Descargo de responsabilidad: Tokyo Ghoul es propiedad de Sui Ishida.


Para mi waifu, Miss Wong.

Cielo de cristal

Miró hacia el cielo, grisáceo, triste. Las gotas no tardaron en derramarse en la ciudad, gruesas y veloces, sumiendo las calles en un lamento de cristal. Desde la ventana, Tokyo se veía como uno de esas esferas de vidrio que adornaban las chimeneas en Navidad.

Una ciudad de mentira, bajo un cielo de cristal, pensó Touka, sentada junto al marco.

Hacía frío, el invierno se acercaba cada vez más envolviendo la ciudad en su abrazo azul y plata. La joven mesera usaba una bufanda y guantes, pero no era suficiente para calentarla. Aun así, permaneció allí, inmóvil, con la mirada perdida en la ventana.

Había sido así desde que Kaneki se había marchado. Se había convertido en un ritual, una rutina. Touka terminaba su turno, y se sentaba junto a la ventana, con una taza de café que eventualmente se enfriaría ante su desatención. Se quedaba allí largo rato, mirando hacia la calle, esperando que él regresara.

Regresará. Lo sé. La convicción era más fuerte que la duda, su esperanza y su fe eran inamovibles. Touka lo esperaría ahí hasta el fin de sus días si era necesario, aunque en su corazón deseaba con todas sus fuerzas que eso no llegara a suceder, sino que él entrara por esa puerta disculpándose por comportarse como un idiota con todos —especialmente con ella—, y entonces ella podría darle una paliza por causarle toda esa angustia.

—Touka, ya me voy —le anunció el barista. Eran ya las seis de la tarde, oscurecía, y no habían tenido clientes desde hacía rato.

Asintió, de forma ausente, sin dejar de observar la ventana. Permaneció así hasta que se hizo demasiado oscuro para ver el exterior, y, con el corazón oprimido en el pecho como siempre, se levantó y apagó las luces.

Abría la puerta cuando un ruido —y su corazón se saltó un latido— la hizo encender a toda velocidad el interruptor. Esta vez su corazón se paralizó, y sintió gotas acumularse en los bordes de sus ojos, a punto de derramarse.

¡Kaneki!

Pero guardó silencio.

—Oh-

Se lamentó el joven, ese mismo por quien había esperado tanto junto al cristal de la ventana, viendo la multitud pasar, el cielo volverse de cristal, y las hojas mudarse al otoño. Kaneki. Al menos, en apariencia. La persona frente a ella no era para nada el Kaneki que ella conoció. Sus ojos habían perdido la luz que tantas veces había visto, siendo remplazada por la carencia. No hubo saludo, palabras avergonzadas como disculpa, ni preguntas sobre cómo estaba. Como si fuera una completa extraña. Irónico, le recordaba al día que lo conoció cuando sólo era un chico inocente demasiado emocionado por su cita.

—Supongo que llegué un poco tarde —sonrió algo apenado. Touka deseó que se refiriera a lo otro, a cuánto había tardado en volver a ella, pero su dolido corazón sabía que no hablaba de eso—. Vendré mañana entonces.

El "extraño" se dio la vuelta, listo para marcharse.

—No —a Touka le sorprendió lo rápido que pudo articular una respuesta, sin que la voz le temblara—. Puedes pasar.

El joven pareció sorprendido, pero sus rasgos se suavizaron en una sonrisa agradecida. Entró al local, y Touka entró tras él, sintiendo las lágrimas picar en sus ojos rogando ser liberadas junto a una retahíla sobre lo idiota que había sido y cuán mortificada se había sentido todo ese tiempo por su culpa.

Sin embargo, mantuvo la calma, y tendiéndole el menú, sonrió, y cuando lo hizo sonrió con sinceridad, por primera vez en tanto tiempo.

—Bienvenido al Anteiku, ¿puedo tomar su orden?


Etto… pues, este es mi primer intento touken. Cómo me ha quedado, ni idea, eso lo deciden ustedes. Tengo que leer los mangas, así que disculpen los errores garrafales que puedan ver…

*se esconde*