Hola! este es mi primer fanfic, espero que les guste!
Prólogo
La pequeña niña de pelo castaño oscuro lloró entre las sabanas de la cama. No dejó escapar un solo sonido de su boca y el esfuerzo que hacía para no dejar escapar los sollozos era desgarrador, pero por nada del mundo permitiría que sus lamentos fueran oídos por aquellos monstruos; prefería dejar este mundo a hacerles saber cuánto la habían herido. Por lo tanto, sólo la humedad en sus infantiles mejillas era prueba de su dolor. Incluso trataba de controlar su respiración aunque no pensaba tener mucho éxito.
El dolor que invadía su cien y parte de su ojo izquierdo había pasado casi del todo, pero aún podía sentir el palpitar del fuego que le había consumido la piel. Su memoria había sido marcada de por vida, al igual que su rostro. Odiaba aquel sitio. A aquellos seres que detrás de su belleza y galantería escondían a unas bestias peores que leones a mitad de la inanición. Pero estaba atrapada, sin un medio de escape y no sabía si volvería a caminar a la luz del sol nuevamente. Su única ventaja, la cual no era mucha, era que la subestimaban. Tenía la seguridad de ser para ellos una especie de cachorro que no comprendía el lenguaje humano, oral y corporal. Lo cual era un error. Sus palabras y sus gestos casi imperceptibles. De hecho era su innatural comportamiento el que los delataba.
Llevaba semanas, quizá meses en esa prisión. Le recordaba un cuento leído de un lugar lejano de un pájaro atrapado en una jaula de oro. Al principio no sabía por qué no había sido asesinada brutalmente junto con el grupo con el que había llegado. La imagen de un hombre de rostro orgulloso, que ella sabia ocultaba una naturaleza bondadosa, y el rostro de una bella mujer mulata que escondía travesuras detrás de sus ojos casi negros aparecieron entre los confines oscuros de su mente. La punzada de dolor traspaso su pecho como una flecha de cacería provocando que casi se ahogara.
Cosa que deseaba la pequeña niña.
-Tío Andrew, tía Lola… - fue el tenue suspiro de su voz, impregnado de una dolencia mayor que la de cualquier niña de seis años apenas llegara a comprender. Sus captores poco sabían de esta niña, y poco les importaba saber. Mientras tuviera un uso para ellos. Pero de haber puesto atención habrían detectado una inteligencia y madurez mayor que la de un infante de su edad.
Después de lo que parecieron horas, tal vez días. Por fin sus lamentos habían sido desahogados, sino aliviados, gracias a las lágrimas. Pero ahora se sentía vacía y rota. Con el sufrimiento menguado no le quedaba más espacio para pensar o sentir. Y estaba agradecida de que fuera así. Aunque solo fuera por unas horas, ansiaba este momento del día. El momento en el que cerraba sus ojos, y su mente la llevaba a un lugar diferente. Usualmente tendría pesadillas. Pero con sus penas ahora desahogadas por vez primera, por fin pudo descansar en el vacío de su mente. El vacío de su corazón y esperanza.
