¡Hola a todos!

Bienvenidos a esta historia, un fic experimental donde tres personas nos hemos unido para escribirlo. Nos presentamos: somos Raixander, Victoria_Nike y Melissia.

Esta historia trata sobre Radamanthys y la idea principal gira en torno a los tres tipos de besos existentes para los romanos: Osculum (beso en la mejilla), Basium (beso en los labios) y Savolium (beso con lengua). Un regalo de cumpleaños para el espectro unicejo :P

¿Quiénes son los destinatarios de estos besos? Bueno, eso es algo que tienes que descubrir leyendo la historia completa :)

¡Esperamos que is guste!

DISCLAIMER:

Los personajes que aparecen no nos pertenecen, sino a Masami Kurumada.

Fic de carácter YAOI.


Ok…me tocó Osculum, soy Raixander, la responsable de este primer capítulo. Espero que después pudiérais daros cuenta del inmenso sacrificio que he hecho para este capítulo/historia :-)

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Disclaimer : Saint Seiya, el guapísimo Camus y el sexy Wyvern no me pertenecen*Sob*

Soundtrack : Babe (I love you) de Styx

.Si CamusxRadamanthys no es tu pareja favorite, por favor continúa a los siguientes capítulos escritos por Victoria_Nike y Melissia. ¡Os prometo que valen la pena!

¡Muchas gracias por leer!


Osculum

Un beso en la mejilla

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Era un día gris, lluvioso y con viento. Exactamente lo que se esperaba de un Noviembre lluvioso en Londres.

El Inframundo era mucho mejor durante ese tiempo. Sí, hacía frío en su mansión por estar junto al Cocytos, pero al menos nunca llovía ni había un cielo plomizo. El cielo en el Inframundo siempre era rojizo, solo viraba a tonos más claros u oscuros dependiendo del tiempo que hubiera en la superficie.

Ese día, Radamanthys estaba melancólico como el tiempo londinense. Sorbiendo su whiskey Glenlivet y observando el cielo desde una bahía cercana de su apartamento de Londres, sus memorias más recientes le sobrevinieron. Habían pasado cerca de cinco meses desde la última vez que viera a su novio: un hombre del reino de los vivos. Un simple mortal, un ex enemigo y posiblemente un enemigo potencial. Un hombre extremadamente inteligente con una personalidad poco lógica. Un Acuario, un caballero de Atenea. Camus.

Cómo un Juez del Inframundo pudiera terminar en la cama y enamorarse del gélido caballero de Atenea era una larga y dura historia. Comenzó cuatro años atrás, después de la última Guerra Santa seguida por un tratado de paz entre los archienemigos Hades, Atenea y Poseidón. Radamanthys y Camus fueron enviados a una misión conjunta como un equipo. Les llevó casi un año pasar de ser ex enemigos a colegas, y de amigos a amantes. Nunca fue una tarea sencilla para ambos lados, casi involuntariamente hasta que finalmente fueron vencidos por sus propios sentimientos.

Hacía cinco meses, el dios de Radamanthys, Hades, tuvo una discusión acalorada con su sobrina Atenea sobre la manera de organizar el mundo. La tensión era tan alta que Poseidón y Artemisa tuvieron que intervenir y ejercer de pacificadores. Previendo esto, Pandora ordenó a todos los espectros prepararse y permanecer alerta para un contraataque al Santuario cuandoquiera que su Señor lo deseara. Y fue especialmente concisa con su más devoto juez, al que le dedicó una mirada punzante al pronunciar las palabras: O conocerás mi portentoso talento musical. Y con eso tendré para empezar.

Así que el Wyvern tuvo que cortar todos los lazos que le ligaban a su bello enemigo del Santuario. Estaba planeando estrategias para encontrar la mejor manera de acabar con los caballeros de Atenea y el Santuario; matarlos a todos de una vez, incluido Camus.

Un escalofrío recorrió su espinazo. Estuvo cerca de matar a Camus, si lo pensaba otra vez. Afortunadamente, de alguna manera tanto Poseidón como Artemisa pudieron apaciguar la ira de Hades y el enfado de Atenea. En un mes, las cosas se resolvieron gradualmente y los tres reinos prosiguieron con su tratado de paz y consecuentemente los encuentros entre los guerreros.

Ese día fue la primera vez que el juez acudía al Santuario otra vez desde la crisis-gracias a Poseidón y Artemisa- siendo invitado por su todavía novio, Camus. La previsión meteorológica anunció que habría sol en Atenas, Grecia. Era algo que atraía a los británicos para ir allí, huyendo del cielo grisáceo. Pero de alguna manera Radamanthys tuvo la sensación de que él llevaría la tormenta al Santuario, por encontrarse con su querida pareja, casi su enemigo, a quien echó mucho de menos.

Así que ahí estaba é, subiendo por las escaleras del Santuario. Se preguntó por qué Camus le había invitado allí y a otros invitados. Camus le comentó que estarían Hyoga, Milo, Kanon, Isaak y Afrodita. Desde que Camus declarara abiertamente que eran pareja hacía un par de años, el Príncipe de Hielo nunca había hecho de su relación un espectáculo. No importaba cuán apasionadas eran sus noches tras las cortinas, sólo se permitían un cordial acercamiento o un débil abrazo cuando sus compañeros estaban alrededor. No es que estuvieran avergonzados de su relación, pero los dos acordaron que era mejor ser discretos por respeto a su trabajo, su estado y sus deidades.

La discreción era un tipo de juego preeliminar para el juez, como cuando un niño babeaba frente al escaparate de una tienda de golosinas antes de que le permitieran entrar y coger una. Debido a esto, el juez se preguntaba por qué aquel momento de intimidad que solían compartir era estropeado con toda esa gente alrededor.

Bueno, al menos Saga no estaría merodeando, por lo que el juez se relajó un poco, no teniendo que vigilar de cerca a Camus. Milo era manejable teniendo al Dragón Marino a su lado, dominándole. Seguramente esa fue la razón por la cual Camus invitó también a Kanon. Hyoga e Isaak nunca fueron problema para Radamanthys ya que tuvo que aceptarlos como la debilidad de Camus. Afortunadamente, los dos jóvenes estaban muy bien educados, gracias a la meticulosa educación proporcionada por su maestro.

En cuanto al más bello caballero, Radamanthys nunca entendió cómo Camus podría ser amigo íntimo del sueco Afrodita, el exnovio de su hermanastro Minos. La anterior reencarnación de este tipo con rosas era mucho más misterioso e impasible. Era comprensible por qué Minos tuvo un flechazo con Albafica.
De todas maneras, parecía que el coqueto y charlatán Afrodita había ayudado a Camus de alguna manera para abrir más sus sentimientos, lo que trajo ventajas a Radamanthys. Así que dejó las cosas como estaban.

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Cuando llegó al undécimo templo sin tener muchas complicaciones por los indiferentes guardianes del resto de templos, pudo oler el delicioso aroma de la comida que le trajo algunos débiles recuerdos de su infancia. Hyoga e Isaak, que ya estaban allí, le ofrecieron un vaso de whiskey en la terraza del cuartel del caballero de Acuario, ya que Camus y Kanon no les permitían entrar antes de que ellos se lo dijeran. Pero el juez rechazó el whiskey.

—Coñac para mí, por favor— pidió Radamanthys, sorprendiendo a Hyoga, ya que su maestro le había digo que ese whiskey fue especialmente comprado para el juez. Pero Radamanthys sabía que Camus prefería esa bebida, y sólo por él dejaría el whiskey por el coñac, especialmente en ese momento en el que se sentía melancólico y cursi por extrañar a Camus.
Un momento después, Milo vino desde su templo para unirse a ellos fuera y optó por el ouzo. Trajo un pequeño paquete y se lo tendió al juez mientras murmuraba la felicitación de cumpleaños. No obstante, ambos Escorpiones debían comportarse, de lo contrario Camus no dudaría en encerrarlos en un ataúd de hielo y se despedirían así de la deliciosa cena. Definitivamente, no querían eso.

—Parece que Camus y Kanon se están tomando muy en serio lo de cocinar, ¿verdad?— comentó Milo. Normalmente Camus era puntual con todo. Quizás fue Kanon el causante del retraso en el tiempo.

—No me importaría esperar un poco más si Kanon es el que cocina. Quiero decir, la comida que nos prepara nuestro maestro no está mal, pero es que Kanon es un genio cocinando…al menos cuando Aldebarán no está cerca— dijo Hyoga, olisqueando el aire cargado de deliciosos aromas e Isaak confirmó las palabras de su compañero.

—Hola a todos, ¿aún estáis fuera?— Un alegre tono los saludó. Afrodita apareció con un cubo repleto de rosas, cuyo color era casi negro.

—¡Joder Afrodita! ¿Por qué rosas negras? Esto no es un funeral.

—Eres un ignorante en lo que respecta a las rosas, Isaak. Tu maestro estaría decepcionado con tu sabiduría. Estas son las raras Black Baccara. Creo que son muy masculinas para esta ocasión, ¿estás de acuerdo conmigo, Radamanthys? ¿O preferiríais mis rosas blancas en su lugar?—Y Afrodita obtuvo la respuesta única de "No, gracias"

—El negro me sienta bien, gracias— murmuró Radamanthys, esbozando una sonrisa pensando en lo feliz que sería Minos si recibiera un ramo de esas rosas blancas por su cumpleaños, una broma pesada sobre su última muerte en la anterior Guerra Santa.

—¡Hola! Bienvenido todo el mundo. Disculpad el retraso. Podremos entrar en cuanto Camus esté listo con su disfraz.
El Dragón Marino abrió la puerta principal y se unió a ellos, optando por el ouzo y besando juguetonamente a Milo. Kanon resultaba sensual vestido con una camiseta y unos vaqueros, con gotas de sudor por su rostro y cuello de cocinar.

—¿Camus está disfrazado? Algo está mal en su cabeza—Milo soltó su comentario celoso tras ser liberado del beso.

—¡Ajá! Estoy deseando ver qué consejo tomó de mí—clamó orgullosamente Afrodita—.Es perfectamente legítimo ser romántico de vez en cuando, incluso para un caballero de hielo, ¿verdad, Hyoga?

Hyoga simplemente río entre dientes y estaba curioso, mientras que Radamanthys miraba fijamente al suelo bebiendo su coñac, con cara de poker. Pero por dentro se sentía orgulloso y presumido.

Antes de que pasaran diez minutos, la puerta se abrió de nuevo. Camus apareció saludando a sus invitados, vistiendo el traje típico escocés. Boquiabierto, Radamanthys deseó tener su armadura con alas, para poder planear sobre ellos y barrer a todos aquellos caballeros antes de secuestrar a su hermoso novio vestido con el kilt, escondiéndolo en las profundidades de su templo del Inframundo para su placer eterno.

Camus sonrió dulcemente a Radamanthys dándole un rápido beso en la mejilla, mientras le felicitaba y susurró discretamente. —Tu regalo está envuelto en tartán, Rhancy—. Eso indicaba que Camus estaba de humor travieso. Y Camus era la única persona que podía llamarle de aquella manera y permanecer vivo.

El kilt de Camus era de tartán, de una mezcla de colores negro y morado oscuro, con unos discretos detalles dorados. Era el color del antiguo clan escocés de Radamanthys, aunque también era descendiente de una familia noble británica. La chaqueta, chaleco, camisa, calcetines y botas eran todas negras, haciendo que su piel dorada destacara y conjuntara con el tartán.

Lo que quisiera que había planeado decir a Camus antes de llegar al Santuario, Radamanthys lo olvidó completamente. Sólo los ojos turquesas de Camus, sonrisas, el cabello largo y oscuro- el fetiche del Wyvern- y ese sospechoso kilt obnubilaron la mente y el corazón del juez.

Aparte de tratar por todos los medios de sofocar la excitación que le provocaba Camus durante toda la noche, la cena prosiguió de manera amistosa, cálida y en un ambiente relajado. Radamanthys apenas podía disfrutar de este tipo de veladas, ni siquiera por su cumpleaños en la Caina. Sus fiestas en el Inframundo solían ser salvajes y subidas de tono, pero realmente no eran calmadas.

Por lo visto, Kanon había hecho un excelente trabajo ayudando a Camus con la comida, una curiosa mezcla de cocina tradicional británica y francesa. Comenzaron con una ligera Salade aux Lardons antes de empezar a saborear el menú principal que constaba de dos comidas: Coq au vin, un pollo cocinado a fuego lento y el Sheperd's Pie, que nunca fallaba. Saciados tras esta comida, terminaron el postre, una receta del cocinero Gordon Ramsay un pudding ligeramente al vapor con crema de whiskey.

Sujetando las bebidas y parloteando sobre temas ligeros e insustanciales, los invitados urgieron a Radamanthys para que abriera sus regalos. El primero fue un aceite de masajes comestible de rosas, regalo de Afrodita quien emitió una risa juguetona, al mismo tiempo que Milo le lanzaba una mirada penetrante y Camus se sonrojaba. El regalo de Kanon y Milo era un libro de cocina de Tom Kerridge. El Dragón Marino dijo burlonamente que no tenía intención de ser el cocinero personal del juez en sus próximas fiestas de cumpleaños. Y finalmente, otro libro de parte de Hyoga e Isaak: —El abuelo que saltó por la ventana y se largó—. Por no olvidar el atuendo de Camus con su kilt. De hecho eran regalos perfectos.

No importaba lo tranquilo que estuviera el ambiente y cómo las sonrisas de Camus alegraran su corazón, Radamanthys era el Juez más poderoso y un dragón hambriento. Se las arregló para agarrar a Isaak en privado y pedirles tanto a él como a Hyoga que no se quedaran en el templo de su maestro esa noche. A lo que Isaak asintió e informó que Kanon les había permitido quedarse en su cuarto.

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La fiesta terminó antes de medianoche, y fue demasiado temprano para una fiesta típica en el Santuario y el Inframundo. Pero Camus fue muy claro al alegar amistosamente que no quería tener a ningún borracho en su templo esa noche. Así que los invitados menos Kanon abandonaron conjuntamente el templo de Acuario. Kanon permaneció media hora más para ayudar a Camus con las sobras para utilizarlas al día siguiente para comer. Y el griego aprovechó para incordiar con su presencia al Wyvern.

Tanto Hyoga como Isaak se excusaron ante su maestro con los argumentos de que querían continuar jugando a las cartas y bebiendo ouzo en el templo de Kanon el resto de la noche. Aunque en realidad Kanon no regresaría al templo de Géminis y pasaría una noche ardiente en el octavo templo. Milo era siempre muy fogoso en la cama cuando estaba enfadado o celoso, que sería el caso debido a la escena de Camus disfrazado para el Wyvern. Kanon lo sabía y siempre tomaba la ventaja de aquellas situaciones.

Bajando las escaleras con la intención de pasar la noche en el templo de Cáncer, Afrodita inició la conversación de sus impresiones sobre la extraña pareja.

—Debe ser la pareja más frígida que he visto nunca. ¡Sin abrazos, sin besos y apenas acariciándose! Pensaba que llevaban meses sin verse. Así que, o bien han tenido un encuentro secreto durante la crisis o realmente podrían matarse sin pensarlo. O quizás uno de ellos es impotente.
El caballero de Piscis conocía los sentimientos de Camus o más bien la lucha interna de sentimientos que tenía por el juez desde que comenzaran su relación. Y después de esa larga relación y en un ambiente privado de la fiesta, esperaba que tanto Radamanthys como Camus mostraran sus pasiones más abiertamente, si realmente estaban en una profunda relación.

—Mi maestro es tranquilo, pero no creo que sea frígido. Supongo que depende de cuál sea su pareja— dijo Hyoga, defendiendo a su maestro y mirando discretamente a Milo. Él no tendría esa oportunidad de ser así si estuviera con Milo.

—Bueno chicos, no sé de qué estáis hablando. Pero apuesto lo que sea a que ahora están follando como locos. ¿No te diste cuenta de cómo miraba a nuestro Maestro? ¡No podía aguantar las ganas de devorarle con esa falda!— replicó Isaak, basándose en la firme petición de Radamanthys.

—¡Isaak, cuida tu lenguaje!

—Hyoga, somos adultos. Seguro que comprendes que es la triste verdad. Me da pena Camus, tiene que aguantar a esa bestia toda la noche—comentó Milo.

—¿Por qué debería darnos lástima, Milo? Creo que nuestro maestro es feliz con él. Hacen buena pareja, ¿o no?

—No me toques los cojones, Patito. Tengo mis propios problemas con ese espectro. Pero sí, tengo que admitir que Camus parece muy feliz junto a él, tanto como para ponerse una falda.

—Pero es un detalle muy bonito, quiero decir, la falda. Camus estaba guapísimo con ella.

—Es un kilt, Afrodita.

—Que sí, que sí Hyoga…de todas maneras, me gustaba el diseño y los colores. Y tengo la sospecha de que Camus no llevaba nada debajo. ¿No es sorprendente?— Afrodita se entretenía imaginando escenas picantes de Camus y se felicitó por enseñarle esas habilidades.

—¡NO! ¡Para Afrodita!No queremos saber lo que estás pensando— protestaron Hyoga e Isaak simultáneamente. Los niños preferían ver a sus padres como seres asexuales.

—Lo siento pequeños, pero ahí fuera el mundo salvaje esconde una cruda realidad. Esa bestia bruta es muy afortunado de tener a Camus.

—Milo cariño, no te pongas triste. Tienes a tu lado a uno de los caballeros más guapos del Santuario. No tienes derecho a quejarte— dijo Afrodita tratando de consolarle.

—Jajajaja…Afrodita…Kanon está buenísimo. Pero ya sabes que no somos realmente pareja. Solo una bestia podría dominar a un dragón salvaje como Kanon. O un ser poderosamente loco, como su gemelo. Pero no tengo quejas— respondió Milo, mintiendo a medias.

"Desearía que Camus pudiera amarme como ama a ese idiota. Desearía ser el único que derritiera su máscara de hielo. Lo máximo que puedo obtener de él es su amistad. ¿Y la gente se atreve a decir que soy el Casanova del Santuario?"

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Sólo les llevó menos de un cuarto de hora a Camus y Kanon preparar las sobras de la cena en la comida del día siguiente. Kanon cogió algunas para sus invitados en el templo de Géminis para después. Realmente, al gemelo menor le gustaba Camus y se sentía más unido a él gracias a Saga, y tiempo después gracias a Milo. De hecho él prefería ver a Camus junto a su hermano. Pero de alguna manera el espectro se las había apañado para ganar el corazón de Camus, dejando derrotado a Saga. Esa era la razón por la cual el Dragón Marino disfrutaba incordiando al otro dragón, la víctima de su ataque suicida, lo más que pudiera. Se había convertido en su hobby desde el pacto de paz, además de un acto de solidaridad hacia su hermano gemelo.

Cuando Kanon finalmente se despidió de ellos, Radamanthys cerró la puerta delante de sus narices. En exactamente cinco segundos, arrastró a Camus hasta el dormitorio y cerró la puerta con cerrojo como medida de precaución en caso de que sus alumnos quisieran estorbarles. Radamanthys empujó a Camus contra la pared y lo besó con fiereza, sacando el aire de los pulmones del francés y mordiendo sus delicados labios hasta sangrar. Liberó todos aquellos deseos enclaustrados durante meses en unos minutos. Agarró del pelo al acuariano tan fuerte que se quedó con unos mechones entre los dedos. Y los ahogados gemidos de su amante eran como gasolina para su lujuria.

—Rada…mmmh..— Camus estaba casi sofocado, pero permitió al juez continuar con el festín debido a que él también había echado de menos sentirse deseado por su dragón durante todo ese tiempo.

El sabor de la sangre de Camus finalmente frenó a Radamanthys de su apasionada fiereza. Rompió los besos vampíricos y permitió que pudieran tomar aire pero manteniendo a Camus contra su pecho. El francés se aferró a él mientras trataba de reponerse de los ataques del Wyvern y de sus propios deseos enterrados. Radamanthys besó la cabeza de Camus a modo de perdón por haberle arrancado algunos cabellos, para después limpiar los labios manchados de sangre acariciándolos con sus pulgares. Adoraba aquellos tonos rosados y la mirada perdida en su hermoso rostro. Gradualmente, Camus fue regresando al mundo, otorgándole una de sus divinas sonrisas que hacían perder el sentido al juez. Caminaron hasta sentarse en la cama, aún acariciándose.

—¡Por fin solos!— Radamanthys trató de iniciar una conversación decente con una voz seca que sonaba divertida. No podía ocultar su lujuria. Y no había razón para hacerlo, porque Camus comprendía el lado salvaje del Wyvern y era capaz de lidiar con ello con su actitud zen. El francés era un amante tranquilo, pero eso no significaba que fuera un hombre pasivo.

—¿No estabas a gusto con todos los demás Rhancy?

—No me has interpretado bien. Es más, ha sido muchísimo mejor que otros cumpleaños junto a mis subordinados, compañeros y jefes. Realmente me ha gustado, Camus. Muchas gracias, mi amor.

—Te agradezco por estar conmigo y con ellos Rhancy. Ha sido una noche maravillosa con la gente más cercana a mí.

—Entonces…me merezco mi regalo ahora, ¿no?— los ojos ambarinos del Wyvern refulgieron, reflejando sus deseos.

—Sí, adelante. Espero que te guste.

—¿Esperas que me guste? ¡Camus! Me estaba muriendo por poder desenvolverlo toda la noche. ¿Y cómo has podido hacerlo tan perfecto?— Radamanthys reverenciaba la auténtica manera de vestir un kilt, sin nada debajo. —Mi amor, estabas destinado a llevar mi tartán. Sólo tú— La fuerte mano del juez se deslizó por debajo del kilt —.Mmmh…voy a explotar pronto.

—Entonces quita tus manos de encima mío, Wyvern. Compórtate y desenvuelve tu regalo decentemente. He bebido mucho café hoy con la intención de no dormir esta noche. Y no tengo ganas de un polvo rápido.

—¡Oh Camus!— Radamanthys sintió que podía tener un orgasmo con solo escuchar las sugerentes palabras del francés.

—Compórtate, Rhancy, compórtate.

—Lo intentaré, Camus. ¡Joder, es que te he echado tanto de menos!

—Yo también te he echado de menos.

Fue como un pistoletazo de salida para Radamanthys, quien retiró la chaqueta y el chaleco con rapidez, casi rompiéndolos. Pero el prosiguió desabotonando la camisa con sus dientes, lentamente como un servicio a las preferencias del francés a la hora de hacer el amor, uno a uno hasta el último. Entonces deslizó su lengua por la piel, sintiendo el sabor salado mientras tiraba por los aires lo que quedaba de la camisa. Empujó a Camus contra el colchón, tumbándole sobre la espalda con sus pies colgando del borde de la cama. Desabrochó las botas y los calcetines largos sin dejar de contemplar al francés.
Radamanthys continuó mordiendo para desabrochar el kilt con los dientes. Y cuando todo estuvo finalmente expuesto, el Wyvern sonrió con satisfacción; comiéndoselo con los ojos, admirando con envidia el hermoso cuerpo que tanto había echado de menos. Desabrochó el cinturón y la cremallera de sus propios pantalones, derramando el aceite comestible sobre el cuerpo desnudo de Camus, se lamió los labios y se deseó a sí mismo.

—¡Feliz cumpleaños para mí!

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A pesar de los litros de café que había bebido, Camus cayó rendido tras varios asaltos de embestidas rápidas y lentas. Había caído en el efecto postorgásmico, permitiendo a Radamanthys contemplar su sereno rostro. Recorriendo con sus dedos el oscuro cabello desparramado sobre la almohada, el juez se recompuso, reuniendo las fuerzas necesarias para seguir adelante con su plan, antes de ser inundado por la atracción que ejercía Camus sobre él.

Era bien entrada la noche, pero mucho antes de que la luz de rosada del amanecer pintara el cielo en el Santuario. Radamanthys se preparó una taza de té y se la llevó a la habitación sentándose en el sillón de lectura. Al parecer, Camus se había despertado por el aroma del té, o por la ausencia de las manos protectoras del Wyvern y, somnoliento, se unió al juez, sentándose en su regazo y apoyando la cabeza en su hombro. Un breve momento después, el caballero de Acuario se despertó completamente tras escuchar la propuesta del Wyvern para su siguiente paso en la relación.

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Camus tuvo que pedir Radamanthys que repitiera una segunda vez su propuesta para creer en las palabras temblorosas del juez: que su amor había llegado a un callejón sin salida, que su amor había provocado que el poderoso Wyvern se convirtiera en un ser débil y en un hombre enamorado; que lo mejor sería ir por caminos separados. Radamanthys no podía aguantar más debatiéndose por estar demasiado enamorado de Camus mientras que tenía que estar dispuesto a matarlo en cualquier momento.
Pensaba que era un hombre razonable y fuerte, que podría matar a Camus a sangre fría porque eso sería lo mejor para el alma del francés. Olvidó que él era todavía un humano, capaz de experimentar sentimientos, un humano que tuvo corazón.

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—Tú fuiste el dueño de mi corazón, Camus. No debí permitir que lo fueras. Ésto se convirtió en mi talón de Aquiles. Pero, por favor, créeme, yo realmente te amaré hasta el fin de los tiempos.

Hubo un temido silencio antes que Camus reaccionara calmadamente frente a la propuesta de su amante.

—Esperaba que tú fueras el más fuerte de los dos y tuvieras una manera de superar este problema, Wyvern. Yo dependía de tu voluntad de continuar nuestra relación. Esperaba que tú no me dejaras cuando yo estuviese a punto de hacerlo. En otras palabras, tenía la esperanza que tú no me abandonarías.

—Por favor, Camus. No hagas que parezca que es mi culpa, que solo soy un cabrón.

—Ciertamente, las cosas son más fáciles cuando eres un cabrón. Y es nuestra culpa, Rhada, no solo tuya. En primer lugar, no debimos haber intentado llevar adelante esta relación.

—Tal vez esto es verdad. No obstante, nunca lo he lamentado. Ni siquiera un segundo del tiempo que hemos estado juntos, Camus.

—He disfrutado cada momento juntos, también— Camus suspiró y ocultó su cara en la curva del cuello de Radamanthys. De vez en cuando, Radamanthys besaba tiernamente la cabeza de Camus.

—¿Por qué estamos siempre de acuerdo en casi en todo, amor?

—Es solo en "casi", Rhada. Tú nunca abandonarás tu trabajo por mí, ¿o lo harías?

—Por supuesto que no lo haré, Camus. Pero es porque no tengo otra elección—
Radamanthys respondió como disculpándose—.Por otro lado, tú habías declinado la oportunidad de convertirte voluntariamente en un espectro, aún cuando ello nos hubiese permitido seguir juntos.

—Tú sabes que no podría ser un espectro, Rhada.

—Sí, no es que eso me guste pero lo comprendo. ¿Ves? Nosotros estamos de acuerdo en todo.

—¿Esto significa que tú esperabas que yo aceptara tu "propuesta" fácilmente? ¿Aún cuando ésta implique que ya no habrá más un "nosotros" de ahora en adelante?

—Sí, mi amor. Será lo mejor que podríamos hacer para honrar nuestros sentimientos, nuestro amor… nosotros.

—En otras palabras, ¿me estás abandonando ahora, Wyvern?

Hubo una pausa entre a pregunta y la respuesta, que fue llenada con apasionados pero tristes besos.

—Es lo mejor para nosotros, ¿no lo piensas así, mi amor?

Merde, Wyvern. Podrías habérmelo dicho antes de desenvolver tu regalo.

—De acuerdo, debí haberlo hecho antes. Pero… ¿podrías perdonarme por haber sido egoísta esta vez, por última vez? Estabas tan seductor con mi tartán, mi amor. Yo quise tener ese regalo… aunque ya no podría merecerlo— Radamanthys besó los ojos verdiazules que le expresaban su protesta—.Y, por favor, sé honesto conmigo. ¿Cuándo planeabas decírmelo tú?

Camus acarició la fuerte línea de la mandíbula de quien pronto sería su ex-amante
—Para serte honesto, en lugar de invitarte aquí para tu fiesta de cumpleaños y regalo, yo debía haberlo hecho. Pero… yo… no podía hacerlo. Te extrañaba mucho. Yo… he sido muy egoísta, Rhada. Quería ser tu regalo antes— Camus cerró sus ojos, recordando qué bonita había sido la cena, teniendo a su amante totalmente integrado a todos los aspectos de su vida: sus mejores amigos y sus discípulos, en su templo, que él protegía con su vida.

—¿Ves? Maldita sea, astuto Camus. Deberías saber que tú siempre perderías frente a mí, amor.

—Deja de llamarme así, Rhancy.

—Y, por favor, deja de llamarme de esta manera también, Camus. Me haces sentir débil.

—Entonces, ¿esto es lo que va a ser de nosotros?

—Ni siquiera puedo prometerte que seremos amigos por toda la vida. En esta ocasión, Milo gana. Y me duele mucho, Camus.

—Así que, ¿esto es todo lo que quieres decir, Wyvern?

—Esto sería todo, Camus. Sí. Además, si puedo pedírtelo, por favor, sé feliz, Pero no con ese, el mayor de los Géminis.

Camus se rió entre dientes tristemente, si esta expresión existiera.
—Te voy a extrañar, Radamanthys.

—Siempre te seguiré amando.

Ambos amantes se miraron profundamente a los ojos, valorando cuán serios y fuertes eran sus decisiones. Como siempre, ambos acordaron que el tiempo de estar juntos había terminado. Si por solo una vez ellos habrían estado en desacuerdo, éste sería el caso perfecto que podría haberlos llevado a su felicidad. Pero ambos eran guerreros devotos, de quienes alguien podría adueñarse su corazón… pero no de su libertad. Sus manos estaban atadas por sus promesas a sus dioses.

Radamanthys abrazó a Camus, que estaba aún sentado en su regazo, para estar más cerca de él. Él susurró roncamente en las orejas de Camus, escondiendo sus ojos llenos de lágrimas.

—Me podrías dar una pequeña cosa, como un regalo de despedida, Camus?— Ésta era una pregunta retórica que mereció un débil cabeceo del derretido Caballero de Hielo.

Con el corazón roto, el Juez del Inframundo le dio el más apasionado y largo osculum de todos los tiempos a su eterno amante, ahora ex-amante. Era como si el tiempo se hubiese detenido a partir de ese momento, o así lo querían ellos.

Ellos permanecieron en osculum, contemplando el amanecer sobre el Santuario y finalmente sobre el cuarto de Camus. Éste no era el beso de Judas, porque ambos hombres estaban emocionalmente desnudos, descubiertos y nunca habían sido más honestos en sus sentimientos y devociones. Pero un beso en la mejilla, no importa cuán apasionado sea, era solo una señal de amistad entre dos hombres. No se necesitaron más palabras.

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30 de Octubre, un año después

Un mensaje de texto había llegado.

—Happy Birthday, Wyvern.

Eso era todo.

Eso era todo lo que quedó de aquello que se suponía sería la historia de amor eterna y sin fin entre dos hombres, que habían hecho sus promesas de lealtad a las divinidades equivocadas.

Ni siquiera un osculum para su cumpleaños del amor de su vida eterna, quien recientemente había dado el sí a su entusiasta mejor amigo de toda la vida.

No más regalos en tartan para el Wyvern de aquí en adelante.