¡Hola! Mi nombre es Kahenia, y éste es mi primer fic en el mundo de Tolkien. A pesar de ser seguidora de los libros desde hace mucho, ha sido la última película de "El Hobbit" la que me ha animado a escribir esta historia.

Se trata de un fic divertido, romántico y lleno de aventuras. Dos cosas a tener en cuenta:

1 – El punto de vista de la protagonista está muy subjetivado. En muchas ocasiones Ëa usará expresiones y hablará como si fuera una chica de nuestro mundo y época. A pesar del insulto que eso supone a la obra de Tolkien, perdonadla, es todo con el objetivo de hacer reír y facilitar la conexión con el personaje.

2 – No soy ninguna experta en el autor ni en la Tierra Media. Leí los libros hace mucho tiempo, así que no esperéis un montón de información sobre especies, historia o territorios, porque no la habrá. Me esforzaré aún así en toda la temática de Tolkien que sí es relevante para la historia, como los hechos posteriores a la recuperación de Erebor. Os aviso: voy a cambiar cosas y a remodelar la historia, pero prometo hacerlo con gracia ;)

3- El rating puede cambiar, y probablemente lo haga

¡Espero que disfrutéis de este primer capítulo!


1 – La reina cotilla


Releo una vez más la primera entrada del cuaderno. Está llena de garabatos infantiles.

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Lucisëa de Esgaroth (Ëa)

Comida favorita: estofado de venado

Animal preferido: dragón

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Junto a la descripción hay un dibujo de algo que pretende ser una niña. En fin, era pequeña, ¿vale? Y con algo tenía que rellenar la primera página.

Hola, soy Ëa. Nací por voluntad de los Dioses en la tercera era de la Tierra Media, con el pelo rubio y unos padres que se creían muy graciosos.

Como no encontraron un nombre más horrible, decidieron ponerme como a la tía abuela, que también era rubia: Lucisëa. No preguntéis qué significa. Nadie lo sabe.

El caso es que con un nombre tan vulgar, mi destino no pintaba muy bien que digamos, y yo debía saberlo porque me aseguré de vengarme llorando todos los días de mi vida hasta el año de edad.

A partir de entonces, espavilé.

Fui una niña precoz, hiperactiva y siempre sonriente, y la verdad sea dicha, muy mona. Algunos dicen que ahora sigo exactamente igual, y lo peor es que tienen razón: de pequeña era la más alta de mi barrio, el problema es que ahí me quedé. ¡Oh, sí! De la tía abuela heredé el nombre feo, pero de mi tatarabuelo el enano heredé una altura poco convencional, y el hijo de los vecinos disfrutó durante años preguntándome para cuándo iba a pegar "el estirón" hasta que yo le pegué un buen estirón en sus partes bajas.

Nunca más lo repitió. De hecho nunca más se dirijió a mi en absoluto.

Aparte pues de incidentes sin importancia, mi infancia y adolescencia se desarrollaron con perfecta normalidad. Yo era otra muchacha más de Esgaroth, la Ciudad del Lago, y lo sigo siendo. Paso mis días perfectamente ociosa, ayudando a mi padre con el taller, o visitando a las familias de mis amigos o mirando las dulces olas del lago...

- Luci, ¿te gusta tu vida en Esgaroth? - pregunta mi madre desde la cocina.

- Tanto como un excremento de troll, mamá ¡Y te he dicho que no me llames Luci!

El caso es que mi vida es un asco. Perdonad que hable con franqueza, no es éste el lenguaje que me enseñaron las altas damas en clase de modales, pero me da igual. Tengo 22 años y los he pasado todos toditos en esta ciudad: conozco a todos los hijos, las hermanas, los abuelos, los guardias, las panaderas... Conozco hasta a los altos cargos. Conozco absolutamente a todo el mundo. Y ahora que los conozco a todos, y de todos conozco los secretos, me aburro soberanamente.

Porque pese a no tener ninguna cualidad especial, ni tener afición por nada, hay algo que me da de comer más que el pan de cereales importado de Rohan, y eso son: ¡los cotilleos!

Pasando las hojas rápidamente, se escurren entre mis dedos descripciones de cada persona, de cada suceso y de cada historia en cada esquina de esta ciudad.

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Arnuin hijo de Farnuin

Le han pillado con la hija del panadero.

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¡Ah, sí, éso fue divertido!

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Linnean de la casa de la colina

Dice que tiene 39, pero en el certificado de la capilla constan 45 años.

Su hija se parece muchísimo al bufón que viene en verano. La misma nariz, lo juro.

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Cierro el cuaderno de golpe al mismo tiempo que mi madre entra en mis aposentos sin llamar. ¡Mamá!

- Yo sé lo que te pasa. Uy, hacía mucho que no te veía con tu cuaderno – comenta mientras abre la puerta y el olor de mi plato favorito se escabulle hasta mi nariz - ¿Algo nuevo que escribir?

- ¡Más quisiera yo! ¿Y qué es lo que me pasa, según tu? - Mmm qué bien huele.

- Necesitas un marido.

- ¡Mamá!

Mi madre nunca cambiará. Me gustaría decir que está chapada a la antigua, pero en realidad todos piensas como ella. Menos yo, claro.

- Hija mía, tienes ya una edad. No eres ninguna jovenzuela - ¿cómo puede hacerme sentir vieja antes de los 30? - todas tus amigas están emparejadas, ¡y algunas con hijos!

- Sí, y todas gracias a mí.

La veo torcer el gesto y cruzarse de brazos.

- Bien cierto es, pero sin duda entiendes que me preocupe que no puedas usar tu única habilidad, si es que a meter las narices en todo y a jugar con las personas como si fueran títeres se le puede llamar así, para buscar un buen hombre para tí misma.

Auch, yo no juego con las personas. Sólo arreglo sus vidas porque sé lo que es mejor para ellas. ¡Y es tan divertido!

Antes de contestar me lanzo escaleras abajo a probar mi estofado, y para cuando mi madre llega respondo con la boca medio llena, sentada ya a la mesa.

- No hay ningún hombre que me interese en la Ciudad del Lago, mamá querida. No sé, los conozco demasiado. ¡No tienen misterios!

- ¿Y Dersival, el de aquí al lado?

- Cariño, tu hija casi le dejó impotente por llamarla bajita, ¿no te acuerdas?

Mi padre tiene una memoria demasiado buena, he de decir. Finjo sentirme escandalizada.

- ¡Pero cuán rápido acusáis, mi señor! Sabéis que no tengo mal carácter. Se metía conmigo cada día, y había que darle una lección.

- En eso estoy de acuerdo, Luci. Buenísimo el estofado, mi vida, como siempre.

Mi madre asiente distraída mientras se sirve su porción humeante. El sol se filtra por la madera de las ventanas y comento en voz alta cómo hoy voy a ir a nadar después de ayudar en el taller.

- No cambies de tema, jovencita. ¿Y el guardia ése tan guapo de la puerta este?

- Se llama Luthien, y es alcóholico. Guarda el vino en el armario de las ballestas.

- ¡Oh Dioses! ¿Y el hijo de Farnuin?

Ah, mi querido Arnuin. ¿Véis por qué me encanta repasar el cuaderno?

- Tiene un romance con la hija del panadero. Y mamá, por favor, tiene 16 años.

- ¿Y qué? Tú 22 y a este paso se te va a pasar el arroz. No puedes pasarte la vida haciendo de contable para tu padre.

- Ay...

Mi padre ríe a carcajadas y estampa los puños sobre la mesa.

- ¡Mi querida esposa! ¡No hay humano en la Tierra Media capaz de conquistar a esta bella bestia salvaje que tenemos por hija, puesto que primero tendría que sortear sus trampas y mentiras, y luego se vería obligado a descubrirle todos sus secretos y a ser emparejado por ella!

Y en eso, supongo, tiene razón.

Es tres días después de esa conversación, mientras estoy paseando con una de mis amigas más cercanas, que oímos clamores en la plaza central de Esgaroth. A pesar de aburrirme, tengo que admitir que nuestra villa es tan hermosa que vale la pena venir de muy lejos para verla: sus construcciones se erigen directamente sobre el lago, a través de gruesos pilares de la mejor madera de cerdo que es resistente al agua. Sus espacios públicos no son muy grandes, por seguridad, y no me quejo: aunque me gusta nadar creo que preferiría no caerme al agua mientras paseo. Hay cosas en el fondo del lago que es mejor no ir a saludar por tu cuenta.

El caso es que se da la bella casualidad de que ha llegado un mensajero del reino de los enanos a la Ciudad del Lago. El Gobernador lo recibe en medio de una multitud, y yo a penas puedo ver nada más que cabezas. Gracias otra vez, tatarabuelo.

Por suerte mi amiga, que es bastante alta, me explica lo que ve.

- Es uno de los mensajeros del rey bajo la montaña. Desde que los enanos han retomado Erebor, no se les ve mucho.

Supongo que es cierto, pero no lo sé, y no me importa mucho. La política no es mi fuerte.

- Sí, ¿pero qué dice?

- Shhh.

Odio no ser la primera en enterarme de noticias jugosas. En fin. La gente me aprieta mientras yo intento oír la voz del mensajero.

- … dentro de dos semanas... para celebrar la coronación con vuestras gentes... Faile...

¿Faile? Debo haber oído mal. Debe ser "baile". Claro, tiene más sent-

- ¡BAILE! - grito sin poder evitarlo. Los de mi alrededor ni se giran para mirarme: me conocen a mí y a mi falta de vergüenza demasiado bien.

Cuando el pomposo mensajero ya se ha ido, entre mi amiga y yo repasamos lo que hemos entendido. Aparentemente el rey Thorin va a celebrar un baile dentro de 15 días para commemorar su nuevo reinado y la recuperación de Erebor con sus vecinos. Y sólo unas pocos escogidos de Esgaroth , nobles por supuesto, serán invitados.

- Que me parta un rayo de Mordor si no encuentro la manera de entrar en esa fiesta – aseguro yo a mi amiga.

- Tienes tanta sangre azul como barba. ¡Es imposible que te envíen una invitación!

Lo sé. ¿Te crees que no lo sé? Pero siento el estómago botando y el corazón latiendo más rápido: ¡una oportunidad de poner un poco de color a esta rutina gris! ¡De conocer Erebor, la Montaña Solitaria, que ningún humano ha pisado en siglos! No quiero perderme eso. No puedo perderme eso.

Paso el resto del día atontada en el taller, y me equivoco con la contabilidad un par de veces. Me imagino en ese baile, rodeada de bellas gentes, ¡por fin vería enanos! Me explicarían historias de tierras lejanas, y podría llenar mi cuaderno de un montón de ciudades y personas más.

Ah, escribir otra vez...

Buf. Tengo que idear un plan. Una manera de recibir una invitación. Vale, no, descartado. Nunca me invitarían. Y menos si hablan con el Gobernador y se enteran de mi fama de metomentodo. ¿Pero cómo ir entonces? ¿Debería presentarme sin más y esperar que se apiaden y me dejen pasar? Con la fama de estrictos que tienen los enanos seguro que me echan a patadas...

¡Vamos, Ëa, piensa!

Cuando llego a mi casa al atardecer, ceno rapidísimo y subo a mi cuarto casi sin hablar. Me miro en el espejo. Veo a una muchacha menuda, tan bajita que se podría confundir con una adolescente, desaliñada, con los cabellos rubio ceniza recogidos en una cola. Los ojos pequeños y tostados, los labios de un color muy vivo, las mejillas sonrosadas, la nariz recta, la expresión seria, confiada. Mi piel no es tan blanca como la de las nobles, mis ropas son sencillas y no tengo ninguna joya.

Parezco una sirvienta, nunca jamás podría hacerme pasar por una princesa.

Pero de pronto, allí, frente al espejo, tengo una revelación. Porque lo único que realmente necesito para ser feliz es conocer ese reino, salir de esta jaula que es Esgaroth, y para ello no me hace falta recibir ninguna invitación.

Adiós, Lucisëa de Esgaroth. Hola, Ëa de Erebor.


- ¿Y decís que sois buena en las tareas del hogar y sirviendo?

Tan buena como una rana.

- La mejor, señora. También sé limpiar, desde luego. Conozco muy bien a los enanos porque mi tatarabuelo fue uno, ¿sabéis?

Por supuesto, pero no he visto a uno en mi vida de cerca y no estoy segura de si tienen dos brazos y dos piernas como los humanos. El mensajero del día anterior podría ser sólo un bicho raro.

Como la señora no parece del todo convencida, añado que soy una experta en el arte del arpa. Es probablemente la trola más grande que he dicho nunca, pero estoy desesperada.

- Ah, y además música. Qué polifacética … - asiente y apunta algo.

Soy despachada sin más. Tendré que esperar un par de horas a que me digan si me cogen. Me siento como en una aventura. Necesito este empleo. Y creo que de alguna manera debo haber transmitido toda mi voluntad a la señora, porque tras el tiempo de espera soy llamada.

- Felicidades, ¡sois la nueva muchacha en el servicio de la corte del rey Thorin II Escudo de Roble! Podéis estar bien orgullosa, los enanos no están acostumbrados a trabajar con humanos, pero por bien seguro que con su experiencia no los decepcionará.

Estrecho la mano a la señora y la besaría si pudiera. Empiezo hoy mismo.

Mi padre opina que estoy loca. Mi madre también, pero no me detiene porque se le ocurre la disparatada idea que tal vez pueda cortejar a uno de esos nobles que vienen para el baile. "Cariño, te lo digo yo, que nuestra hija se va a enamorar allí dentro". Puaj, mamá, tú siempre con lo mismo. Lleno una bolsa de viaje con lo poco que tengo para llevarme: un par de mudas, unos pocos vestidos simples y mi cuaderno y mis libros. ¿Lo tengo todo? ¡No lo sé, pero quiero irme ya! Antes de marchar, mi madre insiste en que me lleve su vestido de gala. Sólo tiene ése, y quiero negarme, porque es tan bonito que si lo perdiera o se estropeara me sentiría fatal, pero insiste y lo acabo poniendo en la bolsa junto con unos zapatos.

Beso a mis padres y salgo disparada. Erebor está a apenas media hora a caballo, y mi padre me ha dejado dinero para pagar a un granjero para que me deje su semental. Como el granjero me debe un favor (le ayudé a hacer las paces con su hermano) me lo deja gratis, y tras atar bien mi bolsa a su grupa, galopo como el viento hacia la Montaña Solitaria.

Eternamente la he visto en la distancia, eternamente vigilando mi casa, mi barrio, mi ciudad y mi precioso lago. Sabiendo que un dragón dormía en su interior. El día en que vimos al dragón, y fue dado muerte por uno de nuestros arqueros, pensé que la montaña debía estar llena de maravillas para llamar a tal criatura a su seno. Pero esa historia la dejo para otro día...

Hoy por fin entro en Erebor.

Nada más entrever la puerta principal, las veo. Están al oeste de la entrada, en un grupo, junto con maletas y bolsas y lo que parece son caballos pequeños. ¡Oh claro, ponis! Me acerco a ellas poniendo al corcel al trote y sonriendo. Están de espaldas, hablando entre ellas y riendo, y al oírme se giran y casi me caigo del caballo del susto.

Las enanas tienen barba. Sí, ya lo sé, ya lo sé, tengo que saberlo desde hace tiempo. Y sí, sí, ya me lo han dicho muchas veces, pero es de esas cosas que siempre pones en duda, como el hecho de que los dragones existen, hasta que ves uno volando sobre tu casa. Pues yo he puesto en duda que las enanas tienen barba hasta este momento, cuando tengo a una delante con más pelo que mi padre.

- ¡Muy buenas, humana! - saluda, y es la primera vez que oigo la voz de una mujer enana, y aunque es más aguda que la del mensajero, tiene un son como de caverna amplia y fogata cálida – Tú debes ser Ëa de Esgaroth.

Sé que estoy siendo maleducada mirándola fíjamente, pero es que es una enana de verdad, con su constitución robusta y su cuerpo redondeado y todo. Las demás son también como ella, pero cada una tiene unos rasgos diferentes tras... bueno, tras la barba. Me alegra comprobar que no se dejan bigote al menos, creo que eso ya sería demasiado descubrimiento por un día. Llevan ropa diferente de la mía, más ajustada, y sus curvas femeninas se marcan tan sobradamente que nadie pondría en duda que son mujeres.

- Encantada, no tengo el placer de conocer vuestros nombres – respondo tras reponerme. Y al bajar del caballo, llega mi segunda sorpresa.

Soy alta.

Más alta que ellas.

¡Bastante más alta! Les saco más o menos una cabeza a todas, a algunas algo menos, a algunas algo más. ¡Son diminutas! Qué lista Ëa, son enanas, por supuesto que iban a ser más pequeñas que tú. Pero bueno, los pocos enanos que he visto los he visto de lejos, y las distancias engañan, ya me entendéis. Comprobar que realmente aquí podré mirar a alguien por encima del hombro (literalmente) es tremendamente satisfactorio.

Las mujeres, cinco en total, se presentan educadamente. Aún así, es evidente que sus costumbres y maneras de hablar son muy diferentes a las de mi pueblo, y enseguida me dan palmaditas en la espalda y me preguntan por mi familia. Me siento un poco intimidada, puesto que estas mujeres son también sirvientas en la corte, y dado que son enanas y con toda seguridad saben mucho más que yo de este oficio, las considero mis jefas.

Tengo ganas de ver a un enano hombre. Pero sobretodo tengo ganas de ver la montaña por dentro. Así pues partimos juntas, pero no hacia la puerta principal (pues vaya, qué lástima, con lo alucinante que es) como esperaba, sinó por un sendero de la montaña. Entramos por una puerta lateral de piedra, emmarcada en runas enanas.

Acto seguido, estoy dentro.


Y horas después, todavía estoy abrumada. Hoy ha sido el día más mágico de mi vida. No he tenido tiempo de escribir sobre ninguna de las personas que he conocido en mi cuaderno, y tengo miedo de que todo lo que he visto se borre de mi memoria. ¡El reino es increible! No sé si hay palabras en la lengua común para describir los salones de ámbar, los pasillos de piedra pulida y los techos tan altos como un segundo cielo. Sólo hace unos meses que se ha reconquistado la montaña, pero por suerte muchas de las riquezas arquitectónicas se han mantenido intactas.

Y no lo he visto todo siquiera. Sólo me han hecho una visita por encima. He visto muchos enanos en las salas, pero no he podido pararme a hablar o a observalos porque las mujeres me llevan a los pisos superiores, en los aposentos de invitados. Mañana os explico todo con detalle, pero el caso es que seré ayudante en este piso. Haré las camas, serviré comida... esas cosas. No tengo ni idea de cómo hacer nada, soy una inútil redomada, pero ya veré como me las apaño para ocultarlo.

¡Ante todo, debo conseguir mantener mi puesto hasta el baile! Y tengo que mezclarme con los enanos, conocerlos, saber qué se cuece aquí dentro. ¿Dije hace unos días que mi vida era aburrida? ¡Mi vida en este mismo instante, tumbada en una cama enorme con dosel, es tremenda!

Vale, no es mi cama. Y no debería estar haciendo esto. Pero mi cama en casa es muy pequeña (como la de un enano debería ser, si ese enano no fuera un invitado en el gran reino de Erebor, claro). Me gusta la suavidad de las sabanas blancas, y la habitación es austera pero bella. He visto muchas riquezas hoy, tal vez demasiadas, ahora sólo tengo ganas de escribir, de descansar, y ya empezaré mañana a sobrevivir. En qué líos me meto...

Suspiro e intento colocar bien las sábanas de nuevo. Observando que no haya nadie por el resquicio de la puerta, salgo de puntillas a un amplio pasillo adornado con lámparas de araña. Ya es de noche, aunque aquí, dentro de la montaña, los ojos no me lo pueden confirmar. Creo que el paso del tiempo es una de las cosas a las que me costará acostumbrarme estos días.

Recorro el pasillo en dirección al ala del servicio, y cuando paso por la escalera de mármol, estoy tan concentrada pensando en cuántas páginas podré escribir hoy que choco algo violentamente con alguien que justo subía las escaleras.

- ¡Ay! Disculpad – abro la boca para decir algo más, pero a continuación boqueo como un pez.

Ante mí, en el rellano, se haya un enano hombre. Por fin uno de cerca. Y tan cerca. Me separo aturdida aún mirándole. Es un señor imponente, ancho, de esas anchuras que te hacen sospechar que hay músculos detrás de las ropas. Viste tan bien que siento envidia: ¡nadie en la Ciudad del Lago tiene ropas de esa calidad! Y esa capa. Como de héroe legendario. Y no es lo único bello del enano. Tiene unos rasgos hermosos, afilados, muy serios. Es moreno, con una barba corta y los cabellos largos y ondulados, algo canosos por la frente. Alrededor de él hay un aire de madurez y majestuosidad tal que me siento otra vez la pequeña chica del Lago y no la valiente aventurera cotilla.

Lo más fascinante del desconocido son sus ojos: son azules como un glaciar. Fijos, penetrantes.

Eternos, como la montaña.

- ¿Quién eres? - me espeta, y no muy educadamente, debo decir. Hmm, vaya, a ver si voy a tener que añadir "huraños" a mi lista de estereotipos sobre los enanos. Lo apuntaré luego.

Y en serio, no quiero decirlo. No quiero, de verdad. Pero es que me está matando. Y siempre he sido un poco así, un poco de a veces hablar sin pensar.

- Eres más bajito que yo.

El enano se queda tan asombrado como yo. Bueno, sé que eso tampoco ha sido nada educado. Dioses, ¿y si es alguien importante? Esas ropas y esa mirada de perdonavidas lo indican, pero podría ser que muchos hombres enanos fueran así. Después de todo, tienen un tesoro de dragón.

Intento pues explicarme. De manera penosa.

- ¡Disculpad! Es que es la primera vez en mi vida adulta que conozco a un hombre menor que yo en estatura – esperad que aquí viene lo mejor – Me hace ilusión.

Creo que he conseguido sacar a relucir tal sorpresa en el enano que durante un momento pienso que no se va a enfadar. Inocente de mí. Al instante siguiente se posa sobre mí una mirada de repulsión absoluta y una expresión que sólo podría definir como enfado colérico de dragón. Llego a temer por mi vida.

Y hago lo único que se me ocurre. Salir corriendo. Seamos realistas: soy una cobarde, y prefiero vivir un día más a morir en manos del primer enano que conozco en persona.

Mi mala suerte me deja tranquila por hoy y no me encuentro a ningún enano más. Me pierdo tres veces antes de encontrar los aposentos de las criadas, y me meto en el cuarto que comparto con las demás mujeres.

- Mmm ¿por qué has tardado tanto, Ëa bonita? - me pregunta Gea, la jefa del servicio, medio dormida sobre su cama.

- Me he encontrado con un dragón.

Se ríe, piensa que es una broma. Pero yo sé que es verdad, y me tapo con la manta para alejar de mí esa mirada y soñar con las maravillas que me esperan en Erebor.

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