N/A: He aquí mi secuela para mi historia "Una Opción Futura". Esta vez el rating es "M" por... Bueno, al leerlo descubrirán porqué. SebastianxElizabeth, justo después del Epílogo.

Capítulo I: Esa Lady,Noche de Pecado

Estaba de vuelta en la habitación que compartía con mi esposo, el conde Phantomhive.

Solo que el Ciel seguía sobre la alfombra de su estudio, encerrado, y mi acompañante era su demoníaco mayordomo.

.

A penas si pude girarme, pues en cuanto a puerta se cerró, Sebastian invadió mi boca con un apasionado beso.

...

Todo me volvió de golpe.

Su embriagante aroma me envolvió, y mi mente quedó en blanco cuando nuestras lenguas se rozaron.

Sus brazos me rodeaban, y sabía que intentar huir de su abrazo sería imposible.

Pero me gustaba.

Oh, dios, me encantaba.

Él me había dado mi primer beso.

Había tenido nueve meses de besos secretos -y otros no tan secretos- con mi esposo... Pero la verdad es que Sebastian se encontraba en un nivel totalmente diferente.

La ropa cayó a nuestros pies, hecha pedazos por su impaciencia, y sus manos parecían empeñadas en explorar cada centímetro disponible de mi piel.

Su boca pasó a atacar mi cuello, y todo mi cuerpo se estremecía bajo sus dedos, cuando finalmente me tumbó sobre la cama.

La pálida luz de la luna iluminaba su blanca piel, sobre mí, y no pude más que admirar su belleza.

Era hermoso.

Tanto que casi dolía mirarle... Aunque tampoco es que pudiese haberlo hecho, porque se había inclinado hasta mis pechos, jugando conmigo, arrancando gemidos de mi garganta, enloqueciéndome más con cada lamida o mordisco.

La humedad entre mis piernas no tardó en ser más que suficiente para invitarle, pero en vez de tomarme al instante, bajó aún más por mi cuerpo.

Los estremecimientos me dominaron cuando invadió mi intimidad.

Su hábil lengua no tardó en dejarme sin aliento, rogando por más. Mis uñas se clavaron en sus fuertes hombros, y realmente grité de placer cuando la introdujo en mí.

A su lengua le siguió su dedo índice, y al índice el corazón, y al corazón el anular.

Yo ya le había sacado sangre, y todo mi cuerpo arqueándose hacia él, mis labios formando palabras incoherentes, aún si mi garganta solo producía aquellos lujuriosos sonidos que solo aquel demonio podía provocarme.

-Magnífica, Milady...

Su voz me hipnotizaba, obligándome a mirar lo que estaba haciendo conmigo, una escena tan pecaminosa que me excitó aún más.

Nadie nunca me había hablado de la posibilidad de hacer tales cosas.

Aunque, la verdad, habría sido realmente indecoroso hablar sobre ello, y probablemente era considerado tabú...

Sebastian rozó mi clítoris con uno de sus afilados dientes, atrayendo mi atención de golpe. Grité de nuevo, cualquier pensamiento superfluo huyendo de mí.

-Mírame... Mire todo lo que hago con su hermoso cuerpo, Milady... En este momento, sea solo para mí...

Se alejó de golpe, y un profundo sentimiento de pérdida me inundó, antes de ser expulsado por la repentina intrusión que mi cuerpo sufrió.

Sebastian había... Él había...

Grité, gemí, lloré.

No era ya consciente de mis actos.

El miembro de aquel demonio se introdujo en mí, apenas dándome tiempo para dilatarme lo suficiente -era asombrosamente grande-, sus brazos volviendo a abrazarme, y mi cuerpo se arqueó por completo, llegando a levantarse de la cama.

Enterré mis dedos entre sus negros cabellos, rodeándole el cuello, intentando sujetarme a él, porque sus embestidas eran lo bastante poderosas como para mover la gran cama adoselada.

No tuve más opción que adaptarme a su ritmo, bailando con él, abriendo rojos surcos en su blanca espalda, sintiendo sus dientes marcar mi cuello, su lengua dominando la mía...

Mi cuerpo se tensó por completo, mi garganta incapaz de emitir sonido alguno, mi alma queriendo salir por mis poros, antes de que una maravillosa liberación me hiciese tocar el paraíso, y la cálida simiente de mi amante me llenase por dentro.

-¿Por qué? ¿Por qué salvar a Ciel? ¿Por qué ser su mayordomo durante todos estos años? ¿Realmente harías algo así solo por acostarte con una simple mujer? ¿Tú, que debes tenerlas rezando por tus atenciones?

-¿El porqué? -dijo el demonio, besándome el cuello, lamiendo una de las marcas que allí dejaron sus dientes antes de contestar- He vivido mucho tiempo, en muchos lugares... Y tú eres la única que me ha hecho sentir... Vivo.

Levanté la cabeza de su marmóreo pecho, solo lo suficiente como para poder ver sus ojos con claridad. El escepticismo debió ser visible en mi rostro, porque, riendo levemente, continuó su explicación.

-Los demonios como yo, aquellos que una vez fuimos Serafines -los más cercanos al Origen-, solo podemos relacionarnos con una mujer...

-¿Realmente esperas que crea que esta era tu "primera vez"?

-... en cuanto a tener descendencia se refiere. Milady, puedo haber tenido sexo con muchas mujeres, en muchas épocas, pero ni una sola de ellas ha quedado encinta con ello. Porque no eran mi "destinada". Solo puedo dejar embarazada a una mujer. Y una vez conozca a esa mujer, o tan solo la haya visto por un instante, la destinada no podrá concebir los hijos de nadie más.

No tenía respuesta a esas palabras.

Así que me limité a seguir trazando dibujos en su pecho, como llevaba haciendo varias horas desde... aquello.

Sebastian me había asegurado que Ciel despertaría por la mañana, sin recordar nada de lo ocurrido.

-Pero habéis de saber esto, Milady: ya he cumplido mi parte del contrato. Legalmente puedo tomar su alma en cualquier momento...

Le tapé la boca con mis labios, queriendo impedir que aquella verdad saliese de él.

Porque si lo que él decía era cierto (y se suponía que no podía mentir ante algo tan directo), podría hacerme hacer lo que él desease.

Bien sabía que yo estaba dispuesta a hacer lo que fuese necesario para proteger a mi esposo.

Él respondió a mi beso, acariciando de nuevo mis caderas, colocándome a horcajadas sobre su ya erecto miembro.

-Una noche -había dicho él, tras llenarme por segunda vez con su simiente-. Toda una noche, solo para mí...

Así, gemí de nuevo, cuando sentí su ya familiar erección invadirme. Mi garganta estaba ronca, y mi cuerpo hipersensible, pero aquella era una droga a la que ya me había vuelto adicta, y él me tenía completamente a su merced.

+|*|+~ TRES MESES DESPUÉS~+|*|+~

Abracé mi ya prominente vientre, mirándome al espejo, sonriendo para mí.

Llevaba un vestido blanco marfil, con adornos verde jade, sin corsé que pudiese dañarme ahora que, para el mundo, llevaba dentro al hijo de Ciel Phantomhive.

.

Había decidido, en cuanto vi a mi esposo entrar a nuestra habitación a penas dos horas después de la marcha del mayordomo, que no le diría nada sobre lo ocurrido entre su demonio y yo.

Su rostro, sombrío, me previno de comentar su aspecto -se notaba que había dormido sobre la alfombra de su estudio, tenía las fibras marcadas en la cara-.

Le sonreí levemente, le comenté que iba a darme mi baño matutino, y esperé a que se

girase para marcharme, pues no era capaz de caminar correctamente.

Sebastian, gracias a los dioses, había cambiado las sábanas antes de irse, llevándose con él los jirones de ropa.

Me bañé, sumergiéndome por completo en el agua caliente, y sonriendo al pensar en lo maravilloso que había sido entregarse a aquel pecado.

.

Por supuesto, al día siguiente Ciel me hizo suya, y aunque admito que fue placentero, algo fundamental había cambiado.

Ya no me bastaban las caricias de mi amado esposo...

Mi cuerpo seguía rogando por más amor del indecente mayordomo...

Me lo solía encontrar por los pasillos, y siempre que por casual no había nadie más cerca, se me acercaba lo bastante como para que mi pulso se descontrolase, y la humedad se acumulara entre mis piernas.

Cada vez era peor que la anterior.

Con el tiempo, bastó solo verlo, escucharlo o siquiera detectar un rastro de su aroma para tenerme jadeante y excitada.

Aprovechaba todos los momentos que podía tomar de Ciel para desahogar parte de aquel asfixiante anhelo sexual.

Mi esposo estaba, en principio, asombrado por mi actitud ninfómana, pero no tuvo ninguna queja.

Lo hacíamos en cualquier lugar, a cualquier hora.

Recuerdo con especial cariño aquella vez que me tomó sobre la mesa de su estudio.

Sebastian debió haber estado allí hace poco, pues su exótico aroma impregnaba las paredes (¿tal vez había estado limpiando?). Tan solo aquello bastó para que el acto sexual se volviese magnífico.

Y en verdad era perfecto: el aroma de Sebastian (pecado), el cuerpo de Ciel (correcto). Bastó para llevarme al cielo en brazos de mi esposo por primera vez -real y no fingida- desde que hube entregado mi cuerpo a su mayordomo.

.

La maravillosa noticia se confirmó exactamente dos meses después de la fatídica noche, cuando un médico de confianza confirmó que, de hecho, me encontraba encinta.

Ciel me había abrazado con fuerza aquel día. Sin preocuparse por el médico -que aún seguía en la habitación-, me besó con todas sus ganas.

Yo le dejé creer que también me alegraba, aún si la culpa me reconcomía, pues sabía que aquel bebé no era suyo.

Me encontré con Sebastian poco después, en el sótano de la mansión -había bajado hasta allí expresamente a buscarlo, sabiendo que mi esposo le había ordenado subir una botella de vino para la cena, y que aunque para tal suceso aún faltasen horas, el mayordomo se dirigiría directo a la bodega-.

Él buscaba tranquilo entre las botellas, buscando entre las mejores reservas. Se detuvo en seco cuando entré, y se giró a mirarme, cauteloso.

Me dejé guiar por mis instintos, y sucumbiendo al imperioso deseo que me había llenado al seguir su rastro, le besé.

Olvidó el vino por completo, abrazándome, recorriendo mi cuerpo con las manos, obligándome a retroceder hasta una de las paredes del sótano, mientras yo no pude más que rodear su torso con mis piernas, atrayéndole más hacia mí.

Sentir su sabor en mis labios bastó para llevarme al cenit, cada caricia multiplicándose por mil, enloqueciéndome, avivando el fuego que ardía en mí.

Rasgó mi ropa interior, y liberó su miembro en cuestión de segundos, llenándome sin aviso previo.

Me mordí los labios para no gritar, temerosa de que alguien pudiese, al oírme, bajar e interrumpirnos.

Había deseado aquello con tanta fuerza... Sentirle, penetrándome sin consideración, era lo mejor que había sentido desde que se marchó de mi lado aquella noche.

Él quería marcarme.

Yo lo sabía, y quería que lo hiciera, pero no habría sido prudente.

Seguramente, Ciel se habría dado cuenta esta vez.

Pero yo no tenía que tener ese tipo de límite.

Nadie iba a inspeccionar su cuerpo, y de todos modos, lo taparía su traje, así que le mordí, le arañé, y disfruté de su posesión, aún si sentía la dura pared del sótano a mi espalda.

No tardé en llegar al orgasmo, una y otra, y otra vez...

Él siguió embistiéndome, hasta que su simiente volvió a llenarme, y al fin se permitió gemir, enterrando el rostro en mi cuello.

Seguimos así varios minutos, agitados, excitados, mínimamente satisfechos por primera vez en meses, y nuestras lenguas volvieron a unirse cuando él salió de mí.

Habría querido mantenerle dentro, y mi intimidad debió responder a tal deseo, pues abrazó su miembro con fuerza, haciendo la salida considerablemente difícil.

-A-Ahh... No... No hagas... Eso...

Su voz era poco más que un gemido.

Sus dedos apretaron mis cabellos, obligándome a exponerle más de mi garganta, y por un delicioso segundo creí que me mordería, pero consiguió controlarse, alejándose de mí con dificultad.

Estuvo a punto de ocultar su miembro -aún erecto, como demandando atención-, pero le detuve.

Cogí su virilidad entre mis dedos, y él se estremeció por completo.

Le guié hasta que estuvo de espaldas contra la pared -donde me había tenido hace pocos instantes-, acariciando aquella maravillosa parte de él, deleitándome ante sus incontroladas expresiones, y en cómo se retorcía bajo mi tacto.

-No sé que me has hecho -lamí levemente la punta de su erección, antes de tomarla en mi boca y alejarme, para seguir acariciándolo con los dedos-. Llevo excitándome por el simple hecho de olerte, verte o escucharte durante meses... Sin poder tocarte... Creí estar volviéndome loca...

Le lamí de principio a fin, como si fuese un helado, disfrutando de su sabor, aún mezclado con el mío. Me gustaba haberle marcado, aunque fuese de manera temporal.

La humedad volvió a acumularse entre mis piernas, y tomé toda su plenitud en mi boca -lo cual fue ciertamente complicado, y me forzó a ir despacio-.

Él introdujo sus largos dedos entre mis cabellos, guiándome en mi cometido, hasta que tuvo que morderse el brazo para no gemir demasiado alto.

Llevó su tiempo, pero el orgullo me calentó el pecho, cuando me entregó su simiente.

Quería más. Quería que él volviese a tomarme de todas aquellas formas imposibles, que volviese a perderme entre la delgada línea que separa el placer del dolor, que volviese a marcarme...

Pero no había tiempo.

En poco nuestra ausencia se haría demasiado notable, y teníamos muy presente el riesgo de ser descubiertos por cualquiera que pensase en entrar a la bodega.

Sebastian me besó, saboreándose en mis labios sin que ello le supusiera vergonzoso o desagradable, mientras introducía dos de sus oh-tan-largos dedos en mí, sofocando el incendio que amenazaba con quemarme.

Le fue sencillo hacerme llegar de nuevo, y lamió sus labios ante mis ojos, excitándome más.

-¿Cree acaso que no he deseado tomarla en cada instante? ¿Cómo se supone que debo sentirme, Milady, cuando la escucho entregarse a él bajo este mismo techo? Te quiero así, anhelante y excitada. Quiero que sepa, amada mía, que solo yo puedo satisfacer sus deseos, que solo yo puedo hacerla llegar... Con una sola palabra, o el mero hecho de mirarla... ¿Tiene idea de lo que me hace?

Ahh, quería que volviese a penetrarme...

Pero se contuvo, rehízo mi peinado lo mejor posible, arregló mi apariencia post-coital, se arregló a sí mismo, tomó una botella al azar y subió las escaleras, antes de detenerse repentinamente justo delante de la puerta.

-Emborráchalo -dijo, su voz forzándose a recuperar un tono normal-. Emborráchalo, o le juro, lady Elizabeth, que la tomaré ante el inútil de su esposo sin preocuparme por las consecuencias.

Y con esas palabras se fue, dejándome allí abajo, con mi vestido blanco y verde, aún deseando sus besos.

Efectivamente, conseguí que Ciel acabase totalmente fuera de juego, al llenar su copa sin que él se percatase, haciéndole beber más de la mitad de la botella, pareciéndole que ni tan siquiera había acabado una copa.

Ya húmeda por la expectación, me dirigí al estudio, donde me esperaba aquel intoxicante demonio.

Saciamos nuestra hambre del otro, y él me tomó hasta el alba, por delante y por atrás, jugando conmigo, poseyéndome, transformándome en un animal ansioso, hambriento de él, de su cuerpo, de todo su ser...

Devorándome entera.

.

Nuestra última unión fue en la bañera, cuando me montó sin frenos, antes de que finalmente pudiésemos darnos un verdadero baño.

Él se dirigió a realizar sus tareas, y yo volví junto a mi aún inconsciente esposo, uniéndome a él bajo las mantas, atreviéndome a aceptar al fin que, por salvarle, me había entregado por completo al demonio...

Porque nadie jamás podría hacerme sentir lo que Sebastian me hacía sentir.

Porque nadie más podría nunca dejarme embarazada.

Porque aún seguía deseándole dentro de mí...

Y podía notar aquella vida incipiente, creciendo con fuerza en mi vientre, cambiándome.

+|*|+~ SEIS MESES DESPUÉS~+|*|+~

Tras el tortuoso y prolongado parto, al fin tenía a mi pequeño bebé en mis brazos.

Mi pequeño Erik...

Pues, ¿no sería él poderoso, siendo hijo de quien era?

Tenía la piel marmórea de su padre. El color de sus cabellos lo había sacado de mí, pero sus ojos... Aún si aparentaban ser de un verde jade, cuando nos tocábamos se volvían rojos, desvelando su verdadera naturaleza.

Sabía que, seguramente, debía sentirme violada, o que, tal vez, debería desagradarme aquel deje demoníaco en él...

Pero solo podía ver a mi hijo.

Un hijo por el que había estado esperando mucho tiempo.

Aquel al que, con esfuerzo y dolor, había dado a luz aquel extrañamente cálido 6 de Noviembre.

Solo tenía amor para él.

Porque era mi hijo, mi pequeño, y le había amado desde el momento en que supe que crecía en mi vientre.

¿Acaso estaba mal?

¿Era malo de mi parte amar a este pequeño bebé por encima de todo?

Siendo su padre quien era... ¿Estaba bien que yo lo amase de tal forma?

No habían respuestas correctas para mí.

Solo sabía que amaba a ese bebé, y que desde el momento en el que salió de mí, esa pequeña e inocente criatura (por mucha sangre de demonio que tuviese) dependía de mí más que nadie en el mundo.

Mirando a mi querido Erik Phantomhive (Michaelis, decía mi consciencia), que en esos momentos se alimentaba de mis hinchados pechos, supe que haría cualquier cosa, la que fuera, por mantenerle a salvo.

Porque era mi hijo, y la mayor prioridad para una madre son sus hijos...

.

.

N/A: Y este fue el primer capítulo... Muchas gracias a tod s por adelantado. Que me hayan estado apoyando tanto hace que quiera llorar de felicidad...

Oh, y... ¡Feliz Día, madres del mundo!

PD: Estuve buscando el significado de los nombres... Por si a alguien le interesa...

Ciel: Cielo (je je, que difícil, ¿no?)

Elizabeth: Consagrada a Dios/La que lleva a Dios en su corazón

Sebastian: Venerado/Augusto/Reverenciado

Erik: Poderoso/Príncipe eterno