CAPÍTULO 1:

A/N:

Hola a todos!
Primero de todo, perdón por haber estado tanto tiempo desaparecida, pero he estado liadísima este último mes y seguirá siendo así hasta principios de febrero. A partir de entonces, las cosas volverán a la normalidad y me pondré al día con todas mis historias. No penséis ni por un momento que van a quedar sin completar, jaja! Pero la de "El pasado siempre vuelve" sobre todo me da bastante trabajo, y quiero esperar a estar libre, para poder dedicarle todo el tiempo del mundo y no escribir cualquier cosa con tal de publicar. Estoy segura de que entendéis a qué me refiero ;)

De todas formas, esto que voy a publicar, surgió sin más y es posible que más adelante la continúe. Os dejo el primer capítulo y espero ansiosa que me digáis que os parece.
Un beso muy grande!
B*

Estaba en un lío. Uno de los grandes. Desde el momento en el que la directora la llamó a su despacho, Emma supo que esta vez se la había cargado.

Caminó por los pasillos, hasta llegar a la puerta de la temida Cora. Tragó saliva y golpeó la puerta un par de veces, pidiendo permiso para pasar.

- ¡Adelante! – se escuchó desde dentro una voz fría como el hielo.

Emma entró y allí se encontró ya de frente con su hermano mayor David y su cuñada Mary Margaret, ambos con cara de enfado evidente.

- Señorita Nolan, siéntese – dijo Cora Mills con voz autoritaria, señalando a una de las sillas que estaban libres. – Como ya sabrán – continuó sin hacerlos esperar – Les he llamado debido al comportamiento de su hermana – explicó la directora dirigiéndose esta vez a David.

- ¿Qué ha hecho esta vez? – preguntó éste resignado, mientras se pasaba una mano por el pelo nervioso.

- ¿Quiere contárselo usted, señorita Nolan? – preguntó levantando una ceja.

- No ha sido para tanto – comenzó ella, dejándose caer hacia atrás en la silla.

- Emma… - dijo David con cara de advertencia.

- Su hermana Emma se ha peleado con otras dos chicas en el recreo. Esto, sumado al hecho de sus faltas continuadas a clase y a sus salidas de tono con los profesores, nos obliga a tener que expulsarla durante un mes de nuestro centro.

- ¿Expulsión? ¿En serio? – protestó Emma, haciendo rodar los ojos en las cuencas.

- Me hago cargo de que lo que ha hecho mi hermana es muy grave, pero… ¿es necesario expulsarla? Podríamos ponerle otro tipo de castigo, algún trabajo extraescolar… Lo que sea sin llegar a eso… - habló David tratando de negociar.

- Lo siento, señor Nolan, pero esos castigos ya se le han aplicado otras veces, y me temo que no han surtido efecto alguno. Así que, como comprenderá, se merece la expulsión. Además, le advierto que si su actitud no cambia, nos veremos obligados a expulsarla definitivamente de este instituto – continuó Cora sin ablandarse ni un poquito.

- Pues ya ves lo que me importa – protestó Emma, poniéndose en pie. – Como si a mí me apeteciese tener que verles la cara todos los días a esta panda de…

- ¡Emma! – gritó David rojo de rabia. - ¡Suficiente! Le pido disculpas, directora Mills. Le aseguramos que su actitud va a cambiar. De no ser así, yo mismo seré el que la mande a un internado si hace falta.

Después de unos minutos más de conversación y de que David firmara todo el papeleo, se dirigieron de nuevo a casa. El trayecto hasta allí fue totalmente en silencio. El joven apretaba la mandíbula, mientras Mary Margaret a su lado, trataba de hablar de otra cosa para romper un poco la tensión de la situación. Emma iba sentada en el asiento de atrás. Por el retrovisor del coche podía ver la cara seria de su hermano, lo apretada que estaba su mandíbula, y era lo bastante inteligente como para saber que en esos momentos no debía de provocar aún más la ira de éste. Así que por primera vez en su vida, se quedó callada sin rechistar.

La familia Nolan había sido sacudida por la desgracia hacía ya casi un año cuando los padres de David, Emma y Henry murieron en un accidente de tráfico, dejando al primero, que era el mayor de los tres, a cargo de los otros dos. David con veinticuatro años había visto como su vida daba un giro de trescientos sesenta grados cuando la custodia de su hermana Emma, de dieciséis años en aquel momento (diecisiete ahora) y Henry, de diez años había caído en sus manos. Sin pensarlo ni un momento, había trasladado la oficina central de su empresa desde Nueva York hasta Storybrooke, para poder estar cerca de sus hermanos y hacerse cargo de ellos como era debido. Para ello contaba con la ayuda de su prometida, Mary Margaret, su apoyo incondicional, y su mano derecha y mejor amigo desde la infancia, Killian Jones.

Con Henry todo había sido muy fácil. Era un niño obediente y muy maduro para su edad, que trataba por todos los medios de que la situación fuese lo más llevadera posible. Sin embargo, las cosas con Emma eran diferentes. Pasó de ser una niña aplicada, dulce y responsable a ser una chica rebelde, que no hacía más que meterse en problemas, lo cual traía de cabeza a su hermano mayor, que ya no sabía qué hacer para encaminarla de nuevo. Antes de la muerte de sus padres, siempre habían estado muy unidos como hermanos, pero desde entonces, se habían distanciado y por más que trataba, no conseguía llegar a ella de nuevo. Emma se había cerrado en banda, había desarrollado unos muros alrededor de su corazón impenetrables para todo el mundo, excepto para una persona: Henry. Él era el único que podía borrar el ceño fruncido que siempre tenía Emma y arrancarle una sonrisa. David comprendía que su hermana lo estaba pasando muy mal, que estaba en una edad complicada para quedarse sin madre y sin padre, y por ello, normalmente hacía la vista gorda y le dejaba manga ancha dentro de unos límites. Sin embargo, esta vez había ido demasiado lejos. Una pelea, nada más y nada menos.

Aparcó el coche enfrente de su portal y salió, esperando por Emma y Mary Margaret para entrar en casa. En cuanto entraron, Emma se dirigió corriendo a las escaleras, sin duda camino de su habitación, para atrincherarse en ella.

- ¡Eh! – gritó David desde abajo. - ¿A dónde te crees que vas?

- A mi habitación – contestó ella de la forma lo más pasota posible.

- ¡Baja ya! Aún no hemos terminado de hablar.

Emma resopló, pero hizo caso, bajando las escaleras para dejarse caer en el sofá a continuación.

- ¿Me vas a soltar el mismo rollo de siempre? Porque me lo sé de memoria.

- ¿Sí? Pues no se nota, porque sigues haciendo lo que te da la gana. Estoy cansado ya de tus tonterías. Te lo digo de verdad Emma, esta vez va en serio, como no cambies tu actitud…

- ¿Qué? ¿Qué vas a hacer? – preguntó ella levantando la voz. – Yo también estoy harta de tus amenazas. ¡Di lo que piensas de una vez por todas! Ni siquiera somos hermanos de verdad, papá y mamá me adoptaron. ¡Si tantas ganas tienes de deshacerte de mí, ya sabes lo que tienes que hacer! – gritó con lágrimas en los ojos, mientras se levantaba de nuevo.

- Yo no he dicho eso – contestó David suavizando el tono, a la vez que se intentaba acercar a ella.

- Pero lo piensas – dijo Emma con un hilo de voz echándose hacia atrás para evitar que él la abrazase – Y no te culpo, yo tampoco me soportaría – susurró.

- Emma… - dijo David yendo hacia ella de nuevo. – Por favor, háblame, déjame que te ayude.

- ¡Deja de comportarte como si te importara, como si fueras mi padre! – dijo ella tirando un cojín al suelo con rabia. - ¡Porque no lo eres, tú no eres papá! – gritó mientras comenzaba a llorar ruidosamente, para luego salir corriendo hacia la puerta de entrada y marcharse dando un portazo.

David se quedó petrificado, mirando cómo su hermana pequeña se marchaba y suspiró, pasándose la mano por el pelo.

- Se le pasará – dijo Mary Margaret sentándose a su lado y apoyando su cabeza en el hombro de él.

- No sé qué hacer con ella… - dijo él visiblemente preocupado. – Es como si me odiase… - continuó con lágrimas en los ojos.

- Necesita alguien a quien odiar para sacar toda la rabia que tiene dentro – explicó ella. – Pero sabes que te adora.

- Y yo a ella… - dijo él. – Si tan sólo me diese una oportunidad para demostrárselo…

En ese momento, se escuchó la puerta de entrada. Tanto David como Mary Margaret levantaron la vista y la dirigieron hacia allí, con la esperanza de que fuera Emma. Pero se encontraron con los ojos de un asombrado Killian Jones.

- ¿Qué pasa? – preguntó frunciendo el ceño. - ¿Por qué me miráis así?

- Pensábamos que eras Emma – dijo David echándose hacia atrás en el sofá y apoyando la cabeza en el respaldo.

- Siento decepcionarte, amigo – dijo Killian sacándose el abrigo y colgándolo en el perchero de la entrada. - ¿Habéis vuelto a discutir?

- La han expulsado del instituto – contestó David masajeándose las sienes, para aliviar el dolor de cabeza que se le estaba comenzando a formar.

- ¿Y eso por qué? – volvió a preguntar asombrado.

- Se ha metido en una pelea con una chica. No te puedo contar mucho más porque se niega a hablar conmigo.

- ¿Quieres que lo intente yo? – se ofreció Killian. – Sabes que normalmente nos llevamos bien.

- Sí, no sé por qué, pero a ti siempre te hace caso – se quejó David. – Pues aceptaría tu oferta, pero se ha marchado de casa hace un rato y sólo Dios sabe a qué hora volverá.

- Creo que tengo una idea de por dónde comenzar a buscarla – dijo Killian poniéndose el abrigo de nuevo. – Haré lo que pueda cuando la encuentre.

- Gracias – dijo David con una débil sonrisa.

Killian salió de la casa y se dirigió hacia el jardín que había en la parte de atrás de la casa. Siguió hasta la zona más alejada, donde había unos cuantos árboles que tapaban un pequeño camino. Allí, en la esquina más escondida, estaba Emma, balanceándose en un viejo columpio que colgaba de una de las ramas.

- Aún recuerdo cuando David y yo montamos ese columpio para ti – dijo Killian mientras se acercaba con las manos en los bolsillos.

Emma se giró al escuchar la voz de Killian y entornó los ojos.

- ¿David ha mandado al poli bueno a buscarme? – preguntó con sorna.

- Algo así, aunque realmente yo me he ofrecido a venir. Sabes que yo también me preocupo por ti– contestó él con una sonrisa de oreja a oreja, mientras se ponía de pie a su lado. Ladeó la cabeza y la miró por encima de las pestañas. - ¿Me vas a contar qué ha pasado?

- Ya lo sabes. Me han expulsado. No hay nada más que contar – contestó Emma muy tajante.

- ¿Por qué te has peleado con otra chica?

- Porque sí.

- "Porque sí no es una respuesta" – dijo Killian con tono de mofa, imitando la voz que ponía Emma cuando discutía con su hermano David por la hora de llegada a casa.

- Eres odioso – masculló Emma, soltando una pequeña risa.

- No más que tú, amor – respondió él. – Y además de odioso, puedo ser muy pesado, y no me iré de aquí hasta que me cuentes qué ha pasado.

- Simplemente estaba diciendo cosas – dijo Emma mirando hacia otro lado, pestañeando muy rápido para evitar que las lágrimas cayesen.

- Ey… - dijo Killian, cogiéndola de la barbilla para obligarla a que mirase para él. – Sabes que puedes contarme lo que sea.

Emma lo miró con los ojos brillosos, hasta que por fin comenzó a llorar y se desahogó con Killian.

- Hace un par de meses conocí a un chico: Neal– comenzó con voz temblorosa. – Comenzamos a salir de vez en cuando y bueno, ya sabes… - continuó nerviosa, jugueteando con las mangas de su jersey - Me enrollé un par de veces con él.

Al lado de Emma, Killian apretó la mandíbula tanto que Emma lo notó.

- Venga, no seas así. Tengo diecisiete años, no soy ya una niña. Además – añadió mientras se ponía colorada. – No fue nada serio, unos cuantos besos y eso – dijo quitándole importancia. -El caso es que él quería más y yo no estaba segura, así que siempre le daba largas en cuanto el tema se ponía…ya sabes... – gesticuló con la mano, tratando de que Killian entendiese lo que ella estaba intentando explicarle. - Él me dijo que me quería y que esperaría a que yo estuviese lista, y yo como una tonta me lo creí, pero después, me enteré de que se había acostado con una chica de mi clase.

- ¿La chica con la que te peleaste?

- Sí, una de ellas– dijo Emma. – Pero no me peleé porque se hubiera liado con Neal. Le pegué porque dijo cosas sobre mí que no me gustaron. Cosas sobre mí que sólo Neal sabía.

- Vaya capullo… - dijo Killian apretando los puños.

- Después también dijo que era normal que Neal no quisiera nada conmigo, que quién iba a querer a una pobre niña adoptada y huérfana, que además no quería tener sexo – continuó comenzando a llorar.

- Ni por un momento pienses que eso es cierto – dijo él pasándole un brazo por encima de los hombros.

- Tienen razón… - continuó ella sollozando. – Ni mi hermano David me soporta. Me siento tan sola, Killian. Echo de menos a mis padres – dijo llorando sin parar.

- Ya lo sé, amor, ya lo sé – dijo él dándole un beso en el pelo, tratando de calmarla. – Pero te aseguro que eso que dices no es así. Todos te queremos, Emma. Tus hermanos, Mary Margaret…

- ¿Tú? – preguntó Emma con ojos brillosos.

- ¿Yo? – preguntó él nervioso, mientras se rascaba detrás de la oreja - Yo también, claro – dijo él dedicándole una gran sonrisa, mientras la miraba a los ojos con afecto.

Se quedaron en silencio durante unos segundos, sólo sus respiraciones se escuchaban, hasta que Killian rompió la conexión, carraspeando fuertemente, para luego continuar:

- Y precisamente porque te quiero, ya sé lo que vas a hacer durante este mes que estás expulsada.

- ¿El qué? – dijo ella secándose las mejillas con la manga del jersey rojo que llevaba puesto.

- Vas a trabajar conmigo en la oficina.

- ¿Cómo? Ni de broma.

- No hay lugar para discusiones, jovencita. Serás mi secretaria.

- Ya tienes una secretaria – contestó Emma cruzándose de brazos.

- Pues serás mi asistenta personal – rebatió rápidamente Killian, aguantándose la risa al verla con el ceño fruncido.

Ella levantó la ceja y le preguntó:

- ¿Y cuál será mi trabajo?

- No sé, ni idea, ya pensaremos algo – contestó él encogiéndose de hombros. - Pero así no perderás el hábito de levantarte temprano por las mañanas y no estarás por casa haciendo el vago.

- Killian… - protestó Emma haciendo una mueca con la cara.

- No acepto protestas – dijo él golpeándole la nariz con el dedo. – Empiezas mañana.

- Está bien – contestó ella resignada.

- Trato hecho entonces – dijo él. - ¿Entramos en casa? Está empezando a hacer frío.

- Iré en cinco minutos – contestó Emma. – Ve yendo. De verdad, Killian, estoy bien – continuó ante la cara de preocupación del chico. - ¿Y Killian?

El chico se giró al oír su nombre.

- Gracias – susurró Emma con una tímida sonrisa. – Por todo.

- Siempre que me necesites, aquí estoy – contestó él sonriéndole también. – Siempre.

Dicho eso, se dio media vuelta y entró en la casa, dejando a Emma sumida en sus pensamientos. Killian Jones. Desde siempre habían tenido una relación especial. Cuando ella tenía doce años, había tenido la fase en la que estaba completamente enamorada de él y de sus preciosos ojos azules. Con el tiempo, esa fase se había pasado, dejando paso a que surgiera una amistad entre ellos. Killian no la trataba como una niña pequeña, la trataba como a una igual. No le regañaba, le hacía entender cómo eran las cosas. No era una relación de hermanos como la que tenía con David, era algo diferente. Emma no sabría cómo explicarlo, pero tenía una cosa clara y era que Killian Jones era una persona imprescindible en su vida y que aunque creía que jamás estarían juntos de otra manera, ya que él tenía novia y a ella nunca la vería como algo más que una especie de hermana pequeña, ella no podía evitar sentir cosas por él. Llevaba un tiempo siendo así y eso la aterraba de una manera sobrehumana.