ENSÉÑAME A QUERERTE

Por Haruko Sakuragi

CAPÍTULO 1

Ese día no había amanecido soleado. Por el contrario, parecía que el otoño estaba adelantándose en Kanagawa.

Pero esa no era una mañana de lunes cualquiera. Ese día iniciaban las clases en Shohoku nuevamente. Algunos estudiantes llegaban con muchos ánimos a los límites de la preparatoria, y otros refunfuñaban por lo rápido que terminaron las vacaciones de verano. Y el caso de Kaede Rukawa no era alguno de los anteriores.

Rukawa llegaba en su bicicleta, como siempre, dormitando con mucha tranquilidad. A penas el sábado había sido su último entrenamiento con la Selección Juvenil de Japón, y su buena forma se notaría en el entrenamiento de la tarde. Se sentía agobiado desde ese momento; ya podía escuchar las preguntas de todos con respecto a lo que se sentía formar parte de un equipo tan importante, si las prácticas eran agotadoras, si él había cumplido con las expectativas de sus entrenadores… Le daban ganas de suspirar nada más pensar en ello…

El entrenamiento sería todavía un poco menos entretenido porque Hanamichi Sakuragi no estaría en él. Según sabía, aún no lo daban de alta de la clínica, y a él le entusiasmaba volver a clases por molestarlo… Era triste, cierto. Pero le divertía mucho esa extraña relación que llevaba con el Do'aho.

—¡Rukawa! —escuchó una voz de mujer que lo llamaba. Pensó que sería alguna de sus animadoras, o una nueva estudiante, o quien fuera. Pero, al poner atención, reconoció que era Ayako, su entrenadora.

—Buenos días, Ayako —hizo una ligera reverencia mientras caminaba con su bicicleta al lado.

—¿Cómo te va, Rukawa? —preguntó la chica. Emparejó el paso y dio a entender que acompañaría al muchacho al aparcadero de las bicicletas— Escuché que las prácticas con la Selección fueron muy duras —el chico asintió con un movimiento de cabeza—. Pero todos sabíamos que, si alguien del equipo podía hacerlo, ese serías tú.

La entrenadora finalizó con una encantadora sonrisa que incluso arrancó un ligero rubor del más joven.

—Creo que este año debemos entrenar con más ahínco que el anterior —continuó Ayako sin percatarse de la reacción de Kaede—. Nuestro objetivo esta vez es ganar el Campeonato Nacional, y no quedar en segundo lugar.

Kaede concordaba con lo que decía su entrenadora.

—Además… —el tono de Ayako cambió— Ya no contamos con la ayuda del capitán Akagi, el superior Kogure o el novato Hanamichi Sakuragi.

El pelinegro reconoció que era cierto: el campeonato nacional sería una meta difícil de conseguir. El capitán Akagi estaba ya en la universidad, y debía concentrarse en sus estudios para no desaprovechar la oportunidad. Kogure, por supuesto, había decidido anteponer los estudios al deporte, y estudiaba medicina, que le resultaba una carrera de tiempo completo, por lo que había tenido que abandonar el básquetbol. Cierto era que aún contaban con Mitsui —que se veía obligado a repetir el último año por sus malas calificaciones de los primeros meses—, y con Miyagi, que había sido designado capitán y era un excelente jugador. Pero el pelirrojo no estaba ahí…

—Pero Sakuragi volverá…

Lo último lo dijo sin pensar mucho. Pero era la verdad.

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Suspiró por tercera vez en la mañana.

Había abierto los ojos hacía un par de horas ya, puesto que el dolor de la lesión no le había permitido permanecer más tiempo recostado. Estaba contemplando el cielo nublado. Su desayuno aún estaba sobre la mesita, intacto. La otra cama de la habitación estaba vacía: de seguro su compañera habría salido con su madre, o a caminar por la playa. A él también le gustaba hacerlo, pero ese día se sentía físicamente abatido… Y lo peor venía a las dos de la tarde: tenía cita con su fisioterapeuta.

—¿Cuándo me dejarán salir de aquí? —susurró sólo para él. Deseaba poder responderse, pero sabía que no conocía la respuesta..

—No te preocupes: seguro que saldrás antes que yo —escuchó una voz femenina que recién entraba a la habitación.

—Hola —saludó el pelirrojo dedicándole una pequeña sonrisa a su interlocutora—. ¿Saliste a caminar, Hikari?

—Sí —sonrió la chica. Era delgada y de baja estatura, de cabellos negros y ojos aceitunados. Estaba ingresada en la clínica desde hacía poco más de dos meses, por un hombro luxado en un juego de softball.

—¿Vino tu madre? —preguntó Hanamichi. La madre de Hikari era una mujer que le simpatizaba mucho.

—No. Ella salió un par de días, y papá está de viaje otra vez.

Un silencio incómodo inundó el ambiente. Si algo en común tenían Hikari y Hanamichi, era su soledad compartida.

—¿Vendrá a verte tu amiga, Hanamichi?

El pelirrojo supuso que Hikari se refería a Haruko. A últimas fechas, la hermana de Akagi lo visitaba con mucha frecuencia. Y, a decir verdad, él empezaba a creer que podría tener una oportunidad con ella.

—Hoy inician las clases, y ella es asistente del equipo de básquetbol, así que no creo que pueda venir.

Hikari sonrió ampliamente. Continuó:

—¿Qué te parece si salimos a almorzar a la cafetería, Hanamichi?

El pelirrojo sonrió.

—Sólo déjame tomar una ducha.

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Caminaba con mucha decisión recorriendo el pasillo. Eran las diez de la mañana, lo que implicaba que las clases habían empezado mucho rato atrás. Pero eso no le preocupaba mucho.

Si se preguntaba ella misma, admitiría que se sentía nerviosa. Pero a nadie más se lo comunicaría.

Ese era su primer día de clases en una escuela japonesa. Hacía a penas una semana que había llegado al país, y todavía no lograba acostumbrarse a hablar en japonés con el resto de las personas. Por eso había optado por rodearse de la menor cantidad de gente posible, y así no tener que caer en el ridículo público de equivocarse en una conversación que debería resultar fluida y sencilla a todas luces.

Se detuvo frente a una puerta corrediza: "2-10" leyó en el letrero de la parte superior. Escuchó murmullos de un hombre que, pensó, debía ser el profesor. Suspiró hondamente, con resignación, y llamó a la puerta. Dos segundos después, la puerta se corrió y ante ella apareció un hombre flacucho, de cabello entrecano y de baja estatura. Usaba gafas de fondo de botella, pero tenía una expresión afable en el rostro.

—¿Si? —dijo el hombre, en japonés.

Konnichiwa, sensei —saludó una chica, también en japonés—. Soy alumna nueva y me asignaron a este grupo.

Tras decirlo, la estudiante le entregó una tarjeta.

—Adelante —ordenó el profesor y empezó a caminar de vuelta a la pizarra.

Los alumnos miraron con extrañeza a la recién llegada: era alta, delgada, de cabello rojizo y ojos verdes. Tenía una mirada severa, enérgica. Y a leguas se notaba que no era japonesa.

—Según esto es usted Müller Akari… Y ha sido transferida desde Alemania… Tiene un buen promedio… Muchas actividades extracurriculares en el primer año…

Ella asintió con movimientos de cabeza ante cada punto leído por el profesor.

—¿Quiere decirnos algo más acerca de usted? —preguntó el maestro.

Akari sabía, según le había dicho su madre, que en Japón era una costumbre presentarse ante el resto de la clase nueva compartiendo algo personal, algo ajeno al aspecto académico. Temía equivocarse, pero su madre también le había dicho que las personas en el país eran sumamente respetuosas, y que ella debía tratar de corresponder.

—Mi nombre es Akari Müller… —comenzó, no sabiendo muy bien qué debía decir de sí misma— Se pronuncia "Miulah", y me gusta que me llamen por mi nombre de pila. Nací en Munich, Alemania. Mi padre es de allá. Llegué a Kanagawa hace una semana y todavía no me acostumbro a los hábitos de los japoneses…

Se quedó callada y el profesor comprendió aquello como el final de su presentación.

—Gracias, señorita Müller… Bienvenida a la clase número 10 de segundo año. Estamos en la asignatura de Matemáticas. Tome asiento, por favor.

Akari ubicó un lugar desocupado en el penúltimo asiento de la primera fila, y ahí se sentó, no sin antes prestar atención al muchacho que cabeceaba en el asiento detrás del suyo.

—Continuemos con la explicación —escuchó que decía el profesor, y decidió prestar atención a la clase.

x X x

Hanamichi se dejó caer pesadamente sobre la cama. Se sentía cansado después de su sesión con la señora Mizuko, su fisioterapeuta. Esta vez la había sentido especialmente agotadora, y no tenía deseos de nada.

Miró el reloj de la pared, que marcaba las tres y media. En cualquier momento la enfermera de turno llegaría con la comida. Pero no se sentía con ánimos de ingerir alimentos.

De hecho, no se sentía con ganas de nada…

Miró al otro lado de la habitación y notó la cama de Hikari arreglada y sus cosas en orden. De seguro su novio había ido a visitarla y estarían besándose en el jardín, o caminando por la playa tomados de la mano.

Suspiró mientras contemplaba el cielo desde su ventana. Aún estaba nublado, aunque un poco más despejado que en la mañana.

Envidiaba a Hikari. Era cierto que sus padres salían con mucha frecuencia del país y demoraban en volver, pero cuando estaban en casa casi siempre estaban con ella en la clínica. Pero envidiaba más la mirada que su amiga le dedicaba a su novio. Era un pitcher universitario que todos los días iba a saludarla, y que se preocupaba por ella y la abrazaba con frecuencia. Y eso era lo que Hanamichi necesitaba: una chica que, como Hikari a su novio, le dedicara miradas cariñosas y lo dejara abrazarla y besarla…

Escuchó que llamaban a la puerta, y se sobresaltó. Sin embargo, emitió un "Pase" con mucho desgano, puesto que sospechaba que era la enfermera con la comida.

—Puede llevársela, si quiere —dijo sin voltear. De verdad no quería que nadie estuviera cerca de él—. Yo no tengo hambre.

Pero de todos modos la puerta se abrió, y se cerró detrás de alguien.

—Yo no vengo a dejarte la comida —era una voz de mujer—. Pero, en cuanto te la traigan, haré que la termines.

Hanamichi se levantó de un salto y se talló los ojos cuando identificó que Haruko Akagi, vestida con el uniforme de la escuela, se encontraba recargada en la puerta recién cerrada. La muchacha le sonreía ampliamente.

—¿Haruko? —preguntó, como no creyéndolo.

—Hola, Sakuragi —ella amplió aún más la sonrisa. Contempló a Hanamichi vestido con ropa deportiva y despeinado… Lucía más delgado que dos semanas atrás, e incluso triste. Pero ella no pudo reprimir un sonrojo que se apoderó de sus mejillas—. ¿Cómo estás?

—Cansado —respondió él, extrañado por notarla arrebolada—. Acabo de tener sesión con la señora Mizuko.

Ella comprendía que la rehabilitación debía ser difícil.

—¿Y así no quieres comer, Sakuragi?

Él se encogió de hombros.

Justo en ese momento, los dos jóvenes escucharon que llamaban a la puerta, y acto seguido la enfermera entró con una charola llena de comida para el pelirrojo.

—¿Ni siquiera porque yo te lo pido? —continuó Haruko, una vez que la enfermera se había retirado y el pelirrojo miraba la comida con recelo.

Él no pudo negarse. Pero su corazón quiso salírsele del pecho cuando observó a Haruko tomar la cuchara y meterla al plato de sopa, para después acercarlo a la boca del pelirrojo e intentar darle de comer ella misma.

—Tú y yo nos conocemos hace varios meses, ¿cierto Sakuragi? —preguntó ella mientras observaba al chico aceptar la cucharada de sopa.

—Sí, Haruko.

—¿No crees que es tiempo de que empecemos a tener un trato más familiar?

Hanamichi se atragantó cuando la escuchó hablar.

—¿A qué te refieres, Haruko?

—¿Puedo llamarte Hanamichi?

Él asintió sin poder disimular la enorme sonrisa que se había dibujado en su rostro de repente.

En ese momento, el pelirrojo aceptó otra cucharada de sopa. Y, al tiempo que sentía el caldo caliente en su paladar, se le ocurrió que, tal vez, era una buena oportunidad para hablarle a Haruko de sus sentimientos hacia ella.

—Haruko… —comenzó. Ella lo miró con sus bellos ojos azules y le dedicó una cálida sonrisita— Yo quiero hablarte de algo…

—¿Si, Hanamichi?

—Hace muchos meses que nos conocemos, ¿cierto? —comenzó.

Ella asintió con un movimiento de cabeza, y dejando la cuchara dentro del tazón de sopa por un momento.

—Tú… —Hanamichi se sentía muy nervioso, pero pensó que lo mejor era desengañarse de una vez— Tú me gustas mucho desde que nos conocimos, Haruko… Y yo quisiera saber si te gustaría… Intentar ser mi novia…

—¿Es… Es en serio, Hanamichi?

El pelirrojo no se atrevió a mirarla a los ojos, y no se dio cuenta de la sonrisa que se le dibujó a ella cuando lo escuchó hablar.

—Yo… No soy tan mala persona, y te prometo que me esforzaré por ganarme tu cariño, y…

Ella sonrió aún más, y sólo se atrevió a tomarle la mano a Hanamichi. Él se sintió flotando cuando notó la suavidad de la piel de Haruko.

Finalmente, el pelirrojo se atrevió a levantar la mirada y se encontró con la bella sonrisa de su amiga.

—Está bien, Hanamichi. A mí me gustas también.

Ambos entendieron aquello como el principio de una relación, y Haruko continuó con su labor de asegurarse de que su ahora novio terminara la charola de comida.

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Notas de la autora:

Aquí estoy con una nueva historia.

Ya sé que tengo ese hábito de dejar las cosas a la mitad, o sea, que empiezo algo nuevo cuando no he concluido lo que ya había empezado. Pero a últimas fechas me he sentido medio inspirada, así que me he dedicado a escribir.

Los dejo, y espero que esto les guste.

Saludos, besos y abrazos.