Ranma, hijo de Genma, avanzaba lentamente por ese sendero en medio de un denso bosque. Cansado, solo esperaba que el lugar que buscaba no estuviera muy lejos ya, La noche ya estaba próxima, y al viejo guerrero pero aun joven hombre ya no le hacia gracia pasar otra mas a la intemperie. Por otro lado, su viejo Ashmed daba muestra también de cansancio, y bien tenia motivos. Ranma hacia ya casi un año que había partido de Jerusalén buscando algo que en sus treinta y tantos años de vida nunca había encontrado. Paz.

En estos últimos once meses, había pasado por Bizancio, regresado y partido de Viena, Colonia, Paris, Navarra, y por ultimo cruzo el canal rumbo a las Islas Británicas, Londres no le llamo la atención, era una ciudad pequeña comparada con Constantinopla, o Bagdad. Aun así, tampoco era lo que buscaba. El hombre se había hartado de las grandes poblaciones y sus miserias, no las soportaba más.

Por eso volvió a cruzar en barco, rumbo a la isla esmeralda. En Inglaterra le hablaron de esa Irlanda salvaje, bárbara, y sus brutos pobladores de granjeros y poco más. Y Ranma sintió que eso era lo que quería. La idea de empuñar una hoz y no una espada le atraía. Usar su arco para cazar su comida, no para matar gente seria algo completamente nuevo para el.

El cansado hombre de largo pelo en coleta, ojos azules, y piel amarillenta era una curiosidad entre curiosidades. Su padre, Genma, era un comerciante de las islas de las especias, y como embajador del emperador llego a Bagdad, Jerusalén, Constantinopla y Viena.

Su forma exótica de ser, así como los documentos que lo amparaban, lo hicieron un personaje popular, no era el sabio venido de oriente que todos esperaban después de lo que Marco Polo contara, pero era un hombre de mundo, había viajado y conocido lugares que otros solo oían en historias, Pekín, Calcuta, Bagdad… JERUSALÉN, la ciudad santa.

Además, Genma era poseedor de algo invaluable, el era el único que podía escribir y firmar el pergamino que dejaría a una caravana atravesar tantos territorios hostiles, su nombre abría las puertas del comercio a donde fuera que el llegara.

En Viena fue donde mejor fue recibido, casi como si fuera el emperador mismo, la vieja ciudad vio en el embajador la oportunidad de comerciar directamente en la Ruta de las Sedas, vía Danubio, y no depender tanto de las ciudades Italianas, Génova y Venecia no eran famosas solo por sus flotas comerciales, si no también por los altos costos en alquiler y retenciones de productos a aquellos que acudieran a ellos.

Fue en esta ciudad donde conoció a Nodoka, una joven cristiana de pelo negro como la noche y ojos azules como el mar. Genma gano su corazón así como las ambiciones de la familia de ella. Y algo imposible normalmente, que un pagano se casara con una joven cristiana, por una vez fue admitido.

El único vástago de la unión, Ranma, tenía la tez de su padre, pero los rasgos, cabellos, ojos y religión de su madre.

Eso de por si le creo problemas, fue rechazado por tener un padre extranjero (mas extranjero que lo usual) y su color de piel no ayudaba, aun así, ser hijo de quien era, le abrió algunas puertas para llevar una vida relativamente normal.

Desde pequeño, como era usual entre los niños adinerados, se entreno en el uso de las armas, la espada, el arco, la lanza. Apenas había sido aceptado como escudero de un señor local cuando esas locuras llamadas "cruzadas" se adueñaron de la mente de la gente. Ricos y pobres, poderosos y miserables, se encolumnaron hacia la "tierra santa" para rescatarla de los malvados infieles. Y el joven escudero se hizo soldado.


Se empezó a hablar del, del muchacho que hacia proezas, del soldado que fue rápidamente ascendido, en un primer momento de envidias y burlas.

Y luego los rumores hablaban del capitán y su indómita tropa.

Era una época dura, y duros eran los hombres de ese tiempo.

No había piedad con el vencido, tuviera espada en mano o no, si era infiel, moriría de forma inmediata donde lo encontraran.

Aun así, Ranma siempre respeto a las mujeres, aun cuando las violaciones y depravaciones estaban a la orden del día. La tropa de Ranma, bajo pena de muerte, debía respetar a cualquier fémina, sea cristiana o no.


El desastre para Ranma y sus soldados ocurrió poco antes de la caída de Jerusalén a manos cristianas.

Enviado al sur para reforzar las tropas del Condestable genoves Vittorio, Ranma se encontró con un gran problema.

Lo único que le interesaba a su nuevo jefe, era el saqueo, lo único que buscaban sus soldados, era el latrocinio, violar cuantas mujeres encontraran y asesinar cuantos infieles pudieran.

Sin embargo, juro fidelidad a su nuevo jefe, pero se propuso por su parte hacer sus tareas como siempre.

Ese fue el principio de su perdición.

Pronto fue latente entre todos la diferencia entre Vittorio y Ranma.

Ranma obedecía las órdenes del Condestable solo cuando fueran sensatas, cosa que irritaba al genoves. Por otro lado, el mismo empezaba a verse frente a los generales como un vulgar ladrón y asesino mientras Ranma estuviera allí.

Por otro lado, Ranma era el hijo del gran culpable de que el Sacro Imperio no necesitara más los servicios de Génova para comerciar.

Serviría también como venganza, pero por sobre todo, debía sacarse ese problema que era Ranma de encima, y pronto.

Ranma recordaba esa noche como si fuera ayer mismo, y no hacia ya ocho años.

Un duro soldado observaba desde esa colina la lejana fortaleza del príncipe Jih Al Salmi, uno de los más destacados guerrilleros árabes.

Su fama era conocida entre los soldados de ambos ejércitos, así como la de Ranma, Salmi era conocido por ser un gran guerrero, e imponer a su tropa una disciplina de hierro, al igual que los hombres de Ranma, respetaban a las mujeres sea cual fuera su origen, pero, a diferencia de los cruzados… aquel que se rindiera o aquellos que no fueran soldados también eran respetados. Los musulmanes aun no habían adoptado las bárbaras costumbres de los cristianos, entre ellos, los hombres de paz, sean musulmanes, judíos, cristianos o paganos se movían con tranquilidad, muy distinta a la Europa de esa época, donde no ser cristiano era una condena automática de muerte si no servias para algo.

-todo bien, creo que podemos ir jefe- Ranma miro al soldado, era un niño, de no mas de quince años, como la mitad de su tropa, aun así, ya eran veteranos, al igual que el resto de sus hombres, viejos soldados que habían escapado alguna vez de sus regimientos, hartos de masacres sin sentido y cosas peores.

-bien, en marcha- disfrazados como comerciantes árabes, dieron un inmenso rodeo, que les tomo hasta la madrugada, pero el porque de esta acción era clara, les permitió llegar a la fortaleza desde el este, como se suponía harían verdaderos árabes.

Uno de los desvelados guardias se acerco a los viajeros, preguntando algo en esa extraña legua que ellos utilizaban, uno de los viejos soldados contesto en el mismo idioma, que tan solo eran viajeros, se perdieron y por suerte hallaron la fortaleza, temían ser atrapados por los cruzados…

El guardia trato de observar a la luz de antorchas al grupo, pero no hallo mucho que objetar, luego de mas de dos años de campaña, cocinándose al fuego de ese clima, todos ellos podrían pasar por alguien habitual de los desiertos, luego de consultar con un sargento, les dijo que podrían pernoctar allí al amparo de la fortaleza, si los cruzados atacaban, podrían ampararse en ella.

Durante una hora, los supuestos comerciante solo descansaron como si en verdad vinieran de un largo viaje, hasta que Ranma se puso de pie, al instante todos sus hombres hicieron lo mismo.

Sin mediar palabras, todos se abrieron en abanico, para rodear la fortaleza, Ranma y su tropa se preparaban a terminar con el general que mantenía el flanco sur de Jerusalén aun bajo control infiel.

Volviendo de sus recuerdos, Ranma noto que la noche estaba a minutos de distancia. Mejor seria prepararse para ella. Se aprestaba a desmontar cuando la vio. Lejos, caminando tranquilamente en la creciente oscuridad, tomando uno de los dos senderos en que se bifurcaba el camino. Ranma, pensó que una mujer se encontrara sola a tales horas en un tenebroso bosque solo podría ser por que se hallaba cerca del pueblo, espueleo a su caballo y se lanzo al trote corto a alcanzar a la mujer, debía hacerlo rápido, vestida con esa ropa negra, y ese pelo azul oscuro, si anochecía por completo, jamás la encontraría.

A distancia aun, la vio torcer a la derecha en un recodo del camino, en un minuto la alcanzaría, pero al girar la volvió a ver, a varios centenares de pasos por delante.

-que diablos?- ahora si azuzo a Ashmed, en carrera para alcanzarla, pero a aun a una veintena de metros, el caballo se detuvo violenta y sorpresivamente, tanto que Ranma, experto jinete, casi se va al piso.

-que infiernos te pasa Ashmed?- el caballo estaba algo encabritado, así que Ranma bajo de el y busco con la vista a la mujer… y casi cae sentado al verla otra vez a cientos de pasos de allí.

-no puede ser, vamos jamelgo estupido- llevando de las riendas a su caballo, corrió tras la mujer, estaba cerca cuando ella volvió a girar en un recodo, Ranma insulto en voz alta.

-detente por favor, oye- llego al recodo y giro a su vez, para detenerse de repente, allí frente, en un gran claro, estaba un pueblo, pero de la mujer… ni rastros. El soldado quedo estupefacto, el camino hacia el pueblo discurría ahora por una hierba alta, pero no lo suficiente para ocultarla.

-como… si me hubiera guiado… que extraño- el hombre no entendía que pasaba, pero sin pensarlo mucho, se dirigió al pueblo, tal vez allí alguien le explicara.

-Bienvenido viajero, bienvenido- Ranma vio al sacerdote de la pequeña iglesia de la aldea acercársele sin temores, para alguien que combatió una guerra tan larga, lo suficiente como para que las poblaciones desconfiaran ya de los soldados de ambos bandos una recepción de este tipo era extraña, pero por supuesto, ni Europa ni Persia habían sufrido incendios, saqueos y el asesinato de pobladores que sufrió Palestina o Bizancio…

-buenas noche padre, -el guerrero hablaba con un marcado acento alemán - tiene lugar para un pobre viajero?- El cura sonrió afablemente, señalando su pequeño templo.

-por supuesto hijo mío, la casa de dios siempre esta abierta para sus guerreros- Ranma fue el que sonrió ahora, se pregunto que haría el padre si supiera que el… pero simplemente se dejo guiar por el hombre de dios al interior, mientras un empleado llevaba a Ashmed a la parte trasera de la iglesia, donde le dio de beber y comer.

Ranma mientras tanto, se encontró en un pequeño y espartano cuarto, una cama de madera, una sabana, una cobija, una almohada, una mesa y una silla…

-típico de un sacerdote…- sobre la cama, clavado en una pared, el crucifijo de rigor, Ranma se persigno y realizo la señal de la cruz, apenas se ponía de pie, cuando el sacerdote y un monaguillo ingresaron trayendo una fuente con fruta, un poco de ciervo asado frió junto con una vasija de agua. El extranjero se sintió extrañado, estaban a comienzos de la primavera, el asado se explicaba, pero la fruta?

-coma mi buen amigo, debe tener hambre, la aldea mas cercana esta a dos días de distancia-

"tres diría yo" pensó Ranma, miro al gordote y rechoncho sacerdote.

-disculpe padre, no estamos fuera de época para estas frutas?- el sacerdote continuaba con esa sonrisa tonta…

-hijo, este pueblo esta bendecido por dios- el religioso se retiro dejando a Ranma comer tranquilo, este no hizo reniego de la comida, "por Dios, Jehová o Ala, no veía fruta tan deliciosa desde Bagdad", el hambre y la sed fueron aplacados, luego, en el mayor de los sigilos, tomo una tela que llevaba en su alforja, la extendió en el piso. El guerrero se saco sus zapatos, y luego, arrodillándose sobre ella, orientado hacia el sureste, empezó a orar silenciosamente.

Cuando termino, volvió a persignarse frente a la cruz, y se recostó en la dura cama, incomoda como pocas cosas, pero no tanta como otras…

"es mejor que el frió piso de aquella prisión"

En pocos segundos, el endurecido pero cansado soldado dormía, una cama era una cama.