YO PEOPLE! HEEEELLLOOOOOOOOUUU!
Estoy emocionada to DEATH! =D siiii, porque es mi gran honor mostrar este nuevo fic! SI! Hecho a cuatro manos con mi más preciada amiga y compañera Raike, editado por mi XD. Para los que siguen nuestras historias, se darán cuenta que es el primer fic de ambas que yo publico y edito :'D asi que estoy especialmente contenta n.n
Este fic es un WilliamXGrell, Rated M por futuros capítulos, incluye violencia, sangre, quizá un rape por ahí XD bueno! Algo que solo nosotras escribiríamos! Así que si no disfrutas de este tipo de historias por favor abstente de leer xP por tu propia salud mental 8D
DISCLAIMER: Grell Sutcliff, William T. Spears, y ningún otro personaje de Kuroshitsuji nos pertenecen. Son creaciones de Yana Toboso a la cual le agradecemos infinitamente su gran trabajo! Si nos pertenecieran la historia sería tan gore y sin sentido que sería baneada en 30 países como mínimo XD!
Sin más que decir ¡disfruten la lectura!
La Muerte nació Escarlata.
Prólogo
"Pesadillas"
Esa noche era cálida, aunque por una extraña razón él tenía frío.
Había cerrado las ventanas hacía mucho rato y luchaba contra su voluntad consciente que le indicaba que no iba a perder contra el sueño. Estaba cansado...
Ese día William T. Spears, su jefe, había cargado mucho trabajo en sus espaldas y lo que era peor, le había obligado a realizar los reportes, sellarlos, mecanografiarlos y archivarlos. Todo siempre siendo "motivado" por golpes en su cabeza, jalones de cabello e incluso algunas patadas. No había tenido oportunidad de escapar, y esa noche William se había quedado con él hasta que hubo terminado con todas sus obligaciones y luego lo escoltó a su casa. Raro en él, que siempre le pedía que no le tocara ni que caminara a su lado, que siempre le rechazaba enfrente de todos, le maltrataba y le daba reprimendas para que los demás shinigamis aprendieran a que no había diferencias ni favoritismos.
Siempre era lo mismo todos los años.
Esa noche, esa específica noche, Grell Sutcliff, el shinigami rojo, siempre la pasaba mal. Se revolvía en la cama, mientras su cansancio extremo le hacía cerrar los ojos. Su consciencia se imponía, le decía que debería mejor no dormir, irse en vela al trabajo o dormir mejor a partir de la mañana siguiente. Por décadas había tratado de hacer eso y nunca podía. Los párpados cayeron al fin, pesados, dejándolo sumido en ese estado de somnolencia que pronto cayó en un sueño pesado, relajando si en poco el cuerpo delgado y atlético del shinigami.
Un temblor inició todo.
Su cuerpo se convulsionó si apenas un momento y luego la quietud le embargó. La mano se movió en un espasmo metódico y luego se quedó quieta, sus ojos se apretaron y su boca se curvó en un rictus de miedo, rara expresión en ese shinigami que no le temía siquiera al consejo que podía condenarlo a muerte. Sangre...
Sangre y dolor.
Gritos estremecedores y súplicas desesperadas.
Risas estridentes.
Halos de luna que caían sobre su cuerpo, manchándose de sangre. Un dolor insufrible en su boca, un sonido tétrico e inhumano que salía de sus dientes y que hacía retumbar su cabeza. En el sueño Grell apretaba la tabla donde se encontraba, pero solo conseguía lastimarse los dedos y levantar una que otra uña. Sangre... el hermoso color de la sangre, por primera vez causándole terror.
Y era mucha sangre. El color rojo invadió sus ojos, no le dejó ver más y de pronto...
La paz. Tranquilidad y quietud.
Una vida humana pasando por sus ojos, como si de una extraña película se tratase. Como si él nunca hubiera sido humano y se hubiese tratado de una cinta de cine que corría incluso con ese característico sonido que encantaba a la audiencia.
De pronto, unos ojos bicolores, de un extraño verde intenso con un halo dorado le miraron. Le daban miedo, le hacían temblar. Esos ojos le decían que estaban disfrutando de su sufrimiento, amando cada espasmo, bebiendo con la mirada cada gota de sangre.
Una risa entonces, alta, cruel.
Un movimiento y un dolor intenso en el estómago.
Algo que le cortaba por dentro...
El grito que siempre salía de su garganta, sus manos que se aferraban en su estómago como si el dolor estuviera presente, como si pudiera retener su humanidad y su sangre con solo presionar su cuerpo. Sus músculos tensos, sus cabellos mojados con el sudor frío de las pesadillas.
El grito que parecía durar minutos, seguido de sus ojos abiertos como en shock. La respiración agitada. El silencio de la noche. Grell Sutcliff miró a su reloj despertador marcando las 12:15 AM del 26 de Noviembre.
Siempre esa hora. Siempre ese día.
Se llevó una mano a la cabeza una vez que se hubo calmado y apretó sus cabellos rojos en ella mientras comenzaban los temblores y como cada 26 de noviembre... Comenzaba a llorar.
De verdad... ¿serían auténticos recuerdos que Sutcliff guardaba y que no dejaba que nadie supiera? O quizá era más simple que eso, quizá no lo recordaba del todo, o nada en absoluto, y era lo que algunos shinigami llamaban "cicatrices", flashes del pasado revelados por alguna situación, un objeto... una fecha...
Fuera del pequeño y modesto departamento del shinigami rojo, una sombra se encontraba sentada mirando con detenimiento por la ventana, torciendo los labios al verle despierto y fuera de la pesadilla, y luego el pesar y la opresión en su pecho al verle llorar. Todos los años, en la misma noche, a la misma hora, y él ya no sabía qué hacer para evitarle pasar por eso al pelirrojo. Quizá lo más sencillo sería mantenerlo despierto hasta las 2 de la mañana y evitarle dormir en su hora critica, pero había algo de miedo con ello... ¿Qué pasaría si recordara todo por estar despierto? ¿Qué pasaría si tuviera de pronto un ataque de pánico? Los Dioses sabían bien que él no quería lidiar con un Grell Sutcliff más inestable de lo normal, y William T. Spears no dejaba nada al azar.
Con un suspiro, el jefe shinigami hizo un particular movimiento en su rostro, arreglando unos lentes que brillaron rápidamente reflejando la luz de la luna, para luego llevar su mano enguantada hacia el cristal en un leve movimiento parecido a una caricia dirigida hacia la delgada figura que temblaba en su cama, obligándose a cerrar los ojos y apartar su mano antes de desaparecer.
