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Prisioneros de la Mafia
Por Ladygon
Los personajes no me pertenecen, son del mundo Supernatural. No espero ofender a nadie, solo escribo por diversión y son fantasías mías.
Es un Destiel ambientado en el Japón actual con la mafia yakuza.
Capítulo 1: La lluvia cae sobre los desesperados.
No podía volver a casa en esas condiciones. Sin dinero, sin comida y sin los medicamentos para su hermano enfermo. Tenía que hacer algo, ya las sobras del local de comida rápida donde trabajaba, no eran suficientes. Su hermano había enfermado por comer solo esas cosas, pero es que el dinero no alcanzaba y si los servicios sociales se enteraban, los mandarían a los dos al orfanato o peor, los separarían.
Solo y desesperado sin saber qué hacer, mojado hasta los zapatos, pues la lluvia no daba tregua en él, pasó por una esquina oscura. Entre los finos y mojadores hilos de agua nocturna, vio a una pareja de hombres en un callejón, besándose y algo más. Esto le dio una idea nada buena, pero con el grado de necesidad que tenía, no midió las consecuencias. Se dirigió corriendo, entonces, a un lugar cerca de ahí donde unas veces lo habían piropeado, pues no era un chico nada feo, sino todo lo contrario, al menos esos eran las insinuaciones que le lanzaban de vez en cuando.
Al llegar a la esquina, procedió a tranquilizarse, pues con el correr y la expectación, tenía la respiración agitada. Trató de arreglarse un poco, aunque la lluvia poco ayudaba y su ropa raída por el uso, tampoco.
Hacía un frío de los mil demonios. El agua le calaba los huesos y estaba comenzando a tiritar. Si no venía un "cliente" pronto, tendría que volver. No, no, no podía hacer eso, porque Sam estaba enfermo y necesitaba medicina para que le bajara la fiebre. Sam era su hermanito y era todo para él.
Su madre había muerto en el incendio que quemó su casa cuando Sam tenía seis meses. Su padre le había puesto a su hermano en brazos y le dijo que corriera fuera. Así lo hizo. Luego se vieron alzados por su padre justo en el instante que la casa estallaba.
Lo perdieron todo y lo que el incendio no acabó, las deudas lo terminaron. Su padre trabajó en la construcción para pagar estas últimas y apenas tenían para sobrevivir, pero fue responsable por ellos hasta que el trabajo lo mató en un accidente. Y es que era muy trabajólico, tenía que ser así para ganar lo suficiente, pues quería librarse de las deudas y no enredar a sus hijos en ellas, puesto que en ese país, Japón, las deudas se heredaban hasta que se pagaran por completo.
Dean lo sabía. Ayudaba, atendiendo la casa y cuidando a su hermanito Sam. Hacía todo lo que podía para que el chico no fuera afectado por la situación, por eso había tomado el cuidado completo de la casa. Lo despertaba, lo lavaba, le preparaba el desayuno y la merienda, lo llevaba y lo traía de la escuela, lo ayudaba con sus tareas, le daba de cenar, le lavaba los dientes y finalmente, lo acostaba, hasta le leía un cuento antes de dormir. Se esmeraba en cuidarlo, incluso en desmedro de su propio bien, pues por estar tan pendiente de su padre y de su hermano, se olvidaba de hacer sus cosas o de estudiar, o de ir a la escuela para trabajar vendiendo hamburguesas.
En consecuencia, Dean estaba atrasado en sus estudios y terminó abandonándolos, definitivamente, cuando su padre falleció en el accidente donde salvó a un compañero de morir aplastado. Su padre murió como un héroe y él estaba muy orgulloso de eso, aunque lo perdiera. De eso hace ya dos años atrás, cuando tenía quince.
Ahora, tenía diecisiete años y le faltaba un mes para cumplir los dieciocho. Esperaba que al cumplir la mayoría de edad pudiera encontrar un trabajo mejor que friendo papas, pero su hermano había enfermado repentinamente, y si lo llevaba al hospital, podrían separarlos. Eso sí que no, cualquier cosa menos eso. Además, las deudas de su padre estaban casi pagadas por completo y solo le faltaba un poco, pues él mismo canceló algo a costa de quedar con hambre. Tan cerca de poder salir del yugo de la pobreza, pero no, tenía que suceder algo así.
Suspiró derrotado, ya no sabía qué hacer. Tiritando de frío, la lluvia golpeaba con inmisericordia. Las piernas le flaqueaban, cuando se le apareció un tipo con aspecto refinado. Era rubio de ojos azules, con algunas arrugas alrededor de sus ojos al sonreír, lo cual, hacía mucho. Vestía un traje corto muy elegante, hombros y cuello lo abrigaba una estola afelpada. Un tipo de traje negro le sostenía un paraguas en su cabeza.
—Hola, ¿qué haces aquí con este frío? —le preguntó el rubio.
Dean se sorprendió con la pregunta. Lo miró como pidiendo ayuda e hizo tripas corazón.
—Iré con usted por unos billetes —dijo con la boca seca.
—¿Cómo? —preguntó el hombre muy extrañado.
Un grupo de hombres se apareció a sus espaldas. Todos vestían de traje negro, al igual que el tipo del paraguas.
—¿Te estás vendiendo? —preguntó uno de esos hombres, uno alto con pinta de gerente, al cual parecía que el agua no lo tocaba.
—Espera… —dijo el de la estola afelpada.
—Sssí —respondió Dean, temblando ya no sabía si de frío o de miedo.
—Sabías que esta esquina está ocupada. No puedes pararte aquí sin una cuota —informó con enojo el hombre de negro.
—¿Qué?... no… no sabía… —contestó Dean muy confundido.
—Debes pagar la cuota y pertenecer al club, sino no puedes ocupar este lugar —continuó diciendo el hombre.
—Pero… pero no tengo dinero…
—Es tú problema chico, no el nuestro. Ahora nos pagas o te vienes con nosotros —ordenó el de traje bastante malhumorado.
—¡Irme con ustedes! —exclamó con terror—. No, no puedo, tengo a mi hermano enfermo. Miren, disculpen la confusión, pero de verdad no sabía.
—El no saber, no es excusa —dijo el rubio, ahora con seriedad.
Dean miró para todos lados y decidió correr. Sin embargo, se vio rodeado de hombres que lo tomaron sin consideración y lo aventaron dentro de un auto negro sin contemplaciones. Luchó todo lo que pudo para defenderse, pero recibió un golpe certero que lo dejó inconsciente.
Cuando despertó, estaba en un cuarto muy elegante, sentado en una silla con un par de "gorilas" en ambos lados. Cubierto solo con un overol muy calentito. Al menos le habían dejado la ropa interior, la cual estaba medio húmeda a causa de la lluvia. Se le acercó el rubio con esa alegría congénita que parecía tener.
—¿Te sientes bien? —le preguntó.
—¡Dónde está mi ropa! —chilló Dean, asustado.
—Se está lavando, cuando esté seca, se te entregará —informó el rubio.
—Por favor, déjeme ir. Tengo que cuidar a mi hermano, yo no tengo dinero que darle —suplicó.
—Tranquilo, eso lo decidirá el jefe. Chicos pásenle una toalla para que se seque el pelo, el pobre parece pollo.
—¿De cuál jefe hablas?
—Más respeto muchacho —Le tiraron la toalla en la cara—. Hablas con el hermano del jefe del grupo de "Los Ángeles".
—¡Los Ángeles! —chilló Dean asustado, con la toalla en la cabeza a medio poner.
"Los Ángeles" era una pandilla de yakuzas que controlaban la mitad de la ciudad. La otra mitad era de otros yakuzas llamados "Los Demonios". Estas eran bandas rivales, que habían exterminado a otras bandas entrantes y se agarraban entre ellas sin contemplación. Eran muy conocidos y los reyes del bajo mundo.
Dean comenzó a temblar y estaba seguro que no era de frío.
—Ya tranquilo, tranquilo, no asustes al chico, Bart —regaña con humor el rubio.
—Bartolomeo —corrige el hombre alto de negro con la pinta de gerente que lo increpó en la calle.
—Claro, claro. —Sacude su mano el rubio como si fuera lo más obvio—. Soy Balthazar —dijo presentándose el hombre de ojos verdes—, puedes decirme Balthy. —Le guiña un ojo—. Soy el medio hermano de Cassie, él es el jefe y no es mala persona, ya verás.
—Castiel —vuelve a corregir Bartolomeo.
—¿Cass…? —pregunta Dean, pero es interrumpido.
—Por supuesto, Bart… —continúa Balthazar—. Ven conmigo. Sécate bien y ponte esas para que no te resfríes. —Señala un par de pantuflas que un hombre de negro tenía en sus manos.
Lo guía por unos pasillos llenos de obras de arte, alguno que otras estatuas griegas o de mármol. Se notaba que era una mansión muy antigua, pero bien mantenida. A Dean se le hizo como de esos palacios de los libros.
Dean iba restregándose con la toalla, tratando de secar su cabello. El tipo llamado Balthy no se veía tan malo, aunque no confiaba en él a causa de la reputación de esa familia de mafiosos. Tenía que hacer lo que fuera para volver con Sam. No podía dejarlo estar de esa manera, sino tendría que escaparse de alguna forma.
Llegaron hasta una puerta ancha de doble entrada. Parecía más un portón que una puerta y estaba custodiada por dos hombres con trajes negro, con corbatas del mismo color.
—¿Chicos? —dijo el rubio a modo de saludo.
Uno de ellos le abrió la puerta y los dejaron entrar. Dean miró la habitación como perdido por la grandiosidad de ese estudio. Una biblioteca a su derecha hasta el techo, con tomos empastados con letras doradas. Lámparas de hermosos cristales, que colgaban de ese techo con relieves detallados de figuras redondas. Se pegó un tropezón por tener la vista arriba, tropezón que lo hizo posar sus ojos al frente.
Había tres hombres que hablaban con un cuarto. No entendía mucho lo que hablaban, no por causa del volumen o que no entendiera las palabras, sino por el contexto. Trató de dilucidar eso, cuando uno de los hombres, que estaba de espaldas hacia él, se hizo a un lado.
Detrás de un escritorio gigante de caoba, finamente labrado, estaba sentado un joven de cabellos negros sedosos y medio rizados. Tenía un traje negro de corbata azul, pero esta no estaba bien puesta en su cuello. Sus manos grandes y hermosas jugaban con un objeto puntiagudo, el cual no estaba seguro qué era.
—Recuerde firmar en la línea punteada que tiene su nombre abajo —dijo uno de los hombres con voz muy amable.
—Sí, ya sé —contestó el de cabello negro, haciendo ruido con la lapicera que al parecer, no escribía.
—¿Le presto la mía? —dijo el mismo hombre, llevando su mano al interior de su traje.
—No, no es necesario —respondió el moreno.
Dean lo veía agitar su mano y luego escribir en el documento.
—No, ahí no —dijo otro de los hombres.
—¿Ah, qué? —preguntó el confundido moreno.
Un ruido seco y la mitad de la lapicera salió volando por los aires, producto de la fuerza del resorte interior. La parte de arriba con el resorte fueron a dar a los pies de Dean. Dean lo quedó mirando e hizo el ademán de agacharse para tomarla del suelo, pero alguien se le adelantó y se arrodilló a sus pies.
Los ojos azules más impresionantes que hubiera visto en su vida, chocaron con él cuando el moreno se puso de pie. El corazón comenzó a saltarle en su pecho, pero no supo si de miedo o de algo más.
—Cassie, te traigo al chico —dijo Balthazar, desviando la mirada del moreno hacia su persona.
—¿Cuál chico?
—El chico, ese del qué hablamos.
—Ah, ese chico. Bien y cómo se llama.
—Esteee, no sé, ¿cómo te llamas? —preguntó Balthazar.
—Deeean. —El susto hizo que su lengua se trabara.
—¿Deeean? —repitió el moreno.
—No, Dean —pudo decir más firme.
—Dean, bonito nombre, Dean —dijo el de ojos azules.
—Jefe, le presto mi pluma para que firme —interrumpió uno de los hombres.
—La mía es mejor. Es una lapicera importada —ofreció el segundo hombre.
—Nada mejor como una Sheaffer enchapada en oro —arguyó el tercero estirando la mano.
—Creo que tengo otra pluma en el cajón, gracias. —Volvió a sentarse detrás del escritorio.
Con una segunda lapicera, esta vez con una pluma, volvió a los papeles. Los tres hombres se apresuraron, los unos a los otros, en sujetarle el documento, dirigiendo con su dedo y manos la dirección de la pluma del jefe. Se veían nerviosos. Uno de ellos hizo una mueca de angustia.
—Listo —dijo triunfante Castiel—. Una pequeña mancha, pero nada serio. —Sonrió con ligereza casi imperceptible.
Los hombres se veían un poco abatidos mientras examinaban el documento. Lo soplaban y trataban con delicadeza para que la firma se secara rápido. Uno trató de quitárselo al otro, pero con rapidez lo había apartado de él.
Castiel no se ocupó más de ellos, al contrario, se dirigió hasta donde estaban Balthazar y Dean.
—Y bien, ¿por qué estabas en esa esquina? —preguntó Castiel—, espera. —Detuvo con su mano en alto el balbuceo de Dean, para luego dirigir con un movimiento de cabeza, la retirada de los otros hombres.
Dean, Balthazar y Castiel, esperaron que los hombres salieran de la habitación. Al cerrar la puerta con todos ellos fuera, Castiel fijó su vista azul con insistencia en el rostro y ojos de Dean. Dean se puso nervioso.
—¿Y bien?
Dean miró para todos lados y se le secó la boca. Si en primera instancia el hombre joven, porque no parecía de más de veinte años, se veía un torpe, realmente cuando ponía esa pose desafiante daba miedo.
—Yo, yo, necesitaba el dinero. Mi hermano está enfermo y debo regresar a la casa. Soy lo único que tiene.
—¿Sabías que esa esquina pertenece a Los Ángeles?
—No, en serio no sabía.
—¿Tienes otra forma de ganar dinero? —Castiel lo mira de pies a cabeza.
—Trabajo en un local de comida rápida.
—Y en las noches te prostituyes.
—No, era la primera vez. No pensaba hacerlo, pero estoy desesperado y por eso cometí esa estupidez. —Dean lo miró con decisión—. Mire, no volverá a suceder.
—Es correcto —aseguró Castiel—, no volverá a suceder —recalcó las últimas palabras de forma tenebrosa.
Dean tragó saliva.
Balthazar sonrió con malicia.
Fin capítulo 1
