante cascada de oro encuadrando a la perfección un hermoso semblante de finos rasgos similares a los suyos. Los centelleantes ojos de un verde esmeralda enigmático se fijaron en él, provocándole cierto refulgir en su interior producto del vivo recuerdo de su esposa reflejado en la joven heredera. El adulto volvió a sonreír cuando la joven Sunrise lo abrazó pero echó a reír cuando el pequeño se abalanzó sobre ella, derribándola por poco — ¡Mamá!

— Hola, mi cielo — saludó animadamente la joven rubia, reclinándose para besarle las mejillas — ¿Cómo va la partida?

— Gané…otra vez — exclamó el niño, orgulloso, lo cual consiguió extirpar una divertida carcajada por parte de Sunrise.

— Solo fue suerte… — replicó Draco, aun con los brazos cruzados y el ceño ligeramente fruncido. Su hija, en cambio, le dirigió una severa mirada de advertencia antes de dirigirse nuevamente hacia el pequeño, blandiendo otra cálida sonrisa de esas que solo Sunrise podría regalar en la seguridad del ámbito familiar.

— ¿Cinco veces consecutivas? — continuó el niño, con una sonrisa burlona que exasperó a Draco.

— Ya, Drew — atajó la rubia, escondiendo una sonrisa ladeada tras el sedoso cabello. Depositó el voluminoso bolso sobre la pulcra superficie del sillón y dirigió sus elegantes pasos hacia la cocina — ¿Tienen hambre? — inquirió, una vez traspasada la puerta.

— ¡Sí, yo quiero galletas! — proclamó el pequeño Andrew, corriendo en dirección a la mesa de la sala para tomar posesión del frasco de galletas que su madre solía prepararle cada tarde tras el cumplimiento de su turno en los Tribunales Mágicos. El adulto sabía que Andrew siempre había anhelado asistir a esas sesiones del Wizengamot: saberse con las tareas que su madre realizaba en aquél extraño lugar del Ministerio…presenciar cómo encerraba en Azkaban a las personas que hacían cosas malas a los demás. Pero ambos padres eran muy estrictos en ese sentido 'no es lugar para niños' solían decirle. Andrew no lo comprendía, aún así insistía hasta que uno de los dos lo regañaba…quitarle el postre, ese era su castigo preferido. Frunció el ceño: en parte, por desentenderse de las lógicas razones por las cuales le era imposible asistir al Ministerio de Magia y por otra, al no divisar su jarrón de galletas donde se suponía, debía encontrarse — ¿Y mis galletas…? — inquirió, irguiendo la cabeza con toda la indignación que un crío de cinco años podía reunir.

— Sobre la repisa, cielo — respondió una atareada Sunrise quien se reclinó para extraer la bandeja del horno donde colocaría las nuevas masa de galletas sobre una amplia fuente y la pintaba con pequeñas barras de manteca, para evitar que éstas se pegaran a la pulcra superficie. Andrew, desde la sala, negó fervientemente la cabeza.

— No hay. Papá se las comió…otra vez — replicó el crío, frunciendo ligeramente la nariz con desagrado, gesto que Draco se vio obligado a admitir, éste correspondía a su hija. Sonrió de medio lado, entretenido, mientras tomaba asiento frente a su nieto y extendía una mano en dirección al periódico, dispuesto sobre la punta de la mesa.

— Déjalo, cariño. Seguramente tenía hambre — replicó la joven rubia, soltando una divertida carcajada la cual pudo oírse incluso desde las cocinas de la residencia en donde se encontraban. Diferente a la acostumbrada arquitectura de Malfoy Hall, éste resultaba un departamento de natural iluminación y reducidas habitaciones, características que conducían a un hogar acogedor según el Malfoy Black; estratégicamente ubicado, pocas manzanas los separaban del centro de Londres y aún menos, del parque de juegos de mayor cercanía…destino habitual de un niño tan hipéractivo como resultó ser Andrew Weasley. Era obvia la respuesta a un consciente enigma sobre quién solía encargarse del pequeño durante la ausencia de sendos padres: Draco podía atestiguarlo. Aquélla mañana, Astoria se había trasladado en dirección a Francia para cuidar del joven Nathaniel —unigénito Malfoy Weasley— mientras que el patriarca familiar tuvo que quedarse en Londres, a vigilar de cerca al niño más inquieto que conoció en toda su existencia. No cabía lugar a dudas, sus grisáceos ojos debían mantenerse sobre el niño en todo momento: Andrew necesitaba unos pocos segundos para escabullirse y el platinado lo sabía muy bien. Ladeó la cabeza e indicó su atención nuevamente al periódico.

— ¡Pero son mías! — objetó Andrew, frunciendo la menuda nariz mientras se cruzaba de brazos a la altura del pecho. Sunrise, en respuesta, irguió su elegante postura y esbozó una sosiega sonrisa.

— Pronto haremos más ¿Quieres ayudarme? — inquirió la rubia y Draco apenas pudo percibir la respuesta del castaño; cual atisbo de sombra, Andrew había atravesado la sala en dirección a las cocinas para auxiliar a su madre con las galletas. Colocándose los guantes que ella le pasaba, se trepó al banquillo al lado de la repisa y atrajo hacia sí el bol con el chocolate que iría por encima de la masa — Muy bien, cuando te pase la bandeja colócale un poco del chocolate antes de…

— ¡Tía Sunny! — Aclamó la voz de un segundo niño, que corría atravesando la sala en dirección al sorprendido platinado quien sonrió complacido — ¡Hemos llegado!

— ¡Nate! — exclamaría la rubia, arrojándose contra el rubio de siete años, manchándolo un poco con la masa de las galletas lo cual provocó algunas carcajadas en el niño. No obstante, eso apenas si fue comparación al saludo entre primos: más que primos parecían hermanos…y no era para menos. Draco sabía que se habían criado juntos: Nathaniel como el ejemplo a seguir de Andrew…Andrew como el dolor de cabeza de Nathaniel. El legado Weasley para las bromas pesadas; la herencia Malfoy para la estadía en familia. ¿Qué otra cosa podía aguardar? — ¿Cómo estás, cielo?

— Hey, también yo estoy aquí — protestó una voz familiar, desde el rebajo de la puerta. Sunrise sonrió y el patriarca Malfoy aprovechó la situación para estrujar al unigénito Malfoy en un rápido abrazo — por si no lo habían notado.

— Scorpius, no seas egoísta — le regañó una radiante Dominique, erguida detrás de su esposo, mientras le propiciaba un golpe en el hombro antes de traspasar la puerta — Buenas tardes, señor Malfoy. Sunrise

— Buenas tardes, Dominique — saludaron ambos rubios al unísono. Quizás el respeto de la ex Ravenclaw hacia el adulto se debía al parentesco con su esposo, más la cordialidad entre sendas mujeres era producto de una obligada convivencia. El carácter gélido de Sunrise colisionaba con la templanza de Dominique dejando un rastro de evidentes hostilidades suavizadas por los años. Aun así, ninguna de las dos lo dejaba entrever.

— Déjame ser — replicó el primogénito ingresando en la sala, para saludar primeramente a su padre y luego a una rubia de veintiséis años que se negaba a dejarles pase libre a dos niños a las cocinas, donde todavía el chocolate reposaba sobre las galletas recién horneadas — ¿Hugo aún no ha llegado?

— No…y ande uno a saber qué misión les habrán dado en esta oportunidad — respondió ella con una mueca de preocupación en su semblante, evidencia de un miedo mayor oculto dentro de sí. Ladeó los labios para extirparlo de su mente, auxiliado por una tranquilizadora mano sobre el hombre gesto que ella agradeció.

— Tranquila, ya vendrá — añadió Scorpius con mesura, indistinto de cómo comportarse en tal situación. Ambos eran conscientes de la falta de empatía del rubio y Sunrise estaba acostumbrada a ello; no obstante, deslizó una sonrisa por la comisura de los labios en respuesta.

— Eso espero… — refutó más poco perduró su aparente tranquilidad — ¿Sabes? Últimamente han atrapado a muchos Mortífagos que…

— Sunrise… — atajó Scorpius rápidamente — estará bien.

Su hermana forjó un gesto contrariado pero finalmente asintió con la cabeza, dirigiendo nuevamente sus pasos en dirección a las cocinas en donde halló a dos niños cubiertos con chocolate, subidos al banquillo que Andrew solía utilizar de sostén para alcanzar la mesada. Les dedicó una entretenida mirada mientras ambos disparaban hacia la sala otra vez, sin disponerse a un regaño de su parte y echó a reír, carcajada ahogada por los gritos de sorpresa de Draco cuando estos se abalanzaron sobre él de improviso.

— ¡Nathaniel, arruinarás el traje al abuelo Draco!

— Déjalos, Nique. ¡Son niños! — la aludida fulminó a su esposo con la mirada

— ¿Cuánto a que tú hacías lo mismo de niño…?

— De hecho… — respondería tranquilamente Scorpius, balanceándose en las patas traseras de la silla — pero no con chocolate sino con el lodo de los jardines. Al menos, éste adquirirá un apetecible carácter…

Dominique no pudo evitar la carcajada que escapó de sus finos labios.

— Eras terriblemente inquieto — acotó Draco mientras acomodaba a Nathaniel sobre su pierna derecha y a Andrew, acogiéndolo contra su pecho — igual que Sunrise. Pero aún no comprendo tu gusto por los juegos que implicaban ensuciarse.

— Mamá perdía los estribos cada vez que lo hacía — explicó el primogénito sin inmutarse ante la curiosa mirada de su padre — y eso era divertido.

— ¿Y no has pensado nunca que ella te castigaría por ello…? — inquirió Dominique, deslizando su rubio cabello de regreso a la espalda.

— Nunca lo hacía. Él era el «bebé de mamá»…de hecho, todavía lo es — interrumpió Sunrise, colocando la bandeja saturada de galletas revestidas con chocolate sobre la mesa con motivos de la merienda familiar — a pesar de sus veintiocho años.

— Tú lo dices porque estás celosa — replicó Scorpius antes de abalanzarse sobre la bandeja y extraer unas cuantas galletas las cuales no demoraron demasiado en pasar a su estómago. Pero no fue eso lo que llamó la atención de la joven rubia, sino el apagado sonido de pisadas en el pasillo adyacente a la residencia. Volteó de lleno, encontrándose con una puerta aun cerrada y descuidando los pedidos de bebidas por parte de Andrew. Podía sentir cómo la angustia presionaba fervientemente contra el nudo en el estómago, formado desde hacía varios días cuando Hugo le había anunciado que aquélla misión podría prolongarse un poco más que las anteriores. ¿Se encontraría bien? Si era capaz de escuchar sus pasos, cabía una alta probabilidad de que así fuera. Pero ¿y si esto ocurría después de una visita a San Mungo?

Suspiró con pesadez armándose de valor para avanzar por el estrecho pasillo hasta el corredor principal donde se adelantó al ruidito de la cerradura y empujó la puerta hacia sí; el cálido murmullo proveniente de la sala se apagó, dejándola sola en la inmensidad del desazón provocado por haber divisado una vez más esos odiosos cortes en el rostro y los brazos. Blandiendo un gesto de hastío, se recostó contra la pared mientras el castaño bufaba e intentaba pasar a la residencia con ademán cansino. Otra vez, Hugo regresaba herido.

— ¿Qué ha sido esta vez? — Sunrise escuchó su propia voz atravesar cual afilados cuchillos la sala de estar pero no fue consciente de haber pronunciado esas palabras sino hasta que el aludido volteó a verla, sin comprender — ¿Un cruciatus, un sectumsempra…?

— Sunny… — comenzó Hugo más fue interrumpido por el alegre grito del pequeño Andrew, antagónico con la inestable mirada verde esmeralda de su esposa. El niño se colgó del cuello haciéndolo inclinarse un poco en respuesta y sonrió de manera forzada, saludando con verídico cariño al crío: si algo podía asegurar la rubia, era el parecido entre padre e hijo. Ambos poseían un cabello castaño que a ella le encantaba despeinar, aún más de lo que solía estar; cuerpo delgado y esbelto, algo que le sorprendía casi tanto como le provocaba risa a sabiendas de la cantidad que habitualmente consumían de comida. No obstante, los ojos del pequeño eran de idéntico tinte al suyo: de un cálido verde esmeralda. Dibujó una moderada sonrisa cuando Hugo alzó al niño, dándole vueltas en al aire…al menos, supuso, las heridas no serían demasiado graves. Eso logró calmarla…un poco.

— ¡Papá, ven! Antes de que Nate se acabe las galletas que guardé para ti — añadió Andrew, aún aferrado al cuello de Hugo mientras éste sonreía forzadamente.

— Iré en unos minutos, campeón — respondió el castaño mayor, depositando al crío nuevamente en el suelo, permitiéndole regresar con el resto de la familia.

— Está bien… — aceptó Andrew, recuperando sus pasos hacia la sala en donde Nathaniel regañaba a Scorpius por haberle robado su gaseosa.

— Sunny…no ha sido nada grave — agregó el adulto, una vez que el niño se hubiera perdido de vista y resultaba improbable que los escuchara — solo fue un encantamiento que se desvió…

— ¿Y qué será la próxima vez, Hugo? — replicó una histérica rubia, perdiendo los estribos.

— ¡Por favor, Sunrise! — Objetó el castaño, intentando no perturbarse — Ése es mi trabajo…también en el tuyo corres riesgos, si lo recuerdas…

— ¡No tanto como tú! — Gritó una exasperada rubia, llamando la atención de la familia aunque poca atención resguardó — ¿Cuánto peligro podrías correr en un Tribunal, si los presos están amarrados y el lugar está rodeado de Dementores?

— Mucho — replicó el castaño, cruzándose de brazos, comenzando a perder la paciencia — ¿Qué ocurriría si los Patronus se desvanecen y los Dementores…?

— Para ello están los Aurores — se obligó a responder Sunrise, frunciendo ligeramente la nariz con desgana — y no es algo que usualme…

— ¡Ése es el punto! — Replicó Hugo rondando los ojos — Es nuestro labor proteger a los magos y brujas…no importa cuál fuera el peligro.

— ¿Y en verdad debes ser tú quién se arriesgue…? — añadió una molesta rubia de centelleantes orbes verdes, las cuales refulgían con hastío. No le agradaba la idea de admitirse equivocada y aquélla tampoco sería la excepción — ¿Por qué no puede ser otra persona?

— No…puedo, Sunny — respondió Hugo dejando escapar un lánguido suspiro — las misiones las asignan nuestros superiores. No somos capaces de…

— Tendrás que hacerlo…porque debo hablarte — atajó ella alzando sus esmeraldas orbes hasta cruzarlos con la cálida mirada de un confundido castaño quien se vería arrastrado por la sala hasta la habitación principal, conducido en mitad de un terrífico silencio.

— ¿Qué demonios…?

— Estoy embarazada — interrumpió Sunrise, recostándose contra la puerta de la alcoba matrimonial con aparente tranquilidad, si bien en su pálido semblante se dibujó gradualmente el nerviosismo que la acogía. Hugo alzó la mirada, atónito, y tuvo que sostenerse del escritorio para evitar caer de espaldas al suelo.

— ¿Qué? — apenas alcanzó a pronunciar el castaño antes de percibir cómo las cristalinas lágrimas recorrían sutilmente el delicado semblante de la joven Malfoy. No pensó: pocos segundos faltaron para que envuelva la esbelta figura en un firme abrazo y aún menos, para recostar la cabeza contra su hombro. Apenas notó cuando los sollozos acobijaron su garganta e incluso poco importó lo quebradiza de su voz ante las consiguientes palabras — ¿Cuándo?

— La semana pasada — respondió ella más calma; Hugo incluso pudo percibir cierto atisbo de sonrisa en sus labios — iba a comunicarlo en la noche, durante la cena familiar.

— ¡Por Merlín, Sunny! ¿Por qué no lo comentaste antes…?

— Pretendía ser una sorpresa…yo… — hizo una mueca — lo siento.

— No importa…te amo — susurró Hugo a su oído, lo cual provocó cierto escalofrío en su esposa. Gesto que lo hizo sonreír — No volveré al Ministerio — Sunny le observó — por algunos meses

La rubia rodó los ojos.

— Bueno...al menos es algo — echó a reír, incluso con las lágrimas aun dispersas por sus rosáceas mejillas — ¿Tienes hambre…?

— ¿Tú dices que me habrán dejado algo…? — Sunrise soltó una carcajada.

— Lo dudo.

Hugo río pero Sunrise apenas si le dio tiempo a responder: de un presuroso beso acalló las palabras del castaño en réplica antes de escabullirse a las cocinas para buscar el bocadillo que había preparado especialmente para él esa mañana; no importaba lo que ocurría: lo amaba y eso no cambiaría.


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