De niños perdidos.

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Disclaimer; sin fines de lucro.

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Probó la bilis de su estomago al terminar de cara contra el piso, un desagradable y cálido aliento rozó su cuello que era oprimido por una soga. En las largas horas que siguieron de ese evento recordaría con lujo de detalles los rostros impresos que decoraban el refugio improvisado al que lo habían llevado, decenas de ellos, todos de chicos y chicas de su edad que no regresarían a casa. Fueron esos rostros los que le rogaron por ayuda, en aquel espacio cerrado los escuchó llorar al mismo tiempo que él gritaba.

Solo cuando la primera parte de su humillación concluyó pudo apartar la mirada de esas imágenes, en el mohoso suelo de tablones carcomidos notó un brillo metálico resplandeciendo. Actuando casi por instinto trató de alcanzarlo antes de que la bestia pudiese detenerlo, la soga cortó su cuello con cada centímetro que ganaba, ardía y quemaba al igual que sus rodillas llenas de guijarros, pero al fin, pudo sostenerlo entre sus manos, una herramienta siniestra en la cual veía su rostro deformado por la reflexión incompleta de la luz.

Desde ese día en adelante él también estaría incompleto, pero ya tendría tiempo de pensar en esas cosas, porque antes, debía responder a los chicos y chicas de los recortes de prensa.

Para cuando el monstruo regresó Lincoln se enfrentó a él, se hundió en la oscuridad y lo hizo gritar en su lugar, lo vio caer de rodillas mientras gemía como un patético animal, pidiendo clemencia en un vano intento por despertar la misma compasión que horas antes había asesinado.

Detrás suyo, decenas de niños desconocidos celebraban su victoria y en la mente del joven Loud, un pequeño monstruo sin nombre nacía.

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El primer día de regreso fue como cualquier otro. Lincoln despertó temprano e hizo fila para el baño, se dio una ducha, cepilló sus dientes y su cabello, completó sus abluciones matutinas en el mismo tiempo que tomaba todos los días cada día del año, se vistió, desayunó en silencio y fue por su mochila, siendo que el clima le era indiferente optó por caminar a la escuela. Allí se encontró con Clyde y tuvo un día como cualquier otro salvo que por primera vez en mucho tiempo decidió poner atención en todas sus clases. Al terminar el día regresó a casa y se encerró en su cuarto a leer.

Se felicitó a si mismo por completar sus deberes en tiempo record y luego, se dio cuenta de que no le quedaba más por hacer. Tendría que contentarse con mirar al techo de su cuarto, un cuarto vacío que en realidad era un armario de escobas; sin una cama, sin una cómoda, sin escritorio ni ningún otro mueble, sin posesiones a su haber a excepción del montículo de ropa abandonado a su suerte que le parecía la cosa más aburrida del mundo. Dentro de poco tendría que reorganizarlas pero por mientras se contentaría con usar algunas camisas arrugadas. No era de consecuencia pues no era el único chico de la escuela que llegaba en condiciones menos que prístinas y no sería el último, sin embargo veía utilidad en ello, pues si bien entendía que llamaría la atención de su maestra por un tiempo al menos serviría a otro propósito dado que estaba seguro que al final, la gente preferiría desentenderse de su persona que preguntar lo que sucedía con él, ¿cómo no hacerlo?, venía de una familia numerosa, mucho más numerosa que el promedio, bastaría algo de imaginación para asumir que no siempre había tiempo para planchar la ropa de cada uno de ellos y que el único varón de la familia sería naturalmente el más descuidado.

Y si era así, entonces nadie preguntaría por las cicatrices, porque los niños se lastiman todo el tiempo, del mismo modo que nadie preguntaría por otras cosas de las que tampoco quería hablar.

El disfraz de ardilla seguía colgado en un clavo que utilizaba a suerte de percha, los huecos en el rostro peludo de la máscara lo juzgaban silenciosamente.

Lincoln frunció el ceño, debía recordarse a si mismo que era afortunado de tener un hogar al que volver, que podía comer tres veces al día todos los días y que incluso tenía ese espacio en el que nadie más podía molestarlo.

Pero las cuencas frías y negras de la máscara no aceptaban las mentiras que el niño peliblanco trataba de mantener como verdades, aquella pantomima de normalidad no duraría por siempre, eventualmente, un día sin siquiera esperarlo podría terminar expuesto, el secreto de la noche que pasó a la intemperie sería revelado y su familia lo vería como lo que realmente era.

Un pequeño y despreciable monstruo egoísta.

Pero hasta entonces ignoraría su creciente preocupación, de nada le serviría perder el tiempo cuando existían cosas más importantes que hacer como conseguir un mejor arreglo para dormir pues a decir verdad, el piso ya comenzaba a cansarlo.

Además, tenia que asegurarse de que nadie más pudiese entrar a su habitación.

"Ya sé, ya sé, dejame en paz...", suspiró, "Visitaré el garaje y el ático, no necesito mucho así que deja ya de molestar"

Se puso de pie y abandonó el cuarto, sus hermanas por algún extraño motivo habían decidido que necesitaba espacio, no tenía idea de por cuanto tiempo duraría tal indulgencia pero la agradecía.

Tal vez, si hubiese puesto más atención se hubiese dado cuenta de que las ponía nerviosas, que desde que llegó de vuelta a casa después de ese incidente de la mala suerte las cosas no eran exactamente normales.

Pero al monstruo eso le tenía sin cuidado, si tenía hambre le mordisqueaba los tobillos mientras dormía, si se aburría, comenzaba a decir mentira tras mentira sobre sus hermanas, si se sentía… bueno, eso era otra cosa, nadie necesitaba saberlo, ni siquiera el monstruo con sus cuencas vacías y su piel de fieltro barato podía ordenarle que sentir o pensar, su único poder era el susurrar e incluso eso podía bloquearlo.

En el garaje encontró unas cuantas latas de pintura ya vacías, con un par de tablas tendría un escritorio, en el ático halló un colchón inflable que necesitaba parchar, cargó todo de vuelta a su habitación y se encerró hasta la hora de la cena.

Agradeció que nadie le preguntase cómo había estado su día, eran todos muy amables por considerarlo para compartir la mesa, tanto que estuvo tentado a hablar pero recordó que al monstruo no le gustaría eso, ¿cómo podría permitírselo siendo él un niño tan egoísta?, solo tomaba y tomaba y tomaba de su familia sin dar nada a cambio.

Se excusó para volver a su habitación a pensar en sus malas acciones, allí, lo recibió el monstruo para recordarle que no se pusiera tan cómodo, que no debía acostumbrarse, que tenía que seguir atento todo el tiempo o si no su familia lo descubriría y se sentirán avergonzados por haberlo recibido de vuelta.

"¿De verdad tengo que volver a ese lugar?", le preguntó al rostro inmóvil del disfraz, "Papá y mamá insistieron en que no volviera a irme, si me marcho los decepcionaré otra vez"

El monstruo no perdió tiempo en recordarle que era por su culpa que ambos estaban en problemas y que por lo tanto, Lincoln debía si o si terminar lo que había empezado.

Respirando agitadamente asintió y dio el asunto por zanjado, "Sigue en tu barriga, ¿no es así?, nadie más la ha visto"

El monstruo gruñó indignado, a veces el niño podía ser tan bobo, ¡claro que nadie la había visto!, todo su plan consistía en que nadie supiese de su existencia.

Ya casi no podía esperar a que terminarán las tres semanas, la tensión lo estaba matando.

"Sabes que una vez que volvamos solo uno de los dos regresará"

El monstruo por primera vez se mostró complacido, incluso si era difícil de notar en su rostro inanimado.

El pobre chico estaba equivocado como de costumbre, sin importar lo que hiciese, sin importar cuanto rogase, incluso sin importar su propia muerte el monstruo no se apartaría de él, a final de cuentas eran los mejores amigos que pudieran existir y los verdaderos amigos, al igual que la familia nunca te abandonan.

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"Cuando termine contigo iré por tus hermanas, comenzaré con la más joven y tú me ayudarás"

¿Eso había dicho?, quizás lo imaginaba, quizás era una de las fotografías diciéndole lo que tenía planeado, de todos modos no importaba, ya no podría lastimar ni a Lily ni a nadie, no después de lo que Lincoln le había hecho.

El mango de imitación de pino con sus ribetes de baquelita blanca y remaches de bronce sobresalía grotescamente de esa cosa que fingía ser un humano, lo giró un par de veces más para arrancarlo de la oreja del monstruo.

Encontró su pijama junto a una lampara de butano, al igual que una botella de agua y diversas píldoras, tomó un sorbo de esta y se vistió, detrás suyo, el monstruo comenzaba a despertar para encontrarse atado de pies y manos y con una mordaza en la boca, Lincoln lo había hecho tragar un montón de pastillas porque se le ocurrió que no sería seguro dejarlas tiradas por allí, después de todo, un animal podría comerlas por accidente y enfermar.

"Comenzaré con la más joven y tú me ayudarás"

¿Por qué seguía escuchándolo?, Lincoln ni siquiera sabía si estaba vivo, lo había cortado hasta cansarse, luego vinieron las píldoras, la misma soga con la que lo estaba ahorcando e incluso algunas patadas cuando creía verlo moverse.

Tal vez, pensó, si lo incendiaba con la lampara dejaría de ser un problema, fue entonces que notó una libreta tirada en el piso, su curiosidad pudo más que el miedo, la abrió y comenzó a leer.

Estaba llena de detalles sobre él y sus hermanas y otras personas, llena sobre lo que tenía planeado para ellos.

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Cada noche era igual, desde el incidente tomó la costumbre de abrir las ventanas, sin importar el frío ni el viento, la ventana bajo cualquier circunstancia se quedaba abierta.

Con un ojo abierto y el otro cerrado Lincoln observaba el cielo nocturno, acostado contra la puerta en el patético colchón inflable que seguía necesitando demasiados parches.

El monstruo se burló de él por horas antes de callarse.

Podía escuchar a sus padres discutiendo desde su habitación y en el pasillo a alguien que se paseaba de un lado al otro. Pensó en investigar antes de rechazar la idea porque quizás, una de sus hermanas necesitaba el baño o solo quería dar un paseo nocturno, siendo ese el caso decidió que lo mejor sería no molestar.

"Sigues siendo un niñito cobarde", siseó el monstruo, "¿Cómo vas a convertirte en un hombre si ni siquiera tienes el valor de hacer lo único para lo que eres bueno?"

Lincoln se cubrió las orejas y trató de bloquear esa cruel e insidiosa voz.

"Mamá y papá dijeron que no volviera a usarte", respondió.

"Ingrato, ¡niño bobo!, ¿qué eres sin mi?, ¡sin mi no eres nada!, ¡NADA!"

Sus ojos enrojecidos se enfocaron en la panza de la bestia, bajo el rugoso exterior de piel falsa… tan solo tendría que levantarse, introducir su mano y podría silenciar a esa cosa por siempre, sencillo, ridículamente sencillo...

"Mamá y papá dijeron que no volviera a usarte, voy a obedecerlos hasta que tenga que partir nuevamente, entonces, podrás hacer lo que quieras"

Pero esa cosa lo conocía demasiado bien, el monstruo rió de alguna forma, con esa mueca inmóvil hecha de plástico, las mejillas sonrojadas parecían carbones encendidos que torcían su imagen cada vez que parpadeaba, conforme el sueño se apoderaba de él pudo escucharlo susurrar de nuevo. Nunca se callaba, nunca, nunca.

"¿Lo que yo quiera o acaso… lo que tú quieres, Lincoln Loud?"

"Te haré lo mismo si sigues hablando"

Había saltado del colchón, por sobre su ropa y directo a las entrañas del disfraz, su cuerpo presa de una violenta descarga eléctrica que incendiaba su cerebro adormilado, una mano firme en la hendidura del cuello y la otra en el único objeto dentro de toda esa casa capaz de silenciar al monstruo, lo sostuvo por varios minutos rememorando su peso y forma, aquella herramienta era un regalo del cielo, Lincoln la había hallado en el momento más inesperado, justo esa noche en que tuvo que dormir afuera por haber sido un hermano e hijo tan desconsiderado, la noche en que se dio cuenta de lo egoísta que era.

Podía verse a si mismo en las cuentas de la máscara, un patético niño de once años llorando en el parque, un tonto niño que siguió a un desconocido a uno de los kioskos, un niño bobo que lloraba bajo los tablones, llamando a una madre y a un padre a los que había decepcionado y sabiendo que nadie vendría.

"Así esta mejor, necesito que tengas la actitud correcta, de nada nos sirve un niño cobarde"

Ni siquiera lo había notado, era tan fácil perder el control cuando el monstruo decía esas cosas. Él ya no era un niño cobarde, se esforzaba mucho por ser un mejor hijo y hermano, ¿acaso no lo notaba?

Y de todos modos, si hacía eso… quizás tendría problemas.

"Sabes… quizás no sea buena idea"

Sintió esa pesada angustia drenando sus fuerzas, el pecho constreñido en una forma de terror que no acostumbraba a experimentar, no debía olvidarlo, si es que acaso planeaba cambiar antes debía de dejar el pasado atrás. Tenía que… tenía que...

"¿Realmente quieres olvidarlo?"

Rechinó los dientes y volvió al colchón, "No… no quiero", murmuró molestó, dejándose caer sobre la superficie fría y gomosa.

"Así me gusta, ya verás como todo terminará bien, te lo prometo"

En las pocas ocasiones en las que se mostraba amable casi sonaba como ese otro sujeto, Lincoln sintió nauseas de tan solo imaginarlo, ¿qué haría si los demás se llegaban a enterar?, se darían cuenta de que era frágil y débil, que era un chico sucio y que quizás estaría mejor afuera, lejos de sus hermanas.

No podía esperar más, en cuanto se cumpliese la última semana iría hasta allá y lo haría.

"Gracias… de verdad te lo agradezco, por ayudarme a volver a casa y todo eso"

"Lo único que quiero como forma de agradecimiento es que termines lo que empezaste"

Lo que empezó, lo que debía concluir, llevaría el disfraz y gasolina, se iría solo por unas horas, de seguro nadie lo notaría, nadie haría preguntas.

"Lo haré, gracias, gracias por todo"

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Leyó y leyó la libreta, estaba llena de detalles sobre cosas horrendas, todo lo que había hecho, todo lo que haría y sobre todo como lo hacía. Era un monstruo muy organizado, usaba muchas palabras que Lincoln no conocía y dibujaba en cada pagina, fue así que encontró su propia entrada, con un boceto del disfraz y su día en la playa. De allí había sacado la idea de asfixiarlo hasta hacerlo perder la consciencia, reanimarlo y repetir el proceso una y otra vez.

Luego iría por Lily y haría que Lincoln le hiciera lo mismo.

Luego Lisa, Lana, Lola y así en adelante…

"Todo gracias a ese estúpido chico del disfraz"

Era su culpa, todo había sido su culpa. De no haber sido tan egoísta, de no haber mentido tantas veces entonces de seguro no estaría pasando por eso tan horrible.

Se lo merecía, era un mal hermano y se lo merecía…

Lincoln abandonó el quiosco siendo ya de madrugada y caminó de regreso a casa pensando en sus malas acciones y en cómo resolvería todo para demostrarle a su familia que podía cambiar y ser una mejor persona, para que viesen que en realidad los amaba y estaba dispuesto a todo con tal de que lo aceptaran de regreso.

Al llegar a casa se dio cuenta de que seguía siendo demasiado temprano, pero la peste en su cuerpo no podía esperar. Buscó la manguera del jardín y se dio una ducha rápida, se vistió y esperó en la entrada completamente congelado, al salir sus padres a buscarlo lo hallaron medio dormido y temblando, lo cargaron adentro y cuidaron de él. Se sintió despreciable, sus padres estaban haciendo de todo para cuidarlo y él les había pagado haciendo que se preocuparan, inventando mentiras para tener más tiempo a solas, tiempo que no merecía, tiempo que debió de haber utilizado en algo más noble.

Se vio a si mismo como en realidad era, de ese punto en adelante cada vez que Lincoln se observaba en un espejo encontraba algo de que avergonzarse.

Lo que veía era un niño egoísta, un pequeño monstruo.

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