Las luces de la oficina parpadeaban, muy pronto se iba a quemar el foco que alumbraba la oficina. Nick lo miraba con expresión aburrida, su pata en su mentón, evaluando cuando se iba a terminar de quemar.

Le daba unos minutos más, sus parpadeos comenzaban a acelerarse. Mientras hacia su evaluación exhaustiva. La puerta bruscamente se abrió y los pasos molestos de Judy se acercaron hacia él.

—¡Eso no fue para nada gracioso!

—Nunca dije que lo era—contestó calmadamente— ¿Qué es lo gracioso?

—¡Te comiste mi dona! —exclamó enfadada.

—Ah...—articuló en reconocimiento—Eso si es gracioso, pero como, ¿Era tuya? Que yo sepa no tenía tu nombre.

—¡Tenía mi nombre! —repuso con voz elevada; había una nota al lado.

—Dije que yo sepa... —y se relamió los labios. Judy notó las migas por alrededor de su boca.

La coneja emitió un gemido dolorido.

—¡La próxima vez te haré lo mismo! —dijo en voz alta y apuntándole desafiante con su dedo—¡Me comeré tu dona!

—No sabía que eras vengativa, Zanahorias—contestó divertido el zorro, mientras sonreía torcidamente.

—¿Venganza? —Incrédula Judy—No, no, no—denegó—¡Justicia! —Exclamó con vigorosidad— ¡Voy a pagarte con la misma moneda! ¡Te devolveré lo mismo!

—¿Equidad?

Por otro lado, las luces se apagaban y prendían, pero los dos individuos no le daban importancia, al estar, mucho mas concentrados en la conversación.

—Aja—dictaminó la coneja— Eso es justicia, no es venganza.

—Así que para aclarar, si yo te hago algo —inició— ¿Me lo devolverás para que quedemos iguales?

—Eh... sí.

No comprendía porque lo expresaba en esas palabras. Pero, en fin de cuentas, era eso. Asintió con fuerza para dar veracidad.

—Interesante, Pelusa.

La luz parpadeo, un segundo y la oficina quedó a oscuras. El vulpino aprovecho ese corto periodo de tiempo a oscuras y acercó su hocico al de ella, intercambiando un beso que duro hasta que la luz volvió a encenderse.

La coneja quedó paralizada, su pelaje rojizo brillaba más que la lámpara a punto de quemarse.

—Q-que t-tu... —no podía hablar y ya no podía ni siquiera ver ante tantos parpadeos que realizaba el foco.

—¿Y qué esperas, Saltitos?—cuestionó con sorna—¿No me lo vas a devolver?

Ella abrió la boca por lo oído. El foco comenzó a parpadear cada vez más rápido y más veloz que la anterior vez.

— ¿Dónde quedo tu acto justiciero?

El foco se fundió como el cerebro de Judy.