Prólogo

Marzo 2003

Esa noche de Marzo se parecía a cualquier otra. Al igual que todas las grandes ciudades, Londres seguía el ritmo natural: actividad frenética de los trabajadores a la mañana, la fatigosa marcha del regreso y la habitual tranquilidad de la noche. Sin embargo, un joven de cabello negro caminaba por la acera con la impresión de que había algo extraño esa noche. Una sensación que se hacía persistente en su cabeza a pesar de un ligero tambaleo al caminar, el cual indicaba que no se encontraba completamente sobrio.

Todo se veía normal: autos pasaban a una velocidad ligeramente más alta de la que irían si estuvieran sobrios los conductores, faroles que no terminaban de encenderse iluminaban tenuemente la calle, algún peatón que, al igual que él, caminaba con dirección a casa; parejas que caminaban de la mano o abrazadas por la cintura.

La noche había sido larga, ríos de cerveza habían corrido con las horas y con la compañía de sus amigos. Una ruptura no del todo inesperada había obligado al joven a refugiarse en el alcohol para olvidar sus penas. Un olvido que era sabido de antemano que no se produciría, pero había valido la pena intentarlo; las risas y la alegría, aunque fugaces, habían servido a su propósito: aliviar un poco el dolor de la soledad que había irrumpido en su vida.

Los pasos resonaban en la oscuridad, una extraña niebla rondaba por las calles, dificultando la vista y provocando que la sensación que invadía al joven continuara dando vueltas por su cabeza.

- Maldita sea, quiero llegar a casa de una vez por todas… - Creyó haber murmurado el joven, aunque el alcohol lo había confundido: la frase salió de sus labios con voz fuerte y clara.

Trató de distraerse empezando a recordar aquellos momentos en que la vida le sonreía, cuando su novia lo acompañaba en esas madrugadas de regreso a casa, cuando las manos de ella rodeaban su cintura y su cabeza se apoyaba en su hombro, acercándose a su casa sin darse cuenta.

Pero ya no, eso era solamente un simple recuerdo…

Sus pasos empezaban a sonar cada vez más fuertes a medida que iba alejándose de la gente. Ahora se encontraba completamente solo en la calle camino a su casa, y sin embargo a medida que esa soledad se hacía más obvia, no podía dejar de sentir que alguien (o algo) se acercaba a él.

Antes de que pudiera llegar a una conclusión, la niebla se hizo cada vez más densa, comenzó a sentir un frío completamente fuera de lugar, los faroles se apagaron y la oscuridad se volvió absoluta.

Voces empezaron a sonar dentro de su cabeza, y ninguna de ellas decía cosas agradables. Eran recuerdos, momentos desagradables, los peores momentos de su vida:

Su novia lo miraba con desprecio desde la puerta de su departamento:

- ¿A qué viniste? Ya te dije que no quiero verte más, ¡NO TE AMO, NUNCA LO HICE! ¿Acaso tu cerebro no alcanza a entenderlo? ¿Tan idiota eres?

De repente tenía 6 años y su madre lo golpeaba por haber roto un espejo.

- ¡Eres un estúpido! ¿Para esto te traje al mundo? ¡IDIOTA! – Sentía los golpes de su madre como si se los estuviera dando de nuevo.

Después de meses de sufrimiento, su padre había muerto y él se encontraba en su entierro.

- ¿Qué está pasando? ¿QUÉ DEMONIOS ESTÁ PASANDO? ¡BASTAAAAAAAAAAA!

El joven echó a correr, ya no podía sentir nada más que desesperación y miedo. Al correr a ciegas tropezó, pero alcanzó a detener la caída con sus manos, lastimándolas al apoyarlas bruscamente en la calle.

Había algo allí cerca de él, estaba convencido de ello. No podía verlo, pero lo podía sentir, y eso no lo hacía sentirse para nada tranquilo, más bien aumentaba su desesperación.

La niebla parecía estar dentro de su cabeza, sus ojos ya no podían ver, su mente parecía desconectarse. Sintió el contacto de unas manos heladas sobre su rostro, como si la muerte en persona viniera a reclamar su vida, y él no podía hacer nada para evitarlo, más que dejarse llevar por aquellas manos.

De repente el frío empezó a alejarse, aquellas manos dejaron de sostenerlo y pudo ver una luz plateada que se acercaba hacia donde estaba él.

Unas voces se comunicaban entre ellas, pero esta vez no sonaron dentro de la cabeza del joven, sino fuera:

- ¡Hay más de uno!

- ¡Aquí hay un muggle!

- ¡Williams! ¡Ve con Harris y Johnson y rodeen la zona! ¡Asegúrense que no haya otros! ¡Adams y yo nos encargaremos de estos!

- ¡Si señor! – Dijeron los otros dos Aurors al dirigirse hacia donde su jefe les había ordenado que fueran.

Otro joven de cabello negro se acercaba corriendo. Un muchacho de algo más de veinte años, con unos penetrantes ojos verdes y cabello alborotado. Una cicatriz en forma de rayo se podía entrever a través de su flequillo. Harry Potter luchaba contra las voces y las imágenes que resonaban en su cabeza mientras intentaba coordinar al grupo de Aurors que él comandaba.

Un hombre mayor lo acompañaba, cerca de los sesenta años (aunque se conservaba bien), con un cabello castaño que dejaba entrever algunas canas, y ojos grises. A pesar de los años que aparentaba, tenía una contextura física más bien atlética y no mostraba indicios de fatiga al correr a toda velocidad.

Harry vio como veinte o treinta Dementores se acercaban a ellos deslizándose, aspirando algo más que el aire a su alrededor. Su mente empezaba a nublarse, una vez más Harry se veía obligado a luchar contra sus recuerdos:

- Vamos Potter… Atrévete… Quizás si te atreves a hacerlo tu novia no muera…

Ginny se encontraba inconsciente en una cama de San Mungo, su cara llena de cortes y golpes.

Un sanador avanza por el pasillo en el que Harry se encuentra: - Señor Potter, tenemos que hablar…

("Vamos, concéntrate… Necesitas pensar en algo que te haga feliz…")

Se encontraba en un cementerio, Voldemort lo miraba con una siniestra sonrisa y le apuntaba con su varita:

-Inclínate ante la muerte Harry…

("Algo feliz… algo feliz…")

Fred Weasley yacía muerto en un pasillo destruido de Hogwarts…

Los cuerpos de Lupin y Tonks acostados en el Gran Salón…

(Por favor, ¡necesito un recuerdo feliz!)

Ginny se acercaba a él corriendo luego de haber ganado la Copa de Quidditch. Harry la rodeaba con sus brazos y la besaba.

-¡ EXPECTO PATRONUM!

El ciervo finalmente salió de su varita y se dirigió hacia los Dementores a galope tendido. Se aproximó hacia donde se encontraba el joven a punto de desmayarse y embistió contra los Dementores, dispersándolos.

La luz volvió, el frío se fue y los Dementores también. Algunos autos empezaron a circular por la calle, el cielo empezaba a volverse más claro, indicando que el amanecer se encontraba próximo. El joven parecía a punto de perder la consciencia, se lo notaba agitado y completamente empapado en sudor. Harry también se encontraba en una situación similar, aunque mantenía la calma. Adams, en cambio, se encontraba desmayado en el suelo y no parecía que fuera a recuperar la consciencia pronto.

- ¿Estás bien? – preguntó Harry.

- Sí – respondió el joven - ¿Qué diablos sucedió?

- Eso no importa ahora, no te preocupes. Ten, como un poco, te hará bien. – Dijo mientras le extendía una barra de chocolate.

- No, gracias.

- Cómelo – Harry insistió.

- No quiero.

- No fue una pregunta, no lo hagas más difícil – Dijo mientras él mismo comía un poco de su propia barra de chocolate.

Finalmente el joven accedió y tomó un poco. El calor se empezó a extender rápidamente por todo su cuerpo, incluso atinó a poner de pie, aunque con algunas dificultades.

- Guau, ¡de verdad que hace bien!

- Sí, así es… No te preocupes por lo que pasó esta noche, créeme que para mañana todo esto sólo habrá sido un mal sueño.

- Lo dudo mucho – dijo el muchacho incrédulo.

- A propósito, ¿por qué andabas tan cabizbajo?

- Mi novia me abandonó.

- Lamento oír eso.

- Sí, dijo que necesitaba alguien con más agallas.

- Honestamente, ella no tiene idea de lo que es tener agallas. He visto personas que no habrían resistido ni la mitad de lo que tú soportaste contra esos Dementores.

- ¿Demen… qué?

- Son los seres que te atacaron. Tú no podías verlos, pero ellos podían verte a ti.

- En cualquier otro momento diría que estás diciendo cualquier locura… Pero lo que yo sentí no fue ninguna locura, de eso estoy seguro.

- Lamentablemente no, pero ya te dije que no hace falta que te preocupes. Esos fueron los últimos en la zona, ya no molestarán por aquí.

- Oye, gracias…

- De nada – Harry respondió mientras sacaba disimuladamente su varita ocultándola a la vista del joven.

- ¿Cómo te llamas?

- Eso ya no importa – Harry apuntó su varita al rostro del muchacho y éste se relajó, sus ojos se desenfocaron y su postura cambió. El muchacho se incorporó y, sin siquiera mirar a Harry, siguió caminando en dirección a su casa.

Los demás Aurors se aproximaron a Harry.

- Williams, ¿todo en orden?

- Sí, señor. ¿Qué le pasó a Adams? ¿Otra vez…?

- Sí, Williams, otra vez… Vayan al Ministerio, espérenme allí y luego informaremos a Kingsley. Llevaré a Mike a San Mungo.

- Sí, señor – Williams y sus compañeros desaparecieron en un revuelo de sus capas.

Harry suspiró y se acercó al cuerpo desmayado de Adams, lo tomó de un brazo y lo colocó sobre su hombro para poder desaparecer junto con él.

Antes de dirigirse al hospital, Harry se quedó mirando el amanecer. Una vez más conservaba su alma gracias a Ginny. Pensar en eso lo hacía odiarse a sí mismo, estaba harto de necesitarla para luchar contra los Dementores. Si seguía así nunca podría salir adelante después de lo que había pasado hace unos meses.

Un suspiro escapó de su boca y finalmente giró sobre sí mismo para desaparecer de esa calle mientras el sol empezaba a iluminar la cuidad de Londres.