Al principio fue divertido. La determinación en el rostro de Romano, la estrategia, el salir a la calle vestidos de negro a mitad del verano y con gafas para sol, y corretear por la ciudad discretamente -o lo más discreto que un par como ése podría ser- mientras se ocultaban de ellos detrás de los arbustos.
-"¡No puedo permitirlo!"- fue lo que dijo el italiano, cuando llamó a su puerta y lo arrastró fuera de la casa a mitad de la tarde. -"¡No puedo permitir que el idiota de mi hermano se vaya con ese estúpido cabeza de patata! ¡Y tú tienes que ayudarme, bastardo, porque esto te afecta tanto como a mí!"
Cuando Prusia salió a la calle y el aire caliente del medio día golpeó su rostro, sólo sonrió. Si se trataba de West e Ita-chan él estaría ahí, aunque no compartiera con el hermano mayor la forma de pensar: Alemania del Oeste e Italia del Norte formaban, a su parecer, una pareja bastante awesome como para atentar en su contra.
Pero aquello parecía interesante y él no tenía nada mejor qué hacer.
Ir por la ciudad detrás de su hermano y en compañía de un latino de pocas pulgas al principio fue divertido. Romano se quejaba constantemente, insultaba en voz baja -mayormente rayando en gritos histéricos que él varias veces tuvo que callar contra la palma de su mano y una pared-, pataleaba, gruñía, y no hacía nada más que agredirlo verbalmente y repetirle cuán estúpidos y buenos para nada eran los alemanes. Pero a Prusia aquello no le molestaba en lo absoluto -su autoestima era demasiado alta como para verse afectado por aquél tipo de pequeñeces-, caso contrario al sofocante calor del sol que amenazaba con volverlo loco de un momento a otro.
Rozaban ya las seis de la tarde cuando abandonaron la cafetería, con su delicioso aire acondicionado y el tintinear de la campanilla de la puerta y el hielo en los vasos, pero ahí aún hacía calor. El plan del castaño por estropear la merienda de los otros dos, consistente en ponerle picante a la comida, había fracasado al igual que su intento por hacerlos llegar tarde al cine y por volcarle la bebida encima al alemán -mientras se ocultaba tras su infalible disfraz del bigote, claro- durante la función. El pequeño lucía especialmente enfadado mientras los seguían apresuradamente por una calle llena de personas yendo y viniendo, y al final, cuando Norte arrastró a Oeste hacia el interior de un Love Hotel, el chillido que el sureño dejó escapar seguramente lo escuchó incluso Cuba en su isla en el Caribe.
-"¡Tenemos que entrar!"- exclamó, mientras se retorcía entre sus brazos que intentaban frenarlo de cometer una imprudencia -y no es que el prusiano fuese la prudencia encarnada, pero vamos, incluso West tenía derecho a divertirse de vez en cuando, coff coff-, justo en mitad de la calle, justo frente a los ojos de todos los que pasaban por ahí. Justo de la manera que más le gustaba a él. -"¡Tenemos que entrar!"
-"¿Es ésa una invitación?"- preguntó él a su vez, y aunque el rostro entero del italiano se encendió, tal vez de ira, tal vez no, y su mano derecha lo empujó por el pecho, Prusia pensó que incluso aquél Ita-chan era lindo a su peculiar manera. Y mientras lo veía marcharse, maldiciendo entre dientes -y no tanto- se alegró de haberlo seguido a pesar de todo.
