Saludos a todos! Este es el primer fanfic que publico y me siento un poco nerviosa ya que no soy muy buena escritora. Hay muchas cosas que no sé de Slayers así que si me equivoco espero que puedan perdonarme, si ven algún error me avisan y trataré de no repetirlo. Espero que les guste

+Dedicado a Nadeshiko Kuroi+ Esta historia va para ti querida amiga, ojalá y la disfrutes.

"Clavel negro"

Por Selene Graywood

Prólogo

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La abuela solía hablarnos de antes, de hace mucho tiempo, cuando nuestras alas no cargaban el peso de los arneses ni nuestras bocas lucían la tortura de los frenos. De un tiempo en que ella vivía con su clan en las colinas de Amori, más allá del lejano río Dell, y que mi generación no observó ni aún con ojos de recién nacido.

Hablaba sin cesar de los extensos campos verdes, del gran y despejado cielo azul que nunca llegué a conocer, y de los días viejos que fueron la gloria de nuestra raza antes de que ellos llegaran; y cuando lo hacía sus ojos brillaban intensamente, y podía pasarse horas describiéndonos la belleza de las cuevas cubiertas de diamantes que centelleaban a la luz de la luna, o narrándonos historias de héroes que conocía solo por viejos poemas, y a veces, si la memoria no le fallaba, veíamos su sonrisa al recordar el fulgor de las cataratas de Ying-fa en el verano.

Así seguía sus historias, avivándonos con chistes de sus años de juventud y las travesuras de su parcialmente olvidada niñez, cuando en un momento en que su padre le reprendía por haber chamuscado a ciertas ardillas del bosque, ella rompía a reír con una alegría que nos hacía olvidar de todo, y entonces sus ojos se volvían a nosotros, y las risas se apagaban para dar lugar a palabras dulces y tiernas.

Nos llamaba cariñosamente sus "pequeños", mientras seguía sentada en el sillón de paja y trozos de madera cortada, que aunque no era mucho era lo único que teníamos, y luego de acariciarnos la cabeza se recostaba con el cansancio de la vejes pesándole en sus espaldas. Entonces lo veíamos cuando respiraba, cuando abandonaba ese universo de fantasía y recuerdos y regresaba a la realidad, como el brillo de sus ojos se extinguía para volverse un opaco reflejo. Allí era cuando ellos entraban en la historia.

Venían de muy lejos, desde la tierra desconocida que se hallaba tras el desierto de Serim. Venían con jaulas, con fieras, con dolor y destrucción; de unos tubos en sus manos salía fuego, y su voluntad era tan dura que todas las razas, incluso nuestros antiguos enemigos mazokus, habían caído delante de sus pies y eran sus esclavos. Ellos venían, y ponían arneses en las alas de los dragones, y frenos en nuestras bocas, y entonces la historia se cortaba, porque la voz de la abuela se volvía ronca y herida, y en sus ojos asomaban lágrimas de quien nunca llora.

Aún así nos miraba, y sonreía, y poniendo sus manos arrugadas pero suaves en nuestras pequeñas cabezas que aún no eran capaces de entender, nos daba un beso en la frente a cada uno, y susurraba unas palabras de aliento, diciendo que no nos preocupáramos, que ya vendrían días mejores, que todo terminaría en algún momento. Y nosotros, que aún no comprendíamos, que nada sabíamos de lo que se ocultaba tras la dulzura de sus palabras, le decíamos que sí.

Así el mundo seguía su curso. Nosotros crecíamos, y nuestras alas se hacían fuertes y resistentes, capaces de volar largas distancias sin agotarnos ni el más mínimo ápice; y ella envejecía, y sus patas perdían vigor y temblaban, y las escamas doradas que una vez recubrieron su cuerpo como una fortaleza se hacían débiles y quebradizas, hasta que ya no pudo volver a transformarse en humano otra vez. Entonces se retiró a nuestro hogar para permanecer allí, donde íbamos a acompañarla al terminar nuestros trabajos diarios.

Allí permaneció hasta que ellos llegaron, argumentando que ya no podía trabajar y que le darían mejor uso a su vejez; y luego de murmurar algo sobre como prosperaba el mercado de productos a base de dragón, se la llevaron. Así fue, la última vez que la vi, y nada pude hacer ni aún para salvarla a ella, porque aún no entendía, o no quería entender.

Pero entendí, sí lo hice, un día en que mi cuerpo sucumbió ante los latigazos de los capataces muchos años después. Tirada en el suelo y respirando con dificultad, mis ojos miraron más allá de las tierras marchitas, cuando la escasa luz se hizo fuerte frente a mí y me hizo olvidar mis dolores. Allí estaban frente a mi, los extensos campos verdes y el cielo azul de los relatos, y también las cataratas de Ying-fa, centelleando en el verano; todo parecía un sueño.

Se dice que los dragones no sueñan, pero no es verdad, soñamos en cada vuelo, en cada soplo de aire que nos recuerda la libertad... libertad, nunca supe lo que era esa palabra hasta que sentí que el peso de los arneses se desvanecía, y que yo volaba en ese cielo azul interminable.

Pero ellos me patearon, y mis costillas gimieron dentro de mí, regresándome al mundo lejos de ese sueño, si es que se le puede llamar sueño, porque para mí fue muy real. Ellos me gritaron azotando sus látigos contra mi cuerpo, y yo no pude resistirlo más, no después de lo que había visto. Y me revelé, si, lo hice, escupí el pesado freno de hierro sobre uno de ellos hiriéndolo, y ataqué al más próximo. Ellos gritaron pidiendo ayuda, yo comencé a volar, pero el peso de los arneses era demasiado para mis alas fatigadas y laceradas. Entonces caí, y me atraparon, y me trajeron aquí donde estoy ahora, a este horrible agujero en las profundidades de la peor de sus fortalezas.

Hoy se cumplen trece años de mi encierro, trece años lejos de mi familia y del mundo que conocí. Muchas veces me sacaron, intentando reestablecerme en mis tareas, pero siempre que lo hacían yo devoraba a quienes me custodiaban; hace mucho que nadie viene a intentar llevarme, tienen miedo hasta de ejecutarme porque saben que no me iría sola.

Trece años ya, y cada día es más largo que la eternidad en mitad de estas penumbras. Pero saldré, escaparé de aquí a reclamar la libertad de mi raza, esa deseada libertad que ellos tan injustamente nos arrebataron; me iré, y regresaré a los campos verdes y al cielo azul despejado, y los dragones que ahora yacen entre lágrimas y sollozos vendrán conmigo, eso lo juro.

Cuidado humanos, porque siento que ese día está muy cerca...