Lo único que necesitaba Rin para rematar un día nefasto era eso, precisamente eso; abrir la puerta y ver a Nitori en el escritorio comiendo como un cochinillo desnutrido y dejando migas por todas partes.
Esta vez Rin no se iba a dejar llevar por la ira. Hizo tal y como Gou le aconsejó y contó hasta diez.
—¡Ah, Rin-senpai! —Nitori se apartó por un momento de su caña de chocolate y sonrió. Tenía los labios tan manchados que parecía que alguien lo había maquillado mal adrede— ¡Qué pronto has vuelto! Mira, han traído nuevos productos a la máquina expendedora de abajo. ¿Quieres?
Nitori era la clase de persona que no se enteraba ni por asomo de ningún tipo de acontecimiento político ni social, pero era el primero en darse cuenta de que había cañas de chocolate en la máquina roñosa de la residencia.
—Nitori, mira que te he dicho que no llenes todo de migas, ¡que luego vienen las hormigas!
—¿Has hecho esa rima a posta? —Nitori lo contempló emocionado— ¡No sabía que también le dabas a la poesía!
—¿Qué? —enarcó una ceja, sin comprender aún muy bien las idas de olla de su compañero— Oh, Dios, Nitori, ¡estás manchando el libro de texto de chocolate!
Era cuestión de decir eso para que Nitori se alertase, se dejase llevar por la corriente de la torpeza y acabase dejando caer sin querer la caña de chocolate en el libro.
Al menos ahora el libro también estaba repleto de migas y manchas marrones, haciendo juego con el resto del escritorio e incluso la camiseta de Nitori. Claro que para Rin aquello no era ningún tipo de consuelo, sino poco menos que una tragedia.
—¡Será posible! —Rin bufó y se acercó con su furia adolescente al escritorio.
Y lo hizo, vaya si lo hizo. Cogió la caña de chocolate, la perforó con su mirada y la echó a la basura.
Nitori ni se lo podía creer.
—¡Senpai, no hacía falta que hicieras eso! —tenía la cara de un bebé al que le acababan de quitar un juguete, pero su voz dejaba entrever odio visceral hacia Rin.
O esa impresión le dio a Rin.
—¿Que no? ¿Qué prefieres, que entren las hormigas y luego tengamos que pagar la fumigación de nuestro bolsillo? Porque yo no estoy por la labor, Nitori, ya te aviso —pronunció cada palabra despacio, inyectándole amenaza a cada sílaba—. Y ni qué decir tiene, ese escritorio también es mío y lo estás llenando de mierda.
—No creo que vengan las hormigas por un poco de chocolate…
—¡Pero si has convertido esto en una puta pocilga! —frunció más el ceño, sobrepasando de nuevo los límites que él mismo se había fijado. Al menos no gritó. Eso de contener la furia cada vez le salía mejor— Mira, ¿sabes qué te digo? Déjalo. No estoy de humor para soportar tus gilipolleces.
Rin sintió una puñalada en el corazón al soltar aquella última palabra. Era como si se hubiese escapado de su boca, sin siquiera haber tenido él la intención de formularla, y golpeado de lleno en toda la cara a Nitori.
—Tienes razón… —Nitori agachó la cabeza y se agarró la camiseta, esa misma que seguía siendo una congregación de restos de comida— Siento estar molestándote siempre…
Dicho eso, se levantó de la silla, aún sujetando su camiseta con cuidado para que las migas no cayeran al suelo, y salió de la habitación a paso lento. Rin se preguntó si Nitori quería que le agarrase del brazo y le dijese que se quedase, que no había tenido intención de ofenderle.
—O-Oye, Nitori, espera… —susurró. ¿Le habría llegado a oír? Porque Rin apenas se escuchó a sí mismo. Quizás solo lo había pensado.
La puerta se cerró.
Rin miró hacia el techo, mordiéndose los labios hasta casi hacerlos sangrar. Cerró los ojos de golpe, tal y como hacía cada vez que maldecía su condenada torpeza a la hora de tratar con los demás.
—Y eso fue lo que pasó ayer… —Nitori suspiró, sentado en uno de los bancos de la piscina interior del Samezuka.
El capitán Mikoshiba, de pie frente a él, lo observaba con una expresión tan seria y firme que casi parecía una estatua. Aparte de Rin, el capitán era lo más parecido que tenía a un amigo en aquella academia y le daba un poco de rabia acudir siempre a él cuando tenía problemas. Mikoshiba debía de pensarse que Nitori era una carga que no merecía la pena soportar.
—Este Matsuoka… —dijo Mikoshiba tras un rato de reflexión.
Mikoshiba echó un vistazo a Rin, que acababa de salir de la piscina y —¿casualidad?— estaba mirando en su dirección, aunque ni pasaron dos segundos para que torciera la cabeza, avergonzado y un poco molesto.
—Nitori —Mikoshiba se sentó al lado de él, pasándole un brazo por el hombro y atrayéndolo hacia él con una sonrisa tranquilizadora—, tú déjamelo a mí.
—Capitán… ¿qué vas a…?
—Solo voy a cumplir con mi cometido como capitán —apretujó todavía más al pobre Nitori—. ¡Es decir, tengo que asegurarme de que mis chicos se lleven bien! La camadería ante todo, Nitori, la camadería ante todo.
Rin se quedó parado unos segundos ante la máquina expendedora con una expresión vacía. Se sentía como si se hubiera olvidado de todo, de su nombre, de sus amigos, de qué diablos era una caña de chocolate. Lo único que permanecía ahí, intacto en su memoria, era la cara afligida de Nitori.
Chasqueó la lengua, que era lo único que podía hacer, y compró una lata dePocket Sweat.
Volvió diez minutos más tarde —bueno, quien dice diez minutos, dice diez segundos— y echó otra moneda más. Pensó por un momento en hacer las paces con Nitori y devolverle su dichosa y poco saludable caña de chocolate. Todas esas ideas se desvanecieron al menear la cabeza y sonrojarse como el tonto que era, maldiciéndose a sí mismo una y otra vez por ser un idiota. Echó la moneda y acabó comprándose una bolsa de cacahuetes que, quizás, podría compartir con Nitori.
Subió las escaleras hacia su cuarto. Cada escalón era una idea distinta, un escenario nuevo donde él ensayaba cómo disculparse con Nitori sin parecer un cursi, o débil o imbécil. Decidió, no sin tras muchos debates contra sí mismo, que lo mejor sería abrir la puerta, ofrecerle un cacahuete a Nitori y punto. Así ya tendría que interpretar que Rin lo sentía por haberse comportado como un capullo integral.
Abrió la puerta.
Ahí no estaba Nitori, el pequeño Aiichirou Nitori de voz de pito, con un lunar bajo el ojo, dientes un pelín torcidos y ropa heredada de sus primos.
A no ser que de repente Nitori se hubiera transformado por arte de magia en un gigantón moreno, pelirrojo y con una sonrisa que ni un anuncio de dentífrico. En otras palabras, ¿se había convertido Nitori en Mikoshiba?
La respuesta más probable era un no rotundo. Lo que llevó a Rin a la conclusión de que, delante de él, saludándole con la mano, estuviese ni más ni menos que Mikoshiba. El capitán.
—¿Capitán?
Menos mal que Rin no se vio la cara de papanatas que tenía pintada, porque de lo contrario se habría estampado el puño en toda la cara.
—¡El que viste y calza! —se levantó de la cama de Rin y se acercó a él. Rin retrocedió un par de pasos por si las moscas— Oye, ¿y qué es eso? ¿Cacahuetes? Vigila mejor tu dieta, Matsuoka, que no quiero que te me pongas rollizo.
Mikoshiba le dio tal palmada en la espalda que casi le salieron todos órganos disparados por la nariz y, por si fuera poco, le quitó la bolsa de la mano y se llenó la boca de cacahuetes.
A la mierda el perdón de Nitori.
—¿Y Nitori? —pudo preguntar Rin tras unos minutos más de desconcierto.
—¿Nitori? En mi habitación —dijo Mikoshiba como si no tuviese ninguna importancia—. O mejor dicho, la que era mi habitación.
No.
—No querrás decir que…
¡No!
—¡Sabes muy bien lo que quiero decir, Matsuoka! —le pasó un brazo por los hombros y Rin pudo jurar que en aquel momento no le habría importado morir— A partir de hoy, ¡somos compis de cuarto!
¡NO!
—Y me pido la litera de abajo. Eso de subir y bajas las escaleras de buena mañana no es lo mío, no.
—¡Oye, que esa es mía!
—Pues ya no —se sentó en la cama que se expropió, triunfante—. ¡Territorio Mikoshiba!
La pesadilla acababa de comenzar.
Rin intentó mantenerse positivo: ser compañero de cuarto del capitán era un chollo, incluso un privilegio. Podía hacerse "amigo" de él y disfrutar de sus favores. Que alguna ventaja podría sacar de todo aquello, aunque fuera tan solo un régimen de entrenamiento personalizado.
Pero no. Ahí no había ni una mota de positividad.
Lo supo cuando, al caer la noche, Rin se fue a dormir, subiendo aquellas miniescaleras que le estaban fastidiando los pies, y Mikoshiba le daba patadas al techo de su litera.
—Capitán… —farfulló Rin con un odio intenso, casi tan intenso como las patadas del mamotreto que tenía abajo.
—Me encanta este manga. Cuando lo acabe, te lo presto.
Rin no quería su manga, ¡lo que quería era dormir!
Y consiguió dormir, tras varios minutos luchando contra los ruiditos de su estimado compañero, para luego ser despertado de nuevo.
—Matsuoka, ¿estás dormido? —preguntó con un tono dulce y cálido.
—Nnn…
—¡MATSUOKA!
—¡¿QUÉ?!
—¿De qué color son los sueños? —Mikoshiba recuperó ese tono inocente de colegiala que, en alguien de su tamaño y complexión, quedaba bastante fuera de lugar.
Rin se mordió los labios y cerró los ojos, deseando con todas sus fuerzas que, al abrirlos de nuevo, Mikoshiba ya no estuviera ahí.
Alguien debería decirle a Rin que los deseos no siempre se cumplen.
—¡Pimpollo!
Así fue cómo se despertó Rin. Con un grito de Mikoshiba, que estaba zarandeándolo desde las escaleras de la litera. Estaba sonriente y repleto de energía a pesar de ser las seis de la mañana.
—Matsuoka, medita conmigo.
—Anda y que te den —farfulló Rin al volverse a enterrar bajo las sábanas.
Mikoshiba no iba a desistir, eso estaba claro.
—No me seas soso, hijo, que si alguien necesita aquí meditar y tranquilizarse, ese eres tú —dijo Mikoshiba con un tono amable y relajado, pero una mirada que podría dejar helado al mismo diablo.
—¡¿Pero tú sabes la hora que es?!
Intentar razonar con alguien como Mikoshiba era tarea imposible, así que Rin, tras mucho aferrarse a su cama, tuvo que bajar y meditar —¡meditar!— con el pesado de Mikoshiba.
Al menos Nitori sí que le dejaba dormir en paz…
—¡PIMPOLLO!
Escuchar eso y recibir un toallazo en el trasero fue todo uno para Rin. Mikoshiba siempre estaba diciendo que si camadería, que si buen feeling dentro del equipo… ¡Y ahí estaba él, acosando al pobre Rin!
—¡Me cago en la hostia, Mikoshiba! —gritó Rin, con una cara demacrada por la falta de sueño, la meditación letal de su querido compañero de cuarto y un entrenamiento fatal.
—Pero no digas eso, que me espantas a los de primero —señaló a un grupito de nadadores de primer año que, sinceramente, estaban pasando olímpicamente de Rin y sus desgracias.
Se le vino a la mente que Nitori también estaba en primer curso, pero pocas veces lo veía con sus compañeros de clase, ni siquiera solía charlar con los demás miembros del equipo.
—¿Buscas a alguien, Matsuoka? —Mikoshiba le dio una palmada en la espalda que casi lo dejó en el sitio.
Ahí, ahí, ganándose puntos para que Rin estuviese aún más en contra de que ese tarugo saliese con Gou.
—No…
Pese a la indiferencia de los de primero, los de tercero sí que se fijaban en lo raros que estaban Mikoshiba y Rin últimamente, hasta el punto de que tuvo que escuchar lo que, probablemente, fuese el comentario más asqueroso del mundo.
—Oye, ¿qué mosca les ha picado a esos dos últimamente?
—No sé, pero dicen que Mikoshiba se ha acoplado a la habitación de Matsuoka.
—A saber qué favorcillos le hará Matsuoka al Mikoshiba…
Que alguien mandase a Rin de vuelta a Australia YA.
