Izuku Midoriya vive en un mundo de héroes y villanos, donde no es más que un espectador de las maravillas de aquellos seres afortunados.
Al carecer de quirk, se ve obligado a desempeñar una rutina que ha logrado extinguir su pasión por la vida, no es más que un aficionado que disfruta los placeres sencillos e intenta pasar desapercibido ante los problemas que embargan su prefectura; no tiene nada que ofrecer al mundo, e igual, nadie lo necesita.
Los personajes no me pertenecen, son propiedad de Kohei Horikoshi.
Todos los derechos de la imagen que utilicé en la portada al artista 15_tonno
Prefacio
A contraluz su figura a la distancia, parecía que se esfumaba, ni siquiera intentó estirar la mano para alcanzarlo, no sería la primera vez que se quedaba atrás, murmurando con dificultad su nombre, con un sabor amargo emanando de sus labios y con la sensación en la piel de su ya conocida ausencia.
Estaba acostumbrado a quedarse solo en aquel lugar que tanto les costó construir; el sitio ideal donde no importaban ni sus nombres, mucho menos, aquello que los volvía diferentes, el motivo por el cual, fuera de allí no podían mirarse a los ojos con la complicidad que compartían en su pequeño refugio.
Sin embargo, esta vez no habría una nueva oportunidad. Su cabeza que creyó estallaría, ahora la sentía tan ligera, el dolor físico se esfumó, pero no se dio cuenta por la agonía que nublaba su razonamiento al ser testigo de su partida.
Observó su espalda hasta que se convirtió en un punto que pronto desaparecería, bajó la mirada en señal de derrota y todo se volvió más confuso. El suelo a sus pies se movía tan rápido que ya no sabría distinguir quién era el que se alejaba.
Quería cerrar los ojos con la esperanza de al abrirlos, despertar de aquella pesadilla diseñada con la intención de enloquecerlo. No solo habían jugado con su más grande anhelo, se habían burlado de lo que más apreciaba para demostrarle lo patético que sería con o sin quirk. Seguía siendo Deku.
Al menos recordaba, al menos era capaz de sollozar por lo que perdió en tan solo unos instantes. Qué frágil es la vida y qué insignificante la existencia.
No quería morir, pero deseaba aún menos que Kacchan lo hiciera.
