¡Hola! Pues aquí me tenéis otra vez.

Antes de nada, deciros a todas aquellas que en mi anterior historia "Caperucita Rosa", me pedisteis continuación, que lo más probable (a no ser de que un ángel Navideño descienda de los cielos y me de inspiración) es que la historia siga siendo un One-Shot porque fue escrito escrito como tal.

Y volviendo ahora al tema principal... La Navidad se acerca, y con ello el concurso de relatos de mi instituto (*^*) Así que aquí os traigo la historia que voy a presentar, tendrá sólo tres o cuatro capítulos (aún no he terminado de escribirla u_u) bastante cortitos para mi gusto, pero es lo único que puedo hacer, ya que nos han puesto un límite de sólo 8 páginas para escribir... -.- así que... de ahí que cada capítulo sea tan corto...

Como no está pensado para ser un SasuSaku sino una historia original puede que veáis un poco de OC pero aún así espero que os guste.

DISCLAIMER: Ni Sakura ni Sasuke me pertenecen... (Desgraciadamente)


La primera vez que lo oyó cantar tenía sólo 15 años, y aún detestaba pasar las vacaciones en la casa de su tía en Madrid.

Para ella la Navidad había perdido ya toda la magia y por mucho que rebuscara en el fondo de su ser. no era capaz de encontrar esa ilusión que, cuando era pequeña, la desbordaba al aproximarse estas fechas.

Pasaba los días encerrada en el pequeño apartamento, con la cabeza oculta tras su cuaderno de dibujo y rodeada de los mismos adornos de Navidad que su tía se empeñaba en colocar año tras año, las figuras descoloridas del Belén, las monótonas luces parpadeantes del árbol...

Pero aquella mañana de Navidad, un inexplicable deseo la había llevado a encasquetarse su gorro de lana rojo y a aventurarse ella sola por las calles de Madrid acompañada únicamente de su cuaderno de dibujo y un lápiz.

Dibujó la nieve cayendo sobre la Puerta de Alcalá, dibujó a una niña sobre los hombros de su padre ilusionada por lo que le depararía esa noche, dibujó las luces sobre la ciudad y dibujó a los patos del Retiro cobijándose del frío.

Y fue allí, en el parque, donde escuchó su voz.

Estaba recostado en la barandilla que rodeaba la fuente del Ángel Caído, sentado sobre la fría nieve. Apoyada sobre sus piernas, enfundadas con unos desgastados vaqueros, tenía una vieja guitarra que sostenía con la seguridad, delicadeza y respeto de quien verdaderamente ha llegado a ser uno con su instrumento. El flequillo negro alborotado por el frío aire invernal le ocultaba los ojos, que permanecían fijos en las cuerdas.

Cantaba una canción que ella no conocía, pero que hablaba de la vida, de ángeles en la luna y de las personas que nos dejaron atrás, y quiso seguir escuchándolo, pues había quedado hipnotizada por el rasgueo de sus largos dedos sobre las cuerdas de la guitarra y el sonido envolvente de su voz acariciando cada palabra de la canción.

Sentada sobre las raíces de un árbol cercano estuvo observando el balanceo de un lado al otro de su cabeza al compás de la música que brotaba de sus dedos, se le veía feliz y resuelto, la dedicación de aquel chico a la música le recordó a la suya propia, al mimo y cuidado con el que impregnaba cada uno de sus dibujos.

Comenzó entonces a tocar una canción que ella si que conocía y se sorprendió cantando y marcando el ritmo con el pie.

- Hey there Delilah, you be good and don't you miss me, two more years and you'll be done with school and I'll be making history like I do*– había llegado a su parte favorita de la canción cuando él alzó la mirada hacia ella y al verla acompañándolo, le dedicó una sonrisa ladeada.

Siempre le había gustado esa canción porque le gustaba imaginarse que era ella era Delilah y que todas esas palabras iban dirigidas a su persona y por eso ella le devolvió la sonrisa, pero en seguida le apartó la mirada pues la vergüenza era superior al deseo de seguir observándolo. Se obligó a sí misma a concentrarse en otra cosa y acabó por dirigir su mirada hacia la estatua que se alzaba en el centro de la glorieta.

Sabía que a representaba a Lucifer recién caído de los cielos, la única estatua de Europa del que en algún momento había sido uno de los ángeles más bellos al servicio de Dios, desterrado de los Cielos para siempre a causa de su orgullo. Y a pesar de estar observando una estatua del que muchos consideran el señor de los infiernos, le pareció bellísima, con las alas extendidas en la espalda, la vista clavada en el Cielo, las serpientes enroscadas en sus piernas anclándolo a la tierra; y al intentar descifrar la expresión de su cara no pudo sino acordarse de las palabras escritas por Milton, en el Paraíso Perdido, que sabía que habían inspirado esta obra:

"Por su orgullo cae arrojado del Cielo con toda su hueste de ángeles rebeldes para no volver a él jamás. Agita en derredor sus miradas, y blasfemo las fija en el empíreo, reflejándose en ellas el dolor más hondo, la consternación más grande, la soberbia más funesta y el odio más obstinado."

Y sin apenas ser consciente de ello, con la suave voz del chico como música de fondo, comenzó a dibujar: dibujó la imponente estatua y la fuente nevada sobre la que reposaba, pero no se detuvo ahí, porque también lo dibujó a él, con sus pantalones raídos y su sudadera oscura, con la guitarra entre sus brazos, una sonrisa en la cara y la mirada fija en el lugar del que tanto él como Lucifer debían de haber caído.

Tal atención ponía a su dibujo que ni cuenta se había dado de que el sonido de la guitarra ya no llegaba a sus oídos, tampoco escuchó siquiera el leve crujir de la nieve bajo el peso de una persona al aproximarse a ella, pero cuando una sombra se cernió sobre su cuaderno de dibujo, la burbuja en la que había estado metida, explotó.

- ¿Quién ha apagado el sol? - había mascullado al principio con cierta rabia – ¿Por qué... - pero el resto de palabras murieron en su boca cuando alzó la cabeza y lo vio allí de pie, parado junto a ella y con la guitarra colgada a su espalda. - Oh.

- Hola – fue lo único que dijo él.

- Tras los segundos que se les antojaron horas en los que estuvieron sumidos en un ligero y algo incómodo silencio, ella se percató de cosas que hasta ese momento le habían pasado desaparecidas, como que el chico tenía los ojos negros más oscuros que ella hubiera visto jamás, y los colmillos un poco salidos, lo que le daba un aspecto fiero al sonreír.

A punto estaba de decir algo cuando se fijó en que él había reparado en su dibujo y lo observaba con los ojos muy abiertos.

- ¡Guau! - exclamó – Ese soy yo...¿Lo has dibujado tú? Es... - no fue capaz de terminar la frase, pues ella se había levantado apresurada, apretando el cuaderno fuertemente contra su pecho. Tenía la cara completamente roja – Oye... ¿Te encuentras bien?

- ¡No! Digo si... Yo... Lo siento... Yo... me tengo que ir – había sido capaz de decir. Odiaba que la gente la viera dibujar, se sentía expuesta y vulnerable pues para ella en cada dibujo quedaba plasmada una parte de su alma. - Adiós – susurró antes de darse la vuelta.

- ¡Hey!¡Espera! - pero ella ya se alejaba a toda velocidad por el camino empedrado que llevaba a la salida.

¿Por qué había salido huyendo? Ni ella misma estaba segura. Más que el hecho de que la hubiera visto dibujar lo era que la hubiera visto dibujándolo a él. Seguramente en aquellos momentos se estaría preguntando por qué la loca aquella lo había dibujado. Debía de parecer una acosadora mal de la cabeza.

No se dio cuenta de que había estado corriendo hasta que un coche estuvo a punto de atropellarla al llegar la calle.

Se sintió muy estúpida. Actuar así no era propio de ella, siempre calmada, siempre fría.

Se detuvo una instante para calmarse. Respiró hondo una vez. Dos veces. Y emprendió el camino de vuelta al apartamento de su tía.


Corto, ¿verdad? De cualquier forma espero que os haya gustado :)

Y recordad, los reviews son el combustible que impulsa el motor de la escritoras.

Nos leemos, Sapphie.