"Si hay una ciudad que es del milenio, que representa el milenio, esa es Tokio."
Una urbe futurista, próximamente de cristal, utopías y metrópolis cubrirían al territorio de bonsáis y flores de loto. En un país insular como Japón, es de esperarse un futuro prometedor. Nada más lejos de la realidad.
El ascenso titánico de la población trajo consigo el crimen desmedido, las masacres, secuestros y homicidios brutales; situación aunada con la revolución tecnológica e industrial desmesurada. Proyectos de expansión e invasión consumen la mente del mandatario, probablemente la Quinta Guerra Mundial la provoque Japón... ¿Y mientras?
Me encuentro segada por las premoniciones, por la posteridad. En mis 19 años de vida he visto como se clona al primer humano -exitosamente, debo agregar-; se desarrollan las mejores armas del mundo; secretas para los japoneses y codiciadas incluso por el ignorante y el iletrado ¿se imaginan todo ese poder en las manos de un infame?
Y, entretanto, comenzó la evolución de los descendientes del ser humano actual u homo sapiens, prolongando sus capacidades y engendrando en el vientre de la naturaleza las generaciones del hombre cósmico, el hombre robótico y los autómatas.
A pesar de tantas creaciones -biológicas y destructivas- Japón ha mantenido un exquisito sistema extremadamente complejo de creencias. Para los nativos, existen más de 1000 dioses, de los cuales no creo en ninguno, mi escepticismo no me lo permite. Yo creo en la belleza, la vida, el destino, la muerte... y la maldad.
Soy Avigeth River, hija de Nate River y esta es la historia caótica de Japón -y el mundo- que tuve que enfrentar a lo largo de mi existencia, como hija del sucesor de L, como una chica huérfana de madre, como asesina serial y... Como amante de un Dios de la Muerte.
