Disclaimer: Esto que voy a presentar, es solo una obra creada por Darky. Sin embargo, los personajes y agregados, le pertenecen exclusivamente a Jk Rowling. Por lo tanto, no espero beneficiarme con nada de esto que voy a exponer.

Lo único que le pertenece a Darky es el OC que les voy a presentar a continuación.

Coffe *---*

A través de una carta

M- 18

Fanfiction por Darky


Me miré en el reflejo que causaba la lluvia sobre los vidrios de la oficina de correo. Yo solía clasificar las cartas, según la importancia que estas tenían para mi jefa. Era una tarde lluviosa, como siempre que febrero cruzaba nuestras ventanas. En efecto, febrero era nuestro mes más frío. El resto eran fáciles de sobrellevar.

Me pasé largo tiempo sentada en mi cubículo, mirando los sobres. Muchos cruzaban de un lado al otro, como si tuvieran alas. La tienda de trajes Malkin. La tienda de varitas del Sr. Olivanders. Nosotros pertenecíamos al enorme emporio que distribuía las cartas. Las lechuzas. Nosotros éramos una empresa secreta. Y los demás creían que las lechuzas solas, sabían encontrar a los remitentes y destinatarios.

No, nosotros hacíamos la magia. Pero daba cierta pena decir, que muchas veces nos equivocábamos y terminábamos enviando mal las cartas.

La mujer que estaba a mi lado, me miró con mucha impaciencia. Debía tener a lo sumo, unos siete años más que yo. Estaba sonriéndole a algo que no podía distinguir, parecía ser una foto.

Una foto muy vieja, pero muy nítida. Las esquinas estaban dobladas y estaba raída por un lado. Había un hombre que no debía tener más de treinta y dos años, y también estaba ella a un costado. Sentada entre sus piernas.

Parecían muy felices.

— He venido a agradecerles, luego de mucho tiempo que me he tardado en hacerlo— comunicó y yo asentí, tomando nota de lo que iba a decir. Dijo que lo que iba a contarme, iba a ser largo y que necesitaba prestar mucha atención. Tiempo ya casi no tenía y necesitaba que alguien escuchara la historia. — Fue gracias a ustedes. Fue gracias a un error que cometieron, que ocurrió todo esto en primer lugar.

Me senté, un poco reacia a escuchar la historia. No sé si terminaría siendo un reproche o si terminaría siendo un cumplido a nuestra ardua misión, de mantenerlos comunicados.

— Fue una muchachita. Una muchachita envió por accidente, una de las cartas que yo estaba escribiendo, a un joven. Un joven solitario. Un joven que estaba deprimido. Escogió responder mi carta y desde entonces, yo me convertí en su amiga. Su más leal y noble amiga. Incluso lo salvé de muchos encuentros peligrosos. Desde entonces, entendí el poder que tiene una carta para salvar a las personas.

Me revolví en mi asiento y escuché con atención. Yo formaba parte de un departamento de control de calidad. Vigilaba que todas las metas se cumplieran y notaba la satisfacción del cliente en cuanto el correo llegara hasta sus manos. Ella había hecho llegar una carta con el título "A quien pueda interesar" y yo me encargué de contactarla. Días después, ella llegó hasta mí, pidiéndome una entrevista.

Me miró con un gesto dulce y yo suspiré, preparando mi pluma para escuchar su historia. Ella quería que yo supiera lo feliz que estaba y ya con su mirar, sentía su felicidad. Me atreví a pensar que era uno de esos amores, que con cartas se había unificado. Me miró una vez más y a mi pluma. Tragó con fuerza y algunas lágrimas se le escaparon y recorrieron sus pálidas mejillas.

— Él es un hombre maravilloso. Es especial a su manera y su forma de ser es simplemente estupenda. Nadie me cree cuando digo que lo he conocido gracias a este servicio de correo y por eso, quiero que tú lo escribas.

— De acuerdo explíqueme como lo conoció gracias a nosotros— dije y la mujer asintió con un suspiro profundo.

— Fue hace muchos años. Tenía yo unos diez años. Era una jovencita muy rebelde y mi padre, detestaba que no le prestara la más mínima atención. En realidad mi madre no existía. Se había muerto cuando yo tenía cinco años y no podía recordar que algo bueno me pasara. Pero sin embargo, mi padre y yo vivíamos muy felices. Siempre recordábamos los buenos momentos que pasábamos junto a ella.

Me miró, cuando mi expresión le había dicho que se había pasado de la raya, con su historia. Se echó a reír y eso me hizo recordar a una mujer mayor, que divagaba en sus historias. Con una sonrisa amable, continuó con su cuento y yo, esperaba anotar lo que nos interesaba. La ayuda al cliente.

— Bien. En mi onceavo cumpleaños, papá se había ido de viaje y yo me había quedado con mi tía Margaret. Ella me cuidaba desde que mamá había partido, puesto que así lo había dispuesto. Por supuesto, mi tía y yo no nos llevábamos nada mal y solíamos jugar cartas todos los días.

— Su tía Margaret debía ser una gran mujer— dije. En realidad lo dije por como había reaccionado al decir su nombre. Su pecho se había hinchado al decirlo y sonrió cuando yo mencioné su gran valor.

— Por supuesto, una mujer como ninguna. En ese tiempo, la revolución cruzaba el mundo. Había mucha guerra y Margaret era una revolucionara. La habían expulsado de la universidad dónde estudiaba. Era muy guerrillera. Si entiendes el término, claro. Parecía que en mi familia todos eran así.

— ¿Entonces?

— Bien. Ese día, mi papá no me había escrito. No podía, su trabajo se lo impedía y resultaba muy difícil. Yo había decidido que le escribiría. Normalmente esperaba que él me diera el aval para escribirle, pero quería saber de él. Había ido a Italia, por que lo habían trasladado. La situación económica aflojaba y no había casi centavos, con los que sobrevivir.

La miré y suspiré, mientras ella miraba el techo y suspiraba, rememorando todo lo que había vivido. Comenzaba a impacientarme, pero mi jefe había dicho que tenía que ser buena con los clientes. Asentí suavemente y con una sonrisa amable, esperé por la continuación de la historia.

— Ese día, Margaret me había comentado que enviaría mi carta en cuanto la escribiera. Cuidadosamente, dispuse las mejores caligrafías en el papel, para que mi padre no se esforzara en leerme. Lentamente, copié todo lo que quería decirle y mucho más que eso. Dije que esperaba verlo pronto y que lo extrañaba tanto, que simplemente sentía morir mi corazón a cada hora, en la cual él no estaba y no sentía el aroma de su pipa, por las tardes en el verano de Winchester.

La tarde cruzó la puerta, mucho antes de lo que imaginé en algún momento. Con mucho cuidado, cerré la puerta y el mosquitero, para evitar que los mosquitos nos visitaran esa noche. Margaret estaba sumida en un trabajo de investigación y documentación. Era la cuarta vez que la habían sacado de la universidad, por sublevarse. Me sonrió, mientras yo escribía una carta para mi padre.

Luego de escribir, simplemente sellé el sobre y me levanté para ponerla en la mesa. Margaret inspiró en silencio y le dio la vuelta, cuidando que yo hubiese escrito el nombre correctamente. Permanecí de pie, a su lado, esperando que ella le diera el visto bueno y me diera el dinero para comprar estampillas.

Más sin embargo, Margaret solo me miró y hurgó en sus bolsillos. Me dio lo que parecía ser un caramelo. Lo miré y me pregunté qué iba a hacer con eso. Con ello, no iba a comprar estampillas.

Se levantó del asiento y juro, jamás entenderé por qué hizo eso. Me miró y me guiñó un ojo, antes de caminar hacia las escaleras. Subió y pude escuchar sus ruidosos botines militares, mientras caminaba entre los pasillos.

Luego de eso, no supe nada más.

— Su tía ¿envió la carta?

— Espera, no seas ansiosa. Como te estaba diciendo.

Me quedé de pie, con el caramelo entre mis manos. Minutos más tarde, mi tía descendió las escaleras y sonrió. Me dijo, que luego enviaría la carta ella misma. Que no quería que me expusiera ante el peligro que representaba salir a la calle. Guardé silencio y miré el caramelo que tenía entre mis manos.

Esa noche, me fui a dormir con la esperanza de que papá leyera mi mensaje. Había pasado mucho tiempo, antes de que él me enviara un regalo de cumpleaños. Uno muy modesto. Era una especie de varita, larga. La guardaba en un estuche negro, donde me había enviado aquel objeto extraño.

Lo colocaba bajo mi almohada, para recordarlo. Sabía que era una varita de madera inservible, pero él la había enviado y la atesoraba como nada.

Al amanecer, me levanté para desayunar. Mi tía no estaba y yo asumí que se había ido a enviar mi carta. Me senté a leer la prensa, esperando tener noticias sobre mi padre y sus movimientos.

No esperaba leer que estaba muerto y por eso, siempre revisaba la prensa. Tenía un trabajo muy costoso y difícil de sobrellevar.

Mientras estaba sentada, sentí un curioso aire a mí alrededor y sentí un poco de miedo. Algo pasó revoloteando sobre mi cabeza y yo, alcé la mirada, buscándolo.

Una enorme lechuza negra, cruzó el umbral y se posó sobre una de las sillas del comedor. Miró los huevos que había dejado Margaret y se dispuso a comérselos, muy feliz. Engullía los huevos cocidos, cuando yo sorprendida, decidí mirar qué era ese enorme animal y qué traía entre sus patas.

Suspiré y coloqué mi mano, sobre su lomo. No le temía a los animales. Desde pequeña, mi padre me había llevado a cazar y me gustaba mirar a los animales. Había dejado de cazar; por que yo se lo había pedido.

Hola pequeña. ¿Estás perdida?

La lechuza ululó fuertemente y me miró con sus enormes ojos de plato. Se hinchó y con un fuerte chillido, soltó un largo sobre. Yo miré el paquete y me dije, que quizá le pertenecía a alguien que estaba muy desesperado por su correo.

Miré de todas formas. Era muy joven y sentí mucha curiosidad. Mientras miraba, noté una caligrafía que no le pertenecía a mi padre, ni conocía. Estaba dirigida a mí y por la forma en que estaba escrita, era de alguien joven.

Me preguntaba; por qué yo enviaba mis cariños y saludos a su persona. Que no me conocía. Obviamente, le parecía que era un error y que yo más sin embargo; no sabía con quién estaba tratando.

Reconozco que me sentí frustrada e indignada ante su forma de expresarse. Esa carta iba dirigida a papá y yo tuve que hacerme a la idea de que me espiaban o que tal vez, la habían enviado por equivocación.

"¡Estúpido correo!" dije y suspiré con recelo. ¡Él o ella, no tenía ningún derecho de hablarme de esa forma. Ni por que fuera el presidente de Inglaterra o la mismísima reina. Inspiré para serenarme y miré a la lechuza que esperaba pacientemente.

No te vayas— le pedí. —Déjame responderle a esta persona, para que no vuelva a meterse conmigo.

Papá ya me había dicho que no respondiera nada a extraños, pero simplemente me había hecho enojar. ¿Cómo se atrevía a llamarme idiota, sin razón? Ladeé el sobre, buscando algún remitente y me encontré con un nombre que jamás había escuchado.

Severus Snape, estaba escribiéndome. Y su nombre por demás, me resultó muy gracioso. Me senté en el comedor y mientras le acariciaba la cabeza a la lechuza, comencé a escribir. Creía que el correo se había automatizado, pero eso era el colmo.

Luego de que terminé de escribir, la lechuza me miró y picoteó mi mano. Yo no entendía por qué, pero parecía que olía algo. Que tenía hambre.

Toma— le dije, sacando el caramelo. Apenas lo vio, me lo quitó de las manos y se echó a volar, tomando el rollo de papel que yo había hecho— ¡Hey, espera. No te lleves eso! — grité, pero ella jamás me escuchó. Simplemente se echó a volar y yo me quedé sentada como tonta.

No supe nada más. Cuando Margaret llegó, no entendía qué hacía una lechuza en nuestro hogar. Dijo que quizá alguien se había equivocado o que yo había estado soñando. Se preguntó si los huevos estaban rancios.

Pero yo sé que yo no soñaba. Que yo había visto a la lechuza y que me habían escrito. Que me habían reclamado por un trozo de papel.

Inspiré y creí que comenzaba a enloquecer. Esa noche, papá nos llamó y yo estaba muy feliz. Le hablé de la carta que le había escrito, pero según él nada le había llegado. Ladeé la cabeza hacia mi tía, que no me supo responder qué ocurría.

Comenzaba a creer que algo estaba jugando en mi contra. O ya me había vuelto loca. Le dije que se había llevado el caramelo y mi respuesta a las palabras de aquel tal Severus Snape. Mi tía se echó a reír y me llamó tonta, por decirle esas cosas a un desconocido.

Yo no soy tonta, murmuré un par de veces antes de caer en la cama. Mi tía me cobijó y me susurró ese cuento de guerra que tanto me gustaba oír. Sus hazañas como guerrillera. Como una pandillera más, en contra del gobierno y los lineamientos.

Duérmete ya— me dijo y yo la miré con enojo. Mañana es un nuevo día y todo lo demás, se va a terminar.

No comprendí a qué se refería, pero tenía mucho sueño como para pensarlo. Me quedé en la cama, hasta que el cuento terminó y luego no supe nada más de mí. Mi tía seguramente, se levantó minutos después. La cama se movió ligeramente.