Esta historia pertenece a MS, y los personajes a SM, yo sólo la adapte a nuestra pareja favorita porque me pareció demasiado buena como para ignorarla. Espero que les guste tanto como a mi, y recuerden que yo no gano nada con esto, sólo la satisfacción de realizar mi buena acción del día. Esta historia consta de 14 capítulos, espero que la disfruten tanto como mi historia anterior.

Bye

oOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

Extraños en el tiempo

Aquel hombre había aparecido de repente en la vida de Bella y era incapaz de explicar quién era. Sin embargo, el hijo de Bella insistía en que Edward era el padre que tantas veces había imaginado y que se había hecho realidad. Lo cierto era que a Bella también le resultaba familiar... y que se parecía bastante al marido que ella siempre había deseado.

Pero no les quedaba mucho tiempo porque Bella no tardó en descubrir quién era Edward en realidad...


Capítulo 1

4 de Agosto de 1897

Benjamín Masen, un pequeño de seis años, descansaba apoyado en la almohada, en su dormitorio, la primera habitación a la izquierda al final de las escaleras. No podía levantarse muy a menudo, por lo menos sin la ayuda de su padre. Pero su padre le había girado la cama y le había abierto las cortinas para permitirle ver el cielo desde su lecho. Y aquella noche, mientras contemplaba el cielo estrellado, vio caer una estrella fugaz, y otra, y otra… así hasta tres. Benjamín cerró los ojos al verlas y deseó con todas sus fuerzas.

—Tres estrellas fugaces, ¡puedo pedir tres deseos! Deseo… —se mordió el labio, pensando intensamente para estar seguro de que elegía correctamente—. Deseo volver a estar sano para poder correr, jugar en la calle y montar mi poni, y no morir como todos creen que voy a hacer, aunque no me lo digan.

Tomó aire y un desagradable pitido dio muestra de la debilidad de sus pulmones. La cabeza le dolía. Casi todo el cuerpo le dolía, y estaba agotado. Sus ojos intentaban permanecer cerrados, pero él se obligó a abrirlos. Aquello era muy importante, y todavía le faltaban dos deseos por pedir.

—Deseo tener una madre. Una madre de verdad, que me quiera y me lea cuentos… Y que no tenga miedo de las ranas como la señora Cope.

Benjamín se humedeció los labios, cerró los ojos con fuerza y pidió un tercer deseo: algo que había querido durante toda su vida.

—Y deseo tener un hermano mayor. Prometo que nunca me pelearé con él. Me gustaría que fuera muy listo, fuerte, y valiente como mi padre. Y hasta le dejaré montar en mi poni.

Ben abrió los ojos y miró hacia la ventana. Ya no quedaba rastro alguno de las estrellas. Pero habían estado allí. Las había visto. Y un nuevo y extraño calor lo consolaba, como si estuviera envuelto en una enorme manta de lana. De alguna manera, sabía que todos sus deseos se iban a cumplir.


4 de Agosto de 1997

Tony Swan levantó la mirada del ordenador portátil que su madre le había regalado por su décimo cumpleaños. Volvió la cabeza justo a tiempo de ver caer tres estrellas fugaces mientras conducían por una de las estrechas y solitarias carreteras de Maine, de camino hacia su nueva casa.

—¡Guau! —susurró, estirando el cuello para ver mejor.

De todas las cosas que había visto durante aquel viaje desde Minnesota, aquella era la más increíble. ¡Tres estrellas fugaces a la vez!

—¿Has visto eso, mamá?

—¿El qué?

—¡Han caído tres estrellas fugaces a la vez!

—¿Y por qué no les pides un deseo?

Tony Swan era demasiado inteligente para creer en esas cosas. Pero sabía que a su madre no le gustaba que se tomara la vida demasiado en serio, así que cerró los ojos y susurró las tres cosas que le habían estado rondando por la cabeza últimamente.

—Deseo tener un padre —dijo suavemente—. Y un hermano pequeño, porque es muy aburrido ser hijo único. Y deseo… —se humedeció los labios, abrió los ojos y miró hacia el cielo—. Y deseo que mi madre sea feliz. Feliz de verdad. Porque sé que ahora no lo es.

Bella alargó la mano para acariciarle suavemente la cabeza.

—Claro que soy feliz, Tony. Te tengo a ti, y una casa nueva en un pueblo, que es algo que siempre he deseado. ¿Qué más puedo necesitar?

Tony sonrió para sí. Sabía que no era del todo cierto, pero también que su madre nunca admitiría que su vida no era perfecta.

—En cualquier caso —continuó Bella—, has sido muy generoso al utilizar uno de tus deseos conmigo.

Tony se encogió de hombros y volvió de nuevo a su ordenador.

—Entonces —preguntó al cabo de unos segundos—, ¿has pensado en lo que te dije? —vio que su madre arqueaba una ceja.

—¿Sobre qué, Tony?

Tony suspiró. Durante el fin de semana que había pasado con sus abuelos, había descubierto algo que creía importante, pero a su madre, como era habitual, no le importaba nada el negocio de la familia.

—Sobre lo que oí cuando el abuelo me llevó a trabajar con él, ¿te acuerdas? Lauren estaba allí y…

—Tony, eso no está bien…

—¿Y qué? Lauren no me gusta. Estaba siendo muy desagradable con la tía Jane. Le dijo que sabía un secreto y que lo contaría si Jane y su novio, ¿cómo se llama? Ah, sí Felix. Bueno, le dijo que como no se fueran contaría un secreto.

Bella se encogió de hombros.

—Yo no me preocuparía por eso, Tony. Todos sabemos que Lauren lleva mucho tiempo queriendo quedarse con la empresa. Probablemente vea a la tía Jane como una nueva competidora.

—Sí, pero tía Jane acaba de averiguar que es una Swan.

—Y si es una Swan, Tony, podrá enfrentarse a cualquier amenaza de Lauren Mallory —lo miró de reojo—. ¿Sabes? Este es un ejemplo más de por qué no quiero participar en el negocio de la familia —miró hacia la ventanilla, deleitándose en la abrupta costa que atravesaban—. Aquí vamos a estar mucho mejor.

Tony suspiró. Era inútil hablarle a su madre de negocios. Nunca le habían importado. Fijó la mirada en el oscuro mar y en la espuma de las olas que se arremolinaban en la orilla, y pensó entonces que quizá su madre tuviera razón. Aquello era mucho más bonito.

—¿Cuánto falta para llegar?

—Creo… Creo… ¡Dios mío, Tony! ¡Esa es la casa! ¡Mírala!

Tony alzó la mirada hacia la casa que iluminaban los faros del coche.

—Parece salida de una novela de Stephen King.

—¿No es magnífica?

Tony hizo una mueca ante el entusiasmo de su madre, que detuvo bruscamente el coche y apagó el motor.

—Yo creía que te gustaban las novelas de Stephen King —replicó Bella.

—Sí, pero no tener que vivir en una.

Bella sonrió. Tony desvió la mirada hacia la casa y se quedó completamente helado. Por el rabillo del ojo, había visto luz en una de las ventanas, la luz de una linterna o algo parecido. Su madre ya había abierto la puerta del coche, pero él la detuvo poniéndole una mano sobre el brazo.

—Creo que hay alguien dentro —susurró.

—¿Qué? —Bella miró hacia donde Tony señalaba—. Yo no veo nada.

—A lo mejor solo ha sido un reflejo —pero no lo creía. Cerró el ordenador y sacó su linterna del bolsillo. Nunca viajaba sin ella. Como arma no era muy eficaz, pero al menos le permitiría ver el rostro de cualquier horrible criatura que quisiera atraparlo—. Será mejor que vaya yo primero, mamá, solo por si acaso.

Bella le revolvió el pelo, algo que Tony odiaba.

—Mi héroe —dijo.

Pero Tony estaba seguro de que a su madre no le daba ningún miedo entrar en aquella casa tan siniestra. Debía estar loca.

Los faros de un coche iluminaron el parabrisas. Tony se volvió y descubrió que un segundo vehículo se acercaba a la casa. Era un coche de policía. Pero no consiguió tranquilizarlo del todo. En las novelas de Stephen King, los sheriffs de las pequeñas poblaciones de Maine no solían ser buena gente. De hecho, serían perfectamente capaces de asesinar a una inocente madre y a su hijo, que sabía que algo no andaba bien, pero no podía conseguir que nadie los ayudara.

Del coche de policía salió un hombre delgado como un junco, vestido con un uniforme gris. Se acercó a ellos justo en el momento en el que Bella abandonaba su vehículo.

—Me llamo Mike Newton, señora. Y usted debe de ser la señora Swan.

—Llámame Bella —lo saludó Bella mientras le estrechaba la mano—. Este es Tony, mi hijo.

Tony inclino la cabeza, pero no le estrechó la mano. Estaba demasiado ocupado mirando la casa.

—He visto algo allí —dijo, esperando que el sheriff inspeccionara la casa.

—Ah, yo no me preocuparía por eso. Probablemente sea el fantasma.

—¿El fantasma?

—Algunos dicen que el fantasma de Edward Masen continúa rondando por aquí. Aunque yo no les concedo mucho crédito. Esa es solo una leyenda que les gusta repetir a los viejos. Así tienen algo de lo que hablar entre partida y partida.

—Entre partida y partida —dijo Tony, arqueando una ceja—. Caramba, mamá, gracias por haberme traído a este paraíso de cultura.

—Cuida tus modales, Tony. Sheriff, si has traído la llave, me gustaría…

—Aquí está la llave —dijo él con su marcado acento.

Seguro que su madre encontraría encantador aquel acento, pensó Tony. Para ella formaría parte del «sabor local». Pero Tony lo encontraba irritante. El sheriff le tendió a Bella una enorme llave que parecía propia de una mazmorra. Aquella historia comenzaba a alejarse de las novelas de Stephen King y a parecerse cada vez más a un siniestro relato de Poe.

—Te ayudaré a llevar el equipaje. Ya hemos dado de alta la luz.

—Muchas gracias, sheriff.

—Sí —intervino Tony, imitando el acento de Newton—. Me alegro de saber que tenemos luz.

Bella le dio un codazo en las costillas, pero el sheriff no pareció darse cuenta de su burla. Se limitó a asentir.

—Es lo menos que podía hacer por tu abuela. Kate Swan era una mujer condenadamente buena, si se me perdona la expresión. Cuando me pidió que le cuidara la casa, estuve más que encantado de poder hacerlo. Es una pena que la hayamos perdido.

Bella asintió.

—La echo mucho de menos —deslizó el brazo por los hombros de su hijo y lo estrechó contra ella.

—Todos la echamos de menos.

El sheriff asintió y se aclaró la garganta.

—Bueno, seguidme. Os enseñaré la casa y mientras tanto os hablaré de uno de los hombres más famosos del lugar. Fue el primer propietario de esta casa, y su actual residente fantasma, para los que creen en ese tipo de cosas. Se llamaba Edward Masen —mientras caminaba, continuaba hablando con aquel acento que convertía cada una de sus frases en una pregunta.

Bella y Tony lo siguieron hasta el porche y llegaron a la puerta principal. Una puerta enorme, oscura y, para Tony, ligeramente siniestra.

Cuando Mike Newton la abrió, Tony decidió que era terroríficamente siniestra.


Mike Newton encendió la luz.

¡Era fabuloso! Aquella era la casa con la que Bella siempre había soñado. Sabía que toda su familia la consideraba irremediablemente anticuada, pero ella nunca se había sentido cómoda con la sociedad moderna. De hecho, habían sido los valores que esa sociedad predicaba los que diez años atrás la habían convertido en madre soltera, y quizá fuera ese el motivo por el que, a partir de entonces, se había ido construyendo su propio, y quizá anticuado, sistema de valores.

Aquella casa era como la encarnación de la vida que quería para ella y para Tony. Una vida sencilla y tradicional. Con una notable excepción. No habría padre en aquella tradicional familia americana. Bella era el padre y la madre. Todo el mundo le decía que no podía ser ambas cosas, que se estaba forzando demasiado. Pero claro que podía. Y lo haría además sin contar con el dinero de la familia. Ella no quería formar parte del negocio familiar, y tampoco de las riquezas que lo acompañaban. Aquello era una carrera de ratas; todo el mundo luchando para quedarse con su parte del pastel. No, ella no quería tener nada que ver con eso.

—Vaya —susurró mientras cruzaba el modesto vestíbulo y se dirigía al salón; una estancia de estilo gótico con enormes techos y un intrincado trabajo en madera—, parece que la abuela Kate me conocía mejor de lo que yo pensaba.

Todos los muebles estaban cubiertos por sábanas blancas. La casa parecía habitada por un ejército de fantasmas.

—Y supongo que el edificio para los invitados será perfecto para mi tienda de antigüedades —no podía dejar de sonreír. Aquella casa era un sueño convertido en realidad.

—Y la casa no es lo mejor de todo —añadió el sheriff—. La historia que la acompaña la convierte en un lugar mucho más especial —llevaba dos de las maletas de Bella y las dejó en el suelo—. Supongo que habrás oído hablar de la fiebre quinaria, por supuesto.

—¿Que si he oído hablar de ella? —Bella miró por encima de su hombro, pero Tony ya estaba explorando los alrededores. El corazón se le había encogido cuando el policía había mencionado aquella enfermedad—. Estuve a punto de perder a mi hijo por ella cuando era un bebé. Afortunadamente, la atajamos a tiempo.

El sheriff frunció el ceño e inclinó la cabeza.

—Caramba… —se encogió de hombros—, qué condenada coincidencia, si se me perdona la expresión.

—¿Por qué, sheriff?

—Bueno, Edward Masen fue el hombre que encontró su curación. La triptonina, ya sabes. Es el mismo medicamento que se utiliza actualmente, aunque con algunas modificaciones, por supuesto. Si no hubiera sido por él… Ah, y este es el comedor. Con dos paredes cubiertas de armarios desde el suelo hasta el techo, ¿lo ves? Y la cocina es igual —abrió la puerta de un armario que resultó ser un acceso a la cocina—. Increíble, ¿verdad?

—Sí, muy curioso —pero Bella estaba más interesada en la historia que acababa de contarle.

Tony se había acercado a ellos al oír el comentario del sheriff.

—En eso de la triptonina se equivoca, sheriff —dijo, y sonrió con inocencia mientras añadía—, si se me permite la expresión.

—¡Tony!

—Vamos, mamá. Eso lo enseñan en cuarto grado. El tratamiento para el virus de la quinaria lo descubrieron Whitlock y McCarty en 1898.

Bella frunció el ceño e inclinó la cabeza.

—¿Y tú qué eres, una enciclopedia andante?

Tony se encogió de hombros y miró hacia el sheriff.

—Vaya, tienes un hijo muy inteligente Bella, ¿verdad? Bueno, Tony, muchacho, tienes parte de razón, pero no conoces toda la historia. ¿Sabes, por ejemplo, que Jasper Whitlock y Emmett McCarty pasaron gran parte de su vida compitiendo entre ellos? Eran grandes investigadores, por supuesto, pero estaban más interesados en combatir al otro que en su trabajo. Podría decirse que los cegaba la ambición.

Bella advirtió que Tony entrecerraba los ojos con recelo, pero continuaba escuchando.

—Fue su amigo, Edward Masen, el que consiguió unirlos. Y solo trabajando juntos fueron capaces de encontrar la curación —hizo un gesto para indicarles que volvieran al salón y desde allí se acercaron a las escaleras.

—Vamos, quiero enseñaros algo.

Bella sabía que estaba sonriendo como una estúpida, pero no podía evitarlo.

—No es magnífico, ¿Tony? Una casa con historia y con fantasma y todo. Vamos, date prisa, quiero terminar de oírlo todo.

Subió corriendo detrás de su hijo, que se detuvo frente a la primera puerta que había al final de las escaleras. Lo vio estremecerse y frotarse el cuello con la mano.

—¿Estás bien, hijo?

—Sí, claro, estoy bien. Vamos.

El sheriff los condujo hasta el dormitorio más alejado y encendió la luz. Bella contuvo la respiración.

—Dios mío —susurró, pestañeando al ver el retrato que colgaba de una de las paredes—. Parece un Rockwell —se acercó hasta el cuadro—. Pero no puede ser. Este cuadro tiene que tener por lo menos cien años.

—Tienes buen ojo Bella.

—Me dedico a las antigüedades —le explicó Bella, encogiéndose de hombros—. Este cuadro está sin firmar, ¿sabes quién lo pintó?

—No, no lo sé —respondió Newton—. Pero es tuyo, al igual que todo lo que hay en la casa. Incluyendo la vieja caja de caudales del desván, que continúa cerrada. Podría contener documentos de Edward Masen.

Bella no podía apartar la mirada del retrato. En él aparecía un hombre de pelo cobrizo con mirada apasionada e intensa, el pelo revuelto y el último botón de la camisa desabrochado. En una mano sostenía un pequeño artilugio del que salían varios cables disparados en todas direcciones y en la otra un destornillador. De su nariz colgaban unas gafas doradas y tenía sus penetrantes ojos fijos en el trabajo. A su lado, vestido de forma idéntica, se sentaba un niño que no debía de tener más de cinco o seis años, pelo rojo y de ojos verdes, con otro destornillador en la mano. Estaban tan cerca el uno del otro que casi se rozaban. Y la unión entre ellos era tan fuerte que se hacía tangible aunque ni siquiera se miraran.

—Ese era Edward Masen —le explicó el sheriff—. Y este es su hijo, Benjamín.

—Benjamín —susurró Bella—. Así se llamaba mi abuelo, y este niño se parece tanto a Tony que podría ser… —se le quebró la voz.

—Mi hermano —terminó Tony por ella, adentrándose en la habitación.

—Masen era amigo y colega de Whitlock y McCarty. De hecho, ambos dejaron claro que lo consideraban el más importante científico de su tiempo. Era una de las pocas cosas en las que estaban de acuerdo. Pero cuando el pequeño Benjamín murió por culpa de la fiebre quinaria…

Bella respingó y fijó la mirada en los ojos del niño del cuadro.

—Oh, no, ¿ese pobre niño murió?

—Sí, señora. Y el día que murió, Edward Masen perdió la razón. Dicen que no fue capaz de superar su tristeza. Se encerró en la habitación de su hijo y se negó a dejar pasar a nadie. Cuando al final forzaron la puerta, había desaparecido. Y se había llevado el cuerpo de su hijo con él. Nunca se volvió a saber nada de Masen. Whitlock y McCarty quedaron tan desolados que se prometieron descubrir la cura para la enfermedad que se había llevado al pequeño Benjamín. Y eso es justo lo que hicieron.

Bella pestañeó para apartar las inexplicables lágrimas que habían asomado a sus ojos al oír aquella historia.

—Es una historia muy triste.

—Sí, lo es. Si te molesta, puedo quitar ese cuadro.

—No —contestó rápidamente—. Déjalo donde está —volvió a mirar al inventor a los ojos. Casi podía sentir su dolor.

—Esta casa no ha cambiado mucho desde entonces —musitó el policía—. Salvo por la pintura y el papel de las paredes, está exactamente como Masen la dejó. Es como si estuviera… esperándolo.

—Pero si ha pasado un siglo desde entonces…

—Exacto. Después de que Masen desapareciera, Whitlock y McCarty se ocuparon de mantener la casa. Insistían siempre en que Masen volvería algún día. Por supuesto, Masen no regresó —Mike se encogió de hombros y suspiró—. Al cabo de un tiempo, cuando estos dos científicos murieron, la casa pasó a ser propiedad del ayuntamiento, que la mantuvo con la esperanza de venderla algún día. Pero no consiguieron venderla hasta que llegó tu abuela. Y ella, aunque la compró, se negó a cambiar nada.

Bella podía comprender perfectamente la renuencia a cambiar aquel lugar. Era como si tuviera alma, como si fuera un ser vivo. ¿O sería la presencia de aquel científico muerto tantos años atrás lo que sentía en cada habitación?

—¿Mamá?

Bella se volvió, sorprendida al oír la voz de Tony en la distancia, cuando segundos antes estaba justo tras ella.

—¿Anthony? ¿Dónde estás? —salió al pasillo.

Tony permanecía en la habitación que estaba justo al final de las escaleras. Aquella que minutos antes parecía haberlo asustado.

—Si no te importa, me quedaré con esta habitación —le dijo.

Bella frunció el ceño y se acercó hasta ella. Parecía un dormitorio normal, sin ningún mueble especialmente llamativo.

—¿Pero no es esta la habitación en la que antes te ha parecido ver algo?

—Sí, por eso quiero quedarme con ella —dijo Tony. La miró y se encogió de hombros—. Si hay algún fantasma merodeando por aquí, quiero conocerlo.


Queridas lectoras, he vuelto!

Primero que todo, quisiera agradecer a mis antiguas lectoras por todo el apoyo y los buenos comentarios que me brindaron con la historia anterior y las nuevas también por darse el tiempo de pasarse por aquí y leer mi adaptación.

Segundo, acabo de leer esta historia, y me enamoré a priera vista... Además de ser espectacularmente buena, encaja perfecto con nuestra pareja favorita, así que decidí adapatarla. Espero que le encante tanto como a mí y recuerden que los comentarios me hacen actualizar más rapido ;)

Y tercero, Nos leemos pronto

Bye