Una Dama no tan dama
Capítulo 1: La Introducción
Este año, al Real Colegio San Pablo regresaron dos alumnos; Archibald y Alistear Cornwell, y llegó uno nuevo: Albert Brown. En su día de llegada, al ir a presentarse en la oficina de la rectora se encontraron con otro alumno que fue retado por alguna travesura, o al menos esto suponían ellos. Este era Terruce Grandchester, que al salir vio a un rubio con cabello a la altura de sus hombros con los ojos esmeraldas más profundos que había visto en su vida. El joven pensó que estaba alucinando, pero aun así sonrió, y grande fue su sorpresa al poder ver la sonrisa más brillante que había visto en su vida siendo dedicada sólo para él, casi podía jurar que se llevarían bien. Hasta que la hermana Grey lo sacó de sus ensoñaciones:
- ¡Joven Grandchester! – lo llamaba la hermana, este sólo pensó – "Para qué me estará molestando la vieja cabeza dura si estaba en medio de lo que llamaría la contemplación del ser más bello que haya visto jamás".
- ¿Sí hermana? – respondió este ocultando su fastidio con una voz de total calma.
- Necesito un favor de usted – dijo, para luego continuar – necesito que le dé al joven Brown un recorrido por el colegio y lo ponga al tanto de las clases que estará llevando a cabo.
- Con mucho gusto hermana Grey – respondió con una sonrisa, algo que sorprendió a la hermana, pero esta sólo atinó a quedarse callada.
- Si todo está aclarado, jóvenes Cornwell, favor de instalarse en sus respectivas habitaciones, y hermana Margaret – informó a la monja que justo hacía su llegada a la habitación – la habitación del joven Brown, por favor que esté justo al lado de la del joven Grandchester, creo que este necesita algo de compañía y ambos parecen llevarse bien.
Todos salieron de la oficina al mandado de la directora. Para que después se llevara a cabo el recorrido. Y al estar en el pasillo:
- Hola, ¿cuál es tu nombre? – le preguntaba el rubio al que ya veía como un nuevo amigo.
- Mi nombre es Terruce Grandchester, pero puedes decirme Terry – respondió el castaño con una amabilidad de la que incluso él se sorprendió - ¿Y cuál es el tuyo?
- Mi nombre es Albert Brown, pero puedes decirme Al – dijo mientras le daba la mano, y al ser recibida, - presiento que nos llevaremos muy bien Terry – para luego, volver a mostrar su inigualable sonrisa.
- Yo también pienso eso.
Y ese fue el inicio de su amistad. El resto de la tarde, el joven Grandchester debía hacer sus tareas, por lo que no pudo seguir acompañando a su nuevo, y le costaba decir, único amigo.
Mientras tanto el joven rubio se decidió a dar un paseo por la extensa área disponible para los recreos. Y se detuvo al divisar un árbol de roble alto y muy parecido a su lugar preferido: La colina de Pony.
Al ver el árbol este se detuvo y exclamó:
- Tal parece que he encontrado mi lugar favorito aquí en Londres, creo que le llamaré… - se quedó pensando un momento – La segunda colina de Pony.
Subió las resistentes ramas del árbol y se quedó allí hasta poder ver el atardecer.
- Mejor me regreso a mi habitación, no quiero problemas en mi primer día – dijo bajando del árbol de un salto.
Estaba de camino a su habitación y pudo distinguir voces, al parecer, estas provenían de dos personas que estaban peleando. Por curiosidad se acercó y casi no creía lo que sus ojos veían:
- Esto es por pegarme – decía un pelirrojo mientras le propinaba un derechazo al otro chico.
- Nadie te dijo que tenías permiso de entrar a mi habitación – dijo un castaño mientras se defendía pegándole al pelirrojo en el abdomen.
Así siguieron, mientras iban ganando más audiencia. Los chicos que se encontraban en los dormitorios más cercanos habían ido a ver qué ocurría, hasta que…
- ¡Ya basta los dos! – se interponía el rubio sin preocuparle poder ser lastimado – cálmense – dijo logrando que la pelea culminara – ¿es que no tienen nada mejor que hacer? – preguntó en forma de regaño – ¿o tal vez quieren que los castigue la hermana Grey? – ambos negaron con la cabeza – entonces dejen el espectáculo.
Todos estaban sorprendidos de que alguien se dignó a interponerse entre los más grandes rivales y que, para el colmo, lograra apaciguarlos.
- Es que él… - dijeron ambos al unísono
- No quiero oír excusas, mejor compórtense – volvió a regañarlos - y todos ustedes – se refirió a la multitud de gente que estaba presenciando el evento - ¿qué miran? – dijo lo suficientemente fuerte para que todos escucharan, causando que cada quien regresara a sus respectivas habitaciones.
Al estar sólo Stear, Archie, Terry y Albert, el último se regresó a su habitación haciendo un gesto a los demás de que hicieran lo mismo.
Al estar en su habitación, el castaño pensaba:
- "Sí que tiene carácter" – justo después, se dio cuenta d que alguien entró a su habitación por la ventana.
- ¿Estás bien? – le preguntaba la voz del que reconocía como Albert.
- Al, ¿qué rayos haces aquí? – dijo confundido.
- Si esto es lo que me gano por preocuparme por ti, mejor me voy ahora mismo – dijo mientras se daba la vuelta.
A Terry esto le sorprendió mucho, pues nada se preocupaba por él, luego comenzó a comprender cómo se sentía tener un amigo.
- No te vayas – habló casi susurrando para no ser escuchado por Archie, que se encontraba en la habitación de al lado – estoy bien, pero un poco… - dijo mientras encendía la luz.
- Quédate quieto, ahora regreso – salió por la ventana, para en menos de un minuto, regresar con un paño y hielo – ahora sí, recuéstate.
Sin él mismo saber la razón, el rubio lo hacía sentir nervioso, pero acató su orden. El rubio le limpió las heridas con agua y luego envolvió un poco de hielo el pañuelo y dijo:
- Sostén esto aquí, hasta que la hinchazón baje, no quieres llegar a clases mañana con un moretón en la cara – dijo Al.
- Quiero preguntarte algo… - dijo, y no volvió a hablar hasta que un "adelante" le fue respondido - ¿por qué no fuiste a cuidar a Archie?
- Porque Stear tiene que estar haciéndose cargo de él, y si ese no es el caso – hizo una pausa – va a ser divertido ver a Archie quejarse de que varios moretones adornan su "bello rostro" – esto último lo dijo entre comillas para después hacer su guiño característico.
- Jajajajaja – se escucharon ambos riendo por lo bajo para no hacer mucho ruido, luego pararon abruptamente para pensar – "tiene la risa más hermosa que he escuchado en mi vida" – mientras se sonrojaban. Daban gracias al cielo de que ya habían apagado la luz, porque si no, sus sonrojos fueran notorios.
- Bueno, me tengo que ir – dijo el rubio - ¡Adiós! – rápidamente se fue, dejando a un confundido castaño.
Ya en su habitación, se quitó la camisa y las vendas que le apretaban el pecho.
- Candice White, para qué entraste al colegio como hombre si ahora no te puedes fijar en el chico de la habitación de al lado. – decía decepcionada de sí misma.
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