N/A: Los personajes de Ib no me pertenecen, como tampoco los escenarios aquí descritos. Todos ellos son propiedad de Kouri, creador/a del juego.
Preludio
El retrato olvidado
Al salir por el marco de aquel cuadro, la niña de ojos rojos abandonó para siempre el extraño mundo en el que los objetos inanimados se movían, las pinturas adquirían vida, y su estado dependía de los pétalos que tuviera aún su rosa. Olvidó todo lo acontecido allí dentro, incluso la horrible visión que había presenciado tan solo momentos antes.
Ahora, ni siquiera era un mero recuerdo. Todo se puso blanco. Las luces volvieron.
(…)
Ib abrió los ojos lentamente, encontrándose en el pasillo blanco de la galería. Detrás, tenía un enorme cuadro que no sabía identificar. Arte abstracto lo llamaban, o eso creía ella. Se acercó al cartel que colgaba debajo del marco.
-¿Mundo…? – entornó los ojos. No conocía la palabra que ponía a continuación. Se encogió de hombros, giró su cuerpo, y continuó andando por el pasillo. No recordaba lo que había estado haciendo antes, a lo mejor llevaba un buen rato vagando por la galería y su madre estaba ya preocupada por ella.
Cuando salió del pasillo, llegó a una sala un poco más grande abarrotada de gente. Más cuadros colgaban de las paredes, y algunas figurillas estaba expuestas con alambres alrededor para que no pudieran tocarlas o estropearlas. A ella le daban un poco de miedo esos maniquíes sin cabeza, por lo que decidió fijarse mejor en los preciosos cuadros que había.
Uno de ellos le llamó la atención más que el resto. Se trataba de un cuadro de un hombre, con el pelo morado y una gabardina algo raída y rota. Se le notaba algo triste en la expresión, casi parecía una persona de verdad. Lo más bonito de la imagen, para ella, fue la rosa azul que el joven sostenía entre sus manos; le daba cierta sensación de familiaridad, aunque no sabía la razón. A fin de cuentas, no había visto el cuadro antes, ¿o sí?
Ladeando un poco la cabeza, sin dejar de mirar el cuadro, Ib metió las manos en sus bolsillos para comprobar que no había perdido nada: tenía su pañuelo con su nombre bordado en el bolsillo derecho, y un mechero en el izquierdo.
… ¿Un mechero? Lo sacó con curiosidad y un poco asustada. Era un objeto un poco peligroso para que lo tuviera ella. Y además, no recordaba haberlo cogido de ningún sitio. Ninguno de sus padres era fumador, y en su casa utilizaban otra cosa para cocinar cuyo nombre no recordaba.
Acercó más la mirada al objeto.
Se podía distinguir un nombre grabado perfectamente en la superficie grisácea y brillante: Garry.
Garry… ¿quién era Garry? ¿Sería suyo ese mechero? A lo mejor lo había encontrado antes en el suelo y se lo había guardado sin pensarlo. Lo mejor sería decírselo a sus padres y que se lo dieran a alguien de la galería, por si el dueño pasaba por allí a preguntar por él.
Ya había dado un par de pasos en dirección a las escaleras que llevaban a la planta baja cuando, sin poder evitarlo, volvió a fijarse en el cuadro del muchacho con el pelo morado.
…
(…) "Ib…
… ¿sabes lo que son los puzles de leche? Son como un puzle normal, solo que las piezas son todas de color blanco. Así que, son más difíciles de terminar, pero más aburridos, porque no tienen un dibujo al final".
Se llevó una mano a la cabeza. Conocía esa voz. Conocía esa frase. Lo había hablado hace poco con alguien, pero, ¿con quién? No podía recordarlo…
"¡Vaya! ¿Tú también eres de la galería? ¿Te llamas Ib?"
Cerró los ojos con fuerza. ¿Quién era? ¿Quién era?
"Parece que si estas rosas pierden sus pétalos, nosotros salimos heridos, de alguna forma…"
"¡Tenemos que salir de este lugar, Ib!"
"Gracias, Ib".
"¡Espera, Mary…! Te cambiaré mi rosa por la de Ib. Así que devuélvesela, ¿de acuerdo?"
"Vamos, Ib, tenemos que devolvérsela a Mary".
"No quiero mentirte, pero tampoco quiero decirte la verdad…"
Ya no pudo contenerse más. Las lágrimas empezaron a salir de sus ojos sin que ella pudiera evitarlo. Se llevó ambas manos a la boca, y empezó a sollozar mientras, poco a poco, todos los recuerdos volvían a su mente. Volvió a mirar el cuadro, esta vez segura de que conocía al chico que salía en él.
Su nombre era…
"Oh, qué modales los míos. Mi nombre es…
… Garry".
Sus rodillas cedieron ante el peso de su cuerpo. Ya no era capaz de dejar de llorar. ¡Lo recordaba todo! Él era Garry, el mechero era suyo. Había cambiado su propia rosa por la de Ib para salvarla, y en consecuencia, Mary…
Intentó calmarse para pensar, pero no fue capaz. Estaban volviendo demasiados recuerdos al mismo tiempo. Se levantó, todo lo deprisa que pudo, y volvió corriendo a la sala del cuadro gigante, segura de que al examinarlo la última vez era cuando había sido llevaba al misterioso mundo.
Gritó, golpeó la pared con sus pequeñas manos esperando a que le dejaran volver a entrar, esperando poder salvar a Garry, pedirle perdón por lo que había pasado…
Pero no sucedió nada. Pasaron varios minutos, y ella se quedó allí, mirando la pintura, impotente. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Se había convertido su amigo en un cuadro para siempre?
-¿Ib? – dijo la voz de su madre, que había llegado al mismo pasillo en el que estaba ella. Como la niña ya no lloraba, sino que miraba al cuadro inexpresiva, creyó que no lo entendía bien -. Es arte abstracto, ¿lo entiendes? El cartel dice que se llama "Mundo Fabricado".
-¿Mundo Fabricado? – repitió la pequeña, mirando a su madre.
-Sí, así se llama. No sé qué quería expresar el autor con esto… tal vez su propio mundo interior, donde se le ocurrían las ideas para pintar – le sonrió a su hija, cogiéndole de la mano -. Vamos, cariño. Tu padre nos está esperando en la entrada.
Con un mudo asentimiento, Ib apretó la mano de su madre y dejó que la condujese hasta la entrada, donde, efectivamente, les estaba esperando su padre. Parecía que se había hecho un poco tarde.
Guardó de nuevo el mechero en su bolsillo, con cuidado de que sus padres no se dieran cuenta de que lo tenía. Su padre también le tendió la mano, para ir juntos los tres. Ella, antes de cogerla, se giró de nuevo hacia la galería, hacia donde había perdido algo… que jamás podría reemplazar.
Casi con seriedad, la niña tomó una decisión.
"Tal vez me cueste un tiempo, pero…" se dijo, cerrando un momento los ojos y evocando la imagen de Garry, que la miraba sonriente. "Volveré, Garry. Volveré a buscarte. Te lo prometo."
Volvió a girarse, agarrando la mano de su padre, y los tres salieron por la puerta por la que, horas antes, habían entrado a ver la galería de Guertena.
