El tintineo de la campana inundó el modesto establecimiento. El sonido, aunque sutil, llegó a los tímpanos del encargado que, desperezándose del cómodo asiento que había instalado para su propio descanso, se dispuso a levantarse para atender a la persona que acababa de llegar. Era temprano por la mañana, por lo cual imaginó que se trataría de algún oficial, o quizá era un madrugador empedernido que buscaba ahuyentarse de los problemas de su hogar.

Caminó hasta el mostrador, estaba alejado de éste por veinte pasos desde su sillón; en una mañana de aburrimiento los había contado, y después, en su turno por la noche, lo reafirmó. Llevaba la mirada abajo, sus ojos parecían cerrarse a cada instante, y no debido a uno de los ataques de ansiedad que mostraba constantemente, sino que eran las siete de la mañana en un día sábado, ¡era casi un delito madrugar un día de descanso!

Sin embargo su padre, reacio a lo que pudiera decir, le había explicado varias veces que, sea cual fuese el día de la semana o fecha del año, ellos debían mantener abierto el local a esa hora estricta, pues podría alguna persona morir de falta de cafeína, y solo ellos producían una bebida no procesada a ese tiempo. Era su obligación ayudar a las personas. Pero lo que su joven primogénito nunca había entendido, era por qué su padre no se tomaba la molestia, siempre lo mandaba a él.

Algunas veces, el hombre aludía a su edad, y a que sería un mal hijo si no le ayudana. Y en otras ocasiones, cuando no deseaba dar tantos esclarecimientos, le soltaba un "Te prostituiré para que pagues tu comida". Y el chico no objetaba más.

Se situó en su lugar en forma mecánica detrás del mostrador, ya lo tenía bien estudiado: desde los doce años trabajaba en el negocio familiar. Ahora, a sus dieciocho, todo lo tenía grabado en su cabeza, aunque algunos tildaran de loca e inservible a su mente.

— Buenos días, bienvenido al café Tweek Bros. — exclamó con voz estudiada, era gentil, pero quien tuviese conocimiento, sabría que era algo ficticio, sin mucho afán de veracidad.

— Quizá deberías fijarte primero en el género de la persona antes de dar la bienvenida, estúpido. — la voz femenina que pronunció esas palabras toscas y confiadas, provocaron que el empleado levantara la vista, y se despabiló por completo al ver a la chica frente a él.

Subió la mirada por completo, encontrándose de repente con la chica más guapa que había visto en su vida. Sus ojos celestes se nublaron un poco y, al chocar con los de ella, huyeron. Empezó a ponerse nervioso. Y odiaba eso porque, si bien ya había logrado controlar sus espasmos nerviosos en momentos en los que no estaba preocupado, antes cualquier tipo de presión estos florecían como a sus diez años. Debía controlarse, estaba en la cornisa, casi a punto de caer.

— Disculpe, señorita. — exclamó con la voz dubitativa, tímida. Odiaba ser así. No se atrevía a verla de nuevo, y para su mala suerte, había comenzado a temblar ligeramente. — ¿En qué puedo… servirle? — tenía la cabeza por completo gacha, sus ojos clavados en sus manos que temblaban más que el resto de su cuerpo.

— Sirviéndome una taza de café, nada de azúcar. — ella seguía hablando firme, sin emoción en su voz. Observó como el chico desaparecía de ahí casi al instante y se situaba frente a las maquinas que él mismo debía manejar, esa era la política del establecimiento: puro y hecho a mano.

Ella no apartó la vista del rubio joven, y es que lo conocía bien, aunque este pareciera no recordarla. No lo culpaba, habían pasado años, y en aquel entonces era una cría; ahora había embarnecido, tenía catorce años y su cuerpo era el de una señorita ya núbil. Ahora que el encargado estaba en lo suyo, ella pudo apreciarlo y esbozar una sonrisa, los nervios pululaban en su estómago. Parpadeó un par de veces, observando como el chico hacía una taza de humeante expreso. Se fijó en todo, era muy alto, pero su rostro, aunque ya más parecido al de un adulto joven que al de un crío, se mantenía igual de cándido como antaño. Era el Tweek que ella conocía. Desde la forma de comportarse, hasta la manera en la que se abrochaba mal la camisa.

Cuando volvió para entregarle su café, ella borró toda expresión de su rostro, pero si uno se fijaba bien, la chispa en sus ojos no desaparecía. Los nervios estaban presentes en ambos, aunque solo uno de ellos los exteriorizara.

— Aquí está. — murmuró tartamudeando. Puso la taza frente a ella aun sin atreverse a mirarla. Control, no lo iba a atacar. Sus manos temblaron demasiado, provocando que una gota de café se resbalara de la taza. Eso lo avergonzó en sobre manera, sus mejillas se ruborizaron de forma casi imperceptible, había olvidado ya los nervios, un nuevo sentimiento se apoderó de él. Levantó la mirada casi suplicando, clavó sus orbes celestes en los de ella. La chica sintió como las mariposas revolotearon en su estómago. — ¡Disculpe!

Quedó estática por un segundo. No dejó entrever emociones, no obstante su mente no procesaba ninguna respuesta, se heló ante los ojos de Tweek. Ahora escapando ella de su mirada, fijó la vista en la taza y la tomó casi con rudeza con su mano izquierda, porque la derecha estaba levantada, haciendo una señal con la mano: una grosería. Tenía solo el dedo de en medio elevado, dando eso por respuesta al preocupado adolescente.

Se limitó a sentarse en las sillas del mostrador, aspiró el aroma del café y lo probó con los ojos cerrados. Mientras lo hacía esbozó una sonrisa imperceptible, era buena ocultando sus sentimientos.

Pareció entender que, aunque le molestó, no fue para tanto. La observó de reojo mientras tomaba de la taza, frente a él, con los ojos cerrados y sin las pelirojas cejas fruncidas, notó que era algunos años menor. También se dio cuenta que era de una belleza encantadora, tenía ya el rostro y las maneras de una joven, aunque las dos coletas hacían recordar a las personas que aún era una casta adolescente. De ello no existía duda.

Tweek meditó por un segundo, ahora que la había visto bien, le pareció familiar, y más aún cuando recordó su dedo corazón levantado. Necesitaba hacer un poco de memoria. Lo pensó mientras limpiaba el mostrador y ella tomaba su expreso sin azúcar. Más cuando su mente parecía estar a punto de lanzarle el recuerdo, un sonido en la parte de atrás hizo que se le erizara cada vello en su cuerpo. No pasó desapercibido ante la mirada de la menor; levantó una ceja y poso sus ojos que parecían cambiar de color ante la luz en el rostro pálido del rubio. En el fondo también estaba asustada.

— Los gnomos… — Tweek cerró su ojo derecho en repetidas ocasiones en un ataque de nervios que intentaba disimular.

La joven tomó el ultimo sorbo de su taza complacida.

Definitivamente era el mismo.

Cuando él le preguntó con algo de pudor qué hacía tan temprano ahí, ella supo que había valido la pena escaparse tan temprano de su casa con el deseo de ver el negocio abierto, con el único afán de estar un rato a solas con un chico que probablemente no la reconocería.

— Voy a correr temprano, me topé con éste lugar de casualidad. — levantó los hombros restándole importancia, aunque sin demostrar que no quería seguir la conversación. —No es tan malo, tráeme otro, ¿quieres? — farfulló sin mucha delicadeza. Tweek asintió y tomó la taza entre sus manos. Ya no temblaba demasiado, un ligero espasmo cada varios minutos a lo mucho.

Ella no lo perdió de vista, y se ruborizó en sobre manera cuando prestó atención a los muslos del chico que se había agachado para recoger una servilleta que resbaló de sus manos. De inmediato se levantó y rebuscó en el bolsillo de su chaqueta un billete, no permitiría que la viesen vulnerable. Puso cinco dólares sobre el mostrador y caminó apresurada a la salida.

— ¿Lo quiere para llevar? — preguntó el rubio, notando que la chica iba en dirección a la salida. Dejó el café y se apresuró al mostrador para poder verla más de cerca.

— No, déjalo así. — exclamó mirándolo con rapidez, no quería que él notara el rubor en su rostro.

Aunque no supiera que se debía a él.

— De acuerdo, gracias por venir y… — estaba nervioso, su voz le falló por momentos y había comenzado a temblar de nuevo. Se sintió estúpido, parecía una niñata. — Espero verla pronto por aquí. — dijo en voz apenas audible.

La chica ya había tomado el pomo de la puerta cuando escuchó eso. No volvió la mirada, se puso más roja todavía. Su corazón latía con frenesí. Levantó de nuevo el dedo medio y salió del establecimiento en aparente calma.

Apenas escuchó que la puerta se cerró tras ella, dejó que la sonrisa que deseaba dibujar en sus labios apareciera. No había ninguna persona en la calle, por lo cual se permitió hacer todas las tonterías que su emoción le dictaba.

Fue corriendo a su casa, sintiéndose dueña del mundo. El viento chocaba contra sus coloradas mejillas y ella se dio el tiempo para disfrutarlo, se sintió rápida como un pájaro en pleno vuelo, y la nieve con la que trastabillaba en el camino no parecía impedimento para su febril y sensata alegría.

Había pasado hora y media en el lugar, y era lo mejor que le hubo pasado. No tenía contacto con el chico desde que éste salió de la escuela primaria, su hermano se había peleado con él y, como no lo llevaba a la casa ya, le fue imposible verlo y entablar una mediana conversación. Se topó con él en la calle en ciertas veces, pero se limitaba a observarlo con disimulo y él no parecía inmutarse de ella. Seis años después, pudo relacionarse, aunque cortante.

Llegó a su vivienda dando un golpe a la puerta. No le importó que resonara en todo el lugar,y sus padres despertaran y la regañaran, estaba emocionada. Sin embargo, al escuchar el traqueteo de unos pasos bajando las escaleras, cambió su rostro por el que normalmente tendría. No obstante, el brillo de sus ojos y el rubor de sus mejillas eran imposibles de disimular.

Aquello no pasó desapercibido por los ojos analíticos que se posaron sobre los de ella, por un segundo ambos lucharon sin mediar palabra, eran idénticos.

— ¿Dónde estabas, Ruby?

— Ve a lo tuyo, idiota.

Y fue cuando ella corrió escaleras arriba a toda prisa, cuando su hermano supo que tenía algo entre manos.

Tweek se alegró cuando al siguiente día, la chica volvió demandándole un expreso. También eran las siete de la mañana y no había alma en el establecimiento. Tuvieron una charla agradable, más amena y fluida que la otra y cuando la chica se despidió, las miradas de ambos fueron cómplices de que esa no sería la última vez que se verían.

No fue un error. Todos los fines de semana Ruby acudía al lugar y pasaba cada vez más horas al lado del empleado. Una taza de expreso se convirtió en tres para justificar su larga estancia. Y ahora siempre tomaba asiento en el mismo lugar frente al mostrador, era extraño para el chico ver a otra persona sentada ahí. Tweek mudaba su silla cuando ella llegaba por la mañanas para así no cansarse demasiado.

Supo el nombre de la chica, y en una conversación que mantuvieron él se enteró de que era la mismísima hermana de su ex mejor amigo. No le importó, y la pelirroja estaba más que feliz porque no la rechazara.

Se tenían ya una confianza suficiente como para que el mayor la tuteara sin ponerse demasiado nervioso, además habían intercambiado números de teléfono y conversaban entre semana por Whatsapp.

Cada día, la adolescente parecía más ilusionada, y eso, en una chica de frío carácter, se dio a relucir mucho ante los ojos de su familia. La madre estaba feliz, ver a su hija ilusionada con su primer amor la hacía delirar puesto que, aunque ella no se lo había dicho personalmente, era obvio debido a su nueva forma de pensar en qué ponerse y sus salidas tempranas.

El padre estaba preocupado, porque no sabía qué le ocurría a su niñita y, cada vez que lo cuestionaba a su mujer, ésta solo sonreía con complicidad y diversión.

En la mente de su hermano mayor también se agudizó la idea del posible amorío que estaba llevando ahora su hermana. Estaba celoso. Su mamá lo sabía por la forma en la que miraba con odio a su hermana cuando, según ella a escondidas, miraba de forma romántica su móvil. Pero no era un enojo dirigido a ella, sino a la persona que estaba convirtiéndola en una enamorada rotunda.

— Hoy no puedo, ¡Ack! — y ese último gritó nervioso transportó a sus padres al pasado, cuando su pequeño hijo era solo un crío y pensaba que gnomos robaban sus ropa interior en la noche. No pudieron negarle el que no trabajara ese día, lo tenía merecido y, además, si estaba tan nervioso, era porque de verdad se trataba de algo importante.

Tweek, quien había acordado pasar por Ruby a su casa para salir a correr, pasó todo el camino de ida temblando de los nervios. En su cabeza, procesaba posibles finales para su recorrido:

Craig, el chico que lo odió de un momento a otro sin razón aparente, podría destrozarlo a golpes al verlo al lado de su hermana.

También cabía la posibilidad de que fueran sus padres lo que hicieran eso.

En ese momento prefirió que lo abdujeran los extraterrestres, o que los gnomos se lo llevaran rodando hasta su escondite.

— ¡Es, ah, demasiada presión! — gritó en medio de la calle, atrayendo la atención de los transeúntes que pasaban cerca de él. Aceleró el paso sufriendo los mismos tics que de niño, hacía mucho no estaba en una situación de tanto apremio para él.

Estando frente a la casa y con los nervios a flor de piel, hizo de su mano derecha un puño tan fuerte, que sus nudillos se pusieron más pálidos de lo que ya eran. Sintió que se desvanecería. Tomó aire y cerró los ojos, mentalizándose para un posible sufrir. Quería escapar. Tocó la puerta con la fuerza apenas suficiente para que la madera resonara un poco. Se mordió el labio inferior, imaginándose a los dos hombres Tucker frente a la puerta con cuchillos de carnicería.

— ¿Quién es? — se abrió la puerta y Tweek, temblando, abrió los ojos con cuidado. Para su alivió, se encontró frente a la señora. Estaba como antes, el pasar de los años no la había cambiado mucho, sus caderas eran un poco más anchas y su mirada más cansada, pero seguía siendo la misma mujer guapa de siempre. El chico casi pudo ver cómo sería Ruby en un par de años.

La mujer reconoció al instante al muchachito miedoso que antes solía frecuentar su casa. En más de una oportunidad le preguntó a su hijo porque el rubio ya no iba al lugar, y obtenía como respuesta la mirada de su hijo que significaba "No preguntes" Una sonrisa enternecida apareció en los labios de la madre de los dos revoltosos jóvenes y, halando al chico hacía adentro, lo invitó a pasar.

Se sentó en la sala aun temblando y esperó a que la chica bajara. En un intento por sonar cortes, dijo lo linda que estaba la casa y lo bien que la mujer se veía. Ella le dijo que él no había cambiado, y ambos se remontaron a la nostalgia de los años pasados.

Las voces, que de un momento a otro se tornaron más animadas, alertaron al hijo mayor de que un chico había llegado y, por su tono, intuyó de quién se trataba. Con el ceño fruncido, bajó las escaleras dispuesto a informar al "quedante de su hermana" que él no le permitiría que se viesen nunca más.

Con los celos por las nubes, casi corrió al lugar del que provenían las voces y se detuvo frente al umbral de la sala cuando la persona con la que se encontró era Tweek Tweak. Jamás en la vida se hubiese imaginado que ese chico pudiera despertar tantas emociones en su pequeña hermana. Una oleada de sentimientos confusos lo hicieron titubear y ablandar sus rasgos. Ni su madre ni el rubio se inmutaron de su presencia, Craig estaba en shock, de pronto toda su seguridad se derrumbó. Sus ojos quedaron prendados a la imagen del que alguna vez fue uno de sus mejores amigos.

El tiempo no lo había cambiado demasiado: estaba casi en los huesos, se abrochaba mal las camisas, tenía el cabello revuelto, las ojeras se le notaban a un kilómetro de distancia y a un lado de él, había un enorme termo que seguro estaba lleno de café. Estaba más alto que él mismo, le llevaría quizá siete centímetros de diferencia.

Fue solo que sus ojos vieran una sonrisa del chico, cuando se dio cuenta porqué su hermana se había enamorado. Más bien lo recordó, porque ya lo sabía. Estaba tan perdido en sus cavilaciones, que solo se dio cuenta que Ruby había bajado cuando ésta le rozó el hombro. Él la miró con los ojos expectantes, y ella, divertida y con picardía, le sacó la lengua.

Después de eso ella casi corrió hasta el rubio, se le hizo un nudo en el estómago a Craig. Tweek pareció solo verla a ella y de golpe se puso de pie, la miró con los ojos cargados de ternura, pareció que las piernas del moreno temblaban. Era una mirada que nunca había visto, una que se parecía a la que ponía Ruby cuando leía los mensajes de texto por la noche.

Tucker no quiso ver más y regresó sobre sus pasos molesto, convenciéndose a sí mismo que lo que lo encolerizaba, lo que lo ponía tan mal, era que, aparte de que su hermana estuviera en un plan de enamorada, el chico que la traía loca, fuera aquel mal amigo.

Entró a su habitación dando un portazo y fue a observar a su conejillo de indias. No pensó en nada, y pasó tanto tiempo observando cómo caminaba el animal, que no se enteró del momento en el que la puerta de salida sonó y su hermanita salió acompañada de aquel que se había convertido en un extraño.

Físicamente era el mismo, ¿pero dónde había quedado aquel temeroso chico que creía que las chicas le darían alguna enfermedad ante un simple roce? Hasta a él le pareció infantil, sin embargo, su mente no tardó en divagar en lo que había ocurrido, en el porqué de su separación, en el porqué de todo lo que, de un momento a otro, le estaba ocurriendo.

Analizó todo lo que pasaba, se preguntó mil veces porqué estaba tan abrumado de verlos juntos. Y llegó, después de mucho tiempo de pensar acostado en su cama a una conclusión:

Craig Tucker no era así.

Tweek había vuelto para poner de cabeza su mundo.

Por segunda vez.