Capítulo I: Hacia Eosia


En un lugar perdido de las Tierras del Sueño, existe un reino místico conocido como Eosia, donde la magia se mezcla con la tecnología. Aquella tierra estaba formaba por una gran cantidad de reinos y clanes, el más poderoso de todos era Edenia. Aquel reino solía ser un lugar rico y próspero, por lo que los Reyes de Edenia eran considerados los Reyes de toda Eosia.

Hasta que un ejército conocido como la Legión Negra atacó el lugar, y lo conquistaron. El noble Rey Nantuk pereció en la batalla contra el despiadado Señor de la Horda, Shishio Makoto, y dos de las tres grandes Hechiceras del Reino cedieron sus poderes a la Princesa, una niña de diez años. Pero desapareció en el asalto a la capital, y desde entonces, la Reina Delia ha liderado la Gran Rebelión contra Shishio desde el Bosque Evergreen.

Aquel día, la Reina y sus capitanes se reunieron para rememorar los hechos. Tenían dos misiones: derrotar a la Legión y encontrar a la Princesa.

—Hoy, hace veinte años, Shishio secuestró a mi hija y tomó el poder de Eosia —dijo la Reina Delia. Era una mujer madura, hermosa y de cabello castaño, usaba un bikini verde claro.

—Nosotras le cedimos todo nuestro poder, antes de que él se la llevara —dijo Akane, la Hechicera guerrera. Desde que cedió sus poderes se dedicó a aprender técnicas de combate. Era una chica de cabello negro corto, y vestía un bikini rojo.

—Sí, dos de las tres grandes Hechiceras. Ahora nuestros poderes son menores —dijo Kagome. Era una chica de cabello negro, más largo que Akane, y vestía un bikini blanco y una falda verde.

—La Princesa tiene todo el poder de Eosia. Si logramos rescatarla, nuestro pueblo vencerá a Shishio —dijo Rina. Ella conservó sus poderes ya que no los cedió a la Princesa, pero aunque es muy poderosa, no es capaz de vencer sola a la Legión Negra. Ella vestía un bikini amarillo, usaba dos pendientes verdes redondos y una capa negra.

—Nosotros, la Gran Rebelión, no nos daremos por vencidos. Nos enfrentaremos a Shishio y trataremos de rescatar a la Princesa —dijo Jellal. Era él último de los Caballeros Fénix, una orden de guerreros que empleaba tanto la magia como la espada, y poseía poderes mágicos comparables a los de Rina, pero también podía luchar y era el mejor guerrero, por eso lo consideraban el Campeón de Eosia. Usaba pantalones azules y brazaletes plateados.

—¡Exacto! Nosotros no nos daremos por vencidos —dijo Tsubaki, una capitana del ejército Rebelde. Ella vestía un bikini color arena—. Algún día, Eosia será libre.

—Así es. No dejaremos que Shishio consolide su poder —dijo Nudoru. Él era un capitán del ejército, y el novio de Tsubaki. Usaba pantalones negros y una cinta roja en el pelo.

—Sólo lamento que Edward nos haya traicionado —dijo Rina, algo triste. Edward era un viejo compañero, de la tribu de los rivanos, la cual traicionó a Eosia y se volvió parte de la Legión.

—Edward es un traidor —dijo Delia severa—. Ahora es un lacayo de Shishio. Hace tiempo que dejó de ser edeniano.


A varios kilómetros de ahí, se alzaba un poderoso castillo, Lost Tower, en el centro del reino de Thalesia. En aquel sitio se había originado la Legión Negra, en un principio con cientos de soldados thalesianos, y atacaron Edenia. Los thalesianos tenían por costumbre cubrirse todo el cuerpo con ropas y máscaras, cosa que los diferenciaba de los edenianos, que no gustaban de cubrir más de lo indispensable.

Los principales líderes de la Legión Negra se habían reunido.

—Ya contamos con más de cien mil Legionarios —dijo Naraku, el Tirano del Ejército, el segundo al mando de la Legión. No era edeniano, era un rivano, y como tal, usaba una armadura de poder muy adornada, con motivos de esqueletos. Se había quitado el casco y su cabello negro caía sobre los bordes de la armadura.

—Con eso la conquista de toda Eosia será sencilla —dijo riendo Medusa, una Hechicera de poderes similares a los de Rina. Usaba un bikini negro y una capa con capucha, y tenía tatuajes de serpiente en sus brazos. Ella había sido una Hechicera edeniana, pero traicionó al reino y colaboró con los conquistadores.

—Cien mil hombres... Envía dos legiones de Infantería y una de Caballería Ligera a Satsuki para que derrote de una vez a los Rebeldes —dijo una mujer hermosa, de cabello naranja y una edad similar a la de Delia. Era Galaxia, la esposa del Señor de la Horda, y usaba un bikini naranja adornado con oro. Ella había sido una noble edeniana, que curó a Shishio cuando fue herido en la primera invasión.

Entonces Shishio se volteó. Estaba completamente cubierto por vendajes.

—Envía además dos legiones de Infantería Montada —dijo riendo—. Quiero que derrote a esa molesta Rebelión. Medusa, ve a vigilar que cumpla mis órdenes.

—Lo haré, Señor de la Horda —dijo ella—. Iré con las legiones de caballería ligera.

Shishio asintió, y se sentó en su trono. Galaxia se sentó a su lado y se abrazó a él.

Tenía el plan perfecto.


Akane estaba recorriendo los límites del Bosque Evergreen, acompañada por su guardián Ashitaka. Él era un experto arquero, y usaba pantalones azules con un brazalete de piel en el brazo derecho. Estaban cabalgando juntos sobre el ciervo de Ashitaka, Yakul, y cada uno disfrutaba del calor de la piel del otro.

—El límite está seguro —dijo Ashitaka, con una mano sostenía las riendas y la otra cruzaba el abdomen de Akane.

—Es cierto, nuestra misión aquí acabó —dijo ella sosteniendo sus manos. Se sentía a gusto con él.

Llegaron a un pequeño refugio que usaban para ocultarse. Ambos se bajaron de Yakul, y mientras Akane esperaba en el refugio, Ashitaka llevó al ciervo al río.

Sin embargo, apenas llegó, fue emboscado por un grupo de soldados de la Caballería Ligera ocultos entre los arbustos, quienes lo aturdieron con sus láseres.

Akane presintió el peligro, y se giró, para ver a Edward, el que antes fuera uno de sus aliados. Estaba completamente cubierto por su Armadura de Poder, que además aumentaba en gran medida su altura.

—Edward, sabía que algún día volverías —dijo enojada, mientras se preparaba para la lucha.

—Akane, ríndete —dijo amenazándola con una katana—. No tienes oportunidad de vencer.

—No me rendiré —dijo lista para luchar—. Lucharé. Esa armadura no te protegerá de las flechas de Ashitaka.

—Ashitaka ya es un prisionero —dijo alzando su katana.

—¿Qué? ¡Déjalo ir! —dijo enojada, y cargó contra él, intentando golpearlo. La armadura resistió sus poderosos golpes.

—¡Solokan tanaga! —gritó él, y sus ojos se iluminaron con luces azules.

Un resplandor rojo y amarillo cubrió a Akane, quien gritó y detuvo su ataque. Sintió que sus piernas no la sostenían.

—¡El hechizo absorbe mi energía! ¡Pierdo mi fuerza y mi poder! —dijo mientras caía al suelo.

—Has sido derrotada —dijo triunfante Edward.

—Ya casi no me quedan fuerzas... —dijo molesta—. Al menos deja libre a Ashitaka...

—Guarda tus fuerzas, Akane. Te necesitamos viva.

—Prefiero que pongas fin a mi vida ahora mismo, no seas un cobarde —dijo ella enojada.

—Así ruega la que fue una de las más grandes Hechiceras de Eosia. Bueno, al menos aún sirves para una trampa —sentenció mientras ella perdía el conocimiento.


Kagome estaba cerca de un río, practicando con su arco. Tenía gran puntería, aunque no tanto como la de Ashitaka. En ese momento, estaba retirando las flechas de sus blancos, pero se sentía vigilada. Su guardián, Ulquiorra, había ido a buscar otro carcaj de flechas al refugio, y pensó que sería él.

—Ven, Ulquiorra —dijo ella feliz.

—¡Solokan tanaga! —gritó una voz a sus espaldas, y se vio envuelta en un extraño resplandor rojo y azul.

—¡AAAHHH! —gritó comenzando a debilitarse, y soltó su arco. Cayó de rodillas al suelo.

—Esto ha sido demasiado fácil —dijo triunfante Edward.

—Me siento débil, pero debo resistir —dijo para sí misma, mientras trataba de ponerse de pie, afirmándose en el blanco.

—Hola, Kagome, nos volvemos a encontrar.

—Edward, no has cambiado en nada —dijo enojada.

—En cambio, tú has perdido mucho poder —se burló él.

—Tal vez, pero tú ahora sólo eres el secuaz de Shishio —dijo para enojarlo.

—Bien, Kagome, dinos donde están los Rebeldes y te dejaremos ir.

—Nunca traicionaré a la Gran Rebelión... —dijo molesta.

—Tonta—dijo severo—. Sólo tienes que estar con nosotros.

—¿De qué hablas? —preguntó confundida.

—Tú vas a atraerlo a nuestra base —dijo cruel—. Y no podrás evitarlo.

—¡NOOO! —gritó asustada, mientras se derrumbaba en el suelo. Lo último que vio fue a los Legionarios de Infantería, soldados de línea, acercándose.


En un sitio conocido como la Fortaleza Negra, estaban reunida la Capitana de la Fuerza Satsuki y sus capitanes. Era la segunda al mando de las fuerzas de Shishio, una guerrera muy capaz y gran estratega, por lo que la habían puesto a cargo de la destrucción de los Rebeldes. Usaba un bikini blanco y el pelo largo y negro caía por toda su espalda.

—Generales, infórmenme sobre la conquista —dijo seria.

—Los Rebeldes están atacando las fortalezas exteriores —dijo Erza, una capitana de menor rango que Satsuki. Usaba un bikini negro y su cabello rojizo estaba recogido en un moño.

—Déjeme tomar el control de un ejército para partir al Bosque Evergreen y destruir la Rebelión —dijo Edward quitándose el casco, dejando ver su rostro y su cabello dorado.

—No será necesario, Edward —dijo sin variar su expresión—. Shishio me dio un arma secreta capaz de destruir el Bosque Evergreen. Se carga con la energía de los seres vivos.

Ella los guió a un subterráneo, donde dos guardias obligaban a Nudoru a entrar en una jaula de barrotes transparentes.

—Este Rebelde fue capturado hace poco, cuando intentaba liberar a su novia de uno de nuestros comandos —dijo Satsuki.

—Y lo volvería a hacer, maldita tirana —contestó molesto Nudoru, mirándola desafiante.

—Este tipo tiene mucha energía, sólo que mal dirigida —dijo apretando un botón—. El generador ideal.

Los barrotes comenzaron a brillar con un brillo dorado. Nudoru no estaba asustado.

—Edenia nunca se someterá a la fuerza bruta. Algún día te derrotaremos a ti y a tu banda de asesinos, y Eosia será libre.

Dijo esas palabras lleno de convicción, pero pronto comenzó a sentirse cada vez más agotado. Sentía que perdía sus fuerzas.

—Me siento débil, muy débil... —dijo intentando resistir, pero era inútil. En unos minutos más perdió el conocimiento.

—Bah, tiene menos poder que una mosca —dijo despectiva Satsuki—. Para cargar esta arma necesitamos a alguien poderoso, como Rina o Jellal.

—Tengo un plan para atraparlo, Capitana de la Fuerza —dijo Edward. Ella sonrió.

—Te escucho...


La Reina Delia y sus capitanes se habían reunido nuevamente, para decidir qué hacer.

—Han capturado a Kagome, Ashitaka, Nudoru, Akane y Ulquiorra —dijo ella seria.

—Debemos rescatarlos —dijo Jellal—. No debemos dejarlos abandonados a su suerte.

—La Fortaleza Negra está bien protegida, además en una semana serán reforzados con cinco legiones —dijo Eric, un capitán recientemente llegado con su compañía. Tenía el pelo rubio, ojos azules y usaba pantalones negros.

—Hay un túnel secreto por el que podríamos entrar —dijo Tsubaki, molesta—. Quiero ir, debo liberar a Nudoru.

—Pueden contar con mis tropas y conmigo —dijo Eric decidido—. No voy a abandonar a mis compañeros

—Necesitarán de mí —dijo Jellal—. Con un buen ataque, no sólo liberaremos a nuestros amigos, sino que capturaremos a Satsuki y su Fortaleza.

—Yo también iré —dijo Delia, alarmándolos a todos—. Necesitan de mis poderes para vencer, ahora que Rina debió partir con Diego. Iré aunque todos se opongan a eso.

Lo dijo con tanta decisión, que nadie se atrevió a contradecirla. Jellal suspiró.

—Preparémonos. Partimos al amanecer.


Tardaron todo el día en llegar, aproximadamente quinientos soldados Rebeldes, y se detuvieron en sus alrededores, protegidos de la vista de los vigilantes de la Fortaleza. Decidieron que Tsubaki y Eric fingirían un ataque frontal con sus fuerzas, mientras Delia y Jellal entrarían con las restantes tropas por el pasadizo secreto.

Atacaron al anochecer, y los Legionarios fueron tomados por sorpresa, pero contraatacaron rápidamente con sus rifles láser. Eric se adelantó con los suyos y logró escalar los muros, abriendo la puerta para que entrara Tsubaki y sus soldados.

Sin embargo, comenzaron a tener dificultades. Se vieron rodeados por las fuerzas rivanas, acorazadas con armaduras de poder, y por los soldados thalesianos, que usaban uniformes azules, guantes grises y máscaras grises de motociclista. En cuerpo a cuerpo, los rivanos eran poderosos, pero los thalesianos eran débiles, y Eric y Tsubaki eran capaces de vencer a los soldados acorazados.

Jessie y James, dos capitanes de la Infantería Montada, ordenaron el ataque. Los jinetes atacaron con sus carabinas láser, sorprendiendo a los Rebeldes, y luego atacaron con sus katanas. Jessie tenía un largo cabello fucsia y usaba un bikini negro y pendientes redondos verdes. James tenía el pelo grisáceo y usaba pantalones negros.

Ellos eran edenianos que habían pasado a trabajar para la Legión Negra. Rápidamente atacaron a las tropas Rebeldes.

—¡Por Edenia! —gritó Tsubaki derrotando a dos soldados, y entonces usó un hechizo para inmovilizar a Jessie.

—¡Medusa, ayúdame! —gritó Jessie tratando de liberarse.

La bruja se puso su capucha y conjuró unas palabras, convirtiéndose en una enorme serpiente. Atacó a Tsubaki, pero la capitana Rebelde pudo esquivarla con facilidad, liberando a Jessie de su hechizo.

Entonces un hombre de cabello negro se acercó por detrás y la sujetó. Tsubaki intentó liberarse, pero el hombre era demasiado fuerte.

—¡Detenla, Sasuke! —gritó Medusa preparándose para atacar otra vez.

Sasuke colocó sus manos en las sienes de Tsubaki, y comenzó a robar su energía. Eric se percató y corrió a ayudar a su compañera.

—¡Suéltala, maldito! —gritó amenazándolo con su katana.

—No, hasta que le haya quitado hasta el último gramo de fuerza —dijo cruel Sasuke.

Eric se dispuso a atacarlo, pero entonces Medusa lo atacó y atrapó entre sus anillos. El guerrero luchó por liberarse, pero entonces Jessie lo amenazó con su katana.

—¡Date por vencido, Rebelde! —dijo triunfante, mientras Eric, sorprendido, dejaba de luchar.


Jellal y Delia corrían juntos por el pasillo, mientras sus soldados de la Guardia Real los seguía. El estaba alerta, ya que su deber era proteger a su Reina.

Hasta que en una intersección, un campo de fuerza se activó, quedando ambos en distintos lados. Delia miró con preocupación a Jellal, que se había quedado solo.

—Prosiga adelante —dijo él—. Más adelante nos reencontraremos.

—Ten mucho cuidado —dijo ella, avanzando un poco, pero se detuvo para girar a mirarlo.

Él corrió hacia el borde de las murallas, y desde ahí pudo ver la batalla. Tsubaki estaba de espaldas en el piso, desmayada, mientras Jessie sujetaba a Eric por detrás mientras Medusa desde el frente sostenía sus sienes y robaba su energía. Al acabar, Jessie soltó a Eric, el que cayó boca abajo al suelo, desmayado. Quería ayudar a sus compañeros, pero tenía otras cosas por hacer.

—La Fortaleza Negra, la base de Satsuki. Debo detenerla para poner fin a eso —se dijo a sí mismo.

Se adentró en un cuarto oscuro, y desenfundó su espada. Esa arma era un regalo de una bruja, Sherra, que lo había ayudado en su entrenamiento y había desaparecido tras un ataque de Medusa De inmediato sintió la presencia de alguien, pero sólo era una persona. Se puso en guardia, y entonces se encendieron las luces.

—¿Me buscabas, Jellal? —dijo seria Satsuki, de pie en medio de la sala, sosteniendo una katana negra.

—¡Satsuki! —dijo molesto.

—Nos volvemos a encontrar, por última vez —dijo ella seria, alzando su espada.

Él la atacó, y ella se vio obligada a retroceder. Comenzaron a luchar por toda la sala, con una ferocidad increíble. Parecían ser igual de fuertes. Hasta que un fuerte golpe hizo que Satsuki perdiera su espada. Ella corrió a buscarla, pero Jellal fue más rápido, apartó la katana negra de una patada y colocó su espada en su cuello.

—¡Ríndete! —dijo molesto.

—¡Nunca me rendiré! —dijo ella sin inmutarse—. Haz lo que debas hacer.

—¡Prepárate para...! —dijo alzando su espada, pero de pronto su mente pareció viajar hasta un sitio lejano, un templo en la cima de una montaña, donde pudo ver a Rina.

Se dio cuenta de que Rina había usado su magia para hablar mentalmente con él.

—Jellal, Jellal, detente —le dijo ella.

—¡Rina! —dijo sorprendido. Casi nunca ella lo interrumpía así.

—No debes matar a Satsuki —dijo ella seria, y antes de que Jellal pudiera interrumpir continuó—. Ella es la Princesa de Edenia, pero no sabe de su pasado ni de los verdaderos objetivos de Shishio.

—¿Qué? —dijo asombrado— ¿Ella es la Princesa que hemos buscado tanto tiempo?

—Así es, debes traerla con vida —dijo ella deshaciendo la visión.

Jellal miró a Satsuki, y bajó la katana sin hacerle daño.

—Vas a venir conmigo —dijo serio.

—No me digas —dijo ella, y sonrió con crueldad.

Antes de que Jellal pudiera reaccionar, Edward le disparó con un láser por la espalda. Jellal soltó su katana, y cayó de bruces en el suelo, desmayado.

—Has sido vencido —dijo Edward satisfecho. Satsuki sonrió, y miró satisfecha a Jellal.

—Te tengo, Jellal. A ti, y a la Reina Delia.


Delia y su Guardia Real llegaron a un salón donde los esperaban docenas de Legionarios, quienes los apuntaron con sus armas.

—¡Disparen! —ordenó Erza, y los Legionarios dispararon sus láseres contra los Rebeldes. Delia trató de invocar su magia, pero varios haces láser impactaron contra ella, debilitándola.

—¡NOOO! —gritó cayendo al suelo, mientras sentía cómo su magia se adormecía y su cuerpo perdía sus fuerzas.

A su alrededor, pronto toda su guardia real cayó aturdida. Los Legionarios avanzaron, y la rodearon, y volvieron a disparar contra ella para disminuir todo su poder.

—El rayo me debilitó mucho —susurró ella tratando de levantarse, pero apenas era capaz de estar consciente.

Pero entonces los Legionarios retrocedieron, permitiendo pasar a un hombre alto y envuelto en vendas blancas. Shishio, el Señor de la Horda.

—Reina Delia —dijo mirándola en el suelo.

—¡Shishio! —gritó ella molesta— ¡Monstruo! ¿Qué has hecho con mi hija?

—Nunca la volverás a ver, y ella jamás intentará derrotarme —dijo y sonrió un poco.

—¡Salvaje! —dijo molesta— ¡No podrás vencer! ¡Mi reino jamás te aceptará como soberano!

—No me importa lo que digas, yo ya he vencido —dijo golpeando suavemente su espalda, obligándola a caer otra vez. Con esfuerzo, Delia pudo incorporarse, aunque debía afirmarse con las manos en el piso.

—¡Eres un maldito tirano! —dijo molesta— ¡Jellal y mis capitanes te detendrán!

—Eso me recuerda algo —dijo riendo—, ¡tráiganlo!

Un par de Legionarios avanzó, cargando a Jellal, aún inconsciente, y lo lanzaron al piso frente a ella.

—¡No! —gritó asustada y preocupada, arrastrándose hacia él para remecerlo y ver si estaba vivo— ¡Jellal! ¿Qué le han hecho?

Shishio no contestó, solo la apartó con el pie.

—Espero que ambos puedan acostumbrarse a permanecer encerrados en un cuarto oscuro, por el resto de su vida —dijo haciendo un gesto para que sus Legionarios cargaran a Jellal y a Delia. La Reina miró a Shishio a los ojos, desafiante.

—Pudieron vencerme a mí, pero nunca vencerás a los Rebeldes ¡Nunca lo harás!


En lo profundo del castillo, Eric yacía aturdido, encadenado con cadenas de energía a un altar de acero. En una habitación contigua, Jellal estaba prisionero de la misma forma.

Jessie contemplaba a su prisionero. Se preguntó por qué alguien con su fuerza arriesgaría su vida trabajarndo por los Rebeldes.

—Es muy estúpido —dijo Medusa, apareciendo a su lado—. Aunque posee un gran poder.

—Lord Shishio decidirá qué hacer con él —dijo Jessie. No podía evitar sentirse atraída hacia él, era un hombre muy guapo.

Medusa rió. Hace tiempo, se había infiltrado en la Gran Rebelión y había conocido a Eric. Había conseguido ganarse su amor, e incluso había podido acostarse con él. Era una mujer cruel y malvada, pero quería repetir aquella experiencia. Eric la aceptaría otra vez o ella lo obligaría.


Satsuki y sus capitanes estaban reunidos. Edward y Erza estaban animados por su reciente victoria, pero Satsuki se mantenía tan seria como siempre.

—Hemos capturado a la Reina y a sus principales capitanes —dijo Edward—. Los Rebeldes están perdidos.

—Aún no están acabados —dijo fría Satsuki—. Aún tienen a esa Hechicera, Rina. Debemos encargarnos de ella.

Edward sonrió.

—Será fácil. Ahora mismo está en un templo, en las Montañas Místicas, hablando con un Hechicero llamado Diego. Podemos tenderle una emboscada.

Satsuki sonrió cruel.

—Bien. Con ella capturada, los Rebeldes tendrán que rendirse, y Lord Shishio habrá conquistado Eosia.