¿Adivinen quién ha vuelto? Yup, yo jaja /._./ Bueno, esta historia remonta casi mis comienzos como escritora, era uno de mis escritos más primitivos e infantiles podría ser, pero la idea siempre me ha gustado mucho, así que tomé nuevamente la iniciativa y he comenzado a reformarla para poder entregarles a ustedes esta parte de mi corazón.

Disclaimer: Naruto y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Masashi Kishimoto, la publicación de esta historia es sin fin de lucro.

Sin más que añadir, los dejo disfrutar.


Purorōgu

(Prólogo)

-Cuéntanos una historia. –Pidió casi en un susurró una pequeña de cabellos castaños. -¡La historia de Tsubaki!

-Está bien. –Susurró, sentada en la cama junto a la niña, qué con sus orbes avellana no la perdía de vista ni un segundo. Acarició su rostro con delicadeza. Alzó la vista y pudo ver los orbes de los niños brillando con la luz de la luna que se filtraba por la ventana, todos fijos en ella. –Hace muchos años existía un clan muy poderoso en Kusagakure no Sato, ellos no poseían un kekkei genkai, ni alguna habilidad secreta. Ellos eran unas personas muy listas y habilidosas, podían controlar el chakra mejor que nadie en todas las naciones, poseían enormes corazones y amaban a todos por igual. No eran partidarios de hacer la guerra, pero si sabían que serían capaces de sacrificarse por salvar a aquellos que amaban.

Los niños escuchaban atentamente cada palabra, cerrando sus ojos para imaginar aquel mundo.

-Eran envidiados por otros clanes y a pesar de ser muy listos, habilidosos y amorosos, eso no evitó que fueran atacados aquella noche.

El sonido de las espadas chocando reinaba en la noche. Los gritos y el olor a sangre inundaba la tierra de terror y los cuerpos caían cómo árboles, uno tras otro en aquella horrenda guerra. Mamoru Shizen, líder del clan Shizen estaba al frente de la batalla. Su gente peleaba con gran valentía y sometían al enemigo con fuerza e inteligencia. Tal y como se esperaba de ellos.

-Mamoru-sama. –Su segundo al mando peleaba espalda con espalda con él. –Tomohisa-san acaba de contactarme. –Acero contra acero, bailaban entre los muertos y los vivos. Batallando por la paz que tanto anhelaban.

-¿Tomohisa? –La alerta en la voz de su líder era palpable preocupación. -¿Le sucedió algo a mi familia? –Blandió su espada contra el enemigo con furia, solo de pensar que a su señora esposa o a alguno de sus hijos les había ocurrido algo su sangre bullía de ira.

-De hecho ha sido una buena noticia, mi señor. –Había una nota de alegría en la voz de Shin. –Su señora esposa ha dado a luz. –Y la luna iluminó todo su camino mientras acababa con el último de sus enemigos y se volteaba a ver a Shin. –Es una niña. –Una enorme sonrisa se plasmó en su rostro. Una niña, una pequeña niña. Fruto de su semilla. No podía estar más feliz, a pesar de toda la gente que probablemente había muerto aquella noche, la noticia regocijaba su corazón.

Sabía que sus hombres podrían ocuparse de los pocos enemigos que quedaban en el campo de batalla, él ahora debía estar junto a su mujer y su hija. Corrió todo el camino de regreso hasta la mansión Shizen y fue directamente hasta la habitación principal que compartía con Nozomi, su señora esposa.

Podía escuchar un delicado llanto desde afuera, entro precipitadamente al reconocer aquel gimoteo. Tomohisa se volteó a verlo, estaba temeroso, postrado junto a la cama donde Nozomi lloraba desconsoladamente. Su acompañante dio un paso atrás y salió de la habitación para dejarles algo de privacidad a la pareja.

Mamoru se acercó a su mujer y se sentó junto a ella para abrazarla y consolarla, aún sin saber que era lo que le sucedía. Una vez que Nozomi se hubo calmado lo suficiente la miró detalladamente. Tenía una expresión ida, lastimera y destruida.

-¿Nozomi? –Comenzó a comprender un poco más, luego de haber calmado a su esposa notó algo muy importante. -¿Dónde está la bebé? –Nozomi sacudió la cabeza desesperadamente y comenzó a sollozar nuevamente.

-Ella nació muerta, Mamoru. Ella murió dentro de mí. –Chillo desesperada, las lágrimas caían nuevamente por sus mejillas. Estaba pálida, y las ojeras se le marcaban bajo los ojos. Se veía agotada y destrozada. Logró calmarla nuevamente y llamó a Tomohisa para que cuidara de ella. –Encuentra un buen lugar donde descanse, Mamoru. –Le pidió antes de verlo salir, ella sabía que era lo que quería hacer.

Fue a ver su niña. Era preciosa, cutis pálido, muy a pesar de encontrarse muerta, su piel era suave y fría al tacto. Sus ojitos se encontraban cerrados y todo su cuerpo acurrucado como un pequeño ovillo. A pesar de ser una recién nacida y tener pocas hebras en su cabeza, se notaban pequeños cabellos blancuzcos como si fueran una leve viruta.

La tomó en brazos, envuelta en una suave manta y salió de su hogar. Sus hijos lo esperaban en la entrada, al verlos inmediatamente se negó a ser acompañado. Ellos debían estar junto a su madre en un momento así. Él simplemente iría en búsqueda de un bellísimo lugar que mereciera el cuerpo de su pequeña hija no-nata.

Emprendió el camino, cruzó el campo de batalla vació a estas horas excepto por que se encontraba minado de los cuerpos de los caídos. Caminó y caminó hasta que llegó a un hermoso lugar que no había visto jamás, era un claro en medio del bosque. La luna se cernía sobre el lago, iluminando el islote que crecía en medio, donde podía distinguir un enorme árbol rodeado por arbustos de camelias doradas. Sus ojos viajaban por todo el paisaje a su alrededor, sorprendido por su belleza. Y supo entonces que aquel era el lugar perfecto.

Miró el pequeño bulto entre sus brazos y una angustia inmensa inundó su ser. Y lloró, él lloró a su hija no nacida. Sus silenciosos sollozos llenaron la atmosfera que lo rodeaban y las lágrimas rodaron por su rostro. Apretaba los labios con impotencia. Había salvado a su clan, pero no había podido ver a su hija nacer. ¿Sería un castigo de los dioses por haber hecho la guerra? Arrebatarle a su tercer hijo, a su primera niña.

Se sorprendió cuando escuchó una voz llamándole, una voz femenina y armoniosa. Deliciosa. Se volteó para encontrarse con aquella desconocida que lo espiaba pero no había nadie allí.

-Shizen Mamoru. –Se volteó hacia el lago y notó por primera vez la niebla que se había formado sobre el mismo, tan densa que apenas podía apreciar las camelias de los arbustos al otro lado. Pero se sorprendió aún más al ver una figura esbelta y delicada en medio del agua. Vestía un kimono blanco con pequeñas lunas plateadas brillando ligeramente. Su piel era rosada y cremosa pero su rostro estaba totalmente oculto bajo una máscara de un pulcro blanco. Sus ojos eran de un verde increíblemente atrayente, lleno de vida. Y su cabeza estaba llena de hilos de plata, su cabello era largo y brillante. La aparición idéntica a un ángel. -¿Sufres la muerte de tu hija?

Apretó los puños con impotencia, ¿Se estaba burlando de él? Cómo se atrevía aquella mujer. Insolente. Al entender sus intenciones la dama alzó una mano para detenerlo.

-Yo puedo devolvértela. –Mencionó y vio en los ojos del hombre cuanto deseaba eso. –Te hemos estado observando, Shizen Mamoru. –Avanzó sobre el agua hasta donde él estaba. –Sabemos que eres un buen hombre. –Mamoru vio como los pies de la mujer no tocaban el suelo al caminar y se espantó al descubrir lo que realmente estaba pasando allí. La risa de la mujer se extendió por todo el valle. La niebla acompañaba a la dama, flotando a su alrededor, indispensablemente. –Entrégamela. –Pidió con voz suave y aterciopelada. Hipnotizado por ella alzó en brazos a su hija y la niebla los cubrió. Dejó de respirar cuando la bruma, densa y pesada sostuvo a su niña y la llevó hasta los brazos de la mujer.

-Eres una diosa. –Murmuró incrédulo. Ante los ojos desorbitados de Mamoru, la diosa con el bebé en brazos se hundió en el agua hasta desaparecer. -¡NO! –Se acercó corriendo hasta la orilla y se asomó hasta que las vio. La mujer brillaba incluso bajo el agua. Un fuerte viento se levantó y arrasó con las camelias de los arbustos que formaron un tornado a su alrededor, cerró con fuerza los ojos mientras imploraba a los dioses que aquella locura se acabara.

El viento había cesado, pero él simplemente no podía abrir los ojos. La había perdido, a su niña, y ahora no podía lamentarse. Sabía que los dioses eran seres complejos, jamás dan regalos a los humanos y haberle quitado a su bebé fue lo peor que podrían haberle hecho. Se levantó, derrotado y se volvió hacia el bosque. Dio un par de pasos y se detuvo en seco.

Un llanto inundaba el silencio de la noche. El llanto de un bebé. Se volteó nuevamente, apresurado. La diosa estaba sobre la tierra ahora, la bruma se alzaba como tentáculos a su alrededor, pero lo más sorpresivo era que entre sus brazos había una pequeña niña de cabellos dorados que lloraba y gemía. La mujer alzó los brazos hacia él, llamándolo.

Temeroso se acercó y vio que aquella beba era su hija. Tenía unos enormes y salvajes ojos esmeralda, su cabello era dorado y no se parecía en nada al suyo o al de Nozomi, pero él sabía que aquella era su pequeña. Viva.

-¿C-ómo…? –Extendió un mano temeroso de que fuera una mala broma, acarició la mejilla de la beba, que inmediatamente dejó de llorar y lo observó con curiosidad. Exterminando toda duda de su corazón abrazó a su hija, se sentía tibia e hipaba intentando calmar su lloriqueo.

-Espero que este sea un obsequio suficiente para devolverle la felicidad a tu clan. –La diosa observaba la escena desde el medio del lago, nuevamente. –Su nombre será Tsubaki, en honor a las camelias que se ofrecieron para darle vida.

-¿Qué se ofrecieron…?

-Ella será igual a todos los hombres y mujeres de tu clan. Es hija tuya, después de todo. Pero también es mía. –Su garganta se secó al oír sus palabras. La voz de la mujer no daba lugar a réplicas. –Soy la Diosa de la naturaleza, esposa del Dios de la Luna, y como regalo a mi hija, le otorgaré un poderoso kekkei genkai que le permitirá manipular los elementos. –La mujer sonaba llena de orgullo.

»Pero debes cuidarla, Mamoru. Debes cuidar a nuestra hija. –Le advirtió la diosa, apuntándolo con uno de sus largos dedos. –Los hombres de la tierra van a temerle, y ansiarán usarla por su poder. Deberás entrenarla, deberá aprender a controlar su poder, o cosas horribles podrían suceder.

La bruma cubrió por completo el cuerpo de la mujer y desapareció entre las sombras. Mamoru observó el cuerpo de su niña, ahora durmiente, acurrucada contra su pecho. No podía estar más feliz, su corazón se henchía de alegría. Emprendió el camino de regreso y se topó nuevamente con la diosa frente a él. La bruma había desaparecido, al igual que su máscara. La belleza de la mujer era increíble y se imaginó a su beba igual de preciosa.

-Cada cinco generaciones nacerá otra hija de la Luna que poseerá el Kekkei Genkai, debes ocuparte de que mis próximas hijas crezcan en un entorno de aceptación y amor. Tal y como lo hará Tsubaki. –Los ojos de la diosa brillaron cual fuego. –Deberán ser nombradas en honor a la naturaleza. Júralo. –Al recibir solo silencio por parte de Mamoru su rostro se desfiguró en una mueca de furia y se lanzó hacía delante, Mamoru dio un paso atrás, atemorizado por la irá de la diosa. -¡JÚRALO!

-¡Lo juro! –Exclamó y antes de que la diosa llegara hasta él, se desvaneció en el aire, justo frente a sus ojos. Confundido por lo acontecido pero feliz al mismo tiempo, caminó y caminó de regreso a su hogar. El sol estaba saliendo cuando por fin llegó.

Aunque sonara extraño nadie tomó por loco a Mamoru cuando regresó y todos aceptaron a la recién nacida. Pero Mamoru había tomado una decisión y sabía que desobedecería a la diosa, pero protegería con su vida a la pequeña si fuera necesario. No la expondría jamás a los crueles actos que significaba ser un Ninja.

-Eso es todo por hoy. –Se levantó de la cama y caminó hasta la pequeña lámpara de gas que descansaba junto a la puerta y la apagó.

Aún en la penumbra pudo ver el mohín ofendido que hicieron varios de sus pequeños y no pudo evitar carcajearse.

-Pero Ayame-onee-chan. –Protestó un niño de cabellos dorados, cruzando sus brazos sobre las sabanas de la cama. –Debes terminar de contarnos la historia.

-¡Oh vamos, Daichi! –Ayame rió. –Se la saben de memoria.

-Pero nos gusta cuando tú la cuentas, Ayame-onee-chan. –Suplicó en un lastimero susurro, la pequeña de cabellos cortos, castaños claro como la miel espesa. Dejó escapar un suspiro, no podía negarle nada a la pequeña, aquella era su perdición y la niña sabía aprovecharse de ello. Ponía aquella mirada de perrito, hacía berritos y sus ojos se empañaban de lágrimas.

-Ahh, está bien. –Volvió a tomar asiento junto a Ami, quién sonrió feliz al saber que seguirían oyendo la historia a pesar de lo tarde que era. –Pero ustedes responderán ante mí, si Kanako se entera. –Ante el rápido asentimiento de todos, no pudo evitar negar divertida con la cabeza. Aquellos niños serían su perdición algún día.

Tsubaki creció fuerte y sana, amada por todos, pero también temida. Mamoru había contado a todos sus súbditos lo que había acontecido aquella noche, y aún que todos juraron lealtad ante la recién nacida, no podían evitar sentirse extraños en su presencia. Era completamente normal, como encontrar una rosa blanca en un arbusto de rosas rojas. Era confuso, sí. Y difícil de aceptar, todavía más.

Pero principalmente, Tsubaki era tratada como una princesa. Y como Mamoru se había jurado a sí mismo, Tsubaki jamás aprendió el arte Ninja. O eso creía él, hasta que su pequeña princesa, conoció a Tetsuya.

Y se enamoró.


¡¿QUÉ TAL?! ¿Les ha gustado? Me gustaría mucho que me dijeran que les ha parecido esta pequeña introducción a la maravillosa historia -humildad ante todo- que estoy creando. Como habrán notado, hay muchos OC, pero son necesarios para la totalidad de esta historia.

La semana que viene publicaré finalmente el primer capítulo. -No sé bien cuando, pero lo haré-.

¿Merece algún review? Queda por vuestra cuenta.

Saludos, besos y abrazos virtuales.

Shanami H