Advertencias:
-Cuando digo "Semi-AU", me refiero a que voy a avanzar según la trama de Another Story pero que igual voy a meterle por donde pueda mis interpretaciones hasta el punto en el que mi fic y la ruta de Saeran no puedan reconciliarse y se divorcien –más o menos llegando al final de su ruta. También he de aclarar que eventos que ocurren en un espacio de días, acá ocurrirán en un espacio de meses, esto porque, según yo, quiero darle más realismo y tal (oila jajaj~)
-Esto viene cargado de spoilers a Another Story … Y a todo, en realidad.
-Me voy a montar un espectáculo de angustia y drama bastante chapucero. Puede que os llegue a dar repelús leerme. También hay felicidad, of course, but muy medida. Algunos van a perder la memoria, algunos se van a morir y otros están ciegos, a veces así es la vida (?
-La MC en turno es un poco (re poco, la verdad) la MC cuqui que debe, y al mismo tiempo es una desviada de la vida a quien le hace falta un tornillo y es medio bestia.
-Espérese evolución de personajes. Unos para bien, a otros no hay cómo ayudarlos (y curiosamente no me estoy refiriendo a Rika, yo a ella la respeto o algo así).
-Soy infame por escribir con el corazón… Como tengo el corazón feo, pues ya veréis que de feo escribo.
Guerra avisada no mata soldado.
Exoneración: Todo lo que os suene familiar es propiedad de Cheritz. Yo me he pedido prestadas algunas cosillas (Saeran, I mean) y pretendo devolverlas, más o menos intactas, algún día.
«En todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida.»
El túnel —Ernesto Sábato
Preludio: eclipse
Había comenzado a llover.
El sonido desalentador del motor la estaba poniendo nerviosa. La pequeña niña pegó la frente al cristal, hallando alivio en la fría bienvenida de la superficie. Cerró los ojos. Al otro lado de la ventanilla, la niebla había devorado el bosque. De cuando en cuando, las siluetas de los árboles emergían como tétricos gigantes a ambos lados de la carretera. Mamá había dicho que aquella continua lista de temores estaba sufragada por una imaginación demasiado inquieta que debía aprender a domar si deseaba crecer como una niña normal.
Mamá había dicho muchas cosas antes de irse.
Pero ella no estaba más allí.
Metió la mano dentro de uno de los bolsillos del abrigo rojo, una prenda vieja que su hermano le había conseguido en la caridad de la iglesia. El exceso de tela acentuaba su figura enjuta y sus movimientos torpes. Era mustia y desgarbada, una niña con el aire desvalido de un huérfano, aunque todavía tenía un padre esperándola en casa. Estaba lívida. El cansancio le había pintado círculos oscuros debajo de unos ojos saltones y febriles, confiriéndole una expresión vivaracha pese a su semblante ajado.
Con la yema de los dedos rozó los bordes desgastados de una fotografía. La extrajo del bolsillo para echarle un vistazo.
Mamá se lo había llevado todo.
Papá había volteado la cómoda, el armario y hasta la última gaveta, pero la ropa de Mamá no estaba en los cajones; los enormes discos que despertaron su amor por la música habían desaparecido de su día a día. Los libros con todos esos números y los manuales de ingeniería se esfumaron del mismo modo que la taza con los girasoles en relieve, donde Mamá había bebido su café todas las mañanas. Los álbumes presumían la ausencia materna en cada fotografía que hubiera tenido su cara en el papel.
—No dejó nada suyo —murmuró, contemplando con suma fijeza la única imagen de su madre que había sobrevivido su exilio—. Es como si ella nunca hubiera existido.
Cada vez que miraba el retrato afanaba hasta el último de los detalles que pudiera exprimir de la imagen: una mujer de ojos verdes y largo cabello castaño sostenía en brazos a un bebé de mejillas sonrosadas. A veces, si se esforzaba, podía imaginar que aquella criatura a la que Mamá le sonreía con ternura era ella misma y no su hermano mayor.
No siempre tenía éxito. Hoy no lo había conseguido. Abatida, guardó la instantánea maltratada, optando por dejarla en paz lo que restaba del trayecto.
—Si continúas hablando sola la gente va a pensar que estás loca y te van a encerrar en el psiquiátrico.
—¿Psiquiátrico?
La niña elevó la vista y se cruzó con la mirada de su hermano en el espejo retrovisor. Él había heredado los ojos verdes y grandes de su madre. Se quedó unos segundos viéndolo así, sin estar segura de cuál emoción dominaba en el remolino que se había generado dentro de su pecho: lo envidiaba por poder parecerse a Mamá, al mismo tiempo que le reconfortaba poder mirarla en el rostro de alguien más ahora que ella había partido.
—Un lugar desagradable para niñitas que son muy molestas en sus casas —ofreció él como única explicación.
Se convenció de que la estaba molestando de nuevo, un lugar así no podía existir.
Optó por depositar su atención en el exterior. El camino serpenteaba a través de las montañas de manera infinita, ¿cómo se suponía que no dejase volar su imaginación cuando el panorama era tan triste? La niebla comenzó a disiparse, pero el paisaje no mejoró. La carretera era solitaria, tétrica y le hacía echar de menos el sol.
—No quiero vivir aquí —dijo, recargándose de nueva cuenta sobre la ventanilla. Su nariz se pegaba al cristal y miraba ausente al bosque. Las gotas de lluvia resbalaban y el paisaje se desdibujaba como una de esas pinturas extrañas pero hipnóticas en los museos—. No quiero vivir aquí, Gene —repitió, asegurándose de que él supiera que no estaba hablando sola de nuevo.
No hubo una réplica instantánea y eso la preocupó, mas no tuvo valor suficiente para buscar el rostro de su hermano de inmediato.
—Sol, Sunny, Sonne —recitó burlonamente, lanzándole una peligrosa mirada a través del retrovisor. Solo tenía diez años, pero ya era capaz de reconocer ese aguijonazo en el pecho que acompañaba a las cosas que no están bien. Sabía que quemaba y le llenaba los ojos de lágrimas, pero ella no lloraría. Ella nunca lloraba, pensó con obstinación—. Princesa del sol —agregó. Mamá solía llamarla de esa forma, era un mote del que había estado muy orgullosa y que hoy en día no hacía más que doler. Gene lo hacía sonar como un insulto—. ¿Estás asustada, pequeño sol?
—No tengo miedo —dijo sin convicción.
—¿No? Pues deberías —le advirtió, todavía sonriente. Ella no comprendía por qué Eugene actuaba así—. La ahuyentaste, ¿ahora quién va a protegerte? —Gene se reacomodó en su asiento y se concentró en la carretera. De reojo, ella advirtió cómo se acentuaba el agarre de las grandes manos entorno al volante—. ¿Cómo te lo explicaría ella en palabras que pueda entender tu delirante cabeza? Digamos que ha habido un eclipse, solecito.
Algo desagradable colgaba en el aire y le dificultaba respirar con normalidad.
Al frente, en la parte superior izquierda del parabrisas, el estallido de luz de un relámpago la hizo pegar un respingo. Su estómago se contrajo, causándole dolor. Se le ocurrió que las personas no deberían temer a sus hermanos.
Él habría tenido que protegerla, ¿por qué no lo hizo?
