Hola mundo del fanfiction! Dios mio estoy realmente nerviosa; esta es mi primera historia así que me siento como una madre primeriza. Espero de todo corazón que os guste y que vosotros, como las almas caritativas que sois, me dejéis un review con vuestra opinión, ya sea buena o mala.
Nos leemos!
Correr. Escapar. Huir.
Por mucho que esas tres palabras se repitieran en su cabeza de forma constante, aferrándose a esa tenue luz que desprende la esperanza. Por mucho que sus piernas, ya entumecidas por el esfuerzo, se animaran a seguir ese ritmo frenético, esquivando cualquier tipo de obstáculo y lograran, milagrosamente, escabullirse del húmedo lodo que parecía querer engullírsela. Por mucho que su cuerpo tiritante luchase por no sucumbir a los encantos de la hipotermia que amenazaba en llegar por culpa de la espesa lluvia y las bajas temperaturas. Y por mucho que sus nerviosos ojos buscaran desesperadamente cualquier tipo de vía de escape, o, en el más dramático de los casos, un lugar donde poder recobrar el aliento ya perdido entre aquel laberinto de árboles, oscuridad y angustia; era consciente de que no lograría salir de esta. Que en cualquier momento Él la encontraría entre ese mar de lodo. Y la devoraría, la devoraría como un lobo hambriento destruiría a un cordero desorientado.
Pero, lo peor de todo es que sabía que el rubio estaba jugando con ella, que el juego no había hecho más que empezar. Desgraciadamente, la pelirroja las tenía todas las de perder. Vaya si lo sabía…
Seis meses antes.
-Por Merlín, Rose. ¿Es qué no puedes ir más deprisa? Vas ha hacer que perdamos el tren.
Un ofuscado pelirrojo intentaba hacerse espacio entre toda la marabunta de personas en un vano intento por llegar al control y conseguir que sus hijos obtuvieran un asiento en aquella vieja, chirriante y oxidada locomotora.
Si hace 26 años a Ron Weasley le hubieran dicho la situación que padecería el mundo mágico, y, desgraciadamente, su familia, con la derrota del Elegido, y con él, el ejército de Dumbledore, se habría replanteado la huida a Francia al igual que muchos de los magos londinenses.
¿La causa? Una guerra perdida.
Dos pasos detrás del ojiazul se encontraba una distraída pelirroja con el pelo alborotado. Poco le importaba encontrar un cómodo lugar donde sentarse en esa minúscula jaula. Siempre era la misma historia; una vez pasado el control de reconocimiento, todo aquel que llevara inscrito en la piel "Mudblood", era llevado como ganado al matadero a los últimos y viejos vagones del conocido tren de Hogwarts , donde allí se celebraría la lucha anual por lograr un sitio donde sentarse en aquella oscura caja de madera. Los más afortunados conseguirían un pequeño hueco en esa ratonera, los menos afortunado se quedarían a las puertas de la estación con un año perdido en la tan prestigiosa escuela.
Entre toda la muchedumbre pudo divisar un par de ojos esmeralda y un rebelde cabello azabache. Su primo Albus le devolvió la mirada. El chico poseía un gran parecido a su padre; mismos ojos, mismo cabello, y misma tez pálida. En cambio, de los genes Weasley había otorgado una fuerte complexión y una pequeña lluvia de pecas esparcidas por el torrente de su nariz y mejillas.
La verdad es que su primo hubiera sido un chico muy codiciado si no fuera por el estatus social que él, al igual que toda su familia y el resto de personas que se dirigía al sucio vagón, padecía.
Suspiró aliviada. Hacía más de dos meses que no sabía nada de la familia Potter. Bueno, de la familia Potter y de cualquier otra familia que había pertenecido a La Orden del Fénix.
Estaba tan encismada en buscar otra cara conocida en aquel lugar lleno de personas que no se percató hasta que fue demasiado tarde, que había chocado con el guarda; obstruyendo de la misma manera el paso de los circulantes.
Rose no se lo vio venir. Estaba demasiado asustada. Si tan solo su cuerpo se dignase a reaccionar, hubiera podido correr hasta perderse entre toda la gente; ya que dudada que el pesado cuerpo del hombre pudiera moverse con soltura o seguirle el ritmo siquiera. Pero no. Se quedó paralizada, temblando levemente, con el rostro blanquecino y observando al guarda que le sostenía la mirada de forma peligrosa.
-¡Camina de una vez, asquerosa sangre sucia!-Escupió el robusto funcionario con una voz grabe e impotente, impregnando a la chica del repulsivo olor que desprendía su enorme boca.
Con esos troncos que tenía por brazos, el hombre cogió el delgado y esbelto cuerpo de la pelirroja y la lanzó de bruces contra el suelo. El funcionario hizo una desagradable mueca dejando entrever unas encías amarillentas y torcidas que acentuaban su asimétrico rostro comprendido por un par de ojos saltones, demasiado pequeños y separados entre si para su ancha cara, que lanzaron una mirada llena de desprecio al yaciente cuerpo de la pelirroja. Con un gruñido propio de una bestia dejó a la pobre chica a su suerte y procedió a aguardar el orden de aquella asestada estación.
Bueno, por lo menos no la había pateado como lo había hecho a su hermano hace dos años.
La chica se tragó el poco orgullo que le quedaba dejándole un amargo y desagradable sabor en la boca.
¿Cómo habían llegado a esta situación? ¿Tan repulsivos eran como para no merecer un trato humano? ¿Tan despreciables eran para no ser dignos de compasión y humildad?
No era capaz de entender que había de malo en su sangre como para que se le tratase como a una sucia rata.
Durante años, su familia y ella habían sido humilladas y repudiadas por aquellos que se consideraban Puros. Tratados como alimañas.
Estaba cansada de no ser considerada persona en el sentido estricto de la palabra.
Su pecho ardía de coraje y por sus venas circulaba una rabia que hacía mucho que no sentía. Empezó a temblar por la inusual ira que estaba sintiendo y en sus ojos se estaba celebrando una batalla por contener las lágrimas que amenazaban por salir como torrentes.
Con los puños apretados, intentó recordarse a si misma que ella era dulce y pacifica. Que estaba en contra de cualquier manifiesto de violencia y que no era para nada inteligente tomar represalias contra el asunto.
-¡Rose! ¿Estás bien? ¿Te has hecho daño? Ese maldito gorila algún día recibirá su merecido. Se cree intocable porque trabaja para el ministerio. Será imbécil,
el capullo también tiene la marca y se comporta como un PuraSangre.
Despotricando a diestra y siniestra una cabellera castaña de ojos color miel la ayudó a levantarse del mugriento suelo. Con una expresión de preocupación tintada en el rostro, su hermano pequeño inspeccionó a la pelirroja en busca de alguna herida.
- Hugo tranquilízate quieres. Estoy bien no te preocupes.-La Gryffindoriana miró tiernamente a su hermano olvidando por unos momentos que hacía menos de un minuto había sido humillada delante de tantos ojos. Normalmente el castaño evitaba cualquier muestra de afecto en público preso por la vergüenza que le albergaba.
Con las mejillas sonrosadas el chico evitó los orbes azules de la chica.
-¿Yo preocupado? Por favor. –Con aire desinteresado miró el reloj de la estación. –No quería que, por estar tumbada como la Maja de Goya en el suelo como si fuera tu casa, perdieras un año de colegio. Tendría que aguantar por el resto de nuestras vidas tus constantes quejas y lamentos.
-Que solidario por tu parte.-Con los ojos teñidos de diversión, la joven chica se desprendió poco a poco su repentino ataque de ira, sustituyendo el ardiente coraje por la tenue calidez que le trasmitía Hugo. ¿Qué haría sin su hermano? A pesar de que le llevase dos años por delante al chico, el ojimiel había demostrado ser un gran pilar para la pelirroja.
-Oh aquí estáis… ¡Ron, los chicos están aquí!-Una hermosa mujer con una mirada inteligente y madura abrazó fuertemente a sus dos hijos con los ojos brillantes por la emoción de la despedida que se avecinaba. Hermione Weasley era sin duda una mujer brillante. A pesar de poseer una indomable melena castaña, lograba mantener una imagen impoluta y elegante.
-Mamá, por favor, nos estas asfixiando.- Con una mueca, el castaño intentó zafarse sin éxito de los brazos de su madre. Ante la imagen, Rose sonrió divertida por la pena de su hermano. Iba ha extrañar los apabullantes pero calidos abrazos de su madre.
-¿Se puede saber que hacíais? Hace un momento estabais detrás de mí y de repente desaparecéis.
-Nada, solo que a Rose le había entrado el sueño y creyó que el suelo de la estación era un buen lugar para echarse una siesta.- La pelirroja fulminó a su hermano con la mirada.
El pelirrojo no pareció estar conforme con la explicación del chico. Antes de objetar algo siquiera, entre todo el barullo de personas se escuchó la potente sirena que avisaba de los escasos 5 minutos que le quedaban al tren para salir de la estación.
Apresuradamente, aprovechando el poco tiempo que le quedaban, la castaña abrazó aún más fuerte a sus dos hijos luchando inútilmente por que las lágrimas no le traicionaran y no surcaran por su rostro. Aunque los años pasaran, la mujer era incapaz de evitar la emoción y el miedo que le suponía que sus dos pequeños se marcharan al castillo. Dejando tras ellos un acogedor hogar que, a causa de su ausencia, estaría demasiado vacío y silencioso los prójimos nueve meses para el gusto de la castaña.
- Rose cariño se que no te lo tengo que pedir pero por favor cuida de tu hermano. Intenta no obsesionarte con los estudios, se que es duro, pero por favor, date un respiro. Hugo, hijo, concéntrate por lo que más quieras. Y prometedme los dos, por Merlín y por cualquier mago decente en este mundo, prometedme que intentareis pasar desapercibidos -Hermione miró preocupada a sus dos hijos y suplicó con todas sus fuerzas que todo fuera bien con ellos. Por lo menos este año.
Después de más abrazos asfixiantes y consejos de última hora, los dos hermanos se dirigieron a esa atestada locomotora, intentando esquivar inútilmente los cuerpos que se interponían ante su paso. A base de empujones y alaridos, Hugo Weasley se hacia paso como podía para llegar a esa ratonera que tenían por vagón.
Rose no era baja, pero ni mucho menos destacaba por su altura como lo hacían muchos del clan Weasley. Por lo tanto se le hacía prácticamente imposible ver entre tantas cabezas sobre ella. Sentía cuerpos ajenos presionando contra el propio, haciendo que se le dificultase incluso la simple acción de respirar.
-¡Rose, Hugo, estamos aquí!- Albus Severus Potter, que ya estaba en el sucio compartimiento, intentaba coger las manos de sus primos.
Más empujones, más cabezas impidiéndole ver entre tanta muchedumbre y más cuerpos aplastando y tirando de ella como si fuera una vieja muñeca de trapo.
-¡Apártate imbécil! ¿No ves que estaba yo primero?- La pelirroja sintió un fuerte tirón en el pelo que casi la devuelve con su nuevo amigo, el suelo. Menudo día. Sin siquiera tener tiempo para protestar, la Gryffindoriana rogaba por estabilizarse y no perder de vista su castaño hermano; sería un cómo encontrar una aguja en un pajar si eso llegase a suceder. Como pudo se aferró al viejo uniforme del ojimiel y con un último esfuerzo y más empujones por cuenta de sus compañeros, logró entrar dentro de aquella caja chirriante.
Los Mudblood disponían de 10 viejos vagones en los cuales solo cabían diez personas. Pero, como era de esperar, todos y cada uno de esos ellos estaban ocupados por un mínimo de 30 estudiantes.
Sin llegar a recuperar el aliento, alzó la cabeza entre ese mar de brazos y piernas y logró divisar a cinco de sus primos. La pelirroja suspiró aliviada y rezó por que los otros hubieran logrado entrar en los 9 restantes.
-¡Eh mirad, los Estirados ya están aquí!- Gritó Roxanne, su morena prima, señalando despectivamente con el dedo por la ventana a esa retahíla de vanidosos alumnos con caros uniformes.
Con aires de grandeza y superioridad, los Purasangre caminaban despreocupadamente y con altivez hacía sus grandes y acomodados vagones.
Rose no escuchó ninguno de los insultos que aquellos que se hacían llamar puros le dirigían. No se inmutó por las miradas de repulsión y odio que le dedicaban. Ni si quiera prestó atención a las quejas de sus compañeros por la falta de espacio. Porque, en el momento en que, como imanes, sus ojos conectaron con el propietario de aquellos amenazantes pero atrayentes orbes; tan grisáceos como el platino, el mundo se paralizó. Y supo, de manera inconsciente, en el preciso instante en el que Él le devolvió la mirada, que ese año no iba a ser para nada corriente ni tranquilo. Vaya si lo sabía…
Se sentó despreocupadamente sobre el cómodo y aterciopelado sillón, cerró los ojos y lanzó un suave suspiro. No, no iba ha echar de menos en absoluto su casa ni a cualquiera que se albergara dentro de ella. En los siete años que llevaba cogiendo esa enorme locomotora, nunca nadie se había dignado en ir a despedirlo. Este año no había sido la excepción. No es que le importase, por lo menos ya no. El joven hacía tiempo que havia asumido la carencia de la figura tanto materna como paterna en su vida. Aquellos que se hacían llamar sus padres no eran más que dos sombras autoritarias que ordenaban, qué, cómo y cuándo hacer las cosas.
Pero, al igual que despreciaba cada uno de sus patrimonios y familiares, despreciaba aun más ese vejo y polvoriento castillo.
Otro año más encerrado entre aquellas paredes de piedra y libros. Por suerte, este era su último curso en la escuela de magia y hechicería.
Miró a través de la ventana; los árboles grandes y altivos, movidos por la suave brisa que desprendía el tren al circular, se reflejaban en las aguas cristalinas del río, y las grandes y majestuosas montañas se levantaban, poderosas, acariciando tenuemente las pocas nubes que se apreciaban en el claro cielo.
La imagen le recordaba a esos paisajes que describían los cuentos de cama que le leía hace muchos años, Magda, la regordeta sirvienta de pelo canoso y voz cantarina, antes de irse a dormir. Le recordaba a los misterios que albergaban esas cumbres, los secretos que escondía ese páramo virgen, y a la aventura que se respiraba en el aire. Le recordaba a los peligros que padecían los que por aquel entonces eran sus héroes infantiles; enfrentándose con cualquiera que se interpusiera en su camino. A la eterna guerra entre el hombre y la tierra salvaje. Le recordaba a la libertad.
De una manera un poco brusca, la vieja puerta se abrió de par en par dejando tras de si un desagradables sonido chirriante y dos figuras conocidas.
-A que no adivinas con quién me acabo de tropezar, Scorpius.-Alexander Nott cruzó la poca distancia que se interponía entre la puerta y su rubio amigo, y se echó elegantemente sobre uno de los sillones verde esmerada que ocupaba el amplio compartimiento.
-Sorpréndeme.- murmuró, con un tono frío e indiferente el Slytherin un poco irritado por la interrupción de su momento de paz. No se molestó en despegar sus metálicos orbes de aquel páramo de ensueño.
Con una sonrisa torcida capaz de derretir a toda la población femenina del castillo y alrededores, el castaño susurró con picardía.
-A Susan Perkins.
-Por si no te has dado cuenta, y dado tu nivel de excitación parece que no, esa tal Susan Perkins lleva la marca en su antebrazo.- Megara Zabini se sentó al lado del ojiverde dejando tras ella una embriagante fragancia a moras.
Alexander amplió aun más su sonrisa, divertido por el comentario de la morena.
Colocando sus piernas en el regazo de ésta, se acomodó aun más en el sillón aterciopelado.
-Princesa, eso lo hace aún más interesante. ¿No crees?
-Creo que estás enfermo al querer complicarte tu insignificante existencia. ¿Quieres hacer el favor de apartarte?-Con una mueca en el rostro, la Slytheriana intentó zafarse de las piernas de su amigo que opriman su cuerpo.
Scorpius no estaba de humor para soportar estúpidas peleas. De hecho, últimamente no tenía humor para nada. Se irritaba con facilidad y estaba empezando a dormir poco por las noches.
Llevó la mano a su dorado cabello y con ella lo despeinó dejando a este con un aire desenfadado. Un hábito que no tenía ni idea de cuando lo había adquirido, que solo hacía acto de presencia cuando algo tenía al Slytherin nervioso. Y últimamente el chico estaba con los nervios a flor de piel.
Alexander pareció percatarse de que algo no iba bien del todo. Scorpius, al contrario que él, siempre había sido un chico serio y demasiado maduro para su edad. De pequeños solía acusarlo de ser aburrido y amargado ya que la personalidad opaca del chico solía sacarle la paciencia. Pero, aunque su mejor amigo desprendiera esa aura sobria la mayoría de veces del día, no era comparable con la que el rubio estaba mostrando en ese momento.
El castaño, para alivio de la morena, se incorporó en el asiento y adoptó una actitud preocupada.
-¿Va todo bien?- Su voz salió susurrante, con cautela, usando una tonalidad que utilizaría para tranquilizar a una bestia que estuviera buscando el momento oportuno para lanzársele al cuello.
El rubio poseía un gran parecido con su poderoso padre, Draco Malfoy; no solo había adquirido muchos de sus rasgos físicos dejándole con un rostro aristocrático e impoluto digno de ser esculpido en piedra como los dioses griegos. No solo había adquirido su particular personalidad. También había adquirido ese arte admirado y temido por muchos, haciendo que se le considerase una persona fría y pétrea. Scorpius Malfoy había adquirido la poderosa arma de esconder y manipular sentimientos y emociones, dándole una apariencia vacía, oscura y peligrosa. Pero por mucho que el ojigris intentase esconderse, a Alexander no le podía engañar. El castaño había crecido con el Slytherin y poco a poco empezó a interpretar esos pequeños gestos, esas pequeñas discrepancias inexistentes para cualquier persona menos para el ojiverde, que desvelaban el torrente de emociones que el rubio escondía bajo esa máscara de indiferencia y arrogancia. Descubrió que esa ventana se encontraba en esos electrizantes ojos grises que cambiaban de tonalidad según el estado anímico de su amigo.
Por eso, cuando por primera vez desde que había entrado en ese cómodo y amplio compartimiento, su rubio amigo despegó la mirada de ese hermoso paisaje y pudo contemplar esos orbes, normalmente grises y que ahora parecían casi negros; causándole un pequeño escalofrío por toda la espina dorsal al distinguir la angustia pero sobretodo el peligro y la oscuridad amenazante que esos dos pozos, normalmente grises y ahora negros, desprendían; supo que algo horrible iba a suceder.
Con una sonrisa que pretendía ser tranquilizadora pero que causó el efecto contrario en su amigo, contestó el Slytherin con un tono sereno que contrastaba con la tormenta que se disipaba en sus magnéticos ojos.
-¿Qué podría ir mal?
