Viaje Imprevisto
¿Dónde estoy?
Hermione Granger, una chica de diecisiete años, de ojos color miel, media melena castaña, ondulada y demasiado enmarañada, no sabía dónde se metía cuando acepto la loca misión que le habían encomendado.
Comenzó, cuando al trio dorado de Gryffindor les otorgaron una misión, todo iba perfectamente, hasta que Ron, decidió que quería ver desde más de cerca una extraña piedra que se encontraba en una de las estanterías. Pese a las órdenes dadas de que no se tocará nada, el chico, que siempre hacía lo que le venía en gana, desobedeció deliberadamente y como buen metepatas, cogió la maldita piedra azul.
Lo que ocasiono que las alarmas saltasen de forma demasiado escandalosa, dando la idea inequívoca de que había intrusos.
El hecho de que se tratase de una alarma muggle, llamo mucho la atención de Hermione, pero todas las ganas de investigar quedaron completamente olvidadas cuando cinco personas, todas ellas con capas negras, con unas capuchas del mismo color y unas mascaras blancas, aparecieron allí.
Sin verse capaces de escapar sin luchar, los tres chicos se pusieron en posición, y comenzaron sus duelos.
Hermione, se enfrentó a Bellatrix Lestrange, mortífago a la que odiaba por la muerte de Sirius Black. Mientras las dos mujeres se enfrentaban a vida o muerte, sus dos mejores amigos estaban en las mismas solo que a diferencia de ella, ellos estaban siendo atacados por dos cada uno, una clara desventaja para ambos chicos.
—Veo que sois tan cobardes que necesitáis ser dos para enfrentaros a nosotros. —provocó, intentando ganar tiempo, y que se le ocurriera alguna forma de escapar.
—Que yo sepa estoy sola. —respondió Bellatrix mientras la atacaba.
—No hablo de ti. — Hermione esquivó un nuevo ataque agachándose.
—Lo que haga el resto no es cosa mía, mí única misión, es acabar contigo, aunque podría no ser así. —expuso Bellatrix mientras esquivaba un hechizo y sonreía provocativamente.
—¿Qué quieres decir? —pero no recibió respuesta Harry la agarro con fuerza tirando de ella:
—Nos largamos de aquí, ¡ya! — y tras sus palabras, se desaparecieron sin darse cuenta de que un mortífago se agarraba a la capa de ella, consiguiendo que los tres aparecieran, ni más ni menos, que en el cuartel general de la orden del fénix.
—Por Merlín, ¡Ron! ¿eres tan estúpido que no puedes obedecer una sencilla regla? —grito Hermione nada más estabilizarse.
—¡Hermione, cuidado! —el grito de Harry llegó a la par que la cubría, Hermione se fijó donde los ojos Ron estaban fijos, y no pudo moverse al ver un rayo de color verde dirigirse a ella.
No supo cómo sucedió exactamente, pero de un momento a otro, se vio apartada de la trayectoria, mientras que era el cuerpo de Harry quién recibía la peor de las maldiciones.
Ella estaba tan nerviosa que no se dio cuenta de que tropezaba contra una de las estanterías repletas de pociones. Horrorizada, atrapó el cuerpo de Harry entre sus brazos y cerró los ojos rogando que el hechizo no fuera un Avada Kedavra.
Mientras el rayo le daba a Harry en la espalda y gran cantidad de pociones caían al suelo, ante los ojos de Ron, una gran nube de humo grisáceo envolvió a ambos jóvenes provocando un gran estruendo.
Cuando todo comenzó a despejarse, Ron, ahogo un grito, sus dos mejores amigos habían desaparecido, dejando solo una gran cantidad de pociones en el suelo.
22 AÑOS ATRÁS
—CANUTO, ¡BASTA YA! —el grito tenía tal fuerza, que provocó que la chica que se encontraba tirada en la calle con una herida en la cabeza, de la que salía bastante sangre y abrazada fuertemente a un chico de cabellos negros azabaches, muy rebeldes, con unas gafas redondas y con una curiosa cicatriz en la frente, se moviera casi imperceptiblemente.
El único testigo de esa acción, resultó ser un anciano que caminaba por allí, y que se quedó estático, pues justo cuando estaba por llegar a su destino, algo extraño pasó ante él, dos jóvenes que no tendrían más de diecisiete años y parecían heridos se aparecieron.
Albus Dumbledore, había decidido visitar a los Potter´s, ¿el motivo?, el joven Black. Se había enterado de que lo habían echado de casa y quería saber cómo se encontraba uno de sus alumnos favoritos. No podía negar que gracias a esos cuatro revoltosos, sus últimos seis años como director habían sido los mejores.
Nunca se había divertido tanto regañando a unos chicos como con ese grupito, pues era una misión imposible, siempre encontraban la forma de dejarlo sin palabras, además, el joven Black tenía esa sonrisa secreta que era capaz de neutralizar a la profesora más severa de todo Hogwarts.
Era extraño, pues si no fuera por que acababa de escuchar la voz de James Potter juraría que el chico no era otro más que él, pero por lo visto tenía un gemelo en este mundo, excepto por algunos detalles, que como buen observador que era, había notado, como la nariz, o esa cicatriz que portaba en la frente.
Albus Dumbledore, incapaz de resistirse a un enigma, se olvidó por completo de sus intenciones y lanzó un Patronus al aire que desapareció y mientras tanto, se acercó a ambos jóvenes para ver si encontraba algo que le dijera quiénes eran, llevándose una sorpresa al encontrarse con la varita que portaba el joven en su bolsillo, pues Ollivander no le había informado de su venta pese a que le había pedido que se lo comunicara.
Su interés incrementó, aunque algo le decía que era mejor no indagar, el hombre que ya hacía muchos años atrás había pertenecido a la casa de los curiosos en Hogwarts, no pudo evitar querer saber todo lo que pasaba a su alrededor, por lo que había tomado la decisión de ayudarlos.
A su lado, se apareció una mujer de cabello negro recogido en un moño, de mirada severa y gafas cuadradas, una mujer conocida como la subdirectora y profesora de transformaciones en el colegio de magia y hechicería Hogwarts, Minerva McGonagall.
—¿Qué pasa Albus?
—Necesito tú ayuda, tenemos que llevarlos a Hogwarts. —McGonagall, los observó intrigada:
—¿No es James Potter?, sería mejor que lo metiéramos en casa.
—Minerva, querida, fíjate bien, —mientras ella observaba al muchacho, Dumbledore hizo una pequeña inclinación con la cabeza y agregó: —¿acaso no oyes las voces de nuestro singular alumno? —la puerta delantera de la casa se abrió y un joven de cabellos negro azulados salía corriendo de espaldas fijándose en quien venía detrás de él.
—¿QUÉ CREES QUE ESTAS HACIENDO CANUTO? —y con esa voz apareció, varita en mano, un chico con el cabello color naranja chillón, rizoso y con gafas redondas, que hacían difícil ver el color café de sus ojos, y expresión de enfado.
—Vamos, cornamenta, seguro que no es para que te pongas así. —pero el joven parecía de todo menos creerse las palabras que habían salido de su boca.
Unas risas interrumpieron la escena, provenían de detrás de todos los implicados, por lo que los cuatro se giraron para encontrarse con dos chicos; uno de cabello castaño, ojos color oro, que parecía estar un poco cansado, y el otro, de cabellos rojizos, ojos color marrón claro, más bajo y algo rechoncho.
Ambos jóvenes, riéndose como locos.
—¡Lunatico, Colagusano! Hola. —Sirius Black, que así se llamaba el joven de ojos azules y pelo negro azulado, fue el primero en saludar a los recién llegados.
—Jajaja, Hola, Canuto, jajaja. —dijeron ambos chicos sin poder contenerse.
—Sí, jajaja, —se rio sarcásticamente James, para luego apuntar con su varita a Sirius y amenazó: —más te vale arreglar esto, Sirius Black, si no quieres que te hechice ahora mismo.
—¡Señor Potter!,: —exclamó molesta McGonagall: —sabe perfectamente que eso no le está permitido. —Los cuatro jóvenes se percataron de la presencia de sus profesores en Hogwarts y se sorprendieron.
—Oye, el colegio no empieza hasta mañana, ¿a qué viene que estén aquí? —reclamó James contrariado. Dumbledore tomó la palabra aclarando:
—No solo hablo con sus padres de su comportamiento señor Potter. Lo crea o no, sus padres y yo tenemos muchos otros temas de conversación que no giran en torno a su persona.
—Sí, bueno. — James bajó la mirada y ahí se encontró con la chica de cabellos castaños, aunque a sus ojos no podía llegar el joven. —¿Quién es ella? —pregunto curioso.
—Esa es una buena pregunta, pero si no les importa, mañana en la noche conocerán la respuesta. —Dumbledore sonrió enigmáticamente y despidiéndose con un gesto de su mano, desapareció de allí al igual que McGonagall.
De los cuatro jóvenes que se encontraban allí, tres estaban un poco desconcertados, mientras que el cuarto estaba demasiado intrigado, pues juraría que acababa de ver a James en el suelo, herido.
Prefirió no decir nada a sus compañeros y siguió riéndose de James mientras este exigía que le devolviera de una vez el pelo a su estado habitual, sin saber, que con un simple Aguamenti, bien formulado, estaría todo arreglado.
Mientras tanto, en Hogwarts, Madame Pomfrey curaba la herida de la joven misteriosa bajo la atenta mirada de Albus Dumbledore quien intercalaba su atención entre las curas de la chica y la extraña marca que el joven tenía en la espalda, al parecer creada por un hechizo muy poderoso.
El chico aparentaba no tener nada, pero realmente se estaba debatiendo entre la vida y la muerte, y no es que su lucha por sobrevivir fuera muy buena, lo que generaba algunas preguntas en él, ¿por qué alguien tan joven no quería seguir adelante?
Pero tendría que esperar, de momento podía ayudar a la joven, había estado repitiendo dos nombres una y otra vez, lo que provocaba que deseara que despertara.
Uno de los nombres era Harry, y el otro muy pocos se atrevían a pronunciarlo, sin embargo, ella no temía decirlo y eso le preocupaba y a la vez le aliviaba.
La noche pasó sin mayor percance, no se despertó ni una sola vez, pero Madame Pomfrey había hecho un buen trabajo y la herida ya estaba del todo curada, por lo que era cuestión de tiempo que despertara.
Y así fue, despertó justo en el momento en que Albus Dumbledore se adentraba en la enfermería para conocer su estado.
—Vaya, he llegado en buen momento. —Hermione Granger, en su tiempo, era conocida por ser calmada, buena estudiante, y sobre todo, poco alborotadora, pero claro, cuando una persona a la que tú crees muerta, aparece delante de ti, justo cuando te acabas de recuperar, no es un buen despertar para nadie, así que su primera reacción, fue gritar asustada.
—¿Pero qué le pasa?, señorita, esa no es forma de actuar. —la voz de Minerva McGonagall se hizo escuchar, ella acababa de ingresar en la enfermería.
Cuando Hermione vio a su profesora favorita delante de ella, regañándola, pareció que entraba en razón, pero al fijarse un poco en ella no pudo contener la risa.
—¿Qué se ha hecho profesora McGonagall? —Minerva McGonagall la miró jurando que no la había visto en su vida.
—Perdone, jovencita, no sé quién es usted, ¿cómo es posible que me conozca? —esa frase fue más que suficiente para que Hermione abriera mucho los ojos y después los fijara en cada una de las personas presentes y cayera en la cuenta de que no solo McGonagall había rejuvenecido, si no que Madame Pomfrey e incluso Dumbledore, eran mucho más jóvenes de lo que ella recordaba.
—¡O Merlín! ¿dónde estoy? —La chica más lista de Hogwarts, se había dado cuenta de que estaba en otro tiempo.
—¿Se encuentra bien?, señorita…
—Lo siento, sí, estoy bien. —sin decir su nombre agrego: —¿Qué día es hoy? —McGonagall le dijo la fecha y ella abrió mucho los ojos al comprender que había retrocedido ni más ni menos que 22 años.
—Si es tan amable, me gustaría hacerle algunas preguntas, señorita…—Albus Dumbledore se fijó en ella e instintivamente, Hermione cerró su mente. Ese verano se había entrenado en la Oclumancia junto con Harry y Ron, para poder hacer la búsqueda de los Horcruxes.
—Usted dirá. —dibujó una sonrisa y si Albus Dumbledore había intentado entrar en su mente y se había topado con una barrera, su rostro no lo reflejo, solo sonrió y sentándose en una de las sillas la miró fijamente:
—Me gustaría saber ¿por qué aparecieron usted y su compañero desmayados y gravemente heridos delante de la casa de los Potter? —Hermione escuchó la pregunta completa pero su mente solo proceso dos cosas, un compañero y casa Potter.
—¿Compañero? —pregunto extrañada, Dumbledore se apartó para dejarla ver la cama donde se encontraba Harry, cuando lo divisó a su mente vinieron los recuerdos de lo sucedido. —¡Harry!, por Merlín, —levantándose rápidamente corrió a su lado. —dígame que está bien.
Dumbledore, al ver su actitud sonrió y después tacho en su mente la duda de quién era Harry, ahora solo le importaba una cosa, ¿qué tenía que ver él con Voldemort?, ¿y ella?
—Se encuentra en estado grave, no sabemos qué le pasa, para ayudarle tenemos que saber qué sucedió. —aclaró levantándose y acercándose a ella.
Hermione, sin pensar, comenzó a relatar lo sucedido: —Recibió la peor de las maldiciones prohibidas por mí. —todos los presentes en la enfermería abrieron enormemente los ojos sin poder creer lo que la chica acababa de decir. Era imposible que alguien se librara de la muerte tras esa maldición, y mucho menos que siguiera con vida.
La curiosidad de Albus Dumbledore creció.
—Es imposible que haya recibido esa maldición y siga con vida. — recriminó McGonagall molesta por lo que creía era una mentira.
—Aquí tiene la prueba de que no lo es.
—Ahora lo más importante es encontrar una forma de poder curarlo. — intervino Dumbledore, intentando impedir una discusión y sintiéndose cada vez más intrigado. Sin embargo, McGonagall lo interrumpió: —Albus, sabes tan bien como yo que es mentira, nadie se libra del Kedavra.
—Me gustaría hablar con la señorita a solas si no le importa. —Miró a ambas mujeres y tanto Pomfrey como McGonagall salieron de la enfermería, la última refunfuñando y mirando mal a Hermione.
Tras lo que le parecieron horas a McGonagall, que había esperado pacientemente en la entrada de la enfermería, Albus Dumbledore salió diciendo:
—Esta joven se quedará aquí, será una estudiante más, al menos hasta que arreglemos lo de su amigo. Como nosotros no podemos dedicarnos a buscar una solución, ella, que conoce mejor las circunstancias de lo sucedido, se encargará de buscar una.
—Pero Albus…
—No hay más que hablar Minerva, entrégale, alguna ropa, los libros y lo que le haga falta para poder cursar este año.
—¿Pero en qué casa estará? —preguntó McGonagall.
—El sombrero lo dirá esta noche.
En ese momento, Hermione sintió pánico, tal vez el sombrero la delatara, a Dumbledore le había inventado una historia, que, aunque no conseguiría un Best seller, había conseguido colársela, ahora tendría que hacer algo con el sombrero.
Lo que Hermione no sabía, es que su director no se había tragado ni una sola palabra, pero si dejas que tú enemigo se confié, seguro que comete algún error.
La noche llegó antes de que todos se dieran cuenta, y con ella la hora de la selección.
En la mesa de Gryffindor, un grupo de cuatro chicos, conocidos como los merodeadores, estaban deseosos de comenzar a cenar.
Los de primer curso comenzaron a entrar en el gran comedor, todos estaban muy nerviosos, como era normal y más después de ese viaje en barca. Pero el gran comedor, frecuentemente lleno de gritos y de jaleo, se quedó en silenció cuando vieron que quien los precedía, era una joven de diecisiete años, de ojos acalambrados, de mirada decidida, sonrisa en sus finos labios, cabello castaño ondulado sujeto en una cola de caballo.
La chica paseó su mirada por todo el salón, mientras pasaba entre las mesas de Gryffindor y Ravenclaw.
Al pasar cerca de los merodeadores, Hermione sintió un tirón en el estómago cuando sus ojos y los de James se cruzaron, pues era igual a Harry, salvo por los ojos y algunos detalles más, pero su respiración se aceleró cuando Sirius la miró directamente. Ahí se encontraban los seres más preciados para Harry, y él estaba en coma, demasiado grave para poder disfrutarlo.
Mientras recordaba lo que había sucedido, antes de despertarse en esa época, los de primero eran seleccionados, y ella repasaba con su mirada a todos y cada uno de los presentes en el gran comedor, y justo al toparse con la mirada de un joven de ojos negros, mirada sería, nariz aguileña y una cortina de pelo negro, cayó en cuenta de algo que antes no había recordado.
Al cubrirla Harry, un montón de pociones se habían caído, tal vez y solo tal vez, la mezcla de esas pociones que habían caído, ocasionó su viajecito en el tiempo.
Así que ahora solo le quedaba una salida, tenía que quedar en Slytherin, no podía creer lo que estaba a punto de decir, pero necesitaba desesperadamente la ayuda de su ex profesor de pociones y de DCAO, Severus Snape.
—Dumbledore ¿Dumbledore, Hermione? — Minerva McGonagall al leer el nombre de la chica en voz alta, se giró a mirar a Dumbledore que sonreía abiertamente.
Hermione suspiró y se dirigió hacía el sombrero consciente de que era observada por todos los del gran comedor.
Cuando McGonagall le colocó el sombrero:
—Memoris sumblene. —Pronunció Hermione mentalmente y el sombrero gritó:
—Slytherin. —y como si el hecho de que ella quedara en esa casa fuera toda la prueba que necesitaba, McGonagall miró a Dumbledore quien sonreía.
Los de Slytherin la recibieron entre aplausos, mientras que los de Gryffindor, exceptuando uno de ellos, la miraban mal.
A Hermione le sabía fatal el ver que su casa la fulminaban, sobre todo le dolía las miradas de Sirius y James.
Hermione entendía que le doliera de Sirius pues lo había conocido, y se habían llevado bastante bien, además, le había salvado la vida en una ocasión y había llorado su muerte, pero de James, no lo había conocido, no comprendía su reacción ante su mirada de desprecio.
Fijó su vista en ellos, y en vez de James le pareció ver a Harry, y entonces comprendió que ese curso no iba a ser fácil.
—Hola preciosa, no he podido evitar escuchar tú apellido, ¿dónde te tenía escondida el viejo? —pregunto una voz que arrastraba las palabras, Hermione no tuvo duda de quién era.
—Eso no te incumbe.
—Preciosa, yo que tú tendría cuidado en como hablo a según qué gente. —advirtió Lucius Malfoy sentándose a su lado y apartando a Crabbe.
—Me da igual lo que digas. —respondió sonriendo asqueadamente y a su oído llego la risa de una chica.
—Vaya, vaya, Lucius, creo que esta gatita tiene uñas demasiado afiladas para ti. —Hermione observó cómo una joven se sentaba a su lado, la miró con curiosidad sin ubicarla, la chica tenía cabello largo de color negro azulado, sus ojos eran azules, poseía una belleza peculiar, su mirada era fría y calculadora, y en sus finos labios tenía una sonrisa extraña.
Y eso la alertó.
—Bella querida, tú ya sabes que ni la gata más fiera se me resiste. —puntualizó Malfoy, como si eso fuera un gran logro.
—¿Y por qué te crees que ahora cambié de bando? —escupió mordazmente consiguiendo que Malfoy la fulminara con la mirada y se marchara de allí.
Hermione miró a la joven y la interrogó con la mirada, para después preguntarle:
—¿Bando? —la chica sonrió mientras cogía una manzana del frutero, se levantó de su asiento, la evaluó de arriba abajo, haciendo que ella se sintiera incómoda y mientras se alejaba:
—Si duermes en mí cuarto esta noche deja las cortinas entre abiertas y sabrás de que hablo linda, por cierto, me llamo Bellatrix Black no lo olvides. —esto último lo dijo sonriendo y guiñándole un ojo mientras se alejaba.
Hermione, alucinada ante sus palabras, recordó lo que le insinuó cuando se estaban enfrentando, sintiendo un escalofrío recogerla por todo el cuerpo.
¿Dónde se había metido?
Mientras tanto en la sala común de Slytherin, Malfoy y Bella se disputaban el derecho de conquista:
—Será mía, así que más te vale quitarte de en medio, Bella, no creo que quieras que nos enfrentemos. —inquirió Lucius levantándose del sillón al entrar Bella en la sala.
—Querido Lucius, —comenzó con tono meloso y provocativo, se acercó a él y cuando ya estaba a su lado, situó sus labios cerca de los de él y declaró: —ni lo sueñes. —lo empujó lejos de ella, consiguiendo que cayera en el sillón que estaba ocupando antes de que llegara, consiguiendo que se enfureciera aún más de lo que ya estaba:
—¿Quieres apostar? —reclamó, apretando furioso los puños. Bella se detuvo ante sus palabras y se giró mientras sonreía abiertamente:
—Sería un juego interesante, ¿cuál sería la apuesta? —Bella, de pie, con su brazo cruzando su cuerpo y su mano en la barbilla, parecía estudiar con interés la situación. Siempre le habían gustado los juegos, y el de atrapar al ratón era interesante, y hacerle creer a Lucius que Dumbledore le interesaba, significaba un juego que podía proporcionarle diversión.
—Quién la consiga antes, gana. —Era tan simple, Bella lo miró con desanimo y perdiendo cierto interés, cómo era posible que Cissy tuviera un interés amoroso en un tipo tan simplón y mediocre.
—Algo tan sencillo no me parece entretenido, lo siento Malfoy, tendrás que apuntar más alto.
—¿Qué quieres decir? —Exigió saber. Bella volvió a acercarse a él, apoyó ambos brazos a cada lado del sillón y se acercó a él. Estaba a muy corta distancia uno del otro, asegurándose de que el tipo solo tuviera ojos para ella y sus siguientes palabras.
—No me sirve solo conseguir una cita, o un simple título de novio Malfoy, quiero sexo, del que no se olvida, ese que te encanta, duro y excitante, quiero que haya pruebas de semejante acto, quiero verla derretida por tu ser, saber que haría lo que quieras cuando y en el momento que tú quieras, incluso delante de otros. —supo el momento exacto en que lo había atrapado en su tela de araña, pues Malfoy se pasó la lengua por los labios y ella acortó las distancias y lo besó, como sabía que a él lo volvía loco, con el claro propósito de hacerle creer que la cosa avanzaría a más, llevó su mano hasta la entrepierna de él y apretó.
Lucius ya estaba a punto, lo que la hizo sentirse poderosa, eran tan simples. Se separó de sus labios:
—¿Qué me dices Lucius? —fue un susurro, mientras acariciaba su entrepierna, consiguiendo que de los labios de Malfoy escapara un gemido de placer:
—Como quieras. Mierda, Bella, eres. —ella cortó sus palabras con otro beso absorbente y con agilidad, desabotonó sus pantalones e introdujo su mano en el interior, atrapando mejor su miembro. Consiguiendo que Malfoy se excitara al completo y exigiera un beso más hambriento.
—¿Y qué se gana exactamente? —preguntó Bellatrix alejándose de él lo justo.
—Maldición, lo que pidas, mil galeones si deseas, pero si lo consigo, también quiero todo lo que tú sabes dar. —Bella sonrió abiertamente, ese inepto siempre sería un juguete usable en cualquier momento, pobre Cissy, qué tipo tan desechable se había buscado.
—¡Vaya!, te veo pidiéndole esa cantidad a papi, nene, la gatita será mía esta noche.
—No lo creo. —afirmó Lucius, y para su sorpresa, él aprisionó su rostro y la acercó hasta él. —Porque esta noche vas a terminar lo que has comenzado. —y apresó sus labios con furia y deseo.
