Se había vuelto a quedar dormida en la sala, por lo que la cogió en brazos y la llevó escaleras arriba rumbo a su habitación, al dejarla en la cama no pudo evitar observarla, lo único que pudo pensar era en las mil y una preguntas que le hacía desde el año pasado, desde que tenía siete, desde que había comenzado a notarlo.
Sonrió.
Quizá algún día contestara a esas preguntas.
Quizá algún día le diría la verdad sobre esas cicatrices que tenía en los parpados y que nunca desaparecieron.
Quizá algún día le diría porque su madre siempre llevaba la catana a donde fuese, al centro comercial, al supermercado, incluso en su propia casa.
Quizá algún día le diría porque el tío Stiles pasaba días sin dormir, y cuando lo hacía despertaba entre gritos, quizá le contaría que para lograr que durmiera correctamente, en ocasiones, tenían que sedarlo.
Quizá le contaría porque la tía Malia viajaba por el país con regularidad, quizá le explicaría porque siempre tenía miedo cuando no sabía dónde estaba el tío Stiles.
Quizá le diría la razón de que el tío Derek pasara días completos en su forma lupina, recostado en el gran sillón de la reconstruida mansión Hale.
Quizá algún día le diría porque su tía Lydia, guapa e inteligente con un grandioso trabajo en Santa Bárbara, gritaba tan fuerte que hacía temblar las paredes, quizá le explicaría el hecho de que su mirada se volviera ausente, quizá también le explicaría porque se tapaba los oídos y susurra, rogando que acabara eso que la atormentaba, eso que hacía que el tío Derek corriera a su lado.
Quizá con el tiempo le confesaría porque Corey dejaba a Mason por días y después volvía para disculparse, o viceversa.
Quizá con el pasar de los años le diría porque Liam lloraba de la nada y cuando no lloraba, rugía destruyendo cosas a su paso, siempre murmurando un par de nombres, quizá le diría esos nombres y la razón de su tormento.
Quizá en su momento le diría la verdad detrás de las historias que le contaban los abuelos Yukimura o el Doctor Deaton.
Quizá podría hacerle entender porque los ojos de Derek, los de una Cora que abrazaba a un Isaac, se llenaban de agonía al mirar la fotografía de una guapa mujer rubia abrazada a un joven alto, negro y apuesto, quizá le diría que era la misma razón por lo que los ojos de Ethan como los de Lydia se ponían llorosos al ver la fotografía de cierto alfa, mientras Danny los rodeaba con los brazos.
Quizá le revelaría el nombre de la preciosa chica morena del cuadro de la casa que compartía la abuela Melissa con su nuevo esposo, Chris.
Entonces quizá le diría la verdadera razón de la mirada de asco, repulsión, miedo y desdén que la gente del pueblo de Beacon les dirigía sin ningún disimulo.
Su sonrisa se hizo más ancha.
Quizá algún día, en su momento, le contaría todo por lo que pasaron.
Pero para eso faltaban muchos años y se aseguraría de criarla con la fortaleza necesaria para soportar tanta verdad.
Se repitió que aún faltaba tiempo y quizá nunca se lo contaría, o quizá sí.
Quizá.
