Extraños en el Paraíso

Este Fic, nació a partir de una conjunción de cosas, entre otras los fisc de Rido/Cent y Nalya , y por supuesto, como olvidarnos de la grandiosa novela gráfica del dios Terry Moore "Strangers In Paradise", la cual le da nombre a la historia. Gracias por confiar en mi y leer este fic, y gracias a Akane Kasumi por ser mi sarcástica beta-reader

-----------------------------------------

01: El Principio, Como Debe Ser: Part 1

Toda historia tiene un principio, como debe ser, por que ¿Qué es una historia sin principio? Supongo que lo mismo que una historia sin final. Nada.

Mi principio es bastante simple. Morí. Así es como empezó todo.

Os preguntareis ¿Cómo puede ser que el principio empiece con la muerte? Pues ya deberíais saberlo, es bastante obvio. Mi historia comienza el día en que llegué a la Sociedad de Almas. Fui destinado al distrito 48, podría haber sido peor.

Entonces ella me encontró, aquella chica de pelo castaño y ojos grises, Akane. Desde entonces somos inseparables, casi como gemelos siameses, sólo que no vamos unidos por la cadera… ya me entendéis. Aún recuerdo la primera vez que hablamos.

Cuando me desperté, me encontré entre unos arbustos. Estaba bastante mareado y ¿Dónde estaba¿Cómo había llegado hasta allí? Me asomé un poco por encima de aquel arbusto para intentar reconocer el lugar. Solo conseguí ver un gran cerezo, y a una chica tumbada justo al lado del matorral.

Aquella chica vestía un poco raro. Llevaba una camiseta negra y un pantalón corto verde con muchos bolsillos. Parecía ropa un tanto vieja, era en cierto modo inquietante.

Entonces ella giró su cabeza y me vio. Yo me caí al suelo y rodé y ella se levantó a una velocidad de vértigo.

— ¿De dónde coño has salido? —Dijo mientras preparaba los puños para atacarme— ¿Es que eres un depravado¡Vete de aquí!

— ¿Qué¿Yo¿Depraqué? —respondí de forma incoherente, habitual en mi.

— Espera, vienes del mundo mortal¿verdad? —aclaró para si misma mientras bajaba los puños— Claro, por eso pareces tan confundido.

— No creo que sea por eso… o quizá si, no lo sé.

— Definitivamente, del mundo mortal… —la chica se agachó para mirarme más de cerca— Todos llegan aquí muy confundidos. Al menos has tenido suerte, has venido a parar a este sector, podías haber acabado en el 80 y haber muerto casi al momento.

— ¿Qué? —exclamé abriendo los ojos como platos.

— Demasiada información para un novato… —pensó en voz alta— Bueno, empecemos con algo fácil. ¿Cómo te llamas?

Por unos instantes dudé sobre si decírselo o no, puesto que en mi vida mortal jamás se lo habría dicho a nadie tan fácilmente. Pero tras meditarlo durante unos segundos decidí responder.

— Mi nombre es DaemarcusKeshawn. —dije mientras me levantaba.

Ella se me quedó mirando de manera extraña, me puso una mano en el hombro y me dijo.

—Te llamaré Kyrek.

— ¿Ein? — Hice una pausa, y después salté — ¡Pero si tan siquiera se parecen!

— Ya, pero mi perro se llamaba así, y bueno… le echo de menos.

— ¿¡¡¡Que me vas a llamar como a tu perro!!!? — exclamé indignado.

— Tu nombre es muy difícil, y Kyrek es… digamos que no está nada mal. —Me rendí, no tenía ganas de luchas verbales— Venga, ven a mi casa, allí podrás comer y descansar. —me dijo mientras me pasaba una mano por la cabeza como si fuese un perro.

¿Que podía perder?

Mi nombre, lo perdí por completo. Ahora soy Kyrek… sin apellido, por si alguien se lo pregunta.

Realmente la Sociedad de Almas era increíble. Tenía veinte años cuando la muerte me llegó, así que tengo un aspecto joven, es pura lógica. Ella también aparentaba esa edad, y se reflejaba en su comportamiento, pero su verdadera edad era algo que superaba mucho las expectativas de los humanos. Tanto como… ciento cuarenta, año arriba, año abajo.

Desde aquel día vivimos juntos en aquella pequeña casa en el centro del pueblo. Allí me enseñó a controlar y sacar mi energía espiritual latente, y también cosas sobre la sociedad de almas.

Había muchas cosas que no sabía. Por ejemplo, que no se podía morir de viejo, pero si de heridas graves; y tampoco que había una escuela de shinigamis (también conocidos como dioses de la muerte). Creía que el titulo de shinigami era un derecho divino. Por supuesto, no es que los shinigamis fuesen en sí dioses, sino más bien los encargados de llevar las almas a la Sociedad de Almas (conocido en el mundo mortal como "cielo"), y de purificar a los malos espíritus, llamados hollows, para devolverles a la sociedad de almas o al infierno.

Una tranquila tarde, sentado bajo aquel cerezo mirando el atardecer, empecé a pensar en todo aquello. Llegó la noche, fría y oscura, pero yo seguía sin moverme.

— ¿En que piensas, Kyrek? —Preguntó Akane acercándose a mi.

— En que no se quién me trajo hasta aquí… —dije sin dejar de mirar el horizonte.

— Cualquier shinigami te ha podido traer hasta aquí, es casi imposible saberlo. —Comentó ella sentándose a mi lado— Debes dejarlo pasar.

— Ya lo sé, pero… me gustaría agradecérselo. —empecé a jugar con la hierba— Si no me hubiesen encontrado, seguramente hubiese acabado convertido en hollow, y no me habría gustado convertirme en una de esas cosas.

— Venga, no te me pongas melodramático ahora. —Akane se levantó tirando de mi mano para que fuese con ella— Vamos, en el centro de la villa hay una fiesta, Koji ha sido aceptado en la academia de shinigamis.

El pequeño demonio interior que llevaba dentro salió a la luz. No quería ir. Sabía lo de la fiesta desde hacía ya unos días, pero no había querido hablarlo con nadie. Mi "hermano" me iba a abandonar como había hecho todo el mundo conmigo en mi vida mortal. No era justo.

— ¿Vamos a despedirle? —pregunté inocentemente.

— No, vamos a hervirle como si fuese una gamba. —Respondió con tono sarcástico— ¡Pues claro que vamos a despedirle! Hay comida gratis.

— ¿Alguna vez piensas en las consecuencias de tus actos? —Akane se encogió de hombros— Si vamos es por que nos alegramos de que haya entrado. Y sinceramente no tengo muy claro si me alegro.

— Sinceramente, me da igual, con comer gratis me conformo.

Nos levantamos y fuimos hasta la fiesta sin dirigirnos la palabra. Una vez allí nos sentamos en un tronco, frente a una hoguera, y simplemente nos dedicamos a mirar el fuego.

Koji era un amigo común en la sociedad de almas. Le conocimos en una noche de tormenta. Estaba bastante mal a causa de las heridas que tenía, y huía de alguien. Más tarde descubrimos que no era alguien, si no algo. Uno de esos hollows había conseguido llegar hasta la sociedad de almas.

Akane y yo cogimos nuestras katanas, aquellas con las que entrenábamos día si, día también, y nos defendimos hasta que un shinigami llegó.

El shinigami, un tipo alto y delgado, atacó en vano al hollow con su zampakutou. Le esquivó tantas veces como le había atacado, era realmente rápido. Pero no pudo contra el Kidoh. Utilizó una de esas técnicas muy difíciles para mí en aquel momento. Aquel ser desapareció en el aire.

Era la primera vez que veía a alguien matar a un hollow, aunque no sería la última. Pero aquello me dejó muy marcado. Aquel ser, destruido por un simple kidoh. Quería ser como él… tenía que ser como él.

Tras salvarnos de una posible muerte, el shinigami se fue de la misma manera que había llegado: con un shumpa. Nosotros socorrimos al desfallecido Koji, y le ayudamos a entrar en calor con unas cuantas mantas. Después se quedó a vivir allí, y con el tiempo nos hicimos amigos, casi como hermanos.

Durante mucho tiempo nos entrenamos juntos, descansábamos solo para dormir y comer, Akane también entrenaba con nosotros y nos enseñaba cosas. Hablamos de ir los tres a la academia de shinigamis. Siempre pensé que entraríamos juntos, hasta que él decidió presentarse a las pruebas por su cuenta. Me sentí traicionado, nos había abandonado. Por eso no me alegraba por él tanto como me hubiese gustado.

Entonces algo se interpuso entre el fuego y yo, haciéndome volver desde mis recuerdos. Era Koji, había venido hasta nosotros tal y como temía que hiciese.

— Eh, no os esperaba ver aquí. —Koji parecía muy contento de vernos— Os hacía en medio del bosque entrenando o algo parecido.

— ¿Cómo¿Y perderme la comida gratis? —Indicó Akane señalando la mesa llena de comida— ¡Ni loca!

— Así que shinigami académico¿eh? —Sonreía mientras le chinchaba— Mucha gente debe estar orgullosa… lastima que no hayan venido.

Koji me golpeó en el hombro, y se sentó a nuestro lado. Parecía nervioso, lo cual tenía su lógica: había sido aceptado en la academia de shinigamis, pero había algo más. Aunque no lo tenía muy claro, sabía que ocultaba algo.

— ¿Qué te pasa? Estás más alterado de lo normal. —le pregunté.

— Es que… quería… —volvió a quedarse mudo, solo boqueaba, y eso le hacía parecerse a un pez— Quería despedirme de vosotros, por si no volvemos a…

— Dios, otro que se me pone melodramático. Antes de que lleguen los abrazos y los besos, te estrecho la mano y te diré¡hasta que volvamos a vernos! —Dijo Akane con su habitual tono sarcástico—Y ahora me voy a comer, que es a lo que yo he venido.

Akane corrió hasta la gran mesa llena de comida y empezó a frotarse las manos. Era como una niña en Disneylandia.

— Gracias por estar aquí esta última noche. —Murmuró mientras dibujaba con un palo en la arena— Es… importante para mi que estéis esta noche aquí, aunque Akane haya desaparecido.

— Sigue sin entusiasmarme que entres sin mí en la academia de shinigamis, pero tú ya estás listo, y yo aún necesito tiempo. —miré el fuego y fue como si una ola de sentimientos que necesitaba contar empezasen a amontonarse en mi cabeza: celos, rabia, alegría, tristeza, quizá algo de melancolía… Pero no podía decirle todo, así que me quedé con lo bueno, y deseché lo demás. Era su noche, no debía estropearla.

— Esto no será tan divertido sin tus peleas con Akane. —sabía que no era lo que quería expresar, pero normalmente no decido lo que digo en los momentos de tensión.

— No se me dan bien estas situaciones, así que antes de que esto se vuelva más tenso y acabemos discutiendo, creo que me iré. —Se levantó, y yo me levanté con él— Sé que algún día volveremos a vernos. —me abrazó— Cuídate, y procura seguir vivo, hermanito.

— Eso debería decírtelo yo a ti¿no crees? —dije con una sonrisa.

Acto seguido él empezó a caminar y levantó la mano, sin tan siquiera mirar atrás, para despedirse.

Era como si viese una parte de mi vida huir de aquella villa, una parte de mi vida que quizá, no volvería jamás.

Este es el nombre más raro, pero que aún podía estar bien, que he encontrado