Prólogo
Roni Quinn - EQ
Cuando lo maravilloso se mezcla con lo irreal, la magia y el esoterismo te envuelven; cuando los misterios más profundos que no puedes descifrar, se hacen uno contigo y te poseen… Es cuando no puedes o no quieres dar marcha atrás.
Seducción, pasión, fuego, erotismo, sensualidad, furia y amor… Todo conjugado en un hechizo, que te atrae hasta ella. Así es Regina, la más poderosa mujer en los negocios, la más atrayente de las mujeres. Sexual e irreal, pero con un gran vacío que llenar.
Y al igual que la mayoría, Regina quiere ser amada. Todos quieren ser amados, y en la magia siempre han existido conjuros para el amor. La realidad de todo esto, es que se debe tener mucho cuidado. Los conjuros del amor dirigidos a otra persona pueden llegar a ser muy peligrosos y no se consideran éticamente correctos, son vistos como magia negra, por la mayoría de las brujas y brujos que se adhieren a la Ley de Tres.
¿Por qué son los hechizos de amor tan peligrosos?
Simplemente, porque el tratar de influenciar o modificar el comportamiento y sentimiento de otra persona, afectando así su libre albedrío, se considera una mala obra.
¿Cuál es la solución?
La solución más efectiva es hacer todo conjuro de amor en la propia persona, o sea, al poner amor a en sí misma, atraerá el amor de las otras personas.
Esa parecía ser la solución para Regina, lanzar un hechizo sobre ella misma, para lograr la felicidad que, hasta ahora, le había sido negada.
Luego de muchos años de lanzar el infructuoso hechizo, Regina Mills, una exitosa empresaria neoyorquina, cuyo matrimonio por conveniencia colapsa, decide buscar a una mujer para tener una aventura. ¿Por qué una mujer? Siempre le han llamado la atención, desde la adolescencia, y continuamente ha buscado estar con ellas, fingiendo ser otra persona.
De visita en un local nocturno, durante una noche casual, es confundida con una cliente frecuente y bailarina amateur, a la cual parecen gustarle las mujeres.
Detrás de las máscaras, se encontrará a sí misma, en todos los aspectos que podía haber imaginado.
¿Qué cosas harías por dinero? ¿Qué alcance tienen tus deseos de amar y ser amado? ¿Cuán lejos eres capaz de llegar, dejándote llevar por la ambición o el deseo? Hay situaciones capaces de envolverte de tal forma, que no te darás cuenta que has perdido.
Nota del AUTOR
Buenas... Me encuentro aquí para presentarles esta historia, que, aunque guarda poca relación con la original, está inspirada en Once Upon A Time...
Como muchos otros, y aclarando que no tengo derecho alguno sobre los personajes de la serie, pretendo utilizarlos dentro de mi relato, guardando todas sus características: Físicas, actitudes y aptitudes, carácter, personalidad, vestuario y arreglo, entre otras.
Lo que si vale la pena aclarar es que, no existe Magia en este Fanfic... O por lo menos no de la magia de la serie.
Van a poder leer la relación entre varios personajes ficticios, de mi propia cosecha, y de algunos de la serie. La historia e hilo conductor me pertenecen; son de mi autoría.
Los principales personajes que podrán leer son Regina (en sus dos personajes), Emma, Elsa, Ruby y Graham. Habrá EQ por montones, y obviamente, SwanQueen... Ya leerán ;)
Capítulo I
Furia salvaje
Camina apresurada. Inevitablemente, está huyendo. ¿Por qué, si nadie la persigue? Ella sabe que nadie la sigue, es sólo que huye de sí misma, de sus pensamientos, de aquello que hizo y de lo que acaba de hacer.
Sus manos, llenas de sangre, parecen arderle a tal grado que desearía lavárselas de inmediato; por eso las frota contra su falda cada tanto.
Recorre desesperada la calle oscura, camino a su casa. No ha caído en cuenta que dejó su auto en aquel lugar, y el arma en ese sitio. Todo salió mal, y no como esperaba; nada es como lo planificó. Ella había planeado ser feliz, y ahora estaba muriendo por dentro.
Era evidente que el alcohol había hecho estragos en ella. No recordaba la última vez que estuvo sobria, y eso que no había pasado tanto tiempo desde aquel encuentro, o tal vez eso creía.
Una furia salvaje se había apoderado de su vida, y la había trastocado por completo. Ya no obedecía a sí misa. Estaba dividida en mente, cuerpo y alma.
De alguna forma, sentía que la vida se le escapaba a cada segundo, con cada paso que daba, pero no desistía en llegar. Tenía qué hacerlo, tenía que verlos para saber que aún había algo por qué vivir.
Se detuvo en la puerta, contemplando el número "108" color dorado, de la Street Mifflin. Allí era donde vivía. No llevaba las llaves consigo, así que se recostó de la blanquísima puerta de la mansión, y tocó con insistencia el timbre
- ¡Ya voy! – se acercaba hasta ella.
Reconoció la voz al otro lado de la puerta, y sintió que el frío finalmente pasaba. Ese signo de calor en su interior la hizo sonreír, y tomar fuerzas para pararse derecha, esperando que le abrieran.
Esa rubia era, sin duda alguna, el amor de su vida. Desde que la conoció todo cambió dentro de ella; pero siempre había sido muy testaruda para reconocerlo.
Entonces, la puerta se abrió de golpe, y la chica que estaba al otro lado quedó visiblemente impresionada con su hallazgo
- ¡Regina, mi amor! – tenía los ojos abiertos como platos
- ¡Soy yo Emma! – dijo, con voz débil – ¡Te juro que yo…!
La rubia alcanzó a mirar la facha de la morena. Su expresión facial cambió en fracción de segundos de sorpresa a alivio, y ahora experimentaba el horror
- ¡Regina! – La interrumpió, tomándola entre sus brazos – Pero… ¡¿Qué?! – gritó nerviosa.
En ese preciso instante, la morena se desmayó sobre ella, revelando el rastro de sangre que había dejado, camino a casa.
- ¡Mamá! – Henry gritó al ver a su madre colapsar y desmayarse
- Tranquilo chico… d – Trató de mantener la calma – Llama al 911 cariño, como te enseñé en caso de emergencias… ¡Ya Henry!
-xXx-
Regina era una chica especial sin duda. Tenía esa chispa y sentido del humor que llama la atención, contrastado con un carácter fuerte e indómito que, en más de una ocasión, le trajo problemas con su madre.
Era hermosa, inteligente y dedicada. La niña prodigio, de la cual se esperaba se convirtiese en una dama de la alta sociedad. A menudo recibía amplias recomendaciones en el instituto, y al terminar la escuela, se sabía que estudiaría negocios en una de las mejores universidades.
Sus padres no podían estar más orgullosos. Todos los jóvenes con clase esperaban atentos a la presentación de Regina Mills en sociedad. Las familias la veían como un trofeo potencial a adquirir. Bella, adinerada, educada; todo lo que se podía soñar.
Sus hermosos ojos color chocolate eran su mayor atractivo, para el momento. Aún no era una mujer, pero sus curvas ya estaban bastante bien definidas. Su cabello largo, color castaño oscuro, su piel bronceada y sus labios carnosos; todo era un conjunto provocador e inocente.
Nunca tuvo inconvenientes para llamar a atención en la escuela. Con Regina pasaba algo, lo que su amiga Sarah llamaba "el gran absurdo"; y es que era popular al extremo, sin ella así desearlo. Tuvo un "noviazgo" de mentira, con el capitán del equipo de futbol americano, fue porrista sin que le importase serlo, entre muchas otras cosas que, en su opinión, eran poco importantes.
Su magnética belleza era la responsable de tales cosas. Desde siempre destacó, y eso causaba todo tipo de expectativas sobre ella. Debía ser la chica perfecta, y tener al chico perfecto a su lado.
El problema de Regina con los varones, es que le llamaban poquísimo la atención, por no decir nada.
Ese verano cumpliría los diecisiete, y estaba avanzada para su edad en los estudios, más sin embargo, nunca había experimentado el amor adolescente; ese que te hace vivir mil locuras, y que se recuerda por siempre.
Cuando terminaron las clases, los padres de Regina la llevaron a su casa a las afueras del estado. Tenían una mansión clásica en el suburbio más elegante de la ciudad, y la finca a la que se dirigían, para pasar el verano, entre otras propiedades. Ese lugar le traía mucha paz. El descampado, el río, la cascada y el bosque la esperaban.
A Regina le emocionaba al extremo aquello, puesto que podía practicar sus múltiples pasatiempos: lectura a su gusto, nadar, piano, tenis, y por supuesto, la equitación. Otra cosa le alegraba el alma a Regina era que, la hija del ama de llaves volvería de estudiar a pasar las vacaciones de verano, y posiblemente, trabajaría para la familia Mills en la fábrica de trigo.
Ella la había dejado de ver en los veranos y en las ocasiones en que visitaban la finca, puesto que su madre, Cora Mills, le había encontrado "una beca" en otro estado. Supuso que la había enviado lejos para coartar su amistad. De niña se figuraba que su madre, lejos de quererla, la odiaba.
Los Mills eran adinerados, y tenían varias empresas de gran importancia en la región, entre ellas, una productora de harina de trigo.
- ¡Te vas a divertir éste verano Regina! – le adelantó su madre
- ¡Si cariño! – respondía su padre desde el asiento del copiloto – Y como sabes, Ruby vendrá a pasar sus vacaciones de verano en la finca… ¿La recuerdas?
- ¡Si claro! – Dijo como si nada, mientras fingía estar aburrida, mirando por la ventana – ¡Ya quiero ver a mi caballo! – suspiró.
Regina disimulaba porque sabía que a su madre no le hacía nada de gracia que hiciese amistad con la servidumbre, como le llamaba al ama de llaves Marian, a su hija Ruby, y a todos los demás. Siempre fue así.
Ya hacía 6 años que no veía a Ruby, y le hacía mucha ilusión, porque de pequeñas habían vivido millones de aventuras. ¿Cómo sería ahora? ¿Seguiría flaca y pecosa? ¿Aún sería más pequeña que ella, pese a llevarle casi dos años?
- Y te tenemos una sorpresa… – adelantó su madre – Hablamos con los padres de Sarah, y le permitirán que pase unos días con nosotros, cercanos a tu cumpleaños – la miró con la sonrisa de superioridad que la caracterizaba, tratando de ser "amigable" con su hija – Mandaremos a Sidney a traerla, en dos semanas
- ¡Excelente! – se animó. Siempre había querido que Sarah conociese a Ruby.
Sabía que su madre buscaba que ella compartiese lo menos posible con la morena, la servidumbre, y que se comportara tratando a niñas de la "alta sociedad". Sarah y Regina eran inseparables en Nueva York, e irían juntas a la universidad; sus padres eran multimillonarios, y eso era suficiente para que Cora la adorara.
- Y… aquel novio con el que fuiste al baile… ¿Quieres invitarlo para tu fiesta de cumpleaños? – Buscaba información, y concretar aquella unión – Pronto será tu presentación formal, y aquel chico es de buen aspecto para que vayas de su brazo…
- ¿A quién? – la había sacado de sus pensamientos. Abrazó su bolso, y se acomodó en el asiento de cara a su madre
- ¿No es el mariscal de campo? – Acotó su padre – El hijo del juez Hood…
- ¡Henry! – lo reprendió. Cuando ella hablaba, le gustaba dominar la conversación – Si Regina, ese…
- ¿Robin? – Puso los ojos en blanco – ¡Puff! – Exclamó – Terminamos… Es un chico muy infantil… Y me cansa que me persiga para todos lados, como perro faldero… – volvió a mirar por la ventana, abrazando su bolso
- Pero… ¡Regina! – Trató de suavizar el tono, y usar la psicología – Necesitas que un joven te acompañe en la presentación…
- ¿Y por qué es tan importante eso para ti? – Volvió a mirarla – A mí me tiene sin cuidado la presentación… ¿No los estoy complaciendo lo suficiente?
- ¡Regina! – su padre le pedía que se calmara, aunado a una expresión de súplica. No quería que se desatara la furia de su mujer
- ¡Tu padre tiene razón! – señaló
- ¡Pero si no ha dicho más que mi nombre! … – se burló
- ¡Y es más que suficiente jovencita! – le reclamó, subiendo el tono
- Voy a Princeton madre, porque así lo quieren ustedes… Creo que los complazco en todo… Pero ese evento superficial… – volteó los ojos – Me parece que es una estupidez… – sentenció
- ¿Una estupidez?... ¡¿Una estupidez?! – la mujer se estaba alterando, pero no estaba dispuesta a perder. Respiró profundo – ¡Ves que hay algo malo con tu hija Henry!... ¿A tu amiga Sarah también le parece una estupidez? – preguntó con malicia
- ¡Ella no soy yo! – ella también empezaba a molestarse. Su madre sabía que odiaba que la comparan
- ¡Ah, ves! – Se creía ganadora – ¡A Sarah claro que le importa!... Hasta a la chica ésta, la Ruby… ¡Ya quisiera ella tener esas oportunidades!
- ¡Cora! – su esposo le hablaba en tono de advertencia, indicándole que se controlara frente al chofer
- Si tanto te importa… ¿Por qué no va Ruby en mi lugar? – abrazó su bolso, y retó a su madre con la mirada
- ¡Regina! – otra vez su padre le pedía, con la expresión y su nombre, que no le echara leña al fuego
- ¡Está bien Regina! – Cora debía actuar con astucia – Aún falta para ese evento, y pues, quién quita que se presente hasta Ruby… Recuerda que va a trabajar en la empresa, esa es otra gran oportunidad… – siguió hablando, con tono sobrado.
Decidió ignorar los comentarios redundantes de su madre el resto del camino y concentrarse en sus planes al llegar, y en su preciosa carga
- ¡Regina! – su madre la llamaba por cuarta vez
- ¡Si! – exclamó asustada
- Es la cuarta vez que te llamo… – estaba molesta – ¿Acaso me estás ignorando Regina Mills?
La cosa estaba poniéndose color de hormiga, y es que a su madre le había dado fuerte por el tema de la presentación, los novios, y lo que se espera de una "niña bien".
- ¡Lo siento! – nuevamente abrazó su mochila. Tuvo que desistir, por su bien
- ¡¿Pero qué demonios cargas ahí?! – La ira de Cora se había desatado, parecía desquiciada – ¡Dame acá! – tiró de una de las asas
- ¡Madre no! – gritó desesperada, luchando por proteger su valiosa carga – ¡No! – dio un último tirón, y su madre casi acaba a sus pies.
Regina estaba paralizada. Cora la iba a matar. La mujer permanecía casi de rodillas, a los pies de su hija, en el piso del carro.
- ¡Regina! – apenas fue audible su voz.
Estaba en problemas. Vio cómo su madre se incorporaba, manoteando el brazo de su padre, que intentaba ayudarla
- ¿Pero qué te sucede hija? – trató de comprender y de racionalizar, previo a que la cólera de su esposa estallara.
Antes de que alguno pudiese articular palabra nuevamente, una sonora cachetada impactó el rostro de Regina, haciendo que su cabeza rebotara contra el cristal de la ventana
- ¡Cora! – exclamó, entre indignado y asombrado
- ¡Cállate Henry! – interrumpió sin gritar la mujer, cuyos ojos reflejaban la oscuridad de sus malas intenciones.
Regina no se llevó la mano al rostro. No le extrañaba la reacción de su madre. La mejilla le ardía, la cabeza comenzaba a dolerle; pero lejos de soltar su preciado cargamento, se aferró aún más a él, de forma imperceptible.
- No vas a poder estar las veinticuatro horas del día pendiente del bolso Regina… – le dijo, sin mirarla, ajustando sus ropas como si hablara con una extraña de cualquier cosa.
Su madre no volvió a articular palabra el resto del camino. Nadie lo hizo, en realidad. Su padre ocasionalmente le dedicaba una mirada cómplice, y ella, apretaba más su mochila.
En su bolso, protegía su pasatiempo secreto, uno que compartía con Ruby y que practicaban de niñas, entre risas y temores: La hechicería.
Varios libros de hechizos, mitología, entre otros. Ese era su gran tesoro, lo que protegió a costa de una cachetada y la ira de su madre. Era un entretenimiento sin mayores consecuencias, y por simple juego y curiosidad; cosas de niños, eso, y nada más.
Llegaron a la finca y su madre se bajó, entrado como bólido sin saludar a ninguna persona de la servidumbre, y sin dar mayores explicaciones.
- ¡Vamos Regina! – su padre le extendió la mano, para ayudarla a bajar, abriéndole la puerta y regalándole una apenada sonrisa.
Cuando se trataba de Regina, Henry Mills era un consentidor amoroso, pero si esas licencias suponían enfrentarse a su mujer, quedaba anulado por completo. A su hija siempre le molestó esa actitud de su padre, aunque lo amaba tanto que respiraba profundo y se reconciliaba con la imagen paterna.
Henry colocó su otra mano en la mejilla enrojecida, producto del golpe recibido, y la acarició. Regina le devolvió la sonrisa y lo abrazó, sin soltar su mochila para nada.
Al separarse, recorrió con la mirada el lugar, a todos los presentes que salieron a recibirlos, pero no logró ubicar a Ruby. Eso la hizo contrariarse y ponerse de mal humor. Su padre pareció percibirlo y la tomó del brazo para entrar a la casona
- Ruby llega mañana… – le susurró al oído, su confidente padre.
Lo miró asombrada y volvió a sonreírle. Él daba todo por ver a su hija feliz.
Después de saludar a todos con afecto, se retiró a su habitación y cerró con llave. Hacía ya años que conservaba la original y la copia de acceso a su habitación, en aquella propiedad de campo.
Tomó un largo baño caliente en la tina y se dedicó a desempacar, contemplar aquellos libros mágicos que tantas experiencias y secretos guardaban.
Al día siguiente, dejó bajo llave aquellos tesoros al igual que su habitación. Su madre tendría que violentar sus sistemas de seguridad y pasar mucho trabajo, antes de llegar a sus preciados libros de brujería.
Desayunó con su padre. De Cora no había señales de vida, al igual que de Ruby
- Deberías ir a las caballerizas… – le indicó su padre, como si cualquier cosa.
Regina, que estaba vestida para cabalgar sin problemas, entendió la indirecta del hombre, le sonrió ampliamente y se dispuso a hacerle caso
- ¡Gracias! – Lo abrazó por la espalda y lo besó en la mejilla por unos segundos – ¡Te adoro papito! – salió a toda prisa, dando saltitos de alegría.
En el preciso instante que dejaba el comedor, por la puerta opuesta, ingresaba su madre con cara de pocos amigos
- ¿Se puede saber a dónde se dirige Regina? – miró a su esposo con desprecio
- Va a practicar equitación… – respondió, abriendo su periódico
- ¿Y eso la hace tan feliz? – Se disponía a desayunar – ¡Café! – señaló su taza, sin ver a la cara a la chica que esperaba para servirle
- ¡Si Cora! – Suspiró – Sabes que ama a su caballo y que su talento en la equitación es innato. Graham Humbert, el hijo del General… ¿Recuerdas?... – sabía cómo controlar a Cora
- ¿Aquel que estaba en la escuela militar?... – expresó un repentino interés por la conversación – ¿Su prima no va la misma escuela que Regina?
- ¡Si!... Vio a Regina en el club el otro día y le impactó su talento… Además de su belleza – le dedicó una mirada cómplice – Es bueno que siga cultivándola… Además, pienso que a Regina no le es totalmente indiferente
- ¡Interesante! – Estaba repentinamente animada – Es muy buen partido y es guapo… Y además, su casa de campo colinda por el Este…
-xXx-
Regina llego corriendo a la caballeriza y la encontró desierta de personas, mas no de caballos. Rocinante relinchó al escuchar su respiración
- ¡Belleza! – Se adelantó al espacio que habían destinado para su corcel favorito – El viaje fue…
Quedó impactada, al ver que el caballo no estaba sólo. Ya tenía la montura ajustada y lo acicalaban. Pero eso no fue lo único que dejó sin habla a Regina. La chica que cepillaba a su caballo era increíblemente hermosa.
La miró y le sonrió de forma cálida. Alta, atractiva. Su piel blanquísima, en contraste con su largo cabello castaño oscuro de visos rojos. Y sus ojos, de un azul verdoso único
- ¡Hola Regina! – se acercó a la morena, que permanecía con la boca parcialmente abierta, y los ojos como abiertos platos
- Ru… ¡¿Ruby?! – sin duda era ella. Sus hermosas pecas y su mirada cálida se lo reveló – ¡Ruby! – de un salto fue a abrazarla.
Se aferró a su amiga de la infancia, y ésta, después de unos segundos, le correspondió. Se separó de ella, para verla mejor, le sonrió mirándola a los ojos, y la volvió a abrazar
- ¡Te extrañé tanto! – empezó a sentir que ella era la más emocionada de las dos. Percibió el aroma a manzana y canela de la chica y se estremeció.
Se separó de ella y observó que lloraba
- ¿Ruby? – nunca fue muy comunicativa. Regina era la que hacía y deshacía en sus travesuras
- ¡Yo también… te extrañé! – bajó la vista.
Desde ese instante, volverían a ser nuevamente inseparables, para bien o para mal.
Ambas montaron a las bestias y se dirigieron por el sendero, hasta la cascada. Se contaron todo lo que pudieron. ¿Qué hacían? ¿Cómo les iba en los estudios? ¿Qué otros talentos tenían? Regina redescubría a Ruby con satisfacción y curiosidad. Eran muy afines y eso no le extrañó; siempre lo habían sido y sospechaba que todos lo notaban, en especial su madre.
Reían y hablaban de sus recuerdos de la infancia. Las travesuras, por las que regañaban a Ruby, y que Regina, valientemente aceptaba. Nunca fue una niña miedosa o injusta.
- ¿Te acuerdas de la vez que le diste laxante a tu instructora de piano? – Soltó una carcajada – Que querías que jugáramos a revivir a tu lagartija…
- ¡Ruby! – se sonrojó y rio con ganas – ¡Pobre mujer! – La voz de Ruby se le antojaba hermosa – Y nunca revivimos a Gertrudis…
- ¡¿Gertrudis?! – Sus carcajadas, resonaban en el bosque de camino al pozo – ¡Verdad!... que ese era el nombre de la lagartija… ¡Gertrudis!
- ¡Si! – Casi lloraba de la risa – Y mi mamá me castigó por el resto del verano… – se entristeció de forma repentina – Ese fue el verano, donde decidieron que debías estudiar lejos… – bajó la mirada, concentrándose en acariciar a Rocinante – ¡Lo siento Ruby!
La chica se paró en seco, haciendo que Regina se detuviese también. Ésta última, se volteó a mirarla llena de vergüenza
- ¡Oye! – Exclamó Ruby brindándole una gran sonrisa – Esa fue una tremenda oportunidad que me quisieron obsequiar tus padres… Yo nunca podría haber tenido una educación así… ¡Ni en sueños!
- ¡Lo sé! – Ella le sonrió con ternura – Es sólo que me quedé muy triste, porque ya no serías mi compañera de juegos nunca más… – volvió a sonreír – No te puede ver antes de que partieras, y pues… Sentí que fue mi culpa que eso pasara…
Ruby, con extrema habilidad se bajó de Apple, la otra yegua de Regina, y se acercó a ésta mirándola con intensidad a los ojos
- ¡Sabes que no fue tu culpa! – estaba seria, pero relajada. No era sólo condescendiente – Que son cosas que se dieron de esa manera… Y bueno, resultaron para bien, de una forma u otra…
Regina estaba hechizada por los hipnóticos ojos verdes y azul de Ruby. Escuchó cada palabra que decía, observó sus labios rojos y carnosos pronunciarlas. El calor se instaló en su corazón y en sus mejillas
- ¡Si! ¡Lo sé! – volvió a sonreír, con esa mezcla de dulzura y ternura, que era capaz de hacer feliz a cualquiera
- Y aún podemos ser compañeras de juegos… – hizo una especie de gesto malicioso, que culminó por hacerla abochornarse
- Pues si… – sostuvo Regina, tratando de entender eso último que había pasado.
Se quedaron mirando fijamente, y un silencio incómodo se mantuvo el resto del camino. Llegaron hasta la cima de la cascada y bajaron por el sendero llano hasta el pozo; dejando a Apple y a Rocinante debidamente amarrados.
Regina se quitó las botas y las medias y se sentó en una roca a las orillas de aquel hermoso paraje. Sintió el agua fría mojar sus delicados pies y un escalofrío la recorrió por completo. Ruby la seguía de cerca, mirando con atención cada movimiento de la hermosa morena
- ¡Ya no eres más pequeña que yo! – sentenció. Volteó a mirarla, desde su posición inferior
- ¡No! – se sonrojó. Suspiró – ¿Seguiste estudiando piano? – se arrodilló al lado de Regina, y empezó a lanzar piedras al agua
- ¡Sí! – soltó esa palabra, en un gesto de gracia
- ¡Yo aprendí a tocar el violín! – respondió orgullosa
- ¡En serio Ruby! – La miraba con verdadera admiración – No tenía idea… Tu mamá no me lo contó… Siempre preguntaba por ti y me decían que eras de las primeras de tu clase…
- Je, je… ¡Pues si! – se ruborizó.
Otra vez se miraban de reojo y el silencio las rondaba. Se escuchaba el sonido de la caía de agua, del movimiento río arriba, de toda la naturaleza que las cercaba
- Recuerdas que solíamos venir aquí a nadar, desnudas y con frío… Y que hacíamos fogatas con "la abuela" y hacíamos "magia"… ¿Lo recuerdas? – Suspiró – Sí que fueron buenos tiempos… ¿Verdad?
- ¡Si! – Sonrió – Lo fueron sin duda… Y aún podemos nadar aquí… – le hizo un gesto con las cejas. La expresión de su rostro era de picardía y malicia.
Regina observó por unos instantes cómo Ruby, su ahora perfecta amiga de verano, empezaba a quitarse las botas, las medias, la blusa
- ¡Ruby! – Se abrazó, como si los botones de su camisa amenazaran con salir volando solos – ¿Qué haces? – la miraba con recriminación, mientras recorría con la vista todos los alrededores
- ¿Tú qué crees? – No paró de desvestirse hasta quedar en ropa interior – ¡Ay Regina!... ¡Vente! – Caminó, se montó sobre unas piedras, dispuesta a lanzarse en aquella poza extendiéndole la mano – ¡Vamos, que estamos solas! – terminó de quitarse la ropa interior desvelando su desnudez, lo que dejó sin aliento a Regina.
La vio recibir la brisa en su cuerpo, cerrar los ojos e inhalar profundo y lanzarse de clavado, en una de las partes más profundas. Ella estaba en shock, viendo cómo se zambullía desnuda aquella escultural chica, sin duda más desarrollada que ella, en ese entonces
- ¡Regina! – Le gritó la chica – ¡Vamos!
- ¡Voy! – Salió de su ensimismamiento y recuperó el valor – ¿Está fría?
- ¡Claro que está fría! – reía a carcajadas – Como siempre… Aunque sea verano… ¡Ven! – le hizo un gesto con la mano y se hundió por unos segundos.
Repitió la acción de Ruby y se montó en aquellas piedras. Sintiendo la mirada penetrante de su amiga, se fue retirando la ropa interior. Primero el brasier, dejando al descubierto sus pequeños, pero hermosos senos. Sentía que un calor punzante la recorría toda. Su corazón latía apresuradamente y lo sentía a punto de salir por su boca. Hasta su delicado sexo de adolescente en evolución, latía.
- ¡Vamos! – le sonrió con malicia – Que no es nada que no haya visto ya…
Le respondió al gesto y, de golpe, retiró su panty y se lanzó al agua. La otra chica se acercó nadando, al verla salir a la superficie
- ¡Ah! – Gritó – ¡Qué fría está!
- ¡Si! – Se acercó más – Pero al rato te acostumbras… Y mira… Ya el sol se levanta y nos secaremos rápido… Vamos a apurarnos – le echó agua en el rostro a Regina y huyó
- ¡Ahhh! ¡Me las pagarás! – la persiguió para hundirla.
Juguetearon unos minutos, intentando hacerse de la victoria: ser la última en hacer tragar agua a la otra. Se dirigieron hasta una zona, donde podían tocar el fondo con los pies. Sus cuerpos empezaron a rozar y, de repente, ya no bromeaban, sólo se veían a los ojos muy cerca la una de la otra
- ¿Quieres jugar un poco más? – dijo resuelta Ruby, con un dejo de nerviosismo y timidez.
Sin duda había cambiado. Regina, que siempre lideraba las travesuras, que solía ser la más atrevida, se había quedado atrás respecto de la nueva y mejorada pecosa
- ¡Si…! – arrastró con temor la palabra.
En ese instante, la chica la tomó por la cintura acariciándola en el proceso. Hizo que sus cuerpos se unieran casi por completo. Los prominentes senos de Ruby, rozaban los tímidos de Regina
- ¿Recuerdas nuestros hechizos? – susurró
- ¿Los de amor? – Regina tragó grueso y prosiguió – Si… los recuerdo…
- Yo hice uno para ti, hace un año… Para volver a vernos… – le sonrió.
Regina se estremeció. Ella no había tenido ese tipo de contacto con ningún chico; los que, de paso, le llamaban poquísimo la atención. Pero Ruby, ella sí que le atraía.
- ¿En… en serio? – estaba temblando, pero no por el frío
- ¡Si! – miraba los labios de la chica. Deliraba por ellos.
Vio a Ruby cerrar los ojos y terminar de acercarse para besarla. Eso la tomó por sorpresa, porque aunque lo esperaba, no pensó que lo deseara. Sus labios se unieron en un beso inocente, mientras ella no pudo hacer otra cosa más que imitarla y responder ante aquel deseo.
Por unos segundos, se sintieron en aquel tacto y notó que su antigua amiga, debía tener algo de experiencia besando; y haciéndolo con chicas, porque en seguida la tomó por los glúteos, con una familiaridad y seguridad que la dejó pasmada.
- Ruby… ¡Para! – se separó ligeramente de ella.
La chica entendió la mirada de la morena. Ella nunca había tenido un contacto semejante, tan íntimo y personal. La acarició con ternura por la mejilla y la abrazó con fuerza.
Ese acto, fue el inicio de algo hermoso. El primer amor de Regina, que había nacido en sentimientos desde la niñez pero que, físicamente, se descubría hasta hoy. Era sorprendente cómo, en algunas horas, había cambiado todo aquello que quería de la vida.
El resto de los días pasaron entre besos, escapadas, y largas conversaciones nocturnas, acompañadas de caricias y ciertas enseñanzas exploratorias de Ruby para con ella. También se dedicaron a ocultarse de Cora, que las asechaba cada vez más de cerca.
Ella sabía que su madre nunca aceptaría tal cosa. Su hija, la perfecta Regina Mills, no sólo confraternizaba, por decirlo menos, con la servidumbre, sino que esa "servidumbre" era una chica. A Regina Mills también le gustaban las chicas. Bueno, no las chicas, esa chica: Ruby Lucas.
Se perdían en los ojos la una de la otra. Se acariciaban con deseo pueril y con inocencia de amor. Todo era perfecto y maravilloso. Hacían conjuros fantásticos para detener el tiempo, o para que su madre se quedara mucho más en sus siestas. Y parecía que funcionaba, porque sentían que tenían cada vez más tiempo para amarse en secreto.
Uno de esos maravillosos días, Regina interrogó a Ruby sobre su pasado y su experiencia
- Red – así le decía de cariño, porque solía usar un abrigo rojo de niña. El único que tenía para el invierno – ¿Has besado a muchas mujeres?
- ¿A qué viene eso Regina? – le respondió con una pregunta en tono divertido – ¿Estás celosa?
- ¡¿Celosa yo?! ¡Puff! – Le restó importancia – Sólo quiero saber… Porque… pareces tener mucha experiencia, y me llevas poco más de un año… Por eso lo pregunto…
La chica la miró con sospecha, pero entretenida con el comentario
- Te diré, si me respondes algo antes… – colocó una expresión pícara en el rostro
- ¡A ver! – se molestó un poco – ¡Si no me quieres responder, no me pongas trampas ni condiciones!
- ¡Vamos Reg! – También le tenía ese apodo, en contraste al suyo – Es sólo una broma… No soy una loba mañosa – se restregó en su brazo…
- ¡Está bien! – la hizo reír
- ¡Shiii! ¡Que nos pesca tu madre! – Le tapó la boca y la morena se vio forzada a reír en silencio – ¿Habías besado a alguien antes de mí? – sabía que la respuesta era afirmativa
- ¡Si! – dijo con vergüenza, bajando la mirada – ¡Pero un par de besos nada más! Y sin lengua…
- ¿Fue aquel chico, con el que te molestaba tu madre? – continuó
- Si… Robin… Y te juro que no sé ni cómo terminé siendo su novia… Lo único que me llamaba la atención de él era su estúpido tatuaje de un "León" – se levantó de la cama, cerrado el libro de magia celta que tenía en las piernas – Olía… a bosque, a… a… "silvestre" – era despectiva – Pero, un día antes de sus dieciséis se escapó de casa, y se hizo ese tatuaje… Todos lo creíamos un rebelde
- ¡Caramba! ¡Te gusta! – dijo en tono irónico
- ¡¿Cómo se te ocurre?! – se volteó furiosa, auto regulando el volumen de su voz hasta susurrar a gritos – No me gusta en absoluto… Pero él era el chico más popular de la secundaria, y pues…
- Y tú eras la más popular… La más bella… – se levantó, cerrando los demás libros de hechicería – Él es millonario y tú tienes una gran herencia… Así que, sacando cuentas, es un buen partido…
Se había colocado frente a Regina y sus ojos no dejaban de buscarse con necesidad. Se notaba la tristeza en sus palabras; eso hizo que la morena bajara la intensidad de su molestia
- No fue por eso que me hice su novia… – dijo serena – Y ya te conté que, siendo honesta, no sé ni cómo pasó. Mi amiga Sarah dice que es como un don… Cosas maravillosas me pasan, sin saber cómo… "El gran absurdo", así lo llama…
Sonrió bajando la vista, de forma inocente y pícara, con un cierto aire de satisfacción
- Y supongo que tiene razón – la miró con intensidad, acercándose un poco más a su "amiga" de la infancia – Porque… ¡Míranos! – puso sus manos en los hombros de la chica. Se quedaron mirando unos segundos en silencio. Hasta que Regina lo rompió, en tono amoroso – Pero no creas que vas a evadir mi pregunta Ruby Lucas… ¿Has besado a muchas mujeres?
- ¡Regina! – Le sonrió – No he besado a "muchas" mujeres, sólo a dos… Contigo, tres…
- ¡Oh! Ya veo… – se sentía un poco desubicada, como fuera de lugar
- Te explico… Lo que quería preguntarte es, si siempre te habían gustado las chicas o cómo lo supiste… – se zafó del agarre con delicadeza, apartó los libros de la cama – Porque yo, desde que tengo uso de razón sobre la sexualidad, las veo… Siempre me han gustado… Entonces, quería preguntarte… ¿desde cuándo sabes que te gustan?
Terminó de retirar los tomos, colocándolos en el lugar secreto que tenía la morena para resguardarlos, y se tendió en la cama, mirando hacia el techo, con los pies en el suelo y los brazos cruzados sobre su estómago.
Regina permanecía en silencio, impactada por la pregunta. Casualmente, no era algo que ella supiera de cierto, o hubiese meditado a profundidad. Solía enfocarse tanto en sí misma, que no había tenido tiempo de meditar sobre "esas cosas"; sobre todo porque, en una ciudad como Nueva York, tan avanzada y a un ritmo acelerado, no daba chance de que se consideraran, especialmente porque se ven como algo natural.
- Ruby… Yo… – dijo, para volver a callar
- ¿Soy la primera mujer en la que te fijas? – Volteó a mirarla desde su posición en la cama – Háblame con confianza Regina, conmigo no tienes por qué sentir pena
- Pues… ¡Sí! – se dejó decir tímidamente, unos segundos después – Es decir… Ahora que lo pienso, he visto a jóvenes que me llaman la atención físicamente, pero sobre todo, intelectualmente… Y es que lo mismo me pasa con las mujeres – se sentó a su lado, observado que volvía a mirar al techo. Entonces se recostó a su izquierda – Sólo que, con éstas últimas he tendido a fantasear un poco más, a preguntarme ¿cómo sería besarla?, por ejemplo…
- ¿Y con los chicos no te pasa? – volteó a verla
- ¡No!... Bueno sí, pero sólo una vez – aclaró – Con un chico que conocí en el baile de invierno, éste año… Lo que hizo que Robin se pusiese celoso… Y, de hecho, por eso terminamos…
- ¿En serio? – Sentía curiosidad por los detalles – Y entonces… ¿te hiciste novia de ese otro chico?
- ¡No! ¿Cómo crees? – Soltó una sonrisita, entre pena y suficiencia – Es muy lindo, caballeroso, maduro y extremadamente inteligente… Además, practica en el club… Pero no, es dos años mayor que yo, y ya va a la universidad… Sólo acompañaba a su prima al baile
- ¡Entiendo! – Miró nuevamente al techo – Por lo que veo, también es millonario…
- ¡¿Cuál es el tema con eso?! – Empezaba a sentirse incómoda por el tono que usaba Ruby, cada vez que mencionaba la parte económica – ¿Me consideras diferente, o también me etiquetas por eso?
- ¡No! – Se levantó – No Regina, disculpa… Es sólo que… No me ha tocado fácil a mí, y son cosas que apenas te he contado, muy por encima, haciendo énfasis en las cosas buenas y no en las malas – su mirada se llenó de tristeza, y se proyectó, haciendo ver sus ojos vidriosos por las lágrimas…
- ¿Por qué no me lo cuentas? – se sentó y abrazó a la chica, después de darle un casto beso en los labios…
Ruby hizo que ambas permanecieran abrazadas, y se volvieran a tender en la cama en esa posición, acomodándose para dormir
- Cuando éramos niñas… ¿Me querías? – la miró llorando
- Pues… ¡Sí! – entendió que esa era la pregunta que Ruby quería hacer – De una forma excesiva y exagerada, pero más inocente y casta que la actual… Pero sí… Y creo que mi madre lo notó…
- ¿Querías besarme entontes? – seguía indagando
- ¡No lo sé! – Suspiró – Pero creo que me gustaba más jugar "al papá y a la mamá" contigo, que a las hechiceras… A menos que se tratara de hacer hechizos de amor, que en secreto te decía que eran para David, pero eran para ti…
- ¡¿En serio?! – Reía con timidez, ahogando su llanto, susurrando – Yo hacía lo mismo… Y siempre me preguntabas "¿a qué jugamos?", yo disimulaba hasta decir como sin ganas, "¿al papá y a la mamá?" – rieron
- No… Pero eran juegos inocentes – paraba de reír
- ¡Si! – Era verdad, no había mala intención o curiosidad mal sana en aquellos juegos – Pero yo si quería besarte, desde entonces… Siempre fuiste la niña más linda que había visto… Y lo seguiste siendo. Nunca vi ojos iguales… – ahora la miraba con intensidad
- ¡Ruby! – estaba conmovida y sin palabras
- ¿Y tú? – quiso saber
- La verdad… no… No lo veía de esa manera – fue honesta – Me daba hasta miedo cuando jugábamos, que nos descubrieran o algo así… No sé. Tal vez por eso no me daba cuenta – esperó unos segundos, y retomó – ¿Qué es eso malo que te pasó?
La joven interrogada se incorporó para sentarse en la cama, al lado de la morena, que permanecía acostada viéndola con interés
- Pues… Yo me di cuenta que tú me gustabas, cuando tuve conciencia de qué era gustarle a alguien… Y, obviamente, con eso me di cuenta que no me iban en absoluto los hombres. De hecho, creo que siento repulsión por ellos si soy honesta. Pero me encantan las mujeres: su cuerpo, su olor, su naturalidad e inteligencia… Dones que tú posees en exceso – volteó a mirarla con picardía
- ¡Entiendo! – Hizo una pausa para agarrarle la mano – ¿Entonces fui tu primer amor?
- ¡Si Regina! – Aceptó el gesto, aferrándose a ella – Mi primer y único amor…
- ¿Y las otras dos chicas? – preguntó, de forma seca
- ¡Curiosidad! – Prosiguió – Desamor, supongo. No tenía muchas esperanzas de verte… Y es que, en el instituto para señoritas católicas al que me mandaron, no me quedaba más que estar en mi elemento, pues éramos puras mujeres.
Regina se sentó también, para estar en posición de mirar los hermosos ojos turquesa de Ruby, y captar toda la emoción de su relato. Deseaba saber todo de ella, de primera mano
- Sé que te ha ido bien… Que eres una de las mejores de tu clase, y que también te dedicas a las artes – inició Regina
- No debes sentirte culpable de que me haya ido Regina… Tú no tienes la culpa en lo absoluto – su rostro se entristeció y sus ojos se apagaron
- ¡¿Qué dices?! – se acercó extrañada
- Sí, me ha ido bien… He tratado de estar a tu altura Regina, a lo que tus padres querían de ti, como una fantasía infantil de que así te gustaría más – continuó – Pero el hecho de que me enviaran a aquel internado, no tiene nada que ver contigo…
- ¡Claro que sí! – era obstinada – Recuerdo claramente el día del laxante para la profesora de piano, y que nos encontraron en el bosque durmiendo abrazadas… Claro que era por el frío, pero mi madre se enojó tanto… En especial porque estaban sus invitados en casa…
- ¡Si! – Le colocó su dedo índice en los labios, para que no la interrumpiera más – Necesito que escuches lo que sucedió y que, por favor, no me interrumpas… Si no, no sé si pueda contártelo todo.
Regina asintió, besando con amor aquel dedo, luego su mano y sus labios. Ruby respiró profundo, cerrando los ojos unos segundos y aferrándose a las manos de la morena; luego perdiéndose en sus hermosos ojos marrón avellana
- Supe que tu madre te pegó, muy duro, y fui a hablar con mi abuela para decirle que era mi culpa – comenzaba a llorar – Tu madre siempre fue violenta contigo, y yo no quería eso para ti… Quería que intercediera por ti.
Respiró profundo, y las lágrimas escapaban de sus ojos sin control. Soltó la mano de la morena, y se secó las lágrimas que habían caído
- Ella fue a hablar con tu madre, y yo me quedé afuera, por donde habían estacionado los carros de los invitados… No me atrevía a entrar a la casa grande. Estaba muy asustada – prosiguió con su confesión, conservando la postura infantil de aquel momento – No quería que tu madre me viera y pensara que quería escabullirme hasta tu cuarto. Te vi sentada en la ventana llorando, viendo hacia afuera… Estabas desconsolada…
Regina acarició sus mejillas, empapadas en llanto. Se acercó más para escucharla ya que, entre el llanto y los susurros, casi no podía hacerlo. Recordó claramente llorar, sentada en el muro bajo la ventana, donde se colocaba a leer actualmente.
- Allí – señaló la chica, secando también sus lágrimas – Y fue entonces que… se me acercó – bajó la vista y guardó silencio
- ¿Quién? – dijo de repente
- ¡No lo sé! – Su llanto arreció – Estaba oscuro y no alcazaba a verlo con claridad. Estoy segura que era uno de los señores millonarios, que visitaban a tu madre… Bueno, a tus padres
- ¿Qué te hizo? – Regina se crispó. Trató de negarse lo que suponía, haciendo preguntas inocentes – ¿Te delató? ¿Te pegó?...
- No Regina – la miraba con dolor – No voy a entrar en detalles, porque todo es muy confuso, y lo que alcanzo a recordar me duele en el alma y me llena de terror…
- ¡Tranquila! – apretó aún más sus manos
- Me golpeó, y… y… abusó de mí… – empezó a costarle respirar y acallar su llanto
- ¡Ruby! – la abrazó. Sentía que le dolía el pecho. Sentía odio y mucha indignación – Estoy aquí… Nada ni nadie nos separará ahora…
La chica se desahogó un buen rato en silencio, mientras Regina acariciaba sus largos cabellos castaños con mechones rojizos. Cuando se separaron del abrazo, continuaba sollozando, con la mirada perdida y gesto inerte
- ¿Ruby? – le llamó
- ¡Lo siento! – Hacía respiraciones – A veces se me olvida lo mucho que esto duele – Terminó de limpiarse el rostro, mientras inhalaba y exhalaba – Yo… quedé muy mal… Apenas era una niña de doce años, y pues aún tengo cicatrices. Fue, además de obviamente traumático, muy violento…
Paró de hablar, con un aspecto escalofriantemente sereno. Se alejó un poco de Regina y se hizo cola de caballo en el larguísimo cabello
- Cuando me encontraron por el sendero, ya era de madrugada – se levantó, y se apoyó de uno de los pilares de la cama apartando la cortina – Estaba muy mal, había perdido sangre… Me llevaron de emergencia al hospital del pueblo y descubrieron lo que me pasó… Iban a averiguar, pero… – bajó la cabeza, suspiró, y se dirigió a la ventana sin llegar hasta ella – Tu madre habló con el sheriff, y buscó que no se supiera, porque luego eso me iba a marcar y todos hablarían de ello… Decidió que nadie debía verme el resto del verano, y que, al recuperarme, me llevarían lejos a un internado donde estuviera segura.
Regina estaba en shock. Ella nunca supo nada de aquello. Cómo saberlo si tenía tan sólo diez años de edad. Había pensado que era cruel que se llevaran a Ruby tan lejos, y que no les habían permitido despedirse siquiera
- Pero… Por más que quisieran protegerte… Debieron averiguar quién era… ¡Ellos debieron hacer algo! – alzó un poco la voz, y luego se dio cuenta de que no servían de mucho sus palabras – Yo… – se quedó callada, ante la mirada inerte de su enamorada
- Tú eras una niña hermosa, con una paliza encima, y con muchas suposiciones en la cabeza – se acercó, colocando su mano en la mejilla – Y lo que yo tuve que pasar, no se lo deseo a nadie… Crecí abruptamente, y te extrañé tanto. Lo poco que sabía de ti era lo que la abuela me decía, cuando me visitaba. Entonces, decidí que debía estar a tu nivel y esperar paciente el momento de verte
- ¡Ruby! – la abrazó
- Tranquila – ella era la que trataba de confortar a la morena, cuando debía ser al revés
Regina se separó sorprendida. Ruby estaba bastante rara desde la confesión, y era claro que se debía a lo duro que fue repetir lo que le sucedió en palabras. Recordar aquella atrocidad la había hecho deprimirse, y a ella encolerizarse con sus padres, en especial, con su madre.
Estaba muy claro que Cora había guardado las espaldas de algunos de éstos ricos desgraciados. Eso la hizo sentir terriblemente enojada, y a la vez asqueada. Aquel hombre que violó a su amiga, podía haber comido a su lado por aquel entonces; peor aún, el desgraciado que la había ultrajado tal vez asistiría a su fiesta de cumpleaños
- ¡Ruby! – Tenía esa expresión de terror en el rostro – Tal vez esa persona siga frecuentándonos – tenía que advertirla
- ¡Lo sé! – Dijo sin más – Lo he supuesto siempre, pero nada me iba a apartar de mi deseo de encontrarte nuevamente. Y ya no soy una frágil niña de doce años… Ha llovido mucho Regina
- ¡Dios! – se llevó la mano a la boca. Rompió en llanto, dirigiéndose a la cama para no caer en el piso – ¿Cómo he podido estar ajena a todo por tantos años? – las lágrimas caían sin control de sus hermosos ojos color avellana
- ¡No Regina! – Corrió a consolarla – No quiero que te sientas responsable de nada. Tú eres tan inocente como yo…
- Pero ellos… – bajó el tono – ¡Pero ellos no lo son! – sentenció sobre sus padres
- Tu padre nunca lo supo – aclaró
- ¿Cómo? – se cuestionó
- Me dijo mi abuela, que él estaba consolándote aquel día – prosiguió – Y que, a modo de protesta, no bajó más a la fiesta… Se excusó y se quedó a tu lado
- ¡Es cierto! – suspiró para calmarse.
Ambas se quedaron calladas, mirándose. No se decían nada, no era necesario. Regina precisaba que la perdonara por no saber, y Ruby, que sólo se quedara a su lado. Fue un acuerdo tácito. Ella no tenía responsabilidad en las acciones de sus padres, pero sí en la felicidad que, de ahora en adelante, le brindaría a Ruby.
Llevaban un rato acostadas, ya se habían calmado, y se acariciaban en silencio. Por precaución, habían apagado la luz de la lamparita; así nadie las molestaría y hablarían un poco más
- ¿Y cómo se llamaban? – de repente rompió el silencio
- ¿Quiénes? – creía entender la pregunta, pero hacer enojar a la morena era divertido
- Pues las dos chicas esas, a las que has besado… ¡Esas Ruby! – le dijo, enterándola con su tono, de que sabía de sus malas intenciones – Porque… ¿sólo las has besado? ¿O no?
- Ha, ha, ha… – soltó unas carcajadas contra la almohada
- ¿Te burlas de mí? – susurró molesta, en un tono más audible
- ¡No! – Trataba de controlar su risa – Es que te ves muy tierna cuando te molestas… Una ternurita molesta – siguió riendo
- Sigue… Sigue y evade, Ruby Lucas – le advirtió, contagiándose de su risa
- ¡Mérida y Dorothy! – Dijo de repente – Mérida fue la primera chica a la que besé, fuera de un juego de "papá y mamá" – Le dedicó un giño – Bueno, ella fue la que me besó… Es que ella tenía ese ímpetu de conseguir lo que quería, de ser valiente y enfrentarse a todo – sonrió
- ¿Cómo era? – tenía curiosidad. Una sensación, como de frío en el estómago, la hizo sentir un poco incómoda con las confesiones de Ruby
- Pelirroja, pecosa, de ojos claros – se volteó, colocándose de lado para ver a Regina en la oscuridad – Tenía un cabello rizado y abundante, hermoso. Era muy dinámica y le gustaban los deportes… Y yo pues, coincidía en la equitación con ella. Pese a ser un internado de monjas, era para señoritas muy acomodadas, así que, el aprendizaje de la etiqueta y todo lo que debe tener una esposa de sociedad, estaban a la orden del día – volvió a guiñarle el ojo, que no supo si Regina vio
- ¿Qué edad tenías? – prosiguió
- Yo, catorce, y ella trece – sonrió – Era más precoz que yo… ¿Y tú?
- ¿Y yo qué? – contestó
- ¿Qué edad tenías cuando el fulano Robin te besó? – aclaró, sin molestarse como la morena
- Pues, fue reciente… Así que dieciséis – dijo con superioridad
- ¡Vaya! – Se sorprendió – Siendo tan hermosa… Yo te habría besado ese verano a los diez – sonrió – Y si él no se hubiese propasado con ese beso, yo tendría tu primero…
- ¡Tonta! – Le devolvió la sonrisa – Lo hiciste, a nuestro modo infantil. Y pues, tienes mi primer beso con una mujer, que es más de lo que yo puedo decir – la pellizcó en el hombro
- ¡Auch! – Rieron – Dorothy, era mayor que yo – se dejó decir, como si nada – Con Mérida duré un año de besos, y encuentros furtivos pero inocentes, si se quiere. Pero ella acabó por cansarse de mí, y se fue con una chica de 13… Una asiática llamada Mulán. Las mujeres me encantaban, eso estaba claro, y yo llamaba mucho la atención de las que reconocían mi… Mis inclinaciones – aclaró – Pues, de eso no tardaron en enterarse unas profesoras, a las que les gustaba seducir alumnas…
- ¡Monjas! – dijo, sorprendida
- ¡No! Ha, ha, ha – le daba gracia lo dramática que era su enamorada – No todas las clases las daban monjas, o sacerdotes… Había profesoras, contratadas para las materias científicas, y las artes
- Entiendo… – se sentía apenada, por su asombro infantil
- Pues, como te decía, la profesora de artes plásticas gustaba de las mujeres… Y yo me había desarrollado – se señaló de arriba abajo – así tan hermosa como me ves… Entonces, llamé su atención
- ¡¿Con una profesora Ruby?! – estaba escandalizada
- Ha, ha, ha… No seas mojigata Regina – trataba de disimular que le dio un poco de vergüenza el comentario – Pues tampoco es que era una anciana. Tenía veintiséis años… Y había estudiado en aquel colegio, así que se sabía todos los trucos, las formas de salir y de evadir a la autoridad. Fue la favorita de sus profesoras y de las monjas… Entonces, mi época de rebelde terminó
- ¿Rebelde? – se extrañó
- ¡Bueno! – Se acomodó para hablar mejor – Es que, ya yo me destacaba en las asignaturas, y en el violín, entre otras actividades… Pero las chicas con dinero me hacían la vida miserable. Parece como si, al ingresarme, se hubiesen dado a la tarea de aclarar que era por caridad. Y las monjas, puff, eran muy duras. Así que, al suavizar el trato con ellas gracias a Dorothy, tuve el control del lugar… No sé si la época de rebeldía finalizó, o comenzó… Ahora que lo pienso bien – rio.
Su risa iluminaba el lugar, aunque fuese silenciada para no ser descubiertas; sobre todo si Regina reía con Ruby.
Sus confesiones no pararon. Se contaron todo, hasta el más mínimo detalle. Obviamente Ruby era muchísimo más experimentada que ella con las mujeres, pero le daba espacio a Regina para ir a su ritmo. Ella todavía era una niña, joven e inocente.
Ruby salió, cercana las doce de la noche, tratando de no ser vista. Esa operación encubierta no salió todo lo bien que ellas esperaban, puesto que Cora, que rondaba los pasillos con una jaqueca terrible, las había visto despedirse. Para ese momento, sólo vio un gesto inocente de complicidad; de hecho, le pareció que recién se hablaban, después de todos los días que habían trascurrido desde la llegada de la mayor.
