Todos los personajes de "¡Oye Arnold!" pertenecen exclusivamente a Nickelodeon y a su creador Craig Bartlett, ninguno de los personajes me pertenece a mí, aclarado esto aquí vamos

:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:

Serendipia

Por Mimi chan

:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:

I

Se han dado cuenta que en este mundo a las personas se les encasilla muy fácilmente. Toda tu vida parece depender del lugar en donde creces y las circunstancias que te rodean.

Había visto mucho de eso a lo largo de su vida. Aquella chica bonita, rica y siempre a la moda te la imaginas frívola y superficial; cuando en realidad era la misma persona que por lo menos una vez a la semana se quitaba sus trajes de diseñador, se ponía una sudadera y salía a los barrios más pobres de la cuidad a repartir algunos sándwiches y platicar con aquellas personas que están siempre sentadas en una esquina y que la mayoría de la gente lograba ignorar, claro que nadie solía darse cuenta porque simplemente ¿Quién imaginaría a una chica de esa posición haciendo algo como aquello?

O en el lado contrario, aquel chico que todos denominaban "el más pobre de la pandilla" había de pronto probado que tenía una inteligencia grande para los negocios. Había tomado los pocos fondos que había ahorrado a lo largo de su vida y con la ayuda de ello había logrado mantener a toda su familia durante una época especialmente seca hacía un par de años. Un chico que había sido educado en una casita humilde y para no soñar más allá de una bonita granja, quizá ahora era el único de todos ellos que lograría ser más rico y exitoso, que todos ellos juntos.

Y así estaban: el chico atlético, el chico fuerte, el artista, el gánster, la intelectual, y podía seguir y seguir con todas las personas que conocía.

Pero por fuerza el ejemplo más grande que siempre saltaba a su mente cada vez que su cerebro vagaba por esas reflexiones era el de aquella rubia.

Un veinticinco de marzo el mismo día que la chica había cumplido dieciséis años, había aparecido en la puerta de Sunset Arms, preguntando si había habitaciones disponibles. Cuando le habían respondido que no podían hospedarla sin el permiso de sus padres, ésta sacó un documento triunfante y se lo mostró a todo mundo. Era un acta de la corte por emancipación.

Al día siguiente la misma chica había aparecido en el salón de clases con una larga falda roja que se movía constantemente con ella y un top muy corto que dejaba ver una parte – una muy atractiva parte, tenía que admitir – de su estomago, su cabello largo y lacio peinado en una coleta que caía sobre su hombro derecho y con un delineador negro sobre sus ojos con una cejas perfectamente arregladas. Y no es que ella luciera diferente de cualquier chica de su edad, sino que por algún consenso general todos habíamos asumido que Helga G. Pataki sería siempre la misma chica que iría a clases con una polera desteñida y jeans viejos, la chica ruda y desgarbada que tendría eternamente esas cejas oscuras y gruesas que parecían una misma. Y nos demostró que no lo era. A todos y cada uno de aquellos chicos que habíamos crecido juntos, que nos conocíamos lo bastante para decirnos unos a otros amigos, ella había roto en un solo día todo aquel molde que habíamos creado de ella.

Y a lo largo del día lo siguió haciendo.

En clase de literatura se había puesto de pie y había leído con calma y elegancia un ensayo que la profesora nos había pedido sobre escritores norteamericanos. Había hablado de Louisa May Alcott… bien… como si supiera exactamente de lo que estaba hablando. La profesora también sorprendida, la cuestionó sobre eso mismo, ella sólo con una sonrisa casi cómica respondió que era una de sus escritoras favoritas.

Y aquello parecía sólo una de las muchas piezas que habían ido juntando sobre esa chica que repentinamente parecía ser una persona completamente distinta de lo que todos sabíamos de ella.

Él por su parte…

Él solo estaba un poco cansado de aquel estereotipo en el que todos lo habían encerrado. Él era el chico bueno.

Era un poco pesado que durante casi toda su vida la mayoría de las personas a su alrededor seguían acudiendo a él por consejos y consejos EFECTIVOS sobre aspectos de su vida, sobre los que él no tenía nada que ver. Estaba de acuerdo en que cuando todos tenían sólo nueve o diez años él estaba feliz de ser la voz de la razón para todos. Vivir con sus abuelos lo había hecho sin remedio madurar más rápidamente. Sus abuelos lo amaban y él a ellos, pero tener a su cargo una conflictiva casa de huéspedes y un niño curioso no era fácil y él lo había entendido muy pronto y había hecho lo posible por no ser una carga para ellos. Pero una vez que todos tenían diecisiete años y que la dinámica siguiera igual era algo irritante. Por no mencionar que por lo menos una vez al año a la cadena de televisión le parecía divertido hacer un reportaje de él, de "El chico que salvo al barrio". Todo parecía indicar que el haber hecho lo posible por salvar su hogar le costaría que la gente encontrara entretenido saber una vez al año cuáles eran sus calificaciones, quieres eran sus amigos y si no se había metido en ningún lío que pudiera "manchar su reputación".

No es que él no quisiera ser una buena persona. Era él después de todo el que estaba feliz de acompañar a Rhonda en sus paseos semanales sólo como precaución o quien había aconsejado a Stinky comprar un poco de material de construcción para hacer arreglos en la casa de huéspedes y de esa idea el chico había montado una pequeña empresa temporal de bricolaje que le había sacado de aquel atolladero a su familia o incluso le había propuesto a Helga que consiguiera el trabajo de la biblioteca pública con la recomendación de su abuela cuando ésta estaba harta de buscar y las cuentas se le estaban juntando.

Él quería ser bueno con la gente, disfrutaba de ver a las personas que quería siendo felices. De lo que estaba realmente cansado es que todo el mundo pensara que era un maldito héroe. El solo sabía que había algo más, había algo que estaba perdiendo la oportunidad de experimentar porque él era "el chico bueno".

.

.

.

.

.

Los viernes por la noche no eran noche de ir de parranda para los chicos en Sunset Arms, corrían el riesgo de que la abuela los quisiera seguir a cualquier lado y los hiciera pasar una verdadera vergüenza o de que alguien pudiera ver a Arnold Shortman y circularan los rumores en todo el vecindario de que su "chico de oro" estaba de parranda. Aunque eso no significaba que fueran noches aburridas, usualmente Arnold y su inquilina favorita, traían una enorme soda y muchas palomitas y podían pasar toda la noche viendo películas de terror, esta noche le tocaba la oportunidad a la saga de Saw. Iban terminando la primera y Helga estaba leyendo la reseña de la segunda en la contra portada del estuche del DVD.

— Siempre te lo he dicho las segundas partes nunca son buenas – dijo mientras ya sacaba el disco del estuche y examinaba la carátula – y estamos hablando de una película que ya va por su ¿sexta? O ¿séptima parte? ¿Por qué lo hacen?, ¿Por qué no sólo quedarse con una película estupenda y hacer historia?

— ¿Dinero?

— Sí, en el fondo lo sé – dijo poniendo el DVD en el aparato reproductor. Y regreso al sillón a un lado de él. La película empezó y enseguida se dio cuenta de que el chico a su lado no estaba poniendo atención – ¿todo bien Arnold?

— Sí, ¿Por qué preguntas?

— Has estado muy distraído – dijo metiendo una palomita en su boca – a estas alturas tu ya estarías defendiendo a la industria del cine o que los autores tienen libertad de sus obras o algo por el estilo.

— No tengo porque siempre defender a todo el mundo Helga, sólo estaba de acuerdo contigo, fue una buena película.

— Ah sí, y ¿En qué terminó?

Él no respondió, en realidad tenía razón, no estaba poniendo toda la atención en la película por estar metido en sus pensamientos.

— Sabes que sé escuchar Arnold.

— Si, lo sé.

Se le quedo mirando por un largo momento. Helga Pataki por azares del destino se había convertido en la persona más cercana en el mundo para él.

Helga había pasado de ser su abusadora personal, a la niña perdidamente enamorada de él, a la chica que había ido a vivir sola en su casa y que una noche había subido a su ático sólo para decirle "Yo… yo ya no te amo. Escucha eres una persona muy importante para mí, de alguna manera siempre has estado allí para mí aunque yo te dijera que te fueras, me has recibido en tu casa y ahora te siento más como mi familia que con la que crecí toda mi vida, pero quiero que por favor olvides que estaba enamorada de ti y que podamos ser amigos".

Y así había sido, Helga le habló de los descuidos de sus padres que la mitad del tiempo ni siquiera le daban de comer, de la competencia constante con su hermana, de la invariable presión de la que simplemente se había cansado y había decidido cortar por lo sano, su padre por supuesto estaba furioso con ella y hasta hoy no la perdonaba, su madre… a duras penas se había dado cuenta de que su hija ya no vivía en casa, la única que se esforzaba por visitarla de vez en cuando era su hermana con la que parecía tener una mejor relación. Los amaba, pero le costaría mucho poder superar su descuido para ella.

Por su parte él le había hablado de esa extraña infancia, llena de animales corriendo por los pasillos, de su abuela vestida de catwoman los viernes trece y su abuelo y… sus frambuesas. Los amaba pero eran extraños.

Con la convivencia diaria ambos se habían dado cuenta de lo mucho que en realidad se parecían entre ellos. Los dos se habían visto obligados a crecer muy rápido, lo que los hacía poseedores de una visión del mundo que no todos podían comprender.

— Y Bien – volvió a llamarlo mientras en la pantalla tiraban litros de pintura rojo sangre.

— Sólo… Helga, ¿Cómo lograste ser quien eres?

— ¿De qué hablas?

— Es decir, todos hasta hace dos años pensábamos que sólo eras una chica ruda que no querías a nadie cerca y que preferías un golpe con un bate de béisbol antes de que alguien te hablara de poesía o romance. Y de pronto eras… quien eres de verdad.

— Aún prefiero un bate a una empalagosa declaración de amor.

— Sí, pero al mismo tiempo lees a Emily Dickinson y luces como si salieras de un salón de belleza todas las mañanas.

— No me comprarás con halagos cabeza de balón, prefiero los chocolates.

— ¿Entiendes a qué me refiero?

La chica tomó el control de la tv y la apagó, de pronto estaban en la oscuridad total de la habitación, habían estado dependiendo sólo de la luz de la pantalla.

— ¿Qué es lo que quieres Arnold?

— Sólo… sólo quiero que la gente deje de pensar en mí como si fuera perfecto, alguna clase de dalái lama.

— Entonces deja de recibirlos todos los días en casa para arreglarles la vida cabeza de balón.

— Pero aún me preocupo por ellos, aún quiero ayudarlos, sólo… quiero algo para mí… no sé cómo explicarlo.

— Quieres ser tú mismo ¿no? – dijo la chica en la oscuridad – quieres ser un poco egoísta y disfrutar de las cosas que quieres alcanzar y no te dejan.

— Sí, justo eso.

— Bien, ¿Por qué no me dices una de esas cosas que quieres? Sólo suéltalo y te ayudaré a conseguirlo.

Arnold se quedó en silencio un momento. ¿Algo que deseaba? Sintió un ligero dolor en el estómago al pensar en aquello que deseaba y que tenía que ver directamente con aquella chica que estaba con él en esa habitación a oscuras sin ventanas. El reproductor de DVD había seguido reproduciendo la película, estaba en el minuto 32:21:08, el pequeño contador no alcanzaba a iluminar nada más que parte de la carátula del aparato, lo cual agradeció infinitamente en ese momento, no quería que ella viera su expresión al decirle lo que le diría.

— Quiero besarte.

Ella no contesto, él empezó a sentirse irremediablemente nervioso, ¿Había cometido un error?, ¿Estaba a punto de arruinar la mejor amistad de su vida por aquel anhelo que había estado creciendo en su pecho por largos meses? Meses de verla salir a desayunar en pantalones cortos y poleras inmensas que eran perfectamente inocentes pero que siempre lo habían llevado al mismo pensamiento una y otra vez, ¿Qué había bajo aquel jersey de beisbol? ¿Dormiría con eso o sólo lo usaba para salir de su departamento? Meses de verla en el salón de clases con su largo cabello descansando en su hombro, atado con una cinta rosa, mirando su cintura delgada, sus brazos finos, la curva deliciosa de su cadera ajustada en sus largas faldas, sus frustrantes faldas largas que había imaginado más de una vez haciéndola puños en sus manos subiéndolas por sus preciosas piernas…

— Bien – la voz de Helga fue como un disparo en la oscuridad.

¿Bien? ¿Qué quería decir con eso? El cronómetro del DVD marcaba 45:12:03 cuando aquella chica estaba sentada a horcajadas sobre él y había alcanzado sus labios.

¿Por qué ella no podía ser como todas las demás chicas? Chicas de besos ansiosos y torpes, besos inexpertos y nerviosos. Ella… ella tenía sus dedos delgados y sus manos tersas en medio de su cabello, y sus labios eran amables y suaves, explorando aquel beso con delicadeza, con pericia, sin la beligerancia del fuerte carácter que acompañaba al apellido Pataki. Besar a Helga incluía, el inquietante tacto de su cintura en la punta de sus dedos, de su largo y desordenado cabello haciéndole cosquillas en el cuello, incluía el dulce y salado sabor de su saliva, suaves quejidos, murmullos e incluía esta grave sensación en su estómago, como si una gran roca caliente brincara y empujara y… y…

— Arnold… — suspiró casi sin aliento la chica en su regazo – se supone que… ya te había superado.

— Créeme – dijo con una sonrisa en los labios – en esto eres definitivamente mejor que yo, pero puedo seguir tratando ¿verdad?

— Eres tan tonto.

Pero dejó que la siguiera besando, dejó que sus manos siguieran acariciando su cintura y su pelo, el contorno de su espalda, sus largas y hermosas piernas y aunque en la oscuridad de la habitación no podía ver nada, realmente no hizo falta, después de un rato tenía a Helga metida en lo más profundo de todos sus sentidos, tan saturado de ella que casi sentía que podía respirarla.

.

.

.

.

.

Casi amanecía cuando vio a la chica atravesar el umbral de su habitación. Se quedó largo rato de pie frente a su puerta, hasta que la luz del sol llegó por la ventana del pasillo y lo ilumino literal y metafóricamente.

Se dio cuenta de que Helga no era sólo un capricho, no era sólo la chica divertida y sexy que vivía en su casa, ella era… era… no sabía describir qué es lo que era ella, sólo entendió de pronto que ella era seguramente una de esas experiencias increíbles que se estaba perdiendo y que sería increíble descubrir.

Fin I

9 de Mayo de 2014

1:41 a.m.

.

.

.

Nota de autora: Creo que como a todas nos toca avisar, jaja, este es mi primer fic de Hey Arnold! a pesar de que ha sido una serie que he amado desde que la conozco hace un buen ratito, pero que puedo decir con el nuevo bum que han tenido los cartoon de la nueva generación re nació el amor que yo tenia por muchos viejos cartoon y aquí esta el resultado, no sera una historia muy larga pero espero que la disfruten.

Tata

Mimi chan

¿Me dejas un reviews antes de irte?