5 DE MAYO
Tiempo sobrará un día
De llorar al que muera;
El soldado inmortal que tú perdiste
Y con su grande espíritu te asiste
No quiere llanto ya; triunfos espera.
José Fernández, poema a Zaragoza
1
Hablando de Entiende la Gente
Veracruz, diciembre de 1861
Ya incluso antes de abrir los ojos, de hacer consciente a su cuerpo de que la alborada asomábase por los pliegues de las cortinas aperladas, sabía lo que estaba pasando; más allá, la densa niebla se arrastraba por las calles, subía por las montañas, cubría los valles, y llegaba así, como un hálito gélido, hasta la costa oriental donde una flota de barcos, coronados por una bandera rojigualda, buscaba refugio en el puerto de Veracruz. Ella lo sabía, porque lo sentía; una molesta punzada en la pierna izquierda, donde una cicatriz larga de quemadura le afeaba la rodilla, le estaba avisando del peligro que se aproximaba.
Se levantó pesadamente, frotándose la cara y quitándose el cabello de la cara, aturdida. Hacía una mañana simpática lejos de la costa, pero ese día iba a acabársele pronto, eso también lo sabía de antemano. Solo era cuestión de que se enterara su jefe y entonces… adiós calma. Ese año, obviamente, no iba a celebrar la Navidad en la capital.
Salió de la cama y se vistió, preparándose para lo peor. Esas punzadas… ¿qué tan malas podían ser? Alguien se aproximaba pero no sabía quién, que tampoco era adivina; enemigo o amigo, aliado o rival, sólo el mar conocía los sentimientos de quien en él se embarcaban, ella lo había escuchado de labios de su padre…
¡Su padre!
-¡Señora María! –llamaron insistentes a la puerta los chillidos de uno de sus charros; le parecía raro, ellos casi nunca se acercaban a la capital. -¡Señora María, despiértese por favor!
Arrugó el entrecejo. Ya sabía que su día habíase dado al traste.
-¿Qué, qué? Estoy despierta…
-¡Vinieron unos señores a buscarla a usted, dicen que es urgente!
-¿Sí? –repuso sin ánimos. –Bueno, diles que ahí voy…
Terminó de arreglarse, nerviosa y de mal humor; no era novedad, los últimos tres años los había pasado fatal, con una tensión que a un humano cualquiera habría matado pero que ella solucionó, tal vez no del mejor modo, desfogándose en el único sitio donde no la querían: en el campo de batalla. Habíase peleado con todos y con todo, hasta la visión de Tacubaya la ponía de malas y forzaba a los demás a replegarse de su presencia, si es que no querían que se armara una gresca que hombres y mujeres habían sufrido allá por 1860, cuando el fin de su guerra interna la había dejado agotada, nerviosa y frustrada.
Salió y bajó las escaleras a toda prisa, con cara de pocos amigos, encontrándose con un mozalbete más o menos tosco que vestía a la usanza de las haciendas, el charro que le había avisado.
-Señora, los hombres… -comenzó pero la mujercita no se dignó ni a mirarlo. Le urgía saber qué estaba pasando en su puerto y no pensaba oír preámbulos de nadie. Cruzó hasta el vestíbulo y se topó con dos hombres, vestidos muy formales, que le saludaron con una amable inclinación.
-Señora… -dijeron al unísono antes de que uno, de más estatura, extendiera una mano en dirección a ella y continuara. –El señor presidente desea entrevistarse de inmediato con usted.
María no contestó; asintió dócilmente y se dejó conducir al coche que estaba apostado frente al portón; no trabó palabra con ninguno de los dos oficiales en tanto las ruedas del vehículo traqueteaban por las calles de piedra de los barrios altos de la ciudad, alejándose cada vez más de éstos en tanto el bullicio del pueblo le llenaba los oídos. Se asomó por la rendija viendo pasar hombres, mujeres y niños de diversas condiciones que empezaban sus días, ajenos a los acontecimientos tal vez terribles que estaban viviéndose a pocos kilómetros de ellos.
Al llegar a Palacio Nacional la mujercita reprimió un bostezo; no era momento de mostrarse cansada o la devolverían a casa dejándola con la expectación. De nuevo, los oficiales se cuadraron y la ayudaron a bajar, conduciéndola por los pasillos que ella había visto cientos de veces. Era una mala hora para entrevistarse con su jefe.
En vez de llevarla a las oficinas, los hombres torcieron hacia la izquierda ante el desconcierto de María. Pararon delante de un umbral y vislumbró una mesa alargada con comida dispuesta. Suspiró aliviada, al menos la entrevista tendría el gusto de acompañarse con el almuerzo, y bien decía su gente que "las penas con pan son menos".
-Señora México… -le saludó un hombre un tanto pequeño de estatura, peinado de raya y vestido con sencillez; su tez morena e ingenua le recordaba a un rostro anónimo, pero querido, y le saludó con el mismo respeto.
-Don Benito…
-Pase, por favor, pase… tenemos muchas cosas que discutir. Mi señora esposa no pudo acompañarnos hoy, espero no le moleste… ¿ya ha almorzado en el palacio?
Claro que sí, y seguro que lo sabía pero estaba probando su lealtad. Todos lo hacían, liberales y conservadores la habían agasajado hasta lo anormal con tal de ganarse su simpatía, pues sus emociones eran las emociones del pueblo, y más de una vez hubo de sentarse ahí a comer los platillos que desfilaban sin fin frente a Santa Anna (ese bribón, como decía ella, harta de sus mimos exagerados y estúpidos que le dieron el odioso monte de "seductor de la Patria") y de Miramón, menos afectivo pero igual de insistente. Durante casi treinta años había soportado bien esas carintoñas, pero empezaba a hartarse; no era una niña a la que podían comprar con un dulce como en tiempos de su padre.
El almuerzo, sencillo pero gustoso, fue lo único de lo que se habló por un lapso de tiempo en el cual el sol logró vencer la neblina matutina. Luego de eso, Juárez se retrajo, mirando a María que seguía dando cuentas del plato.
-Tiene usted gran apetito. –le dijo en un suave tono burlón, como el de un pariente que ve a su sobrino favorito.
-Es por el déficit. –se disculpó secamente. –Las arcas están vacías y el pueblo cansado.
-Sí, de eso quería hablarle justamente. –replicó el presidente. –Recordará usted que he mandado suspender la deuda por dos años, pero hemos tenido dificultades hasta para la más pequeña recaudación.
-¿Y piensa subir los impuestos o algo así? –le cortó. Estaba muy antipática desde el fin del último conflicto, y tenía razones muy fuertes para no ser del todo cariñosa con su jefe.
-No, no sería prudente… pero los créditos están detenidos, la expulsión de tantos representantes fue…
-Idea suya. –le cortó de nuevo. Juárez negó con la cabeza.
-Sigo pensando, señora… el itsmo…
La cuchara golpeó el delicado mantel.
-No pienso darle nada más a ese cabrón…
-¡Señora! –exclamó Juárez en tono de reprimenda. María torció la boca.
-Bueno… no pienso darle nada más a ese… infeliz… que tengo por vecino, que se conforme con que no voy yo a darle un buen coscorrón como se merece.
María volvió a su plato y el presidente negó, rendido.
-Señora, por favor, necesitamos el dinero… de algún modo tendremos que comerciar, a la larga, con ellos.
-Suena como si le incomodara.
-Me incomoda, por supuesto. –replicó ofendido.
-Pos no parecía la última vez que su querido don Ocampo habló con ellos. –contestó la nación, ofuscada.
-¡Era necesario! –se excusó. -¿Acaso usted veía con buenos ojos que Miramón la…?
-Mire, orita no estamos hablando de Miramón ni de los entredichos de estira y afloje que tuvo usted y su gabinete con los gringos, estamos hablando de mí. –contestó, tomando un sorbo largo de agua para calmarse. –No puedo ni quiero ofrecer mi itsmo, es la única cosa que no ha cambiado nada en todos estos años y la verdad, por el momento, deseo que sea así. La gente de la localidad lo aprovecha sin problema alguno y, la verdad… -añadió –no deseo tener otra cicatriz en mis piernas.
Juárez, desilusionado, volvió la vista a su plato. Estaba enfadado, María lo sabía, pero no iba a consolarlo ni a reprenderlo más; aquél lío del itsmo había, al fin y al cabo, sido culpa suya, y él tendría que arreglarlo.
Por fin, el presidente levantó la cabeza y sus ojos oscuros se clavaron en los orbes dorados de la mujercita.
-¿Acaso no desea usted ser libre?
María entreabrió los labios, mirando a su interlocutor con una mezcla de reproche y sorpresa. Había dado en el clavo, el hombrecito era astuto; sin dar respuesta, México se fingió airada y volvió a atacar lo que le quedaba de almuerzo, decidida a salir del palacio e investigar por su cuenta la razón de la punzada en su rodilla.
Cuando empujó su plato ya vacío, un hombre entró bruscamente al salón, respirando agitado y con los cabellos fuera de lugar, como si hubiera estado corriendo un buen trecho. Juárez se puso de pie antes que María.
-¿Pero qué significa esto? –exigió saber. El hombre tragó saliva y le tendió un papelito casi transparente de telégrafo y jadeó, más que habló:
-Viene… desde el fuerte… de San Juan… esta mañana… lo han visto…
El presidente le dio vuelta al papel varias veces, lo leyó con los labios temblando a cada frase y luego, miró ya al hombre, ya a María, con el horror retratado en sus ojos. La mujer le respondió del mismo modo.
-¿Qué ha pasado? –preguntó. Ninguno de los dos hombres dijo nada, enardeciéndola. -¡Quiero saber qué ha pasado, Juárez!
Por fin, el presidente se dignó a contestar, con voz trémula.
-Acaban de avistar barcos en el fuerte de San Juan de Ulúa… dicen que llevan bandera española. Son barcos de guerra…
No necesitó oír nada más; María pasó por delante de la mesa como un huracán y buscó salir del salón, pero le retuvo al instante el hombre que había llegado con el telégrafo, mirándolo suplicante.
-Déjeme pasar, ¡déjeme pasar! –gruñó molesta buscando pasar a empellones.
-Señora… no lo haga. –le ordenó la voz de Juárez a sus espaldas. María, cada vez más molesta, se volvió a él.
-¿Qué, piensan dejar que entren? –preguntó, temblando por la rabia contenida.
-No estamos en posición de empezar una ofensiva. Si los barcos han fondeado sin hacer un solo disparo tal vez no vengan en son de guerra, debemos esperar y ver.
-Se nota que no los conoce. –se burló con intenciones de herirlo. –La última vez que vi barcos de guerra españoles, mi padre pretendía volver a someterme… y muchos hombres valientes tuvieron que manchar con su sangre la tierra y el agua para evitarlo. No pienso dejar que me abusen así otra vez porque un llorón prefiere quedarse quietecito.
-¡Señora! –exclamó. -¡Le prohíbo que salga de aquí hasta que la situación no se esclarezca! Mientras tanto le valdrá permanecer en la ciudad para…
-¡Aquí las noticias no llegan lo suficientemente aprisa! ¡Quiero estar cerca! –exigió. Juárez levantó las cejas, mirando en silencio a su inquieto país que seguía forcejeando con el cada vez más angustiado mensajero. Por fin, exhaló y se dio media vuelta.
-Puede quedarse en… Orizaba si prefiere… es lo más cerca que puede estar del fuerte. ¿Entendido?
-¡Ah! ¿Ya ve? Hablando se entiende la gente. –contestó de mala manera, desembarazándose del mensajero. –Si no hay nada más en la agenda, me voy yendo a mi casa para arreglar las cosas del viaje. Con permiso… señor presidente.
Luego de esa fría despedida, la mujer salió con paso pesado del palacio. Necesitaba saber qué estaba ocurriendo allende el mar, porqué de pronto a su querido padre le había pasado por la cabeza mandarle buques de guerra por Navidad y si, acaso, realmente esa era la única razón de que le punzara la quemadura que, once años atrás, el hombre del que menos quería saber le había propinado.
…
¡Saludos, LadyLoba aquí! De nuevo estamos con un proyecto histórico cortito, esta vez centrado como ya habrán visto en la batalla de Puebla y uno que otro suceso escabroso en el proceso. Pues bien, déjenme antes que nada ofrecerles un…
Disclaimer: Históricamente basado, a excepción de algunos retazos que son extraídos de la película de 2013 "5 de Mayo: la batalla". Interacción de personajes históricos con personajes canon (y no tan canon); un levísimo México x Zaragoza (porque así como Francia tiene a su Joanne y Prusia tiene a su viejo Fritz, creo que es justo que María tenga su crush mortal); y de nuevo, reitero, Hetalia no me pertenece, solo el OC de México que yo volvería canon de ser Hima-san.
Notas históricas:
*Luego de firmado el Tratado de Londres (por el cual Inglaterra, España y Francia se aliaban para exigir el pago de sus deudas contraídas por México) las armadas se embarcaron rumbo al país americano, siendo la de España la primera en llegar con casi un mes de adelanto (a papá Toño le urgía ver a su hija, parece).
*El puerto de Veracruz ha sido atacado por lo menos cuatro veces por países invasores, entre ellos los Estados Unidos que bombardearon la ciudad (de ahí la cicatriz en la rodilla de México).
*Juárez, apenas retomado el poder, expulsó a varias delegaciones extranjeras del país por apoyar el régimen conservador, propiciando hostilidades con países como Inglaterra y Prusia.
*También, durante el conflicto de liberales y conservadores, Juárez y Lerdo de Tejada autorizaron a Melchor Ocampo hacer el tratado de McLane-Ocampo, que otorgaba a los norteamericanos derechos permanentes sobre el itsmo de Tehuantepec a cambio del reconocimiento de su gobierno y el apoyo militar. Dicho tratado nunca se ratificó.
*Para 1829 una flota de guerra española llegó al puerto de Tampico con intenciones de "reconquistar" México. Fueron rechazados por las tropas de Santa Anna.
Y eso es todo por hoy. ¿Qué pasará, qué misterio habrá…? Bueno eso no, es una parte de nuestra historia que ya nos sabemos todos de memoria pero que siempre es divertido recordar, ya verán porqué… ¡adiosito!
