Un olor intenso a café inunda la casa, sin embargo nadie parece percatarse de ello. La taza sigue allí, como está desde hace más de una hora, enfriándose poco a poco, perdiendo cuerpo y esencia, convirtiéndose en algo que pocos calificarían de café.
Fotos dispersas por el salón lo cubren a modo de alfombra de diversos momentos vividos por aquellas dos personas protagonistas de ellas. Sonrisas y diversión se pueden ver en esas instantáneas llenas de tanta vida que te hacen querer estar allí, disfrutando de esa sensación de felicidad que trasmiten las fotografías en su conjunto.
Sus ojos azules pasan de una imagen a otra recordando cada detalle, casa olor, cada sensación vivida junto a ella y entonces se pregunta qué pasó, que le hizo querer alejarse de su lado de un modo que no llega a comprender.
La Fontana di Trevi fue conocedora de su deseo de volver de nuevo a la capital italiana tras arrojar una moneda a la fuente hace solo dos semanas, cuando ellos no querían pasar ni un minuto separados, cuando sus bocas se buscaban como si hubiesen estado hechas la una para la otra, cuando necesitaban sentir como sus cuerpos se fundían en uno solo. Roma y sus calles fueron testigos de sus paseos al atardecer por el parque Villa Borghese, de sus visitas llenas de momentos tiernos a los distintos lugares emblemáticos de la ciudad y sus románticas cenas en los diversos restaurantes de Roma.
La Torre de Pisa se vuelve borrosa cuando una gota cae sobre ella tras haberse escapado de los ojos del novelista más codiciado en Nueva York. Su mirada azul se ha vuelto vidriosa fruto de la tristeza y el no saber de los últimos días.
Tras la vuelta a Nueva York de las que él consideraba las mejores vacaciones de su vida, la detective tuvo que volver a la rutina, pasando gran parte del día en la comisaría. Los asesinatos parecían haberse multiplicado a su regreso, no había un solo día que no llegase un nuevo caso y el trabajo se iba acumulando, así como la ingente cantidad de papeleo que debían hacer. Como era habitual en él, Castle no se separó ni un solo segundo de su musa, observándola desde su silla rellenar gran cantidad de informes, aportándole nuevas teorías sobre los posibles asesinos de los casos, llevándole ese café que esperaba cada mañana.
La comisaría era ajena a aquella relación que se había forjado en aquel edificio, así que las muestras de cariño se veían relegados a las escasas horas que podían disfrutar ellos solos. Aquel salón que ahora se le antojaba vacío, había estado lleno de juegos entre los cojines del sofá, pasión, picardía, y erotismo, todo el que la detective era capaz de llevar hasta el loft. Sin embargo, nada de ello quedaba ahora.
Tras un duro caso en el que la mayor banda de narcotraficantes era el hilo conductor, el escritor recibió una llamada de su ex mujer y también editora, Gina, que le exigía tener el próximo libro de la saga Nikki Heat terminado en un plazo de una semana, asegurándole que había sido condescendiente con él al no ponerle límite de fecha de entrega y que no volvería a serlo. Al saber lo que ocurría, Beckett le prohibió volver a la comisaría si no acababa el libro.
- Castle, no quiero que Gina me eche la culpa de ser la causante de que vayas atrasado en la fecha de entrega.
- Pero... ¡si tú eres mi musa! ¿Que voy a hacer sin ti?
- Puede que antes lo fuese, pero ahora soy el motivo de que no te concentres en lo que debes hacer.
- Se lo tiene muy creído, inspectora.
- ¿Es que no te desconcentro? - le susurró al oído haciendo que Castle tragara sonoramente. Ante tal gesto, a Beckett se le escapó una sonrisa – Sé bueno y ponte a escribir. Con suerte habrás acabado el libro antes de una semana y podrás volver a ser mi fiel escudero.
Esa había sido la última conversación que habían mantenido.
El primer día encerrado en el loft sin dejar de escribir se le hizo eterno. Echaba de menos a sus compañeros, las bromas y risas con ellos, la acción en los casos, el poner su mente a trabajar para sacar una teoría, pero sobre todo, echaba de menos a su musa.
El segundo día pensó que no podía con aquello, que tenía que volver a la comisaría, pero sabía la respuesta que recibiría por parte de Beckett, así que decidió enviarle un whatsapp.
"24 horas sin ti y me parece un siglo. Te echo de menos"
Después de cuarenta largos minutos de espera en los que llegó a preocuparse de que no contestase, llegando a pensar que le podría haber ocurrido algo, recibió una escueta contestación.
"Estoy trabajando. Haz tú lo mismo"
Aquello le dejó fuera de juego. Su respuesta había sido como un jarro de agua fría. Sabía lo profesional que era, había podido ser testigo de ello durante más de cuatro años, pero aguardaba la esperanza de que le hubiese echado de menos el día anterior y se lo hiciese saber de algún modo.
Los últimos días, Beckett había pasado de responderle con breves mensajes a, simplemente, no contestarle. Castle no entendía su comportamiento, fría como un tempano de hielo y distante. Durante el último caso la había notado rara, como si existiese algo que le cohibiese ante él que le hacía esquivar sus miradas, pero el escritor lo atribuyó al agotamiento fruto del incesante trabajo diario que tenía y no le prestó mayor atención.
Ahora se arrepiente de no haberse dado cuenta de que algo le ocurría y no se lo quería decir. Toma otra foto entre sus manos, una de ellos dos sonriendo sin dejar de mirarse teniendo como telón de fondo La basílica de San Pedro. Recuerda como, en un fluido italiano, Beckett le pidió a un señor que pasaba por allí que les hiciese una foto. Luego ella le había explicado a Castle que desde pequeña sus padres le inculcaron la pasión por conocer otros países, otras culturas, otras lenguas,… llevándola a pasar un año de intercambio con un universitario italiana en Florencia.
Su sonrisa hace que el corazón del escritor sienta una gran presión, al sentir que no la volverá a ver.
"No puedo seguir así, ya no lo soporto más", dice como si alguien pudiese oírlo y se levanta del suelo. Coge las llaves de su coche y la chaqueta, dejando lo que podría considerarse un sucedáneo del café alejado en una esquina de la mesa de la cocina y las fotografías esparcidas por el salón.
Castle solía ser respetuoso con las normas de circulación en la carretera, pero en esta ocasión no puede pensar en otra cosa que no fuese volver a verla, así que pisa el acelerador sin importarle la posible sanción que ello pueda acarrearle.
Diez minutos después, el escritor se encuentra frente al apartamento de la detective, contemplándolo mientras tamborilea con los dedos sobre el volante. Respira profundamente y sale del coche con paso decidido.
Llama a la puerta y su corazón empieza a latirle con fuerza, como si fuese un caballo desbocado. Se siente inexplicablemente nervioso.
Unos segundos después la puerta se abre y la escena que ante él se presenta hace que todo su mundo se vuelva del revés. Siente como cae sobre él un bloque de piedras que le impide levantarse.
- ¿Quién es? - escucha preguntar desde dentro del apartamento.
Beckett aparece ante él, al lado de aquel hombre que, vestido únicamente con un pantalón vaquero, parece querer hablar. Pero ver a su musa con una toalla que cubría escasamente su cuerpo junto a aquel hombre no necesitaba explicación alguna para él.
Los ojos de la inspectora parecen sorprendidos ante su presencia, pero eso a él le da igual. El novelista se gira y baja lo más rápido que puede hasta salir a la calle, mientras a lo lejos escucha a su musa correr tras él.
- Castle, por favor, espera. No es lo que parece ¡Castle!
El escritor sube a su coche sin volver la vista tras él, sintiendo como su corazón se parte en dos, como su vida se hace añicos, como su alma se desgarra.
Conduce sin rumbo fijo con la única idea de alejar de su mente aquella dolorosa imagen.
