Sailor Moon © Naoko Takeuchi
I
— ¿Qué es lo que estás mirando, Yaten Kou?—El tono de voz de Serena Tsukino sonó injustamente áspero, pero esa había sido su intención. Cuando lo miró, su expresión denotó un marcado desdén, como si de verdad no soportara al hombre. Claro que no había nada de cierto en eso, pues el honorable Yaten Kou le resultaba de veras muy agradable.
Se trataba de un joven muy apuesto, de cabellos platinados a los que lograba controlar con una cinta en su largo cabello. Sus ojos verdes profundos también eran bonitos. Tenía una altura no muy excesiva. Su figura en sí no era intimidante, pero tampoco falta de fortaleza. A sus veintisiete años, era un joven con excelentes prospectos, sin mencionar el hecho de que había heredado una cuantiosa suma por parte de la familia de su madre.
Serena no tenía ni la menor duda de que Yaten sería el esposo ideal para ella. Hasta se habría animado a tomar la iniciativa si su mejor amiga, Mina Aino, no le hubiera confesado poco tiempo después de conocerlo que ella también lo deseaba.
Y estas habían sido las palabras textuales de Mina. "Lo deseo, Sere". Ellas siempre habían tenido por costumbre hablarse con toda franqueza, al menos entre sí y cuando estaban seguras de que nadie pudiera escucharlas e impresionarse por semejantes expresiones y comentarios. Pero ese día Mina estaba tan exaltada que muy poco le había importado sí alguien las escuchaba.
—Sinceramente, es "el" hombre. Jamás me había sentido tan... tan... y cuando me sonrió, oh, me sentí... demonios, no puedodescribirlo exactamente, pero creí que ibaa desmayarme.
—Quizás era el corsé que te apretaba demasiado—había bromeado Serena con una sonrisa— Ya sabes que debes dejar espacio suficiente para que te pase un poquito de aire al menos...
—Oh, basta ya—se había quejado Mina—. Estoy hablando muy en serio. ¿Qué hago con él, Sere?
Sólo por el hecho de que Serena le llevaba cinco meses de edad se suponía que debía ser la experta en el asunto y la que tenía una respuesta adecuada para cada cosa. Sin embargo, por mucho que odiara admitirlo, Serena sabía muy poco al respecto. De modo que ese día Serena había apelado al senti do común para aconsejarle a su mejor amiga—Solo sonríe y actúa con naturalidad. Así, él no tendrá escapatoria.
Y así fue exactamente. Luego de un trato de dos, el honorabilísimo Yaten le propuso matrimonio. La boda se celebraría el día que Mina cumpliera los dieciocho años, en poco menos de tres meses. Y nada de ceremonias sencillas para la boda del hijo de un vizconde. Sería la gran fiesta en la cumbre de la temporada londinense.
Al principio Mina había aceptado de buen grado que Serena fingiese ante Yaten ser la más osada de las mujeres, dado que cada joven por el que Mina había mostrado el menor interés invariablemente se había enamorado de Serena. Y no porque Mina no fuera bonita. Era muy atractiva; tenía cabello con suaves ondas rubias y ojos azules. Pero ante la indiscutible belleza con la que Serena había sido bendecida, sus cualidades parecían insignificantes. En consecuencia, desde un principio, Mina se había propuesto que la atención de Yaten no divagara por ninguna otra parte, mucho menos en dirección a su amiga.
Pero aquella estrategia de Serena, por cierto muy poco ortodoxa, ya se había extendido más de la cuenta: tanto que Yaten ya no se embelesaba tímidamente, ni pedía disculpas por lo que pudiera haber ofendido a Serena sino que ahora se defendía con vehemencia y lo lograba con bastante éxito.
Mientras jalaba fuertemente de las riendas del bayo que alejaba el carruaje de la casa de Mina, por donde había pasado a buscar a ambas muchachas, Yaten señaló sin volver a mirar a Serena—No estoy mirando nada, señorita Tsukino. Absolutamentenada.
Mina se quedó inmóvil. Nunca antes Yaten le contestado con tanta crueldad. Notó que Serena también se había tomado muy a pecho la respuesta. Se puso colorada de furia y volvió la cabeza para que Yaten no notara que la había herido.
Pero Mina tampoco podía culpar a Yaten. Un hombrepodía tolerargroserías por parte de una mujer hasta cierto punto,a partir del cual se tornaba tan grosero como ella. En realidad se sentía culpable por no haber puesto punto final al plan de Serena mucho antes. Pero no lo había hecho porque en el fondo le quedaba la sospecha de que si Serena se mostraba tal como era ante Yaten, él podría haber caído en la tentación, al igual que todos los demás, con una sola sonrisa de Serena.
Bueno, pero ya era suficiente. Mina estaba segura de que Yaten la amaba. Y sí en ese momento era incapaz de retenerlo era porque no lo merecía o, mejor dicho, él no la merecía a ella. Hablaría con Serena no bien el vicario terminara con su sermón o quizás antes, por lo menos antes de que el dolor volviera loca a su amiga. Esa idea la preocupaba pues cuando Serena se enojaba, cosa que por suerte no sucedía a menudo, podía tornarse terriblemente impredecible.
Mina encontró la oportunidad de hablar cuando llegaron a la iglesia en el límite de Teadale Village. Yaten se adelantó para presentar sus respetos a lady Esmeralda y a sus tres hijas. Como condesa de Wedgwood, Esmeralda Green poseía uno de los títulos más nobles de la vecindad y por ello trataba despóticamente a quienes eran inferiores a ella. Y ni siquiera Serena era inmune a la actitud de Esmeralda. Nunca perdía oportunidad para que la condesa notara su presencia, pues como anfitriona reinante del condado sus invitaciones eran muy apreciadas. Serena estaba dispuesta a todo con tal de conseguir una.
Mina tuvo que retenerla para que no saliera corriendo detrás de Yaten a saludar a la condesa. Deseaba hablar con ella en ese momento. No obstante, por la impaciente expresión de su rostro, Serena no prometía prestar mucha atención a su amiga. Por el contrario, trató de eludir la conversación de antemano.
—Espero que no menciones lo que ocurrió en el coche, Mina.
—Por supuesto que sí —replicó Mina, sin lugar a vacilaciones— Sé cuál es tu táctica, Serena, y créeme que te amo por eso. Estoy segura de que en un principio hasta me ayudó mucho. Pero ahora me gustaría estar convencida de que Yaten está a mi lado por lo que soy, que no caerá rendido a tus pies por el solo hecho de ver esos simpáticos hoyuelos de tu sonrisa.
Serena parpadeó y con una espontánea aunque, muy poco femenina carcajada abrazó a su amiga. —Sé que tienes razón, pero se me ha hecho una especie de hábito hostigarlo.
—Entonces abandona hoy mismo este hábito.
Serena obsequió a su amiga una amplia sonrisa. —De acuerdo, pero ¿No crees que él sospechará si a partir de hoy comienzo a tratarlo en forma diferente?
—Lo que creo es que seguramente dejará de insistir en que corte mi amistad contigo.
Los ojos azulnoche de Serena se enardecieron y luego se entrecerraron— ¡Eh! ¿Cuándo te hizo semejante propuesta?
—Oh, en más de una ocasión. Pero no puedes reprocharle nadapues lo único que le demostrabas era el lado más oscuro de tu personalidad. Le llamaba la atención el que tuviéramos una relación tan estrecha cuando en realidad somos tan diferentes en cuanto a nuestro temperamento.
— ¡Qué poco nosconoce!—comentó Serena bastante molesta. —Nosotras hemos sido cortadas por la misma tijera y el mismo molde. —Pero luego se calló y se mordió el labio, obviamente preocupada. — ¿No insistirá en asunto después que se hayan casado, verdad?
—Oh, ya sabes que Yaten no es nada arbitrario—la tranquilizó Mina. — Y aunque insistiera no le serviría de nada. Me temo que está usted atada a esta infranqueable amistad de por vida, señorita Tsukino.
Serena esbozó esa dulce sonrisa que dibujaba hoyuelos en sus mejillas y le daba otra clase de belleza, una expresión cálida, abierta...receptiva. Incluso los caballeros que habían estado observando a Serena desde el patio de la iglesia se detuvieron en la mitad de sus conversaciones para admirarla sin disimulos. Algunos de ellos hasta se ilusionaron con intentar nuevamente cortejar a la incomparable beldad del condado.
De nuevo en paz, Mina tomó a Serena por el brazo y la condujo hacia la puerta de la iglesia, donde Yaten aún conversaba con las cuatro Green. Con una sonrisita, Mina murmuró con disimulo—Presiento que hoy es mi día de suerte, Sere. Por fin la invitación tan deseada será nuestra. Es una corazonada. Y tú con ese nuevo vestido azul luces deslumbrante. Esa vieja cara arrugada se quedará boquiabierta.
— ¿De veras lo crees? —preguntó Serena esperanzada.
Mina deseó que esa maldita invitación no hubiera sido tan importante para su amiga, pero por desgracia lo era. Y no porque la condesa pareciera conocer perfectamente a todos los pobladores del condado entero de Devonshire o porque la gente viajara largos kilómetros para acudir a sus fiestas, en las que siempre se garantizaba la presentación de invitados nuevos e interesantes. Eso sólo era un detalle, aunque realmente uno muy importante para una joven que tenía las mismas esperanzas que cualquier otra muchacha: encontrar al hombre de sus sueños más románticos ya que aún no lo había hallado dentro del ámbito de los caballeros conocidos.
Sin embargo, tampoco esa era la razón más importante pues en pocos meses más Serena viajaría a Londres por estudios y allí podría conocer a todos los candidatos que deseara. No en vano la condesa de Wedgewood se había esforzado a lo largo de los años en convertir en un verdadero logro el ser invitado a su casa. En consecuencia resultaba muy poco decoroso terminar en su lista de invitados para ser tachado a último momento o, peor aún, no ser incluido en ella por haber estado involucrado en algún escándalo familiar que impidiera entrar en su círculo social. Todas las familias que tuvieran cierta jerarquía en el condado ya habían recibido una invitación por parte de la condesa, aunque no fuera más que una vez, incluso la familia de Mina. Todas menos la de Serena. Mina, por la devota lealtad que sentía por su amiga, había implorado que se la invitara a la fiesta, aunque jamás le había comentado ese detalle a Serena. ¿Con qué fin? Esa revelación la habría desesperado más de lo que ya estaba por conseguirla.
Ambas muchachas se habían convencido de que la condesa esperaría a que Serena cumpliese los dieciocho años para invitarla. Pero ya habían pasado dos meses desde entonces y tanto el terrateniente del condado como su hija aún seguían ignorados.
Mina apretó el brazo de su amiga como respondiendo a su pregunta. Rezaba en silencio para que sus esperanzas no fueran en vano. Después de todo, era la primera oportunidadque se les presentabadespués de un mes para poder hablar personalmentecon, la condesa, gracias a Yaten. Quizá, todo lo que Lady Esmeralda necesitaba era que alguien le recordara que Serena Tsukino era su vecina...
—Entonces el próximo sábado, señor Kou—decía Lady Esmeralda cuando las dos muchachas se acercaron. — Sólo una pequeña reunión de cuarenta personas, más o menos. Ah, y recuerde traer a su encantadora novia. —La condesa sonrió a Mina, miró a Serena por un instante y luego se volvió y entró en la iglesia.
Fue un verdadero y deliberado desprecio. Alice Green, la menor de sus hijas de diecisiete años, hasta rió tontamente antes de seguir a su madre. Las otras dos muchachas, Agnes y Anne, parecían muy complacidas por la escena.
Mina se quedó atónita, aunque sólo por un momento. Después se enfureció. ¿Pero cómo se atrevían? Todos sabían que Serena y Mina eran íntimas amigas y que Serena acompañaba a Mina y a Yaten a todas partes porque era la carabina. Las Green habían planeado esta burla, minuciosamente, para que surtiera el efecto deseado. Era una manera muy sutil de implicar que la invitación de Serena no había sido enviada a sabiendas y que jamás sería bien recibida. Mina creía intuir la razón.
Yaten carraspeó para llamarlas a la realidad y recordarles que se habían quedado de pie allí, inmóviles. Serena tenía el rostro más pálidoque las cintas de su cofia y sus ojos azules se habíanllenado de lágrimas a tal punto que amenazaban con bañarle las mejillas en cualquier momento a pesar de sus esfuerzos por contenerlas. Mina experimentó un profundodolor por su amiga. Pero lo que más la enfurecía era su impotencia para solucionar el problema. Sólo le restabaofrecerle su compasión y apoyo.
Serena apretó la mano de su amiga, le dirigió una mirada consternada con sus bellos ojos azules y le preguntó en un murmullo — ¿Por qué?
Mina estaba tan enfadada que dio una respuesta muy directa —Porque eres demasiado hermosa, maldita sea. Ella tiene que casar a sus feas hijas pero, si tú estás cerca, nadie las mirará siquiera.
—Pero eso es tan... tan…
— ¿Egoísta? ¿Trivial? Sin ninguna duda, Sere, pero...
—No hay cuidado, Mina, realmente... Pero necesito estar sola en este—No terminó la frase y se apartó abruptamente de su amiga.
—Serena, espera — le gritó. Pero había empezado a correr aun antes de llegar al patio de la iglesia pues ya no tuvo más fuerzas para contener el llanto.
—Supongo que tendremos que salir corriendo detrás de ella pues son casi dos kilómetros desde aquí hasta Sutton Manor — señaló Yaten.
—No sólo por eso saldremos tras ella —replicó Mina, aún con la mirada fija en su amiga, quien se habla detenido para buscar un pañuelo en su bolso, aunque siguió corriendo sin usarlo. Nosotras ya hemos caminado ese trecho antes. —Pero Mina miró a Yaten y su expresión la puso furiosa otra vez. —No te atrevas a regocijarte con esto porque ella no se merecía lo que esa horrible mujer le hizo.
—Permíteme que no esté de acuerdo contigo en...
—No, no te lo permitiré. De todas maneras, a partir de hoy notarás un gran cambio en ella, así que puedo de círtelo con tranquilidad. La única razón por la que siem pre te trató mal fue para que nunca te fijaras en ella como mujer. Lo hizo por amor a mí, porque sabía lo mucho que yo te quería... entonces no deseaba que yo sufriera si tú ponías los ojos en ella y no en mí.
—Pero casi no soporto a esa muchacha —protestó él.
—No pensabas así la primera vez que la viste, ¿ver dad? —señaló ella.
—Bueno, no pero ¿Te refieres a que todo esto fue deliberado?
—Sí, y sí quieres enojarte por ello, hazlo conmigo, porque yo pude haberla detenido antes, pero... Bueno, creo que tuve miedo de que te dieras cuenta de que en realidad Serena es una persona muy cálida y afectuosa.
—Y malcriada, obstinada...
—Un poquito malcriada, pero es comprensible con un padre tan amable y generoso como el terrateniente. Y yo también soy algo obstinada, Yaten.
—Sí, pero en ti me parece encantador.
—Creo que debo darte las gracias. Pero ¿Puedes comprender el dilema de Serena? Ella sabe cómo la miran los hombres, Yaten. La actitud que asumió contigo fue la única defensa que tiene para que los hombres no se desesperen por ella.
—Pero yo no querría tener una esposa como ella. ¡Oh no, por Dios! —Y realmente pareció muy convencido de lo que decía. —Esa joven necesita un hombre que no sienta ni el más mínimo vestigio de celos. No podría tolerar que todos mis conocidos se enamorasen de mi esposa. Uno o dos está bien, pero más. Si todos lo hicieran, Dios me volvería loco.
—Hablas como si ella estuviera desahuciada. ¿Qué hombre no se pone un poquito celoso cuando su esposa está en juego?
—Bueno, en realidad, supongo que los celos de un hombre no cuentan demasiado cuando ese hombre está bien seguro del amor de su mujer. Pero ella deberá hacer un esfuerzo constante para asegurarle que lo que siente por él es auténtico.
A Mina no le convenció esa concepción tan parcial. — ¿Y qué sucede si es ella quien siente celos por una u otra razón? ¿Él también tendría que esforzarse por convencerla de su amor?
—Claro que no. Él se casó con ella ¿No?
—No, todavía no—refunfuñó ella.
Yaten se quedó parpadeando mientras ella acomodaba las faldas de su vestido para caminar muy erguida en dirección al carruaje. Yaten debió apurarse para alcanzarla. — ¿No habremos cambiado los sujetos de la conversación? —le preguntó bastante incómodo.
—Tú, dímelo Yaten ¿Lo hicimos?
—Por supuesto que no —insistió. —El caso de tu amiga es único, porque ella es única, Mina. Y no me refiero a que tú para mí no seas única, pero ya sabes a qué apunto. No podemos compararla con nosotros.
—Bien, Yaten, te perdono.
—Supongo que debo agradecértelo.
•·.·´¯`·.·•,.-~*´¨¯¨`*·~-.¸-(_ѕאָ∂_)-,.-~*´¨¯¨`*·~-.¸•·.·´¯`·.·•
— ¿Estás comiendo otra vez? —preguntó Mina mientras ingresaba en el comedor sin ser anunciada debidamente.
Serena cubrió un bostezo con su servilleta y luego la arrojó sobre la mesa. —A decir verdad, esta es mi primera comida del día, aunque debo admitir que fue bastante abundante.
—Bueno, termina ese té —sugirió Mina mientras se sentaba a su lado. —Así me sirvo un poco yo también. —Luego, como restándole importancia al asunto, agregó — ¿De modo que es tu primera comida del día? ¿Sabes qué hora es?
Serena se encogió de hombros. Sirvió más té en su taza y se la tendió a Mina, quien le agregó un poco de azúcar. Después de ese detalle no había dudas de que las muchachas lo compartían todo. Serena tomaba su té sin azúcar, pero las dos lo sabían. En realidad, había muy pocas cosas que ignoraran la una de la otra luego de once años de amistad. Pero Krebs, su mayordomo podía anticipar ciertas cosas, demodo que había ido a la cocina para enviar a Cora, la hija de la cocinera, con otra taza al comedor.
Serena aguardó a que hiciera su reverencia y abandonara el comedor para confesar —Me quedé dormida.
— ¿Una mala noche?
—Una subestimación de la realidad—admitió Serena.
—Sabía que debí haberme quedado a dormir anoche. Pero pensé que ya estabas bien aunque bastante enojada como para ponerte a cavilar amargamente sobre lo sucedido.
Serena rió entre dientes — ¿Y crees que si estás enojada puedes dormir bien toda la noche?
—Bueno, es mejor que ponerte a pensar.
—Mina, créeme que estoy en posición de disentir—replicó Serena.
—Oh, bien —dijo Mina. — ¿Entonces todo empeoró después que yo me fui?
—Un poco.
El día anterior, cuando Mina se bajó del carruaje al alcanzar a su amiga, las lágrimas de Serena ya se habían secado. Yaten la seguía lentamente, a una distancia prudencial para que las muchachas pudieran conversar con tranquilidad. Para animaría un poco, Mina hasta le sugirió volver para dar a lady Esmeralda un fuerte puñetazo en medio de la nariz. Y Serena lo consideró por un momento aunque luego descartó la idea por considerarla una venganza poco satisfactoria. Claro que Mina no lo había dicho en serio, pero convino con su amiga que la condesa no valía el escándalo que se suscitaría ante semejante hecho.
— ¡Yo sabía que no debí haberte escuchado! —exclamó Mina . "Ve a tu casa" me dijiste. "Ya estoy bien. No es la primera vez que recibo un golpe así', me aseguraste.
Serena rió. —Bueno, eso es cierto.
—No entiendo cómo puedes reírte de esto.
Hasta el presente aún Mina se enfurecía cada vez que recordaba que todas las demás amigas, una por una, habían ido desapareciendo del grupo cuando Serena empezó a crecer y a convertirse en una bella mujer, algunas de ellas la habían ridiculizado en público, llevando las cosas demasiado lejos. Cualquiera habría pensado que Serena se había puesto hermosa a propósito para perturbarlas.
Tampoco Serena podía entender cómo le quedaban ganas de reírse ante algo así, cuando el no tener amigas le producía un extraño dolor que jamás había podido superar completamente. Era como si hubiese quedado flotando en la superficie, a la espera de que sucediera algo para que todo aquello renaciera con todas sus fuerzas. Y la actitud de la condesa de Wedgewood sin duda había provocado el resurgimiento de todo ese pasado.
—Es mejor reír que llorar, ¿no crees? —comentó, con la mirada fija en un poco de salchicha que había sobrado y que utilizaba para dibujar círculos sobre un montículo de mermelada en el plato.
— ¡Por Dios, claro que sí! ¿Quieres que conversemos al respecto?—Ambas sabían que el tema de charla serían esas antiguas penas y no las presentes.
—No... Salvo cuando recuerdo todo lo que nos hemos divertido en los últimos años, casi me da pena que las otras muchachas no estuvieran presentes para disfrutarlo también.
—Ahora que lo mencionas, supongo que yo también siento lo mismo. Después de todo, se convirtieron en unas criaturas aburridas luego que nos dejaron. Pero si lo pienso dos veces, no me da ninguna pena.
—A mí tampoco, pero me pareció una frase bonita para decir.
Ambas se echaron a reír, aunque en realidad era una charla muy triste. Mina se apresuró a cambiar de tema.
—Supongo que esta comida tan tardía implica que no has ido a cabalgar como lo haces habitualmente todas las mañanas y que, por consiguiente, estarás de un humor insoportable durante todo el día.
Por lo general, Serena desayunaba bien temprano con el terrateniente y luego pasaba media mañana cabalgando en su caballo, Sir Endy, y la otra mitad cuidándolo. Ningún cuidador aunque en la casa no había más que uno porque sólo tenían cuatro caballos gozaba del privilegio de acercarse al motivo de orgullo y diversión de Serena, Sir Endy, si no era para darle de comer, y a Serena también le complacía hacerlo ella misma. Cualquiera que tuviera conocimiento de las frecuentes visitas de Serena a los establos podía adivinar que la muchacha amaba profundamente a los caballos.
—En realidad, sí salí a cabalgar—corrigió Serena fijando la mirada en la salchicha—Anoche.
— ¡No!
—Alrededor de las dos de la mañana
— ¡No es cierto!
Serena alzó la vista dispuesta a explicarse. —Tuve que hacerlo, Mina. Juro que es cierto. Estuve a punto de volverme loca,
— ¿Fuiste con alguno de los criados?
—No me animé a despertarlos.
— ¡Serena!
—Bueno, nadie me vio—contestó Serena a la defensiva, cayendo en la cuenta ahora de lo escandaloso que era para una joven dama salir sola a esas horas de la noche. —Me quedé junto al camino para seguridad de Sir Endy, porque estaba tan oscura la noche... Y me dio resultado, pues cuando volví me dormí al instante. —Mina se quedó mirándola, de modo que Serena prosiguió—. En realidad, la cabalgata fue más que un buen remedio para mi insomnio. En mi tercer viaje de ida y vuelta al pueblo...
— ¿Tercero?
—Fueron cinco en total... Bien, sólo podía limitarme al maldito camino y Sir Endy estaba tan ansioso como yo.
Mina abrió los ojos bien grandes.
—Bueno, como te iba diciendo —continuó Serena—en mi tercer viaje se me ocurrió lo que podría hacerle a lady Esmeralda Green para vengarme de la mejor manera posible, Y eso es lo que voy a hacer.
La expresión de Mina se tornó extraña — ¿No habrás reconsiderado la idea de golpearla?
—No—contestó Serena con una sonrisa y luego agregó triunfante—construiré una mansión el doble de grande que la suya y entonces me convertiré en la anfitriona reinante del condado. Con eso aprenderá.
—Ah ¿Y cómo lo lograrás?
—Muy simple. Me casaré con el duque.
—Oh, estupendo. Así lo lograrás. ¿Y qué duque tienes en mente?
—El de Wrothston, por supuesto —anunció Serena— Es el único que conocemos.
Mina se puso de pie porque ponerle un nombre a ese duque era el acabose de los caprichos de Serena. Al punto de que Mina empezaba a preocuparse ¿Hablaría realmente en serio?
—En realidad no lo conocemos en absoluto. Como recordarás, no estuvo en Sherring Cross el día que tomamos el té con su abuela. La única razón por la que llegamos a sus propiedades fue porque tu padre tenía una oscura relación con la duquesa viuda y se tomó la libertad de escribirle para que ella lo aconsejara sobre la compra de un caballo que él deseaba regalarte cuando cumplieras doce años.
—Y por esas cosas del destino nos invitó a elegir uno de los caballos del establo del duque.
— ¿Destino? Tenían cientos de caballos. Se sintió más que feliz de poderse sacar de encima al menos uno de ellos.
—Los reproducen allí en Sherring Cross, de modo que por eso estaba contento de vendernos uno. —Luego se inclinó de nuevo sobre el respaldo de la silla y agregó —Ya tenemos algo en común: los caballos.
— ¿Tenemos? ¿Te refieres a ti y al duque? Por Dios, Sere, no puedes estar hablando en serio de esto ¿Verdad?
—Por supuesto que sí —Serena rió satisfecha, Imagínate, Mina. Un majestuoso carruaje frente a la iglesia, con el escudo ducal, mientras la condesa y sus hijas aún solteras se queden mirando allí, atónitas y sin saber qué hacer. Entonces bajo del carruaje, asistida por el hombre más apuesto que puedan imaginarse y, por supuesto, seré lo bastante magnánima para desear a la condesa que pase un buen día y hasta le haré el honor de presentarle a mi esposo, el duque. Además, claro, fingiré no darme cuenta de que se quedará boquiabierta por la sorpresa.
—Y sin duda sucederá así. Mina rió, dejándose llevar momentáneamente por la imaginación de la muchacha. —Sería la revancha perfecta. —Luego suspiró con dramatismo. —Si fuera posible.
—Pero lo es—respondió Serena con toda serenidad. —Y veré que se cumpla.
A Mina la sorprendió sobremanera la expresión determinada, casi caprichosa, de su amiga.
—Bien, espera un momento. Seamos realistas respecto de este punto. Si quieres casarte por conseguir un título, te buscaremos un vizconde agradable. Quizá sea posible encontrar un conde. Sí, un conde que te convertiría en un par de lady o... No me niegues con la cabeza, maldita sea.
—Mina, si decido casarme sólo por el título, este deberá ser uno realmente importante, porque considero que me estoy rebajando.
—Entonces no te rebajes.
—Ya he decidido hacerlo y cuanto más lo pienso más me agrada la idea de convertirme en una duquesa.
Mina refunfuñó — ¿Por qué tengo que ser yo la mala en todo este asunto? De acuerdo, escucha los hechos, Serena. En tus antecedentes debe de haber algún conde...
—Cuatro generaciones atrás, además de uno o dos barones.
—Lo que fuere; en este condado eres simplemente la hija de un terrateniente. Si un duque se quiere casar, lo hace con la realeza, no con hijas de terratenientes.
—El duque de Wrothston lo hará... ¿Y por qué no? —Respondió Serena, con obstinación —Su riqueza es mucho mayor de lo que pueda imaginarse. También ha logrado alcanzar la posición que cualquier hombre puede aspirar, de modo que no necesita casarse con alguien con título. Si lo desea, puede casarse por amor. Un duque puede hacer lo que se le antoje. Y sucede que mis antecedentes me convierten en una muchacha aceptable. Por supuesto que si se lo propusiese podría procurarse alguien mucho más importante que la hija de un terrateniente, Pero le importará un rábano todo eso porque estará enamorado de mí. Perdidamente. Tenlo muy presente. Y tú sabes por qué, ¿No? Por este maldito rostro que tengo. Hasta ahora sólo me ha dado sinsabores, pero llegó el momento de las compensaciones; me hará ganar un duque.
En aquellas palabras había mucha amargura, mucho dolor, lo que hizo que Mina tuviera mucha cautela al formularle la siguiente pregunta— ¿Y qué me dices de ti?
— ¿Qué hay conmigo?
— ¿Qué sucederá si tú no lo amas?
—Por supuesto que lo amaré.
— ¿Y si no puedes, Sere? ¿Si él es horrible, despreciable y para nada capaz de inspirar afecto?
—No se atreverá. Es un duque.
Mina casi sonrió ante tan ridícula certeza. — ¿Pero qué sucederá si, cuando lo conoces, muy en tu interior te das cuenta de que no es para nada el hombre de tu vida? ¿Que sólo te hará sentir desgraciada? ¿Aún lo querrás?
Después de una larga pausa, Serena dijo—No.
"Gracias a Dios por esta respuesta", se dijo Mina en silencio. Ya más segura, siguió adelante. —Sabes que él puede resultar horrible.
— ¿Has olvidado a aquella muchacha del salón de belleza que nos comentó lo apuesto que era?
—Sólo trataba de impresionarnos.
—Ya lo estábamos. Ese día no necesitábamos que nadie nos impresionara más todavía.
—Esa es otra cuestión. Realmente no puedes desear vivir en un lugar así.
— ¿Estás bromeando?—vociferó Serena. —Sherring Cross es la mansión más maravillosa que puedas imaginar.
—Pero no es un hogar; es un mausoleo erigido en una gran extensión de tierra.
—Lo sé—convino Serena como en sueños. —Todo era tan grandioso.
— ¿Grandioso? Es probable que la gente se pierda allí y hasta que se muera encerrada allí adentro por no poder encontrar la salida.
Los ojos de ambas se encontraron y repentinamente se echaron a reír. — ¿Crees que se mueren, Mina?
—Bueno... por lo menos, deben de preocuparse bastante—Rieron otra vez hasta que Mina tuvo que dar el brazo a torcer. —De acuerdo, supongo que conquistar un duque no debe de ser tarea imposible, sobre todo, para alguien con tu presencia. ¿Estás absolutamente segura, Sere?
—Sí. En lo que a mí respecta, Lord Endymion puede ir despidiéndose de sus últimos y contados días de soltería
—Oh, Dios —suspiró Mina. —Ya había olvidado que bautizaste Endy a tu caballo por el nombre del duque.
Serena parpadeó. —Así es.
Otra vez retumbaron las carcajadas en el salón hasta que Krebs las interrumpió para anunciarles la llegada del honorable Yaten Kou.
Serena, con una amplia y radiante sonrisa, lo saludó —Buenos días, Yaten. Vaya, hoy te ves muy apuesto. Si me perdonas un momento, subiré corriendo a buscar mi bolso para que podamos partir de inmediato.
Pasó a toda prisa a su lado, sin aguardar a que él le respondiera, pues aún estaba azorado por la sonrisa con la que la joven lo había recibido. Mina ocultó su sonrisa tras la taza de té, sorprendida con placer por no haber sentido ni el más mínimo indicio de celos ante la reacción de Yaten frente a su amiga.
Entonces señaló—Tendrás que esforzarte un poco más, Yaten, a menos que desees que Serena vuelva a ser hostil contigo.
Yaten cerró la boca, metió las manos en los bolsillos y refunfuñó—Dios, no envidio al hombre que vaya a pedir su mano. Realmente no quisiera estar en su lugar.
—Ese hombre ya ha sido designado, de modo que lo único que nos resta es tener fe en que logre ganar su corazón cuando consiga su mano.
Yaten arqueó las cejas un tanto confundido. — ¿Acaso me he perdido algo entre ayer y hoy?
—No mucho, pero... ¿Alguna vez has pensado en que sentirías compasión por un duque?
Continuará…
Adaptación de la novela Man of My Dreams de Johanna Lindsey
Quiero contarles que ha sido muy trabajoso ¡Nunca imaginé que adaptar fuera más difícil que escribir algo original!
Me enojé, cancelé el proyecto, luego lo retomé porque creo que vale la pena compartir esta hermosa historia con nuestros personajes favoritos, en este caso, lo adapté a Serena y Darien.
Cómo podrán imaginar he debido realizar una serie de cambios, para precisamente adaptarlo al fandom, dicho esto las aliento a leer el original, luego de claro-sonrisa- leer la adaptación.
Véanse libres de dejar sus comentarios, anímanos a continuar con esta adaptación.
Con muchísimo cariño… (Y dolor de cabeza a estas alturas).
Adaptitgirl.
