Guerra Interna.
I
Londres
Con una extraña melancolía que caía con la lluvia, provocando pequeños escalofríos en todo aquel que caminase bajo ella, que tal vez fuese por la guerra, o por la extrañez en la vida de Annie Cresta, pero esa noche, no era una noche en la cual ella quisiera salir.
-Podemos salir mañana, cariño – intento convencer a su esposo.
Annie Cresta estaba casada con el imponente hombre de negocios y dueño de su propio banco, Brutus Cresta, el hombre le llevaba diez años a Annie, pero aún así la amaba con locura, mientras que Annie, no podía evitar más que sentir simple afecto por aquel hombre.
-No, esta noche regresa uno de mis mejores amigos Annie, querida, desde que se unió al ejército, no lo veo más que unas dos veces al año, y esta vez regresará y parece que serán seis meses.
Annie resoplo un poco y tomo el brazo de su marido, como si aquel brazo fuese lo único que pudiese recordarle que no tenía que salir corriendo a casa de sus padres. Desde que se había casado, esa sensación de querer correr, había estado en su cuerpo, al sentir que vivía la vida que sus padres querían, y no la que ella había elegido.
El bar no era como los que Brutus tenía acostumbrada a Annie, era en una calle bastante desolada económicamente, y en su interior, no se escuchaban las típicas risas y choque de copas a los que Annie estaba acostumbrada, el lugar era diferente, había hombres y mujeres riendo a carcajadas. Mujeres con vestidos llamativos con un enorme tarro de cerveza en las manos, la música que animaba el lugar era desconocida ante los oídos de Annie, lo cual la tenía más que maravillada, pero de pronto sus ojos se encontraron con los ojos azules de un soldado, un rubio y guapo soldado que no despegaba la vista de ella, y para extrañeza de Annie, tampoco podía despegar la mirada. Solía ser tímida, tímida no, más que tímida, solía tartamudear cuando se sentía en una situación un tanto incomoda o que no fuese de su control. Pero esa mirada, esos ojos, y la intensidad de todo aquello, hacía que quisiese desnudarse ahí mismo para ese soldado.
El soldado vestía un uniforme elegante y con distintas insignias, lo cual lo convertía no en un simple soldado, era un mayor.
El Mayor comenzaba a acercarse, las mejillas de Annie se volvieron del color de la grana, sus piernas flaquearon al igual que su mandíbula, la cual amenazaba con abrirse con violencia. La mirada se movió y se dirigió a la de su esposo. Annie pudo respirar al fin.
-¡Brutus! –Grito el soldado -¡Amigo, pensé que no vendrías!
El soldado y el esposo de Annie se abrazaron, dejando en claro la amistad de años que había entre ellos. Annie aún sentía la mirada del soldado sobre su cuerpo, y se arrepintió por haberse puesto aquel vestido, con un escote revelador.
-Annie, déjame presentarte, a uno de mis mejores amigos desde la infancia. El Mayor Finnick Odair. Finnick, mi esposa Annie.
El soldado parecía sorprendido, y nervioso apretó la gorra de su uniforme que posaba en su mano, la mirada de la pequeña y delicada mujer lo había hipnotizado y estaba dispuesto a invitarle una bebida, pero ahora sabía que era la esposa de su mejor amigo.
Finnick se inclino un poco y tomo la mano de Annie, para depositar un pequeño beso en esta.
-Mucho gusto, señora.
Sus miradas se encontraron de nuevo y Annie fue la primera en desviarla. Aquel hombre hacía que se sintiese desnuda, lo cual era más que incomodo teniendo a su esposo a un lado.
-¿Qué les parece si yo invito? –Grito Brutus Cresta –Esta noche hay que celebrar, mi amigo se queda durante medio año, y la guerra parece a punto de terminar.
Todos aplaudieron, todos menos Annie y Finnick, quienes seguían viéndose el uno al otro mientras su esposo ordenaba las cervezas.
-¿Cuánto llevan casados? – Pregunto Finnick, rompiendo finalmente el silencio.
-5 años –Contesto evasiva. El silencio entre ellos comenzaba a volverse un incomodo zumbido en los oídos de Annie.
-Aquí están- Brutus llega con las cervezas, interrumpiendo aquella extraña conexión. La noche transcurre, mientras Annie da pequeños sorbos a su botella de cerveza, y la conversación entre Finnick y Brutus sobre la guerra se vuelve intensa.
-¡Malditos nazis! ¿Cómo pudiste salir de esa, Odair?
La risa de Finnick, provoca un cosquilleo extraño en el estomago de Annie.
-Fue difícil, pero si no hubieses sido un holgazán, tal vez tendrías la condición que yo tengo.
Brutus suelta una carcajada, y abraza a su esposa de los hombros de manera brusca.
-¿Y dejar a este bombón solo?
La sonrisa de Finnick se desvanece unos segundos, y se recupera rápidamente.
-Sí, es muy hermosa- sus miradas se encuentran- ¿Dónde?... –Finnick carraspea un poco- ¿Dónde se conocieron, señora?
Finnick es educado, y no es capaz de hablarle a Annie de tú, hasta que ella lo autorice, lo cual no tiene ninguna intención de hacer en ese momento.
-Yo era cajera en su banco, y bueno así paso todo.
Brutus le dio un salvaje beso en la boca, provocando la cólera en Finnick, y la vergüenza en Annie, por tratarla de aquella manera frente a tantas personas.
-¿Enserio?...- dice Finnick, intentando desviar su irritación -¿es enserio, esa es toda la historia de amor?
-¿Y para ti cuál es una historia de amor?- pregunta Annie ofendida, intentando que su esposo no cayera de cara sobre la mesa.
-¡Vaya! Parece que a Brutus se le han pasado unas copas, déjenme llevarlos a casa.
Finnick rodea la cintura de Brutus, y le dice a Annie que él lo cargara hasta el coche, y en efecto, lo hecha en su hombro como a un viejo costal de papas y camina hasta su auto. No lo pone ni con delicadeza, ni cuidado, simplemente lo avienta al asiento trasero, y se apresura para poder abrir la puerta del asiento delantero para Annie.
-No creo que sea apropiado.
-Vamos, es muy probable que vomite, o que la golpee sin intención, estará más cómoda adelante.
Annie mira la puerta abierta, y entra con cierta desconfianza, nunca en su vida a hablado con un soldado, y la sensación de cosquillas se hace más grande en su boca, tiene tantas ganas de preguntarle por aventuras, y mundos que ella ni en sueños pudiese vislumbrar.
El camino parece más corto de lo que a Annie le hubiese gustado, y en un abrir y cerrar de ojos, están frente al gran e imponente edificio que Annie suele llamar casa.
-A Brutus nunca se le ha dado la sencillez ¿verdad? – dice Finnick con una sonrisa en el rostro, a lo cual Annie sólo sacude la cabeza.
De nuevo Finnick toma en su hombro a Brutus como si fuese un viejo costal de patatas, y lo arroja sobre su cama.
Annie lo espera en la sala, y enciende la radio mientras una melancólica canción, acompaña su sentimiento de soledad. El soldado baja, y se queda durante unos segundos observando a Annie con los ojos cerrados disfrutar de aquella música que parece ofrecerle algún buen recuerdo.
-Linda música –dice sacándola de su ensueño. Annie se sobresalta, y de nuevo tiene la sensación de estar desnuda.
-Oh, gracias, Mayor Odair, gracias por traernos a mí y a mi esposo ¿puedo ofrecerle algo de beber?
-¿Tiene whisky?
-¿Whisky?- pregunta Annie, no piensa que sea correcto tomar a tan altas horas de la noche, pero es un Mayor, no está en disposición de cuestionarlo, o darle una regañina. Se dirige a la cocina, y como si de una gárgola se tratase, en cuanto regresa el soldado está en la misma posición que cuando lo dejo. El cosquilleo emerge en su boca de nuevo, y cuando observa como el hombre da un sorbo al vaso que tiene enfrente, el cosquilleo recorre desde sus labios hasta su garganta.
-¿Es feliz? ¿Mayor?
Finnick observa el suelo durante unos momentos y da un último sorbo a su vaso.
-Llámeme Finnick, por favor. ¿Por qué la pregunta?
Annie se sonroja ante la idea de su boca emitiendo el nombre de Finnick.
-Ha estado en tantos lugares, ha visto a tantas personas, y ha vivido tantas experiencias. Yo sólo me preguntaba, a qué sabía ese sentimiento. Mayor.
Finnick rió ante la palabra de Mayor, entendiendo que Annie no cedería a tutearlo.
-He visto muerte, señora, he visto desgracia, he vivido dolores que no desearía a ninguno de mis peores enemigos, ni siquiera los nazis. He vivido todo tipo de experiencias, y creo que ninguna me ha satisfecho de tal manera que yo pueda decir que soy feliz.
Annie le sirvió otro trago, y se dirigió a la cocina para prepararse un té. Pensando en las palabras de él, y memorizándolas como si de un poema se tratase.
En cuanto volvió, el soldado miraba hacia el suelo de nuevo, como si algo en su interior le quemara. "Tal vez ya este ebrio" pensó Annie, pero en cuanto formulo su siguiente pregunta, el soldado seguía hablando y luciendo severo.
-¿No está casado?
Finnick soltó una risotada, y le pidió a Annie otro trago.
-Señora, he estado en servicio durante dos años, no negaré que pensé como loco en muchas mujeres, pero no de esa manera, yo no puedo casarme, hasta este lapso de descanso, jamás había estado tanto tiempo sin nada que hacer.
Annie simplemente asintió.
-¿Usted es feliz? –pregunto Finnick.
-No creo que sea apropiado…
-Vamos, usted ya me lo preguntó, además ¿Quién dice lo que es apropiado y lo que no?
Annie frunció el ceño un poco, y Finnick vacilo unos segundos entre tomar de su bebida u observar el rostro de la esposa de su mejor amigo.
-Tengo un excelente esposo, una casa enorme, joyas, posición…
-Me está diciendo todo lo que un infeliz tiene.
-¿Disculpe?- pregunto Annie ofendida. -¿Usted como lo sabe?
-Respóndame simplemente, con un sí o con un no.
-Yo… yo, no tengo…-balbuceo Annie y como si una fuerza divina quisiera salvarla de aquella situación, la tetera sonó. –Yo, iré por el té.
Camino hasta la cocina, y tomo un poco de aire, intentando pensar en cuál sería la respuesta sensata para aquella pregunta, sin poner en evidencia sus verdaderos sentimientos de fastidio y cansancio que tenía hacia su vida de casada, y hacia su esposo.
Volvió con la taza de té en la mano y se sentó en el enorme sillón verde que adornaba casi todo el salón, Finnick estaba sentado en la pequeña mesita de noche frente al sillón, quedando cara a cara con Annie, aunque con la distancia apropiada para una mujer casada.
-¿Cuántos años tiene, señora? – Era una pregunta que había rondado la cabeza de Finnick, la mujer se veía tan joven, pero una capa de vejez envolvía su rostro serio y agotado.
-22 –respondió ella, sonrojándose levemente. Finnick sonrió levemente.
-Parece que se ha casado joven.
Annie agacho un poco la mirada, y le dio un pequeño sorbo a su té.
-¿Y usted?
-28.
El silencio volvió a formarse entre ellos, aunque acompañado de la música y de la lluvia que comenzaba a piquetear de nuevo contra las enormes ventanas.
-Será mejor que me vaya, es tarde y usted necesita descansar.
-¡Espere!- se apresuro Annie, la sonrojes apareció de nuevo en su rostro. El soldado se detuvo sin decir una palabra, justo en el marco de la puerta.
-Mayor. ¿Para usted, cuál es una verdadera historia de amor?
Finnick sonrió ante la pregunta de la mujer, y se acerco a ella, sintiendo por unos segundos la respiración de Annie sobre su pecho. Abrió un poco la boca, pero un grito proveniente de la habitación en la que Brutus estaba, lo hizo cerrarla.
-¡Annie! ¡Annie! Amor, te necesito- grito Brutus desesperado.
Annie bufo un poco, y volvió la cabeza.
-Ahora subo querido.
-Tal vez en otra ocasión- dijo Finnick, sin borrársele la sonrisa del rostro. Annie asintió.
-¡Annie!- volvió a gritar Brutus.
Finnick agacho un poco la mirada, e hizo una reverencia ante Annie.
-Señora.
-Mayor…
Y como en un simple impulso, Finnick tomo la mano de Annie y depositó un suave beso en ella. Se giro y se coloco la gorra del uniforme. Annie cerró la puerta, y como una adolescente corrió hasta la ventana para observar el auto alejarse.
-Annie Cresta –murmuro Finnick el nombre de la mujer de su mejor amigo. –Annie- repitió el nombre, como si tuviese una espina atorada en la garganta.
