Era una cálida noche de verano, la luna se alzaba en lo más alto del firmamento y las estrellas iluminaban la danza de las luciérnagas. Debajo del maravilloso cielo se oían muchos ruidos, entre ellos, panderos, tambores, campanillas, flautas ; en fin, variados instrumentos que eran tocados enérgicamente por jóvenes que expresaban la alegría del pueblo. En el centro de la reunión había una gran fogata, y sobre una alta plataforma había una pareja de ancianos, comiendo junto con la gente de la aldea. A simple vista se podía ver que esta pareja era muy respetada en la aldea, y no sería extraño que tal respeto se extendiese por toda la región. Todo el pueblo se hallaba reunido en el hermoso jardín de la gran mansión de los ancianos. No sólo eran respetados por su edad y sabiduría, sino que también eran dueños de un gran castillo y teniendo un corazón tan grande, ayudaban a la pequeña aldea que estaba cerca de este. Kaede y Myoga, esos eran sus nombres. Ambos eran los protectores de la aldea, y siendo excelentes conocedores del mundo, ayudaban a la aldea tanto en cosas complejas como en sencilleses como ser el problema entre enamorados y enamoradas. Uno de sus grandes talentos era el misterioso poder espiritual que tenían; gracias a este ellos exterminaban los monstruos que acechaban la aldea. Pero aquel no era el motivo de la fiesta, algo más sorprendente había sucedido y el pueblo no podía sentirse más alegre.

-Aldeanos- la voz fuerte de Myoga interrumpió la música, la danza y las charlas- El pueblo se goza de saber que la Shikon no Tama ya está en buenas manos-

Todos los aldeanos gritaron de alegría al oír esta palabras.

Tras una ardua batalla contra un poderoso monstruo; cinco monjes, entre ellos Myoga, habían logrado darle fin a la bestia. Dentro del corazón de esta se hallaba la Shikon no Tama; una joya capaz de conceder los deseos de su poseedor.

-Gracias a mis poderes y a los de mi esposa hemos purificado sus energías. Por cinco años ya no hay nada que temer. Pero...- el anciano vaciló por un momento-Todos sabemos que cumplido el tiempo, el poder mío y el de mi amada no podrán controlar la energía de la perla. Aún así no hay nada que temer; mi nieta Kagome de diez años posee un poder mucho mayor que el nuestro. Durante estos cinco años de paz ella entrenará en diferentes regiones para poder controlar al máximo su poder. ¡Alcemos nuestras copas en señal de alegría y deseos de buena esperanza para el nuevo camino de mi querida nieta!-

Todos los presentes alzaron sus copas y expresaron toda la fe que le tenían a la pequeña Kagome.

No muy lejos de allí una pequeña se veía triste, llorando amargamente. Sentada sobre un viejo tronco, la pequeña Kagome pensaba en que no vería más a sus abuelos, a sus amigos, a su mascota mágica Buyo. Este era un extraño ser con dos colas y orejas larguitas como de conejo; además de hermosos ojos esmeraldas y un pelaje azabache como el cabello de la pequeña. Pero ese no era su verdadero dolor...le dolía perder...le dolía perderlo a él. no le importaba que él fuera mucho mayor que ella, solo lo quería, lo quería tanto que no soportaba la noche; anhelaba la llegada del próximo día para poder verlo.

Después de mucho tiempo de soledad, él llegó a la aldea para alegrarle la vida.

Sus padres habían muerto siendo ella muy pequeña; Souta, su hermano mayor, la contuvo en ese doloroso momento. Sus abuelos cumplieron el rol de padres desde ese entonces; y su abuelo descubriendo sus aptitudes para ser una poderosa sacerdotisa, la puso bajo un exigente entrenamiento por el cual ella muchas veces terminaba llorando a escondidas; su abuelo se enfadaría más si sabía que su nieta era débil de carácter. Su hermano quien ya era un monje bastante hábil, le explicaba la razón de ser de su abuelo. Le aclaraba la razón de ser de su abuelo y le aclaraba que la amaba como una segunda hija; por ese simple motivo él era estricto con ella; la estaba preparando para un futuro duro, ya que cargar con la responsabilidad de la aldea no era tarea fácil. Su abuela era una mujer muy dulce, con mucha paciencia y cariño le enseñaba a usar el arco y las flechas, a conocer el uso de las hierbas medicinales y a realizar las tareas comunes de una mujer de casa; tales como cocinar, coser, bordar, limpiar, curar heridas, elegir las mejores telas; en fin, muchas tareas.

Los aldeanos eran muy buenos con ella, y un hombre algo reservado, llamado Sesshoumaru, la tomó como alumna de artes marciales. Kagome debía reconocer que los entrenamientos con su abuelo eran un deleite comparados con los del sensei Sesshoumaru (pequeña aclaración... Sesshoumaru es humano). A pesar de ello, el frío hombre tenía una esposa muy dulce llamada Rin; y ambos tenían un hermosa hija llamada Kagura, la cual se hizo muy amiga de Kagome.

Así era la vida de Kagome, simple y sencilla, hasta que conoció al medio hermano, menor, de su sensei Sesshoumaru...Inuyasha.

Había llegado al pueblo para recibir un entrenamiento especial por parte del sabio Myoga; el prestigio de este era tan bueno que pronto los rumores llegaron a las lejanas regiones. Fue así como Inuyasha llegó a la aldea para entrenar junto al hombre que le daría o no el derecho de portar la legendaria espada Tessaiga; legado del general Inutaisho, padre de Sesshoumaru e Inuyasha. El primogénito se había ganado el derecho de portar la otra espada, Tensegia; ahora faltaba ver si el menor era digno de llevar la espada de su gran padre. Kagome lloró con más fuerza cuando recordó a Inuyasha; era cierto que debía irse a entrenar pero...¿por qué no después que ella pudiera tomar el coraje necesario para confesarle sus sentimientos?. Un grito desgarrador fue lo que emitió la pequeña cuando pensó en lo lejos que iba a estar de...¿de su amado?.

-Kagome-

Kagome volteó su mirada y se encontró con el apuesto guerrero Inuyasha; vestido con su conocido haori rojo.

-¿Qué sucede Inu-chan?- Kagome secó sus lágrimas y ocultó su dolor con una sonrisa.

-Yo...yo...yo no..."Hazla simple Inuyasha"...¡yo no quiero que te vayas!-

La pequeña abrió sus ojos de sorpresa, y solo sonrió; mientras se ponía de pie y se acercaba a él.

-Yo tampoco tengo deseos de irme Inu-chan, pero debo hacerlo por el bien del pueblo y...y del mundo-

Kagome abrazó al fornido joven; no le alcanzaba mucho más de su cintura, realmente había una diferencia de edad muy grande. (sé que dije que Inuyasha iba a ser agresivo al principio...pero ya verán).

-Toma Kagome-

El abrazo se vio interrumpido por una suave separación que hizo él muchacho para mostrarle un regalo.

-Este lazo te será útil en los entrenamientos- en las manos del joven había un hermoso lazo de color rosado, con algunas flores de sakura bordadas en sus extremos.

Kagome tomó el lazo y sonrió con muchas ganas.

-Pero...tengo algo mejor-

Con mucho cuidado Inuyasha abrió la palma de su mano y le mostró dos hermoso anillos.

-Inu-chan...esto es mucho-

-No...esto nos mantendrá unidos. Tú tendrás uno y yo otro. Cada vez que las cosas se pongan difíciles apreta tu anillo y sabe bien que yo siempre voy a estar cuidándote- diciendo esto el joven puso el anillo en una hermosa cadena de oro y la colgó del cuello de la pequeña. Lo mismo hizo con el otro anillo, sólo que lo colgó en su cuello.

-Cuando regrese...¿me prometes ayudarme a cumplir mi misión y después de terminarla, casarte conmigo para ser felices por siempre?- la pequeña sonrió, sin darse cuenta que había declarado sus sentimientos.

-Así lo haré...mi pequeña-

El joven abrazó a la pequeña, sellando así su compromiso.

Una joven sentada bajo una cascada, vestida con un kimono blanco pegado a su bien formada figura, movía su cabeza en señal de apartar pensamientos de su cabeza. Hacia tiempo que esos recuerdos no venían a su mente.

-Inuyasha...- suspiró la joven mientras un hermoso lazo rosado con flores de cerezos bordadas en los extremos, sostenía su largo cabello azabache.