—Hola Sheldon, ¿Cómo te va? —preguntó Wil afable.
—Vaya, vaya, vaya —dijo Sheldon poniéndose frente a él mientras se cruzaba de brazos —. Nada menos que Wil Wheaton. Serías el Duende Verde si yo fuera Spiderman, el Papa Pablo V si yo fuera Galileo y el Internet Explorer si yo fuera Mozilla Firefox.
—¿No estarás todavía resentido por aquella partida de cartas que te gané? —preguntó en tono de broma mientras iba a coger su bola de bolos.
—Soy el propietario de WilWheatonApesta punto com, net y org. ¿Qué te dice eso? —preguntó Sheldon excéptico.
—Pues me dice que me tienes siempre en tus pensamientos… —le dijo Wil señalando a su sien.
Sheldon soltó un suspiro indignado y observó como Wil se ponía en su pista. Sí. El maldito Wheaton tenía razón. Lo tenía siempre en su cabeza, pero no de la manera que a él le gustaría. Pensaba todo el tiempo en la sonrisa de Wil, en los simpáticos mofletes, en sus ojos castaños. Por eso le odiaba. Porque Wil Wheaton le había enamorado.
Siempre había pensado que era absurdo enamorarse. Mermaba las capacidades intelectuales, afectaba al ánimo, al sueño, a la alimentación y obligaba a mantener relaciones físicas con la otra persona.
Sheldon, cuya única meta que tenía era ganar el novel de física, no quería malgastar su valioso tiempo en asuntos de cama. Pero… Pero su cuerpo se lo pedía. Su cuerpo le pedía pensar en Wheaton, acercarse a él, soñar con él.
—¿Sheldon? —preguntó confuso Leonard al ver que su amigo no se acerba a la pista de bolos.
Sheldon murmuró algo. Wil Wheaton era el culpable de todo. De no ser por él seguiría siendo un ser más evolucionado que el Homo Sapiens corriente. Seguiría siendo un ser capacitado para ignorar sus funciones más primarias y que hacían humano al hombre.
Por eso odiaba a Wil Wheaton.
Porque no podía quitárselo de la cabeza.
