1.

Freezer había muerto en manos de Gokuh.

Vegeta, el príncipe de los Saiyajin, ya no pertenecía a ningún lugar, aunque no se sentía mal por eso; más valía ser libre y estar solo que ser esclavo de un ser como Freezer y no tener más elección que estar bajo sus órdenes. Y este razonamiento se aplicaba en Vegeta más que en cualquier otro ser, ya que él era demasiado orgulloso como para estar bajo las órdenes de alguien.

Él debía ser el líder y tener subordinados, pero nunca debía ser uno. Eso debía ser así y no había manera de que Vegeta cambiara de opinión al respecto, ya que un príncipe debía mandar y ser respetado.

¿Cómo había terminado de aquella manera? Rememoró su conversación con los terrícolas y Kakarotto que había acontecido hacía casi un año...

Flash Back

¿Qué te sucede, Vegeta? —le preguntó Kakarotto con esa bondad de que hacía gala todo el tiempo, una bondad que enfermaba a Vegeta en el más literal de los sentidos.

No molestes —le espetó el príncipe de los Saiyajin.

Este escrutaba el cielo con sus ojos negros. El crepúsculo se avecinaba y pronto sería de noche, por lo que decidió que iba siendo hora de dejar de una vez a Kakarotto con sus amiguitos terrícolas y buscarse un sitio donde pensar qué haría a continuación.

Ay, no seas así —Kakarotto frunció el ceño con pena, intentando descubrir qué le pasaba al orgulloso Saiyajin que en tan malas circunstancias había conocido y que, contra todo pronóstico, los había ayudado tanto en el planeta Namek. Aunque este alegara que lo había hecho por su propio bienestar y venganza, y que se había aprovechado de ellos en un intento de tener más posibilidades de conseguirla, Gokuh sabía perfectamente que, si no fuera porque había cambiado, no hubiese salvado a Gohan y Krilin tantas veces.

Déjalo Gokuh, no merece que le prestes atención si está tan engreído —alegó Krilin, poniendo una mano en el hombro de su amigo de la infancia.

Entonces Gokuh tuvo una respuesta luminosa al ánimo del Saiyajin, y chasqueó los dedos a la par de que la ocurrencia hizo mella en su mente.

¡Lo tengo! Estás así porque ahora estás solo, ¿no es cierto?

Todos los allí presentes miraron a ambos con incredulidad.

No, no es cierto —masculló Vegeta apretando los dientes de pura rabia.

No quiero decir que sea por el hecho de que estás solo, sino que es porque ya no tienes una meta ni un lugar donde vivir —siguió Gokuh. Vegeta apretó los puños con fuerza, intentando controla su rabia, mientras el resto seguía mirándolos de manera alternativa.

Mi meta fue, es y siempre será volverme más fuerte —le espetó, aún sin mirarlo—. Y más ahora que te has convertido en un Super Saiyajin, pues yo soy el más fuerte del universo y debo demostrarlo ante el mundo.

Pero no tienes un lugar donde vivir —arremetió Gokuh.

Eso a ti no te incumbe —le espetó Vegeta.

Puedes vivir con mi familia si quieres —ofreció Gokuh con inocencia.

Vegeta abrió los ojos de par en par y se volteó para mirar sorprendido al único Saiyajin que quedaba en el universo además de él, que empezaba a estar cohibido por ser el foco de todas las miradas sorprendidas del lugar. El enano de cinco años que tenía por hijo estaba tan sorprendido que había abierto inconscientemente la boca y miraba a su padre intentando hablar sin éxito alguno.

No viviría contigo ni aunque fuera el último lugar que quedara para alojarme en el universo —le dijo con frialdad. Pero, aunque no quisiera admitirlo, un sentimiento muy extraño además de la obvia sorpresa cruzó su alma llena de maldad cuando escuchó el comentario, aunque se desvaneció muy pronto.

"A pesar de todo lo que hice, no le importaría que me alojara en su hogar... qué idiota" pensó.

De acuerdo, entonces... ¿por qué no te quedas con Bulma? —preguntó de nuevo.

La humana de cabello verde lo miró con una desmesurada sorpresa.

¡¿Qué?! —preguntó gritando— ¡¿Ahora te crees con no sé qué derecho de ofrecer mi casa como alojamiento del Saiyajin que casi destruye el planeta?!

Gokuh se rió con nerviosismo.

Es que yo... es que él... —balbuceó aún con esa sonrisa nerviosa en el rostro. Luego dejó de sonreír y miró a Vegeta con como compadeciéndolo. Al volver la vista hacia Bulma de nuevo, su expresión había cambiado por completo, aunque nadie supo identificarla; era como una mezcla de compasión por el príncipe Saiyajin al que Freezer le había arrebatado todo y firme convencimiento—. Bulma, Vegeta ha cambiado aunque no quiera admitirlo —al escuchar esas palabras, el aludido se volteó, se cruzó de brazos y fulminó con la mirada al horizonte—. Él no tiene un hogar ahora y no es muy bueno de nuestra parte que, después de que nos haya ayudado a derrotar a Freezer, no le presentemos ni siquiera un poco de agradecimiento.

Vegeta no dijo absolutamente nada, pues pretendía que la humana disuadiera a Kakarotto sin necesidad de intervenir él mismo.

¡Pero lo ha hecho por su propio bien! —espetó Bulma, elevando los brazos al cielo con exasperación.

Que lo haya hecho por su bien, por su libertad o por su venganza no es lo importante; lo importante es que lo hizo, nos ayudó, y si no lo hubiera hecho no estarías aquí parada gritándome, estarías en el otro mundo registrándote en la lista de Enma-daio sama —puntualizó Gokuh, intentando sonar firme a duras penas, a pesar de saber que ese pensamiento le acarrearía algo de angustia a Bulma.

La chica se quedó pasmada en el sitio y recapacitó. Lo que decía Gokuh era cierto y, además, si hubiera querido, el Saiyajin los hubiera asesinado cuando tuvo la posibilidad. Miró a su amigo de la infancia, luego al orgulloso Saiyajin pensando que algo de bueno tenía y que necesitaba ayuda para sacar esa faceta suya al exterior, y después de nuevo a su amigo, pensativa.

¿Estás seguro de que no me matará si vive en casa? —le preguntó con una mezcla de vergüenza y miedo.

Todos rieron ante la pregunta, aliviando la tensión que se había generado ante el razonamiento de Gokuh. Todos menos Vegeta, que, aún cruzado de brazos, intentaba controlar su ira apretándolos y cerrando los ojos con fuerza.

Seguro —afirmó Gokuh.

Bien —suspiró Bulma, resignada.

Por más que la hayas convencido, no iré a vivir a la casa de la humana —sentenció Vegeta.

Ay, vamos Vegeta, ¡me costó mucho hacer entrar en razones a Bulma!

No iré —repitió.

Bueno, de acuerdo —dijo Gokuh ante la mirada sorprendida de todos—. Vayamos a tu casa Bulma, quiero que me enseñes la nueva cámara de gravedad que tu padre ha diseñado... ese artefacto me ayudará a volverme muchísimo más fuerte de lo que ya soy, puesto que en los seis días de viaje he logrado incrementar bastante mi poder...

Todos aguantaron la risa al ver la puesta en escena de Gokuh para ver si tenía efecto sobre el orgulloso Saiyajin. Este se volteó al escuchar su discurso.

¿Cámara de gravedad? —preguntó aún conservando el tono de frialdad, pero arqueando la ceja con curiosidad— ¿Tienen tecnología de avanzada en este planeta?

Por supuesto que sí —dijo Bulma airada, cruzándose de brazos y mirando hacia la derecha con los ojos cerrados en un gesto de superioridad inconfundible.

Vamos, dejen que se las arregle con la vida al aire libre que ha escogido —musitó Gokuh, guiñándole un ojo a sus amigos, sabiendo que en cualquier momento Vegeta caería en su trampa.

Se encaminaron hacia la nave de Bulma que los llevaría hacia la Corporación Cápsula. Todos entraron en ella, y el último en subir por la rampa fue Gokuh. Justo cuando estaba a punto de llegar a la puerta, Vegeta dijo:

Kakarotto, ¿en verdad piensas que voy a ser tan estúpido como para dejar de disponer de tecnología parecida a la del maldito de Freezer y dejarte el camino libre para que tú te vuelvas más fuerte en mi lugar?

No te regalaremos la cámara de gravedad ni te dejaremos robarla si eso es lo que pretendes... —comentó Gokuh como si no tomara en cuenta la posibilidad de que fuera con ellos.

Maldito insecto... —musitó Vegeta cerrando las manos en puños— Aceptaré tu oferta, pero te arrepentirás; me volveré más fuerte que tú y, cuando te venza, desearás no haberme hablado nunca sobre la cámara de gravedad que posees.

Vamos Vegeta, déjate de amenazas. ¿Vienes o no?

Como toda respuesta, el príncipe Saiyajin subió la rampa y entró por la puerta abierta sin dirigirle una mirada. El rostro de Gokuh mantuvo su expresión indiferente mientras que estuvo dentro del campo de visión de Vegeta, pero cuando este lo perdió totalmente de vista, sonrió.

Vegeta aún le debía el fin de la pelea que habían librado cuando se habían conocido, y pretendía llevarla a cabo en algún momento. Y sabía que él también la esperaba y esa era una de las razones por las que seguía entrenando con fervor, además de porque era su única meta en la vida: ser el más fuerte de todo el universo.

Fin Flash Back

Por esa inocente implementación de psicología inversa que había puesto en práctica Kakarotto estaba en ese momento recostado en una cama de una habitación de la mansión de la Corporación Cápsula, perteneciente a la familia Briefs. Pero debía admitir que algo bueno había sacado de su estadía en la Tierra: esa cámara de gravedad era increíble, y cada día se volvía más fuerte al entrenar en ella. Al cabo de poco más de dos años, cuando llegaran los androides, estaría preparado para enfrentarse a ellos y vencer sin sufrir ni el más leve rasguño.

Se deshizo de las blancas sábanas que acompañaban sus sueños llenos de triunfos sobre enemigos formidables, pero que no tenían comparación con el príncipe de los Saiyajin, por descontado, y sus pesadillas en las que aparecía Freezer y volvía a someterlo bajo sus órdenes, obligándolo a obedecer sus mandatos completamente en contra de su voluntad. Esa noche había vuelto a soñar que lograba convertirse en Super Saiyajin y derrotaba a Kakarotto de un solo golpe, un sueño que lo llenaba de alegría y orgullo. Se vistió con el short de entrenamiento en silencio, rememorando el glorioso sueño con el que se había deleitado durante el transcurso de la noche.

Abrió la puerta de su cuarto con una mano mientras que con la otra suprimía un gran bostezo y se encaminó a la cocina. Al pasar por enfrente del cuarto de la humana, escuchó sus gritos de furia mientras soltaba una gran cantidad de blasfemias; supuso que volvía a hablar por teléfono con ese chico al que había derrotado el Saibai-man aquella vez, con el que tantas peleas y reconciliaciones había tenido a lo largo de todo ese tiempo que había pasado viviendo allí. Esas peleas eran una de las pocas cosas de las que se enteraba —"y si en sus discusiones telefónicas la humana no peleara a los gritos nunca me hubiera enterado" pensó— ya que no le interesaban los asuntos de los Briefs a menos que pudieran influir en su constante y arduo entrenamiento, cosa que no pasaba a menudo.

Abrió la puerta del frigorífico y el aire helado pegó de lleno su pecho desnudo. Sin saber la razón pensó en su resistente y duradera armadura, que nunca se gastaba. El Dr. Briefs se la había pedido durante una hora mientras él se daba una ducha y había logrado hacer una réplica con bastante éxito, pero él prefería seguir teniendo su vestimenta en previsión de que fuera una copia de mala calidad.

Buscó con la mirada algo que tomar de desayuno antes de partir rumbo a la cámara de gravedad donde entrenaba a diario, pero no encontró nada. Cerró la puerta del frigorífico y rebuscó entre los estantes y cajones, pero no encontró más que cubertería de plata y oro y comida aún no preparada. La madre de la humana joven siempre le dejaba un montón de comida ya preparada en el frigorífico o sobre la mesa, pero ese día no le había dejado nada. "Qué extraño —pensó el príncipe Saiyajin, frunciendo el ceño, mientras abría de nuevo la puerta de un estante que ya había revisado y volvía a rebuscar entre la licuadora y la batidora allí guardadas—. Es la primera vez que la madre de la humana no me deja la comida preparada en casi un año de estadía aquí".

Decidió no rebajarse a pedirle ayuda a la humana —que aún seguía discutiendo por teléfono— e intentar cocinarse algo por sí mismo. Abrió el frigorífico y buscó algo que pudiera asar y que saciara su apetito; el siempre había cazado animales y cocinado su carne en una fogata; nunca se había visto en la complicación de elegir alimentos de un aparato congelador, ponerlos en algún recipiente y calentarlos en un fuego que se podía regular en diferentes potencias simplemente girando una perilla. Rebuscó hasta que dio con una bandeja blanca que contenía carne. Decidió alimentarse con eso, buscó un recipiente donde ponerla y la colocó sobre el fuego que había encendido en una de las hornallas; agradeció que, una vez, la madre de la humana hubiera encendido una de esas cosas circulares con el palito coronado por una bolita roja que estallaba al roce de ese material negro y se prendía fuego. Cuando una parte del lateral de esa cosa circular se puso en contacto con el fuego del palito, toda su circunferencia se prendió fuego gracias al gas que de los pequeños circulitos de los que estaba compuesta manaba.

El recipiente con la carne adentro descansó sobre el fuego y Vegeta se recostó de brazos cruzados contra la mesada, esperando a que la carne estuviera a punto de una maldita vez. Cuando saciara su hambre, se iría a entrenar y, cuando volviera a ver a la madre de la humana, le rendiría cuentas.

"No —pensó—, tranquilízate. Necesitas de esa cámara de gravedad para seguir entrenando de la manera adecuada, por lo que no te debes poner al Dr. Briefs en contra. Además, aquí cocinan de maravilla"

Recordó el sabor de muchas comidas que la madre de la humana había preparado; como buen Saiyajin que era, tenía un apetito voraz y siempre le agradaba comer bien.

—¡Cómo es que tienes la cara para venir a echarme las culpas! —escuchó que gritaba la humana en ese momento.

Vegeta puso los ojos en blanco y, unos segundos después, la humana de cabello verde y ojos azules entró en la cocina echa una fiera.

Por favor, no me vengas a decir ahora que no me has sido infiel primero... —escuchó Vegeta que decía la otra voz en el teléfono. Aunque no prestara atención a la conversación, su potente audición le permitió oírlo sin esforzarse lo más mínimo, como si el otro humano estuviera en esa misma habitación discutiendo con ella. Para Vegeta, oír la discusión de esos dos terrícolas era un verdadero fastidio, sino una tortura.

Percibió cómo la muchacha humana se quedaba helada un momento. Miró por el rabillo del ojo y percibió esa chispa azul eléctrico que siempre aparecía en sus ojos cuando estaba a punto de desatar toda su ira, según pudo constatar en su último año allí, ya que una de sus más grandes diversiones era hacer rabiar a aquella humana cuando estaba aburrido y demasiado cansado como para ponerse a entrenar.

—¡¿Pero qué tonterías estás diciendo?! —vociferó en un estalle de furia, levantando la mano que aún tenía libre y agitándola en el aire.

Lo que oyes, Bulma: no soy imbécil. Sé que aquel Saiyajin no está alojado en tu casa sólo porque Gokuh te lo pidió.

Vegeta dio un respingo al escuchar cómo el humano hacía mención de él en su discusión, como si sucediera algo entre aquella humana echa una furia y él. ¿El príncipe de los Saiyajin iba a estar con una humana irascible? Sí, claro.

Bulma abrió los ojos con desmesura, permitiendo a Vegeta comprobar que sus ojos parecían teñidos de azul eléctrico, algo casi imposible.

—¡¿Qué clase de tonterías estás diciendo, Yamcha?! ¡¿Tan mal estás que inventas estupideces a mi costa?! —le gritó la muchacha al teléfono, completamente cabreada—. ¡Esta conversación se ha dado por finalizada en este mismo momento! —gritó con toda la potencia de la que fue capaz, y lanzó el teléfono hacia la pared. Lo que no vio fue que Vegeta estaba en el medio de esa trayectoria, aunque lo cazó al vuelo sin problema alguno y lo puso en su base, que estaba sujeta a la pared que había detrás suyo, ya que él seguía recostado contra la encimera.

—Te sugeriría que no tirases objetos por el aire, terrícola —musitó—; si llegas a darle a tu padre no tendré más robots de combate ni podrá arreglar la cámara de gravedad, y me enfadaré mucho más que tú ahora.

—Calla, Vegeta, no estoy de humor —le espetó. Fue hacia el recipiente sobre el fuego y suspiró exasperada—. ¿Es que no puedes hacer nada bien? ¡Esto no se cocina así! Casi echas a perder carne de primera calidad.

—He matado cientos de veces más que tú, si es que alguna vez has matado a alguien, humana —bufó Vegeta, mirando al suelo con ademán impasible—. No lo olvides.

Bulma no contestó, sino que sacó la carne y la puso en un plato, lavó el recipiente y lo llenó de agua y volvió a depositarlo sobre el fuego. Cuando esta empezó a burbujear, metió un paquete entero de fideos en él, ya que conocía a la perfección el inacabable apetito de que hacían alarde los Saiyajin; luego fue con el plato hacia el horno, sacó la bandeja que había allí adentro, colocó la carne, volvió a introducirla en el aparato, cerró su puerta y giró una perilla. El fuego en esta ocasión se creo automáticamente dentro de ese aparato, que seguro poseía un mecanismo para crearlo.

—Los fideos estarán en quince minutos, la carne en veinte —musitó, aunque sabía que a él no le interesaba qué comía. Vegeta miró discretamente sus ojos, y vio que el brillo colérico que los teñía de azul eléctrico había amainado; tal vez el cocinar la había tranquilizado. Fue hasta uno de los estantes oculto detrás de una puerta y sacó una lata de salsa de tomate; buscó un cuenco, abrió la lata con el abrelatas y vertió su contenido en el cuenco, el cual metió directamente en el microondas, tecleando con rapidez la cantidad de segundos que debía calentarla. Se encendió la luz del aparato y el plato empezó a girar en su interior—. Mi madre ha salido muy temprano; se ha ido a visitar una amiga suya y no llegará hasta el mediodía, pero prometió hacerte un abundante almuerzo como compensación por no hacerte el desayuno —le comentó.

Vegeta escuchó, pero no contestó. Se dirigió hacia una silla de la mesa que allí había, se sentó, apoyó un brazo y su codo derecho sobre la misma, mientras que su mano derecha sostenía su cara. Era la típica imagen de la impaciencia.

—A ver, principito, si te pones en movimiento; vamos, toma un cuenco del estante de allí y unos palillos de ese cajón —le instó, señalándole los lugares. El Saiyajin la miró con incredulidad—. No soy tu sirvienta —le recordó.

—Ya estás parada —le señaló él—, pero tenías que esperar a que me sentase para fastidiarme, ¿verdad?

—Pues sí —dijo ella con petulancia, poniendo sus manos en sus caderas en señal de firmeza—, y no pienso moverme ni un centímetro, así que si tu desayuno se pasa, ¡será tu culpa!

Vegeta usó una velocidad más elevada de lo normal para que no se diera cuenta de lo que hacía y en un segundo ya estaba de vuelta sentado en la silla. La muchacha seguía en la misma posición, sin haberse percatado de su movimiento.

—Están arriba de la mesada, detrás de ti —musitó sin mirarla.

La humana, completamente sorprendida, se volteó y miró con asombro los utensilios que hacía un segundo no estaban allí.

—Maldito embustero —soltó.

—¿Pretendías verme siguiendo tus órdenes? Pues no, terrícola, no me rebajaré ante ti. Si hice esto, fue sólo porque deseo largarme de aquí lo más pronto posible.

La chica, conteniendo la furia, sacó un colador de un estante, lo colocó en el lavabo de la cocina, apagó el hornillo, tomó el recipiente hirviendo con unas manoplas enfundadas para no quemarse las manos y vertió su contenido sobre el colador. Cuando el agua se hubo escurrido por completo, tomó el cuenco del Saiyajin, vertió los fideos en él y lo dejó un segundo para ir a buscar el cuenco con salsa, la cual vertió sobre la comida.

Vegeta miraba todo lo que hacía con interés, intrigado por la forma en la que los humanos parecían estar tan acostumbrados a cocinar de esa manera.

La muchacha dejó el cuenco frente a él y colocó los palillos a su costado. Una campanilla tintineó y fue a retirar la carne del horno, la cual puso sobre un plato. Se la dio al Saiyajin junto a un par de cubiertos.

—Buen provecho —musitó, más por cortesía que por verdadero deseo.

El Saiyajin ya había empezado a devorar la comida en silencio, y el verlo le recordó la forma de comer de Gokuh, tan atolondrada e impaciente. Abrió el frigorífico, cogió una jarra de jugo de naranja y llenó un vaso con él, el cual dejó sobre la mesa a disposición del invitado.

A veces sus rabietas la divertían, aunque otras veces su propio orgullo hacía que le odiase por lo que el orgullo de él le obligaba a hacer y por cómo le obligaba el mismo a comportarse con el resto.

Volvió a sonar el teléfono. Bulma fue hacia él, lo cogió y atendió.

—Corporación Cápsula —siempre atendía de la misma forma.

Como me vuelvas a cortar así... —musitó la voz que había antes en el teléfono.

"Y ahí vamos de nuevo... que humanos tan irritantes" pensó Vegeta.

—¡Tú no eres quién para darme órdenes! —gritó la humana— Y tengo muchas cosas que hacer, así que ¡déjame trabajar en paz!

Esta vez la muchacha cortó el teléfono como es debido: tocó el botón para eso y lo colocó en la base.

Vegeta se tomaba todo el jugo de naranja de un trago y se levantaba de la mesa justo en ese momento.

Ninguno se habló al pasar uno al lado del otro; ella se dirigió hacia su oficina, en donde debía seguir trabajando, y él se dirigió hacia la cámara de gravedad, en donde debía seguir entrenando.