Declaración: Fairy Tail es propiedad de Hiro Mashima. Solo la historia es completamente mía y de mi autoría.

Seré directo, esta historia la comencé a principios de este año y me esforcé mucho a la hora de escribirla. Esta noche, tras algunos problemas personales, además de mi hermano que está de necio al no quitar esa bendita música tan triste y miserable, se me ocurrió ponerle punto y aparte. Esta historia viene siendo una versión mejorada de mi otro escrito 'Mi vida es una miseria', la cual no me gustó y quise darle un descanso. Volví y escribí esto. Seré franco, tampoco me gustó. Pero no quiero que sea el único que lo juzgue así que por eso lo subo para que lo deje a su criterio. Puede que la próxima vez lo haga mejor y quién sabe. Darle un descanso más largo estaría bien. Mientras ya veré qué otra cosa escribir. Serán solo dos partes y una inconclusa. Si les gusta, me temo que no habrá más porque ya no sé de dónde más sacar o exprimir mi cabeza, y si no le gusta, que bueno. Espero que les guste. Estoy ansioso por saber qué otra cosa escribir o me deparará el futuro. Les deseo un buen día y fin de semana.

Mi vida una miseria

1

Sumergido en las profundidades de un bosque de coníferas, donde el aire fresco azota, los cánticos apasionados de las aves relajan los sentidos, el silbido misterio, pero relajante que produce el viento atravesando esos árboles tan altos de secuoya, los susurros de las bestias más nobles y la calma que aún abundan en estas nobles tierras de Earth Land. Se aloja la pequeña ciudad de Magnolia entre una abundante vegetación que sería irreconocible asegurar que estuviera habitada por personas, porque sus estructuras, que con el tiempo se han ido adaptando con la naturaleza, parecen desarrollar una especie de simbiosis, que dan paso a un espectáculo sensacional y rústico para mucho de sus visitantes que anualmente rebasa en gran medida los miles. Y es aquí mismo donde he seleccionado que se formaran mayormente los escenarios de nuestra historia, de muchos sitios más favorecidos y asombrosos, pero he escogido este por ser principalmente un sitio donde aún persisten las buenas vibras y no se ha podrido todavía desde la raíz como el resto de las demás.

Apenas nos sumergimos en este lugar como verdaderos fantasmas observamos a las cercanías de los límites del bosque un pequeño vecindario, llamado el zodiaco por sus habitantes porque la mayor parte de sus calles y avenidas tienen nombres que componen el zodiaco, escondido entre unos pequeños árboles torcidos, el primer escenario de muchos por venir, y que será la principal de muchas situaciones. Acercándonos incluso aún más podemos sobrevolar para adentrarnos por las calles principales, hasta llegar a aquella pequeña casa pintoresca y bien preservada, al lado de la calle Plue, a solo dos cuadras de alcanzar el borde que separa la civilización de la madre naturaleza. El hogar de una pequeña familia que se empeña ante todo por subsistir, cuyo hijo más grande se encuentra triste y moribundo echado en su cama, y no, no está triste porque llueve o no para salir un rato grato en la calle. Es todo lo contrario, para él llover lo hace feliz por dentro ya que el olor de la lluvia le hace recordar su niñez, la época donde fue más feliz e inocente que triste y miserable como lo es ahora.

Fuera de su ventana, donde un mundo diverso existe en constante crecimiento e inquisitivo, se escucha el murmullo del viento filtrase desde los árboles hasta sus oídos. Escuchamos los latidos de su corazón tornándose más silencioso mientras se aferra más a su cama. Su cuerpo se relaja y su mente se desvanece en un mundo totalmente diferente al nuestro. No es hasta que comienza a cabecear que se da cuenta de que se está durmiendo, ni mucho menos cuando su boca cede para dar un largo bostezo, sino que lo es cuando sus párpados hacen todo lo posible por mantenerse bien abiertos, ignora el cansancio cernirse a través de todo su cuerpo, pierde el conocimiento y lentamente siente que se sumerge cada vez más a ese mundo pasional —del que desearía no despegarse jamás— donde todo puede ser posible. El mundo de los sueños. Entonces, al cabo de un instante, entre esa delgada línea entre lo real y lo surreal, con los ojos cerrados (vencidos después de un largo letargo), siente algo largo y pesado subir desde su ancha cintura, rozándole en diagonal el pecho, hasta terminar, con algo suave aferrándose al lado izquierdo de su cuello. Sobre su pectoral derecho, donde antes no se hallaba nada, siente que algo aparece repentinamente y empieza a presionarlo. Algo cálido, (pesa, sí, pero no tanto como el remordimiento y el pesar de toda su juventud acumulándose dentro de su cabeza), que inhala y exhala sobre él.

Pronto el calor de esa rara presión se intensifica demasiado que parece cubrirle casi medio cuerpo; todo el lado derecho, pero se da cuenta de que también se está apoderando de una pequeña parte desde el pectoral hasta el lado izquierdo de su cuello. Quiere mover el brazo derecho, pero se da cuenta de que es imposible hacerlo porque ahora está sumido bajo esa misteriosa presión, que es cálida y agradable. Nunca antes había sentido nada igual. De hecho, ni siquiera ahora puede sentirlo porque todo aquello —lamentablemente para él— es y forma parte de su sueño y poderosísima imaginación.

Se retuerce sobre la cama, y gime. Una voz suave, dulce, susurra perezosamente como si estuviera despertándose de un largo y profundo sueño sobre él:

—"¿Estás despierto, amor?"

Aquellas palabras se apoderan de sus oídos y hacen de un conjuro para hacer abrir sus párpados tras un largo sueño. Lo abre, sus ojos se encuentran inesperadamente con otros azules que lo mira con tanta fascinación, entre una melena puramente roja que se asoma desde su pecho, acompañada de una sonrisa tímida en su delicado rostro, como un indefenso conejillo al acecho. Se trata de una chica linda, de cuyo rostro largo y labio inferior levemente sobresaliendo, recostada cómodamente sobre su pecho. Uno de sus brazos (que es increíblemente de un color blanco muy pálido y demasiado suave al tacto), asciende hacia su cuello sobre él para rodearlo. De pronto, la sonrisa en la cara de la chica se borra como por arte de magia y da paso en su interior un sentimiento de absoluto vacío.

—"Amor, estás llorando. ¿Qué tienes...?" —susurra la chica con tono melancólico.

Entonces, la voz, así como la chica pelirroja y el peso que se había apoderado de la mitad de su cuerpo, desaparecen. Frente a sus asombrados ojos abiertos como platos, que observan atónitos bajo su mano izquierda apoyada sobre su frente.

Se despierta de golpe e irgue sobre su cama exaltado, confundido y con el cabello rosado alborotado. Su corazón retumba. Es fácil ver que solo había tenido un mal sueño o solo uno muy dulce-amargo. Una lágrima tibia se desliza por su mejilla izquierda, que acaba en su mano siniestra. Levanta la mano donde yace su lágrima y la deja a la altura de sus ojos. Lo examina a través de sus ojos borrosos, anegados en lágrimas y ve la gota destellante por la luz del sol sola, como su mera existencia. La contempla unos cuantos segundos como si fuese a decirle algo de su interés o a descubrir algo importante. ¿En qué momento comencé a llorar?, de hecho ¿en qué momento me dormí?, piensa y espera, pero al final no sucede nada, de modo que ignora su mano, la pasa por su cabello mientras cierra los ojos —no sin antes contemplar su desagradable habitación con quien comparte junto a su hermano menor— y las lágrimas se le desbordan de los párpados y las siente tibias. Una se cuela por sus labios y prueba su sabor salado.

Hace lo propio y se limpia el resto con las manos y en las mangas de su playera amarilla bastante arrugada y ajustada a su grueso cuerpo (que se había formado por comer demasiada comida chatarra durante la mayor parte de su niñez y juventud), que le desagrada, pero que con el tiempo fue aceptando de mala gana.

De repente, la imagen del rostro de aquella pelirroja, que se había inventado hace ya bastante tiempo, pero que no era fácil para él poder olvidar, aparece en su mente como el repentino destello de un recuerdo. Traga en seco y trata de olvidar, en vano, el rostro sonriente y anegado en lágrimas de esa hermosa chica pelirroja, de bellos ojos azules, labios pequeños (uno más grande que el otro), que terminaban con comisuras en forma de remolinos y la cara larga, blanca y pacífica. La chica perfecta. Piensa, la que jamás tendré, y se olvida de ella. Al menos por un tiempo. Y se sonroja por la vergüenza de ese sentimiento vacuo que se aloja en alguna parte en el fondo de todo su ser, pero no de su corazón. No aún...

Entonces, Natsu Dragneel, a sus casi dieciocho años, quien hace poco pensaba en la chica de su sueños preocupándose por él, pero también pensando que jamás podría besar a una chica igual como aquella en los labios —ni mucho menos tomar de la mano— y estando casi seguro de haber besado a solo media docena en las mejillas en toda su miserable vida, se palpa la cara, sin más, no sabiendo qué más hacer. Examina cada rincón, cada superficie, cada zona de su rostro, topándose en el camino con sus ojos rasgados que parecen poder ver más allá que otros (un mundo diferente al nuestro tal vez), imperfecciones, desniveles (Benditos mosquitos, piensa) y marcas superficiales espantosas. ¿Acné? Solo en el borde de donde se asomaba su gran mata rosada y ciertas partes de la espalda debido a lo mucho que suda. Además, la mayoría de todos los jóvenes la tienen, no hay ninguno solo que no la tuviera o a quien no le brotara una espinilla por comer demasiada grasa, azúcares y comida chatarra, así que daba por concluido no ser el único de una raza extraña con la espantosa habilidad de hacer brotar pequeñas erupciones en su cara y, a la vez, estar feliz consigo mismo, o por lo menos un poco.

Continua —es un masoquista por excelencia propia—, pero esta vez bajando lentamente por su cuello. Se topa con varios piquetes de mosquito (y el beso de una bendita cucaracha) y los bendice de nuevo. Ignora los desniveles de todo su cuello, baja hasta llegar a su pecho. Es entonces donde siente empapada el cuello de su playera, y se da cuenta de que su pecho está sudada. Tira del cuello de la playera con una mano tan tranquilamente, como deseando no mirar ahí dentro, y observa mejor, detenidamente. Todo su pecho está húmedo. Hace un mueca de repugnancia y suelta el cuello de su playera todo lo contrario a como la había estirado al principio. Luego su cara se torna roja a más no poder. Si antes se sentía húmedo por el sudor, pues ahora la cara le arde como la fiebre en verano y siente comezón en ciertas partes del cuerpo que no quiere ni siquiera nombrarlas en voz alta.

—Natsu: (Ahora comprendo por qué soy todo un galán con las chicas. Sudo como un corredor de triatlón pero sin correr) —algo que destacaba en él sería en su negativa forma de pensar. La mayoría de las veces en cosas inútiles y miserables. Como todo chico infortunado en el amor y sin amigos.

Lo observamos menospreciarse así mismo, algo común si se habla de él. Levantando ambas manos a la altura de los ojos, separándolas a treinta centímetros del uno al otro, lejos de su cara, para cerrarlas fuertemente hasta quedar marcados de color morado por la presión y comenzar a lanzar golpes por mero placer. Primero lanza dos golpes con la derecha, seguido de una con la izquierda, y por último una más con la derecha para rematar. Podría decirse que no es un gran fanático de las luchas libres ni del boxeo, en realidad no le gusta ninguno de estos deportes (no nota diferencia alguna de una ni de la otra. Era normal encontrarlo confundido y hasta aburrido con detalles como deportes como aquellos. Sobre todo si hablamos del fútbol. Santos cielos qué deporte más aburrido. A este chico solo con darle una consola y un televisor podría pasar el rato jugando u ofreciéndole unas cuantas películas de terror donde haya sangre y personas sufriendo podrían hacer de una tarde aburrida una animosa), principalmente porque detesta ambos deportes tanto como detesta el insoportable olor y sabor de todos los tipos de quesos, pero supuso que era así como los boxeadores arrojaban los golpes contra sus contrincantes. Más que nada lo hacía para bajar el rubor en su cara, despejar las ideas de su cabeza y separarse momentáneamente del mundo. Por supuesto que funciona, a corto plazo, podía hacerlo las veces que deseara, al final resultaba ser divertido. Pero si por un descuido acababa pensando de nuevo lo que trataba de olvidar, ni interactuar con las manos lo ayudarían más.

Alejando ambas manos hacia el frente, las examina con tanto interés como tratando de encontrar una mancha de pintura que había perdido. Se revisa las palmas y los dorso pero no hallando nada (más que mugre entre las uñas, algo de tierra entre los dedos y piquetes de mosquito) sigue mirándolas hipnotizado. Ya parece como uno de esos viejos dibujos animados donde el personaje, bajo los efectos de una droga, se mira las manos idiotizado. Y crédulo comienza a cerrarlas, a ondularlas como las olas de un mar embravecido atrapado por el viento de un huracán y haciendo poses raras con ellas. En eso esboza una sonrisa clara y pacífica, llena de verdadera satisfacción y piensa:

—Natsu: (Es como en los personajes de los videojuegos cuando los dejas en modo espera)

Se contiene así de fascinado al menos por un rato, recreando los movimientos que normalmente haría uno de esos súper soldados genéticamente mejorados de un futuro incierto y que solo existen dentro de las historia de un videojuego de ciencia ficción. Después, como si de un sueño se estuviera despertado, sacude frenéticamente la cabeza, la levanta, se desprende de su fantasía como una madre le haría a su hijo y se encuentra de nuevo dentro de su pequeño cuarto iluminado por el sol de una tarde de verano. Vea ahora un escritorio viejo y desgastado de madera y piezas de metal frente a su cama, ahí es donde se encuentra la computadora (hacía casi cinco años tal vez que sus padres la compraron en un paquete de oferta de la compañía telefónica. La computadora iba incluida), que no es una con pantalla de cola ni tampoco una de las más nuevas de veintitantas pulgadas, pero es lo suficientemente buena como para pasar un rato agradable. Descargando, instalando y jugando videojuegos, para navegar por la internet, revisar las redes sociales y por último y más importante, para poder escribir. Observa a la derecha como un estafermo la cama de su hermano menor. Que por extraño que parezca (en realidad no) no está arreglada. El edredón está revuelto en un espiral con índices de no haber sido arreglado en mucho tiempo, las almohadas desperdigadas como después de una dura batalla de almohadas. Una se había caído y parecía que trataba de trepar con ayuda de un extremo de la sábana interior caída desde un lado de la cama. Debajo de la cama las sandalias y la mochila maltratada de su hermano. Santos cielos, vaya desorden. Pero él no es quien para quejarse ni mucho menos espetarle a su hermano por su inapropiada falta de irresponsabilidad, después de todo no está en las condiciones favorables para replicarle nada. Sobre todo porque ahora no se encuentra.

Se pone a pensar sobre el paradero de su hermano, pero no dura lo suficiente después de meter inconscientemente una mano dentro del bolsillo derecho de su pantalón corto y sacar su celular para advertir a sus ojos de la hora. No cree por un instante que ya casi sean las tres de la tarde y que haya perdido más tiempo de lo necesario en estar pensando que durmiendo (cuando en un principio solo había pensado en descansar los ojos un momento, pero terminó durmiéndose), y bendice su suerte.

Se levanta de su cama como un endemoniado y casi arrojándose cual ave a su presa se sienta en la silla frente al escritorio. Arrastra con un movimiento brusco el ratón sobre su pequeño tapete para activar la pantalla en modo de hibernación y casi de inmediato (un poco de retroceso por parte de la máquina) aparece una pantalla totalmente en blanco cegando sus ojos, que aún no pueden creerse cuánto tiempo valioso había perdido. Acto seguido, comienza a leer todo lo que ha escrito hasta ahora, lo cual no es mucho más que cuatro páginas y exactamente dos mil palabras. Llega hasta la parte final y su mente le advierte de una idea estupenda que a fuerzas pide ser escrito. Tira del teclado y deja que las ideas fluyan.

—"¡Natsu!" —escucha la voz de su madre llamarlo desde la cocina con vehemencia.

La ignora, no tiene tiempo que perder, se conoce, si deja a medias algo sabe que terminará olvidándolo. Esa idea se pavonea en su mente como una bailarina en un antro que se muere por llamar la atención del público, seduciéndolo para no dejarlo escapar y llevarse su dinero; en este caso sus ideas. A lo lejos se vuelve a escuchar la voz de su madre llamarlo de nuevo. Suena impaciente y encolerizada.

—"¡Deja esa maldita máquina y ven aquí!"

El chico teme que su madre termine enojándose, así que hace caso la vocecilla que reside dentro de su cabeza y escucha sus suplicas de que vaya y luego termine lo que está haciendo o se meterá en serios problemas. Responde a gritos el llamado de su madre para que deje de gritar.

—Natsu: "¡Ya voy!

Poco a poco la estupenda idea de agregar un personaje de aire misterioso se esfumaba como lo hace la niebla en el aire, se enoja por el desesperado llamado interrumpido de su madre y abre grande la boca para después cerrarla inmediatamente, con la provocación de casi escapársele una maldición, pero antes piensa, recapacita y controla sus impulsos desesperados para no perder el hilo de sus ideas, que se desvanece tal y como vino.

—Natsu: (No, no, no... tengo que pensar cómo voy a implementar a este personaje y rápido, rayos, mamá ¿por qué me llamas en el momento justo en el que me encuentro inspirado?— se lleva ambas manos a la cabeza y se aprieta desesperadamente la sienes, en un último intento de recuperar el hilo de inspiración, en vano. Aquella voz vuelve a zumbar dentro de él, suplicando, solo que ahora grita desesperadamente.

El chico, resignando, suspira. Pasa una mano sobre toda su cara y su rosado cabello. Se levanta del asiento que rechina —no sin antes minimizar la venta del documento y dejar el escritorio de la computadora al descubierto. La imagen de un pulsar azul se hace presente en su máximo esplendor debajo de los accesos directos del escritorio— estira sus casi ciento ochenta centímetros de alto (es bastante alto, uno diría demasiado, al lado de su madre y hermana más) y con pasos medio decididos, y temblorosos, sale de su habitación. Entra a la sala de estar, cruza un pasillo que se encuentra al lado de la puerta de su recamara, que separa la sala de estar de la cocina, y corresponde al llamado de su madre.

Cuando este entra a la cocina, se queda bajo el umbral de un extremo del pasillo, temblando, encuentra a su madre frente a una olla humeante y un cucharón de metal en la mano. El semblante de exasperación en su madre lo aturde un instante y teme lo peor. Un sentimiento perturbador e inquietante se adueña por completo de él. Atemorizado empieza a pensar con qué razón lo había llamado, ¿qué cosa mala había hecho para llamarlo a gritos? Estaba claro que nada, al menos que lo haya atrapado inadvertido haciendo 'eso'. Qué estúpido, no habría razón por la cual reprenderlo por hacer 'eso'. Es un acto normal, a lo mejor impuro, pero normal al fin y al cabo. Además, su madre es una persona sensata, no una raquítica mujer ni muy creyente, no habría razón suficiente para reprocharle por estar cómodo a solas un instante en su hora feliz, que no viene al caso pero estando nervioso es lo primero que se le viene a la mente.

Despeja su mente y su corazón late bajo su pecho como el motor de un auto, desenfrenadamente. Siente el peligro emanar en una aura que envuelve a su madre, toma valor después de un rato y pregunta:

—Natsu: "¿Qué pasó?" —su voz no difiere de la insolencia. Sigue sintiendo miedo, reconoce el tono de voz que usa (no tuvo esa intención en primer lugar). Unas cuantas gotas de sudor emanan de su frente, inquieto por lo que pueda suceder a continuación, aunque parece un poco más sereno.

Natsuko Dragneel, una mujer ama de casa, felizmente casa por casi veinte años con un marido estupendo, madre de tres preciosos hijos (Dos jóvenes de dieciocho y diecisiete años y una pequeña de nueve años) cuyo rasgo principal podría serlo su gran melena y ojos azabache —que heredó su segundo hijo de ella— y no mide más de un metro cuarenta y nueve centímetros, nota el tono descarado con el que se dirige su hijo hacia ella, y le responde:

—Natsuko: "Qué forma de hablarle a tu madre es esa, ¿eh? Da igual" —la señora suspira, asienta el cucharón a un lado de la olla (en el espacio vacío que se encuentra entre la estufa y el lavaplatos), se limpia las manos en el pequeño mandil amarillo que rodea su estrecha cintura y dirige una mirada retadora a su primogénito (la que tiene que alzar por ser tan alto)— "Quiero que vayas a la tienda a comprar."

—Natsu: "¿Qué cosa?" —el joven escarmienta y aprende de sus errores. Esta vez piensa antes de hablar y lo dice más suavemente, con tono indulgente. La cara de la madre avisa que no es suficiente compensación.

—Natsuko: "Un sazonador, para que se pueda terminar de hacer la comida. Si no, no podrás comer."

Gracias al cielo no es por nada más que ir a comprar. Natsu presta atención a la petición de su madre, apoya la espalda en el muro del pasillo, relajado, mientras se cruza de brazos. Siente su cuerpo hervir por la ira y una comezón irritable envolverlo tras escuchar esto, pero le resta importancia, ¿qué más puede hacer él?, no puede regresar en el tiempo y advertir a su yo del pasado de escribir desesperadamente antes de que su madre le interrumpa para ir a comprar, y sabe que no puede quejarse. No por impotencia, pero sí por respeto y educación a su madre. Muchas gracias, mamá, por haberme educado tan bien. Eso y porque el llamado de su estómago hace rugir sus tripas. Qué delicioso huele la comida, ¡rico estofado!

—Natsu: (¿En serio? ¿En serio me interrumpe cuando estoy concentrado, escribiendo, y plasmando mis ideas a escrito, para que yo vaya a comprar un sazonador? ¡¿Un simple sazonador?! Bueno, sin el sazonador no habría comida deliciosa y sin una comida deliciosa no habría un estómago contento... No importa. "¿Y el dinero? ¿Voy con el viejo Dreyar? Auch" —tan rápido como piensa siente un calor y dolor a apoderarse del bícep de su brazo derecho que, lo hace enojar y volverse con las cejas enarcadas hacia dónde provino el golpe— "¿Por qué me golpea en el brazo?"

—Natsuko: "Lo siento, quise pegarte en la cabeza pero eres tan alto que no llego. Y no llames viejo al señor Dreyar" —espeta la señora con cara malhumorada a su hijo, abriendo y cerrando una mano enrojecida y adolorida en el aire, que regresa tiempo después a su cadera. Irguiéndose, sacando el pecho y estirando lo más que puede su pequeño cuerpo dotando un aire de autoridad.

—Natsu: (Y-yo no pregunté por eso... Mamá, eres maligna) "Está bien. ¿Y el dinero? ¿Es todo lo que voy a comprar?" —insiste el joven que toma impulso y sale corriendo con el fin de no recibir otra riña por parte de su madre y huye sin previo aviso. Nosotros volamos sobre él, y lo seguimos. Esta historia es sobre él y sobre los acontecimientos que transcurran alrededor de su persona, así como las miserias y los eventos tan aventurados. Los cuales advierto que podrían ser demasiado pocos. Yo diría escasos. A continuación presenciaremos el primero.

Uno de los cuartos más grandes de la casa es la cocina. Con dimensiones de dos metros de largo por sesenta de ancho, se instala la mesa de madera y cristal en el centro. El primer muro pequeño donde hace poco estaba Natsu, y se encuentra su madre, está el horno, al lado derecho de esta está el pasillo que conecta a la sala de estar y a la izquierda un lavaplatos manual —porque lavar platos manualmente es lo más divertido del mundo y más cuando hay una madre enojada que encomienda a sus hijos a hacerlo—. El siguiente muro semejante, en paralelo a este, se halla la repisa de tres pisos de cristal suspendidos por tres soportes de metal. Aquí se colocan los vasos y los platos. El primer muro grande, el izquierdo, perpendicular al del la repisa, hay una extensa ventana que ocupa casi todos sus cinco metros, pero es interrumpido por la puerta que da al patio trasero, al aire libre. Frente a este el muro se encuentra otro, pero desnudo, dejando ver su pintura de color naranja, casi por completo, donde solo resalta la blancura del refrigerador de dos metros de alto y el dispensador de agua.

Natsu cruza la cocina, pasa por alto la extensa mesa, llega al otro extremo, se acerca al refrigerador. Una vez ahí lo abre, saca una botella de tres litros de cola medio llena, alarga un brazo y toma un vaso de la repisa en perpendicular al muro donde se encuentra el refrigerador y lo llena. La botella queda menos de la mitad de su contenido. El chico lo mira fascinado mientras bebe de su vaso y piensa que tendrá que ir a comprar más, ni siquiera lo duda. Perfecto, así ya no habría razón de ir dos veces y mataría dos pájaros de un tiro. Su madre, que lo observa con atención desde el otro lado, frunce las cejas.

—Natsuko: "Deja de tomar eso y mejor bebe agua. Toma..." —su madre le extiende un brazo y entre los dedos índice y pulgar sostiene un billete, donde hace poco sacó del bolsillo de su mandil. La señora se acerca a su hijo pomposamente, abre la boca para decir algo, pero se detiene en pleno acto y lo vuelve a cerrar. Lleva una mano bajo su barbilla y se queda pensativa como si se hubiera acordado de algo que no estaba previsto en sus planes, y vuelve a abrir la boca para exclamar un inesperado 'Ahhh'— "Creo que aún queda algo de sazonador ahí guardado, Natsu" —señala con el dedo índice de su mano derecha hacia el refrigerador y continua— "Revísalo, por favor. Si hay ya no tienes por qué ir a comprar."

El chico pone cara inexpresiva combinado con un poco de estupor y se limita a colocar su vaso en la mesa frente suyo para revisar obedientemente el electrodoméstico, sin cuestionar a su madre. Porque hoy aprendió o mejor dicho repasó una lección. Lección aprendida de hoy (repaso), 'siempre obedece a tu madre sin protesta ni respuestas obstinadas o abstente a las consecuencias'. Es lo que surca por su mente en ese preciso instante, mientras grita para sus adentros ¿por qué a mí?

Natsu abre ágilmente la puerta del refrigerador, para enorgullecer a su madre de que a veces puede hacer las cosas bien, revisa con una meticulosamente habilidad cada rincón, la puerta, el fondo y cada cajón, pero no encuentra nada. Extrañado, y con el corazón retumbando (temeroso de ir a comprar o no), se aleja de la puerta, lo cierra y se vuelve hacia su madre, que había regresado a la olla humeante. Se acerca a ella, rodea con sus brazos la estrecha cintura de esta, la abraza, coloca su barbilla sobre su coronilla y deja que sus más de noventa kilos lo soporte el pequeño cuerpo de su madre.

—Natsu: "No hay nada en el refrigerador, mamá" —dice este, o más bien murmura, apenas pudiendo hablar bien porque su quijada está apoyada sobre la coronilla de su madre. Su cabeza huele a sudor.

—Natsuko: "¿Cómo no va a haber nada? ¿Revisaste bien?" —lo dice con tanta naturalidad, como si su hijo se recargara sobre ella todos los días, mientras mueve el cucharón dentro de la olla humeante. Quien suda por tener pegada la cara a la olla que despide calor constantemente.

—Natsu: "Sí" —responde un poco más claro, despegando momentáneamente el mentón de la cabeza de su madre, al fijarse que no puede articular palabra alguna para hablar bien.

Aunque en realidad no existe ninguna diferencia entre sus grumos y susurros. La mayoría de las veces a penas logran escuchar lo que dice. Lo que lo hace entristecer y disminuir su pordiosero carácter.

—Natsuko: "¿Y si voy y lo encuentro que te hago? ¿Te pego?" —dice mientras asiente el cucharón de nuevo al lado de la estufa.

La mujer se libra como puede de los casi cien kilos de su hijo y se dirige hacia el refrigerador. Revisa hasta el fondo y en la puerta. No tarda ni medio minuto en encontrar una bolsa transparente con una extraña masa dentro. Naturalmente, como lo haría cualquier otra madre, lo saca y lo echa en cara a su hijo sin molestarse en hacer uso de su extenso vocabulario.

—Natsuko: "¿No hay nada? ¿Y qué es esto?" —la mujer exclama mientras agita en el aire la bolsa transparente.

—Natsu: "Nada" —responde el chico apenado, incomprendido y a la vez confundido.

—Natsuko: "Nada" —burla la madre a su hijo repitiendo la respuesta.

El pobre chico no puede dejar de pensar ni atormentarse de ser un inútil, más en un desesperado intento de elevar su espíritu. Cuando estaba segurísimo de tener la razón su madre llega y lo encuentra. ¿De dónde rayos lo había sacado? Juraba haber revisado de pies a cabeza el electrodoméstico, en la puerta y hasta al fondo, ¿cómo se le pudo pasar por alto algo tan destacable como una bolsa transparente con dicha masa amarillenta? Quizá realizó la magia que toda madre tiene para encontrar las cosas por más escondidas que estas estuvieran. Jamás lo sabría, al menos que se lo pidiera. Algo imposible conociendo la paciencia que ahora tiene su madre, la cual echa humo ahora mismo. Mucho mejor, así se ahorra la riña que le estuviera preparando.

Con un habitual semblante serio e infortunado, Natsu se vuelve hacia el pasillo, procede a salir de la cocina con el mínimo de dignidad que le resta, decidido a llegar a su ordenador y recobrar el hilo de la historia. Da dos pasos hacia el pasillo, en eso oye la voz de su madre llamarlo de nuevo. Hoy es sábado, el mayor día de los favores, piensa en ese instante. Se vuelve, prestar atención a su querida madre, la cual dejaría de ser querida dentro de los siguientes cinco minutos, después de escuchar lo que le pide.

—Natsuko: "¿A dónde crees que vas?" —se acerca casi corriendo a la olla para introducir el sazonador, machacándolo hasta reducirlo al polvo.

Duda en responder aquella pregunta, una pregunta capciosa que reconoce por el tono de voz que ella usa. Un silencio incómodo se adueña de la habitación, haciendo escuchar más fuerte el rugido del refrigerador, incluso la candela bajo la olla y la comida hirviendo. Santos cielos, hasta el murmullo del viento azotando las ramas y el canto de las aves puede ser escuchado estando aún dentro.

—Natsu: "A mi cuarto..." —por un momento duda si decir la verdad o solo decir una mentira piadosa para no encolerizarla más, como quién sabe, ir al baño por ejemplo.

—Natsuko: "Que cuarto ni que nada. Deja esa maldita máquina en paz de una vez y mejor sal afuera a limpia el popó del perro" —la madre dedica una mirada furtiva a su joven hijo. Él que no deja temblar en el fondo y pide a fuerza a quien sea que le dio la vida desmayarse, se acomoda incluso en una posición para que el suelo lo reciba sin sufrir daños severos. Como si eso le fuera a ayudar.

—Natsu: (¿En serio acaba de decir 'sal afuera' y popó habiendo tantas palabras para llamarlo de otra forma?) "Pero no es mi perro" —trata de evadir el favor. Pensado que a lo mejor después de hacerlo necesitara de otra ducha al terminar.

—Natsuko: "¿Y? Tú recamara no es mía pero aún así lo limpio yo, ahhh ¿verdad?"

—Natsu: (Chist... Tenía que salir con eso otra vez. Como lo odio) "Ya voy"

Y con todo el pesar del mundo sobre sus hombros, Natsu avanza sin discusiones, ni protestas a su madre, con la voz de su interior resonando y repitiendo la lección aprendida de hoy. Avanza abatido, sin muchos ánimos, abriendo la puerta que da al patio trasero. Solo sale y siente el aire fresco propinándole en toda la cara. Huele tan bien, un olor del que no podría fastidiarse nunca, flores recién regadas naturalmente por una lluvia madrugadora. Sus ojos se fijan en dos cestas de ropa sucia descansando fuera, en el patio, sobre un hermoso tapete natural verde deslumbrante que se extiende en trece metros cuadrados, bajo las sombras de las hojas de una gran rama, que se balancean de un cedro torcido, en algún sitio cerca, puede que incluso dentro del patio mismo.

—Natsu: "¡Ah!" —exclama el chico como si una idea se le hubiera aparecido de repente— "Hoy es sábado, ¿vas a lavar?"

—Natsuko: "Sí, ¿por qué?"

—Natsu: "Mamá, son casi las tres de la tarde" —lo dice con una suavidad impresionante, como si tratara de decirle que se había muerto alguien.

—Natsuko: "¡Júralo! —ahora su voz parece ser poseída por el mismo demonio— "Diablos... Se me hizo tarde estando cocinando y hablando con tu papá recordándole las cosas que tenía que comprar

—Natsu: "¿Desde qué hora estás cocinando? —pregunta, pensando tal vez que a lo mejor su madre terminaba olvidándose de que él tuviera que ir y limpiar las 'necesidades' del perro.

—Natsuko: "Desde las diez. Lo que pasa es que a tu papá se le olvidó la lista y ya lo conoces, me llamó y me pidió que le indicara todo lo que necesitó para la hamburguesería. Ahora está molesto como si fuese culpa mía que se haya olvidado de la lista" —la señora mete una mano de un bolsillo del mandil amarillo y extrae un pequeño celular rojo. Revisa que no le hayan enviado ningún mensaje mientras estaba ausente, ocupada llamando a su hijo, cocinando y mandando a limpiar el patio.

Su padre, aunque un gran hombre, tiene su propio carácter, mismo que el segundo hijo, y un poco en Natsu, heredó. En cuanto a la pequeña... ya comenzaba a mostrar ciertos dotes en cuanto a la belleza de la madre se refiere. Algo que ha alarmado hasta cierto punto a dicho hermano mayor. Pronto su pequeña y única hermanita estará en la edad de tener novio —aunque para eso aún faltan casi cinco años— y aún no sabiendo decidirse cómo impedirlo varias ideas se manifiestan en su cabeza, entre las cuales están escoltarla a la escuela de ida y vuelta, ponerle un toque de queda, vigilarla, tomar nota de todo lo que haga, con quién habla y a dónde va y, por último recurso, encerrarla en casa hasta que cumpla veintidós; así el mundo tenga que escuchar a la pobrecilla niña desahogar sus penas a través de las ventanas de la casa. Será muy duro e inhumano, pero es por su bien al fin y al cabo. La última es demasiado tentadora, aunque liosa, pero con resultados certeros. No lo culpen, solo ama a su hermana, le haría daño a quien sea que le hiciera algo a ella, de eso ni dudarlo.

—Natsuko: "Bueno ya, ve a limpiar el patio que apesta. Que uno así no está a gusto cuando se come la comida" —se acerca a su hijo, le abre la puerta y lo apresura a salir. Prácticamente lo echa de la casa.

—Natsu: (Rayos, por un momento creí que se le había olvidado. Ya que) "Ya voy, ya voy. Vuelvo en una media hora" —levanta una mano y la agita en modo de despedida, sin siquiera volverse para verla a la cara. Como si no fuese a regresar dentro de unos años.

—Natsuko: "No exageres, no te llevará ni quince minutos"

—Natsu: "Ojalá solo fueran quince minutos" —susurra para sí mismo, deseando nuevamente poder adelantar el tiempo a su merced mediante un clic o algo por el estilo.

—Natsuko: "Ya ve. Además, no te haría mal un poco de ejercicio, has engordado un poco. —la madre echa una mirada rápida de pies a cabeza a su hijo y nota que en efecto ha engordado un poco. La camisa amarilla parece asfixiarlo.

Ahora bien, podríamos regocijarnos con las habilidades de Natsu limpiando el patio trasero y el de enfrente, pero resulta que nosotros sí podemos viajar por el tiempo, quizá no a un clic, pero sí saltando unas cuantas escenas y renglones tediosas, sumamente aburridas. Tan aburrido como dar un paseo por un carrito de vía automatizado a veinte kilómetros por hora de un parque temático para infantes. No se preocupen no se pierden de nada importante. Es solo un chico normal y corriente —miserable, eso sí— de casi dieciocho años limpiando el patio delantero y trasero. Un patio de trece metros cuadrados y otro de casi veinte, dividido este último en dos jardineras por un sendero de piedras musgosas, adornado por el follaje, que ha tapizado casi por completo el bosque a la ciudad. La simbiosis que existe aquí —que trepa por las estructuras y se fusiona, del que hablamos al principio— pinta esta hermosa ciudad de un verde casi límpido. Dos hermosos y altos cedros, algo estrechos, pero llamativos, fanfarronean sus bellas hojas desde cada jardinera. Es imposible no quedarnos impactados por la deslumbrante belleza natural de esta, aunque uno no lo crea, típica casa hogareña. Uno no podría ni siquiera imaginarse cómo son las subsiguientes. La casa de por sí siendo tan hermosa no es superior ni inferior a las demás del vecindario. Todas aquí son de la misma estructura y cada uno es bella tal cual.