Advertencia: tanto los personajes como las situaciones descritas son propiedad intelectual de George R.R. Martin.


Blurry Eyes

Había olvidado sentir la luz del sol bañando su rostro, el sabor de las gotas de lluvia relamiendo sus labios, esparciéndose sobre el mundo, impregnándolo con el dulce aroma de la humedad, el tacto de unas manos cálidas, jóvenes y gentiles, sobre su piel, el llanto de un bebé.
Habían roto su monotonía, le habían permitido volver a pintar las cosas con sus colores, aunque ahora a penas pudiera ver, los ojos vidriosos, opacados por el tiempo y la edad. Pero pese a su ceguera podía conocer, podía imaginar. Y el balanceo de las olas bajo sus pies era real.
El bramido del mar, a lo lejos, le perseguía en sueños. Se sentía cansado, demasiado viejo para viajar, con las mermadas fuerzas escapando, huyendo lejos. Su final se acercaba, lo podía sentir en su corazón. Pero debía vivir; un día más, una semana más, hasta alcanzarla, hasta verla una vez, sentir de nuevo la magia, el calor del fuego, su última familia, aunque hubiese jurado servir a los demás, renunciar a su nombre y hogar. Quería conocer a la muchacha que había sido capaz de traer vida de las rocas marchitas, huevos fosilizados que el tiempo había olvidado y darle ayuda, consejo, aunque su vida se consumiese, cerca de apagarse para siempre. Y nadie lloraría su muerte, pues nadie era, sólo un hermano juramentado cuya guardia pronto habría finalizado