Saludos gente bonita.

Soy totalmente nueva en el fandom, recién me entero de la dulzura de esta pareja gracias a mi estimada y muy querida amiga y partner Nayen Lemunantu, con quién escribí esta historia en coautoría; gracias por traerme a este bello mundo, corazona mía.

Disclaimer: Los personajes de X-men pertenecen a Marvel y a sus diferentes autores y dueños legales.


EL SECRETO DE SUS LABIOS

Amar duele. Es como entregarse a ser desollado y saber que en cualquier momento la otra persona podría irse llevándose tu piel.

Susan Sontag

I

¿Cuánto había pasado desde que no había visto a Charles? Erik no lo sabría decir con seguridad. Un par de meses, tal vez más… Sus asuntos lo mantenían ocupado, siempre viajando por todo el mundo, reclutando mutantes. Pero fuera como fuera, siempre terminaba volviendo a Nueva York, siempre terminaba volviendo a Charles.

Suspiró cansado. A veces sólo volvía para hacerle una visita rápida. Llegaba a la mansión por las noches y se colaba hasta el estudio, donde sabía que Charles estaría sentado elegantemente junto a la chimenea leyendo algún libro. En noches como esa no existía el sueño, se la pasaban conversando, trazando planes para el futuro, se tomaban unas copas de whisky y jugaban una partida de ajedrez. Pero cuando salía el sol, Erik volvía a marcharse. Magneto siempre tenía asuntos que atender.

Aunque todo se sentía diferente ahora. La necesidad de estar con Charles era demasiado intensa, tanto que suspendió sus planes a la mitad, tomó el primer vuelo que salía hacia Nueva York y prácticamente atravesó a la carrera toda Columbia para estar fuera del auditorio donde el profesor Charles Xavier daba una conferencia sobre genética. Erik llegó justo a tiempo.

Las puertas dobles se abrieron de par en par y salieron un montón de alumnos, todos sonriendo animados. Erik habría podido jurar que les brillaban los ojos, y no le sorprendía. Charles tenía ese poder; siempre lograba inspirar a los demás, sacar a flote lo mejor de sí mismos. Erik podía asegurarlo, porque lo había vivido en carne propia.

Finalmente, después de que salieron todos los estudiantes, Charles atravesó la puerta. Venía caminando tranquilo, con una mano guardada en el bolsillo delantero de su pantalón de tela y su maletín de cuero marrón balanceándose en su mano derecha. Llevaba puesta una de sus levitas, la que lograba acentuar su masculina cintura, bajo ésta una camisa con un par de botones abiertos dejaba entrever una pálida y suave piel. Erik lo vio lanzar una broma al colega que venía a su lado, pasarse una mano por el pelo para despejarse la mirada y oyó el bufido que soltó a los segundos, cuando los bucles castaños le volvieron a caer sobre la frente. Justo en ese instante sus miradas se conectaron. Charles se paró justo frente a él y lo atravesó con su mirada cobalto, en sus facciones logró ver un atisbo de confusión, que fue reemplazada a los segundos por una sonrisa.

Erik sintió que se podría haber congelado ahí mismo.

—Profesor —saludó. Una sonrisa mínima, pero innegable, le curvaba los labios—. Tanto tiempo sin verte. Te ves bien, Charles.

Erik podría haber jurado que hubo un momento en que Charles perdió el habla; lo vio abrir la boca y cerrarla inmediatamente, al parecer quería ordenar las ideas que tenía revoloteando en su mente. Se miraba tan tierno son ese ceño fruncido… A los segundos, Charles suspiró profundo y se vio más relajado.

—Tú tampoco pierdes la elegancia, Erik. —Charles se acercó y palmeó su hombro para expresar un gesto de bienvenida—. ¿Qué haces aquí? Apuesto a que no sólo pasabas por la ciudad comprando recuerdos para los amigos...

Erik soltó una carcajada como respuesta. ¿Él, Erik Lehnsherr comprando recuerdos para los amigos? ¡Era ridículo! Sobre todo, porque la única persona que le importaba estaba de pie justo frente a él, tan malditamente adorable como siempre, tocando su hombro con la dosis justa de firmeza y delicadeza. Sintió como si su contacto provocara rayos de electricidad a través de su cuerpo.

—¡Claro que no estaba simplemente de paso! —respondió enderezándose y acercándose un poco más a Charles. Estaba a centímetros de él, tanto que incluso podía sentir el suave aroma de su colonia y ver ese par de pecas que decoraban su nariz—. Te parece si vamos a tomar un café… Por ti, hasta acepto que en lugar de café elijas té para ambos.

—¡Qué considerado! —respondió Charles con la dosis exacta de sarcasmo que necesitaba para sentir que su relación era natural—. Conozco un lugar dónde venden un té de doce flores que sabe excepcional y claro, venden también otras bebidas. —Erik sólo asintió en respuesta y vio al otro sonreír genuinamente.

Comenzaron a caminar rumbo a su destino, Erik observaba todo a su alrededor, ya que no creyó que las cosas cambiaran tanto; pero era demasiado perceptivo en cuanto a Charles, por lo que no pudo evitar sentir la incomodidad de él y esperó a que tuviera la oportunidad para hablar sin tapujos, como siempre habían hecho.

—A todo esto, ¿por qué estás aquí? —Fue la pregunta con la cual Charles rompió el hielo.

Erik tuvo que aclararse la garganta antes de poder responder. Ambos caminaban codo a codo, tranquilos. Iban tan cerca el uno del otro que a veces sus cuerpos se rozaban debido al movimiento. Pero ese contacto, aunque mínimo, hacía que a Erik se le erizara el vello de los antebrazos.

—¿Te parece si lo hablamos en la cafetería? —respondió un poco evadiendo el tema, aunque francamente, no sabía a qué esperaba, ¿al momento perfecto? ¡Vaya tontería! Él no era de los que creyera en esas idioteces, pero… Pero todo era diferente cuando se trataba de Charles—. La perspectiva de probar un té con sabor a doce flores se oye fabulosa. —Y al igual que Charles usó el sarcasmo para ocultar su nerviosismo.

Como respuesta, Charles rio.

El constante roce entre ellos al momento de caminar era algo que no pasó desapercibido por él y tampoco por su compañero; era perfecto realmente, le hacía pensar en la experiencia de estar caminando lado a lado como tantas veces lo habían hecho en el pasado y como todas esas veces siempre era para demostrar que eran más que inseparables.

A lo lejos, logró ver un edificio en restauración, en la planta alta; sobre la puerta, colgaba un cartel con el nombre "Aromas" tallado en madera. Erik se dio cuenta que al llegar, Charles pasó de un estado tranquilo a uno alterado, evidenciándolo con una mueca infantil impresa en el rostro; él sólo rio.

—Realmente te ves bien el día de hoy, Charles —le dijo sonriendo.

—¿Te parezco gracioso? Mejor ya entremos, quiero pedir también un pastel y comer algo, muero de hambre. ¿Conseguiste almorzar durante tu travesía?

A decir verdad, Erik ni siquiera podía recordar la última vez que había comido decentemente. Dos días atrás, estaba en Europa junto a Emma y Azazel intentando dar con el paradero de un club clandestino donde obligaban a luchar a mutantes. Habían logrado encontrar a un informante, y había sido una frase suya la que le había hecho pensar una y otra vez en Charles: «Habría dado lo que fuera por tener alguien por quien luchar.»

Erik se había pasado años creyendo que su razón para luchar eran los mutantes, pero mientras más y más lo pensaba, la única persona que se le venía a la cabeza era Charles, su viejo amigo. Al final había dejado a Emma a cargo de todo y había cruzado medio mundo para llegar hasta él. Pero no podía decirle todo aquello, ¿o sí?

—Digamos que la comida no ha sido mi prioridad estos días —respondió mientras abría la puerta del local para dejarle la pasada a Charles—. Pero te sigo en lo que sea que pidas. —Avanzó hasta Charles desde atrás, le puso una mano en la cintura y lo guio hasta una mesa medio escondida en un rincón, un lugar que les daría un poco de privacidad.

El lugar que escogió Erik era cálido y privado. Su contacto se rompió al momento de ambos quitarse el saco que llevaban puestos; Erik, en un gesto cortés, corrió la silla para invitar a Charles a sentarse y seguido, tomó asiento justo frente a él... de esa forma, era imposible evitar miradas. Así como en el ajedrez, era un juego de enfrentamiento psicológico, por lo que la plática debía ser igual de importante.

Apenas se sentaron a la mesa, se les acercó una mesera que les dio la bienvenida al restaurante y le puso la carta sobre la mesa.

—Me das una tetera con el de doce flores y un baguette caliente de queso suizo con verdura y aceite de olivo —dijo Charles con una sonrisa, sin necesidad de revisar la carta.

—Claro, señor. —La mesera anotó su orden y luego se giró hacia Erik—. ¿Y para usted qué sería?

—Tráeme lo mismo —respondió él sin prestarle la más mínima atención a la mesara, ni a la comida.

A decir verdad, no estaba seguro de conseguir probar algo, ahora que estaba sentado ahí, justo frente a Charles, dejándose perder en sus ojos azules tan claros. De pronto sintió que el nudo que tenía en el estómago se cerraba más. La mesera se fue después de anotar su orden, pero ninguno de los dos pareció notarlo, porque no habían dejado de mirarse en ningún momento.

—Así que estabas dando una clase… —mencionó a la pasada, mirándolo fijo a los ojos—. ¡Te queda bien este rol de profesor! —Estiró el brazo y palmeó un poco el hombro de Charles, bajó acariciando con la palma abierta todo el largo de su brazo hasta posarla sobre su mano, apretándola un poco—. No podía dejar de pensar en ti.

Erik vio como Charles abrió sus ojos, tal vez por la sorpresa; no podía juzgarlo, él no era del tipo de persona que va por la vida expresando de esa forma sus sentimientos, mucho menos si es así de directo. Posterior a eso, se sonrojó y Erik le vio meditar un tiempo antes de hablar nuevamente.

—Sabes que yo también te extraño, eres con quien mejor puedo estar además de Raven. —Erik sintió como correspondió a su mimo, por lo que se dedicó a acariciar sus dedos con delicadeza—. Siempre echo de menos nuestras noches de contrabando, pasar contigo horas aun si no hablamos y sólo un juego de ajedrez nos acompaña. Es la mejor de las veladas.

Por más que intentó, no pudo evitar sonreír ante el gesto tan transparente de Charles, mostrando los hoyuelos tan simpáticos y sus dientes blancos perfectos; el bonito sonrojo con que se tiñeron sus pómulos y la forma en que se fruncieron sus labios para tratar de ocultar una sonrisa. Francamente, Erik se preguntó si era posible que en el mundo existiera una criatura tan encantadora como Charles Xavier. Estaba seguro de que la respuesta sería no.

Desvío un poco la mirada desde sus hermosos ojos hasta sus manos entrelazadas. Sus dedos parecían ensamblar a la perfección a pesar de ser tan diferentes; las manos de Charles eran más gruesas, más fuertes, pero tan cálidas... Erik sabía que no era sensato esa clase de gestos. Después de todo, se suponía que ellos eran sólo amigos, pero si eso era verdad, ¿qué significaba ese calor que sentía en el pecho cada vez que lo miraba?

—Claro, yo también creo que no hay nadie en este mundo con quién puedo compartir las charlas que tengo contigo, los planes que creamos juntos para el mundo, a pesar de tener ideas tan diferentes. —Erik trató de hablar lo más calmado y sereno que pudo, considerando que sentía su corazón prácticamente galopar contra su pecho. Se preguntó si Charles sería capaz de notar el temblor de sus manos—. Pero ahora me refería a algo más...

Erik no pudo continuar. La mesera llegó en ese momento con su pedido y él retiró su mano de la de Charles rápidamente y contempló cómo frunció el ceño, pero volvió a sonreír al aspirar el aroma de la comida que les trajeron. Erik se preguntó si ese ligero puchero fue porque separó sus manos: tal vez sólo era su imaginación.

Se entretuvieron comiendo y bebiendo en tácito silencio, disfrutando de la mutua compañía con el simple hecho de compartir alimentos, nada diferente a ese momento dónde jugaban ajedrez y sólo sus miradas se enfrentaban tratando de descifrar la estrategia del otro.

Se encontraba tranquilo, porque no percibía que Charles intentara entrar en su mente sin su consentimiento; siempre valoró eso de él, nunca había violado su privacidad, sólo cuando su vida corrió peligro intentando elevar el submarino donde estaba Sebastian Shaw. Recuerdos amargos; pero que le mostraban que su acompañante era de fiar. Por lo pronto, el tema que lo traía nuevamente a Nueva York se encontraba seguro.

—Erik —le llamó Charles para captar su atención—, ¿a qué te refieres con algo más? —Formuló la pregunta y alzó su mano hasta dejarla sobre su pálida mejilla.

Erik no era un adepto a los gestos afectivos, mucho menos en público. Claro, eso si no estaba implicado Charles, porque con él todo era diferente. Cerró los ojos, sintiendo la calidez ahí dónde la mano de Charles descansaba e instintivamente posó sus dedos sobre ella para mantenerla ahí.

—Dos días atrás estábamos en Berlín —dijo, aún con los ojos cerrados—. Habíamos oído hablar de un grupo que mantenía a mutantes en cautiverio, utilizándolos como perros de pelea. —Erik abrió los ojos en ese momento, la ira lo había hecho endurecer la mirada y el tono de voz. Notó que, frente a él, Charles fruncía el ceño en un gesto indignado y retiraba la mano de su mejilla. Desvió la mirada hacia afuera, su boca estaba cerrada en un gesto duro. Erik sabía que Charles estaba tan molesto como él mismo por la injusticia que vivían los mutantes—. Nosotros queríamos liberarlos, pero era muy difícil determinar el lugar en donde realizaban estas peleas. Lo cambian todo el tiempo. —Se encogió de hombros y se recostó sobre la silla. Había perdido el apetito otra vez—. Finalmente pudimos dar con un mutante que había escapado. Estaba herido, apenas podía utilizar sus poderes, pero al menos había salido con vida. Y él, él fue quien dijo algo que no pude sacarme de la cabeza.

Erik observó cómo el semblante de Charles cambió a una de completo asco, como si en cualquier momento regresaría la comida que recién ingirió, por lo que decidió callar un tiempo hasta que el otro se recuperara; él de antemano sabía que no era una situación fácil de digerir. El odio y miedo lograban hacer cosas muy crueles, ocasionar guerras sin sentido por cuestiones religiosas, físicas, culturales y hasta filosóficas.

Después de un tiempo, Charles volvió su vista hacia él y nuevamente su rostro cambió a uno más afable, con una sonrisa suave decorando sus labios. Erik se preguntó qué secretos escondería la mente de Charles para poder regresar tan pronto a un estado tranquilo y verlo con esos ojos azules tan transparente. Y más aún, le intrigó qué cosas guardaría sus labios.

Él quería saberlo, probablemente más que nada en el mundo.

—¿Qué te dijo? —La voz de Charles le devolvió al presente—. Aun cuando no quiero invadir tu privacidad para saber qué pasó exactamente, sí te siento diferente, ¿qué cambió? —Lo vio, y nuevamente entrelazó sus manos.

Erik correspondió el gesto apretando más los dedos de Charles, con firmeza y cariño.

—Creerás que esto es tan típico de mí, pero lo que hice en un inicio fue juzgarlo por haber escapado solo y no quedarse a luchar por sus compañeros. —Soltó un suspiro y meneó la cabeza antes de levantar la mirada y fijarla en Charles, éste lo mirada serio, atento—. Y él se justificó diciendo que no tenía por qué hacerlo. ¡Claro, eso sólo logró enfurecerme más! Pero después soltó esa frase que… Esa frase que me mantuvo pensando todo este tiempo, pensando en ti. —Erik tomó entre sus dos manos la mano de Charles, la llevó hasta su rostro y cerrando los ojos besó suavemente sus nudillos—. El mutante dijo «Habría dado lo que fuera por tener alguien por quien luchar.» Y me encontré pensando en que la verdad era que me importaba un carajo el bienestar de cualquier otro mutante además de ti.

—Tú igual, representas el único para mí que perturba mi paz... puedo pensar en muchas cosas a la vez, estar en diferentes mentes al mismo tiempo... pero la mía, sólo puede pensar en si estarás bien...

El sonido de la cafetera interrumpió el breve momento de tensión que sintió ante lo dicho por Charles; después sólo le vio sonreír y morder sus labios al momento de mirarlo directamente a los ojos.

—Erik, hay algo de lo que quiero hablarte...

—No, Charles, por favor antes déjame decir lo que he venido a decirte. Crucé medio mundo para decirte esto y ahora siento que las palabras se niegan a salir de mi boca. —Soltó una carcajada rígida y meneó la cabeza. Se aclaró la garganta y se obligó a sí mismo a ser duro, convincente al hablar—. Yo… de pronto me di cuenta que, aunque creo que la causa mutante es primordial, si hay algo, o mejor dicho alguien, por quien moriría por proteger es a ti. Yo no podría estar en un mundo en el que no existieras. De eso estoy seguro —dijo con convicción absoluta sin despegar en ningún momento la mirada de los ojos de Charles. Éste tenía una mirada sorprendida, con los ojos abiertos enormemente, curiosos e impresionados—. Pero me demoré un poco en darme cuenta de qué significaba todo aquello. Después de todo, esa clase de sentimientos no es usual entre dos hombres, aun tratándose de viejos amigos. —Erik apartó la mirada un par de segundos, dudando, este era el momento crucial, no había vuelta atrás, se estaba jugando el todo o nada—. Por eso tuve que venir hasta aquí, para confirmar lo que hasta ahora sólo sospechaba.

Quería tener más contacto, ansiaba acercarse lo más que pudiera al cuerpo de Charles, por lo que corrió bruscamente su silla para quedar justo a su lado, sentir el calor de su cuerpo y por supuesto, embriagarse con el aroma que se había vuelto su favorito desde hace tiempo.

—Erik, ¿qué es lo que buscas confirmar? —Los labios de Charles temblaron ante la pregunta—. Porque créeme, yo también daría todo por ti, no me importaría perder mi mansión, sólo la conservo porque ese es el lugar al que tú regresas siempre.

Erik parpadeó sorprendido, pero las intenciones que se colaban entre líneas dichas por Charles, buscando ese contacto con él, estaba a punto de devorarlo de las ansias. Cualquier duda que hubiera tenido hasta ese momento, desapareció al ver el brillo y la dulzura en la mirada del otro.

—Charles... Probablemente lo que voy a decirte suene a una idiotez y existe el riesgo de que nuestra amistad termine arruinada y la confianza perdida para siempre, pero ya no puedo callar más. —Levantó su mano derecha y recorrió con la punta de los dedos todo el largo de la mandíbula de Charles, hasta rozarle los labios con el pulgar. Ante su gesto, Charles se mordió la boca como por instinto—. Yo estoy enamorado de ti.

Los ojos azules de Charles adquirieron un brillo especial, ese que te hace querer reflejarte en la mirada del otro mientras mandas al demonio a todo el mundo, porque el simple hecho de estar ahí con él valía todo el júbilo al que tenía derecho en la vida.

—Erik. —Charles agachó la cabeza para evitar que él viera las lágrimas en sus ojos, pero él las logró divisar—. ¿Cómo podemos estar a kilómetros de distancia y continuar siendo tan cercanos? ¿Cómo podemos estar tan conectados a pesar del tiempo?

Inmediatamente hizo contacto visual con Erik. Tal pareciera que nociones como el tiempo y el espacio fueran intrascendentes cuando de ellos se trataba.

—Yo también estoy enamorado de ti.

Erik soltó un suspiro de alivio; no se había dado cuenta hasta ese momento que había estado conteniendo el aliento. Sonrió amplio, con una alegría tan pura, que rara vez solía sentir. Se sentía dichoso, privilegiado.

—¿Estás seguro? Digo, la mayoría de la gente piensa que soy un monstruo. —Se encogió de hombros y rodó los ojos, pensando en lo fácil que era que ambos explotaran en discusiones irreconciliables a pesar de amarse; después de todo, sus ideales eran enormemente diferentes—. Y aunque probablemente ellos tengan razón, yo nunca podría ser así contigo. Imagino que será difícil que tú y yo tengamos algo parecido a una relación, porque, aunque aspiramos a lo mismo, lo estamos buscando por vías muy distintas. Pero por ti, o más bien, para que exista un nosotros, yo estoy dispuesto a intentarlo a tu manera, Charles.

—Erik, no sabes lo feliz que me haces con todo esto —dijo Charles al momento de aumentar las caricias. Rozó con elegancia los labios de Erik, y él sólo se dejó llevar por las sensaciones que le producían los dedos del otro—. Por hacer algo nuestro, encontraría la forma de hacer que nuestras visiones del mundo lleven el mismo camino. Somos tercos y obstinados en ello, pero lo lograremos. Sé que eres más que el monstruo que todos dicen, porque conozco hasta lo que hay aquí. —Su otra mano tocó justo en el centro del pecho de él, cerca de su corazón—. Aquí es donde habito yo, y dónde estoy yo, hay magia.

—Charles, no seas tan malditamente adorable, ¿me quieres terminar haciendo llorar en público? —Miró hacia todos lados, algo avergonzado de ser tan expresivo y abierto; no era común en él, pero otra vez terminó dándose cuenta que todo era gracias a Charles, él era capaz de romper todos sus esquemas—. Salgamos de aquí ahora, me muero por besarte —dijo mordiéndose los labios.

Sacó unos cuantos billetes, euros, y los dejó caer sobre la mesa, con eso sería más que suficiente. Después se puso de pie y tomó la mano de Charles para arrastrarlo fuera. En su gesto había algo de impaciencia; el agarre que había en su mano era fuerte, aunque no brusco.

Charles sólo se dejó llevar por la corriente, ante las manos de Erik, era una bola de metal que él podía moldear a voluntad.


Nuevamente, reitero mi agradecimiento total y completo a Nayen, quien me ha hecho caer en la espiral de amor, ternura y drama que conlleva el FassAvoy y sus infinitas posibilidades.

Nos falta publicar la segunda parte de esta bella historia, esperamos traerla para ustedes pronto.

Besos de fresas.

Nayen y Cadiie.