Magia.
En el mundo existe la magia.
Bajo esta premisa pueden suceder miles de cosas, tanto inverosímiles como fantasiosas.
Para él, un simple mueble, esa palabra no tiene significado. O al menos, no uno más allá del que le da un diccionario, práctico, frío y sin vida. La magia para él es algo inexplicable y misterioso, pero esas cualidades no lo invitan a saber más. La magia es la que lo ha creado, pero eso no lo hace adorarla. Y simplemente existe y no a la vez. Kanon ha sido el nombre otorgado a esa pieza de mobiliario, Kanon, quien no tiene corazón y no siente. Kanon a quien no le importa la magia, ni el azul del mar, ni los sentimientos de las personas. Porque aunque la magia existe, él no quiere encontrarla y no le importa.
Y aún así...
Aún así...
¿No podría llamarse magia esa extraña cualidad que lo hace preocuparse por Shannon? Ella es la única que puede remover algún sentimiento dentro de su coraza, a pesar de que no debería de tenerlos por su condición. ¿No es eso llamado magia?
Kanon se detiene sobre el acantilado que precede al mar y lo observa con calma, con rigidez en las facciones del rostro. Nada parece haber cambiado y el mar sigue gris, tan gris como las nubes que se deslizan presagiando una tormenta en la isla. Sin embargo, él sabe (y Shannon también), que muy a la lejanía, allí donde el cielo se une con el mar, hay un diminuto punto azul, tan pequeño que es difícil de ver, pero que a la vez, es lo único que mantiene sus esperanzas.
No le importa que el mar no sea azul para él, ésa es una cuestión trivial. No obstante, a veces suele preguntarse por ese punto del color de los ojos de Beatrice-sama. ¿Podría ser eso magia? ¿O acaso está delirando?
Cualquiera que sea la respuesta, no importa. Nada en realidad lo hace en el sinsentido que es su vida.
Pero mientras él pueda observalo, mientras sus ojos se posen en la lejanía buscando respuestas, entonces él será casi un ser humano.
