Scarlett
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Había dos cosas que no entendía.
La primera era su sobrenombre, Scarlett, escarlata. Ella pensaba que debería ser el nombre de una chica con más autoestima, más belleza y más curvas, pelirroja, de ser posible. Pero no de ella una japonesa chata y de anteojos.
La segunda eran sus ojos. Nadie más que ella podía ver que eran de todos los colores existentes. Ni siquiera el oculista que le recetó anteojos había dicho nada al respecto, y eso la confundía más que nada. Llegó a pensar que eran sólo imaginaciones, que era sólo ella quien veía sus ojos de ése color.
Había vivido hasta los trece años en un pueblo, y ni ella ni su familia habían encajado. Sus culturas familiares eran diferentes, y mucho. Y se lo hacían saber. A los diez años su ficha de biblioteca era más larga que todas las de sus compañeros de clase juntas. No sólo no sentía atracción hacia aquello que no fuera la novedad o simbolizara belleza exterior, fama o juventud, sino que le repugnaba. El ver a chicas que trataban de parecer en vez de intentar ser algo bueno, la denigraba como chica.
Y después había llegado la beca. Años leyendo y escribiendo habían resultado en una beca para la universidad de letras de Tokio, la más famosa y prestigiosa de todas las universidades de letras del país.
¿Triste por irse? ¿Ella? Las personas que fueron a ver cómo se iban tenían una sonrisa de oreja a oreja. A Letucce le daba igual: después de todo, en Tokio seguramente iba a encontrar seres humanos con un nivel intelectual crítico superior a la de los besugos que había en ése pueblo. No iba a poner un pie ahí nunca más, y toda su familia estaba muy feliz por eso.
-¿Ya está todo?- le preguntó su madre, vigilando que todo estuviera en el camión de la mudanza.
-Sí mamá- dijo Letucce, cansada. Pero feliz.
-Entonces vámonos de este lugar-
El sentimiento era compartido por ambas. Su padre las había dejado tres años atrás, y ninguna de ellas quería volver a verlo. No soportó ver cómo su esposa decidía a qué escuela iría Letucce, porque era demasiad cara, que le pedía a su hija (a una nena) qué quería ponerse, o qué quería hacer con su tiempo libre. Las mujeres de su familia existían para servir a los hombres, joder, no para servirse entre ellas. ¿Acaso no de habían dado cuenta que buda las había hecho para ser sus sirvientas? No le extrañaba nada que en el pueblo murmuraran a sus espaldas. Intentó domarlas, pero su esposa, frente al primer golpe, le pidió explicaciones, y entre el segundo, se lo devolvió. Y fuerte. A la tercera, le exigió el divorcio.
Y había desaparecido, nunca más se comunicó con ellas. Pagaba la cuota alimentaría a regañadientes, y a su ex-esposa le fue mejor sin él. Y a Letucce también.
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-Es grande- fue lo primero que dijo la chica al ver las luces de Tokio desde el barco. La mudanza terminó siendo marítima, porque hubo un derrumbe de tierra y no se podía ir si no era en avión o en barco. Y Letucce insistió tanto, que terminaron yendo en barco. Amaba el agua, y su sueño había sido ver el mar, y vivir en una ciudad a orillas del mar.
-Sí, y va a ser nuestra casa, a partir de ahora- dijo su madre, acariciándole la cabeza.
Letucce estaba emocionadísima. Veía las luces de la bahía reflejadas ene l agua, y se sintió feliz. En su pueblo estaban en el centro del país, y no había podido ver el mar, pero ahora lo tenía frente a su ciudad, y podría verlo todos los días. Una luz roja se encendió, y el agua se tornó escarlata. Y eso le hizo acordar algo que siempre había querido saber.
-Mamá, ¿por qué me dicen Scarlett?- preguntó, curiosa.
-Es por algo que pasó cuando eras un bebé- dijo la mujer –Cuando tenías nueve meses, dormiste dos días y medio seguidos, y, cuando te despertaste, tenías los ojos rojos-
-¿Rojos? ¿Escarlata?-
-Sí, y nos asustaste. El pediatra dijo que no teníamos de qué preocuparnos, que se iba a pasar en unos días, y así fue-
-¿Y sólo los tenía rojos?-
-Sí, sólo rojos. Pero ahora tenés esos hermosos ojos verdes de tu abuela-
Y eso fue todo.
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Ir a la universidad de Tokio no era fácil, pero como Letucce no tenía otras distracciones que no fueran Internet, la lectura y la escritura, llevaba bien el ritmo. Había encontrado personas con sus gustos, mucho mayores, que la entendían bien, por más que ella sólo tuviera trece años. Iba y venía en colectivo de la universidad, y había acomodado sus horarios para ir de mañana.
Pero había una materia que no había podido ubicar en ningún otro horario que no fueran los viernes a la noche. Así que iba y volvía en el día, y a la noche, esperaba en la parada frente a la universidad. Y eso la hacía sentirse insegura.
Especialmente cuando empezó a ver dos chicas de su edad, rondando la facultad los viernes a la noche.
Una tenía el pelo negro y corto, atado en dos rodetes. Parecía ser más chica que ella, casi una niña, y Letucce se preguntó qué haría ahí, y supuso que era otra chica como ella. Pero cuando vio a la otra chica, que aparentaba tener quince, era más alta que la otra y tenía el pelo largo y violeta, empezó a dudar. No parecían ser hermanas, y quizás eran amigas, pero había algo extraño en ellas.
Parecían ser invisibles para el resto de las personas.
Nadie les hablaba, las barrían con la mirada, y nunca las vio interactuar con otros. Siempre estaban lejos, nunca a menos de veinte metros, que era la distancia entre la puerta de la facultad y a parada del colectivo. La frecuencia eran de uno cada diez minutos, y la cumplían al segundo. Letucce siempre iba con algunas alumnas que vivían cerca de su nueva casa, pero ésa noche se había retrasado, y se encontró sola en la parada.
Era de noche, no había estrellas y la Luna se dejaba ver de tanto en tanto entre las nubes.
Y las dos chicas estaban en la puerta de la facultad, ésta vez algo menos pálidas que de costumbre.
Parecían mirarla, aunque sus ojos estaban vacíos. Ojos rojos, notó Letucce, aún en la distancia. Parecían atravesarla con la mirada, pero la chica no retrocedió. Si querían hablarle, adelante, ella las estaba esperando.
La menor pareció ver algo en ella, y la mayor empezó a caminar hacia ella, seguida por la otra. Letucce esperaba, curiosa por lo que pensaban decirle cuando estuvieran cara a cara. Porque sabía que iba a ser interesante, y ya estaban a ocho metros...
El colectivo paró frente a ella, rompiendo el contacto visual, y Letucce se dio cuenta que el conductor le estaba hablando.
-Es el último de la noche. ¿Vas a subir?-
Letucce subió, confundida. Miró al otro lado del vehículo, pero las chicas ya no estaban ahí. Pagó su boleto y se sentó, la única en todo el colectivo, cerca de la ventana que daba a la puerta de la facultad. Y no podría haberlas visto desde ésa altura, pero las veía como si estuvieran a diez metros o menos. Vio a las dos chicas mirándola con la misma curiosidad desde el techo, a cincuenta metros sobre el piso.
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Si, me encanta Tokyo Mew Mew, y si no hay Fanfics en castellano, pues yo escribo el primero. Esta idea se me ocurrió cuando estaba sola en la parada del colectivo en la facultad, una noche fría y oscura, sin estrellas, en la que me sentía insegura, y había una pareja de jóvenes frente a mí, en las puertas de mi facultad.
Es un UA, por si no se dieron cuenta, y voy a usar los nombres originales de las chicas, a saber:
Bridgette Letucce
Zoey Ichigo
Corina Mint
René Zakuro
Kiki Pudding
No sé si van a aparecer más personajes de la serie, pero tengo el final más o menos establecido. Hay un Fanfic que tiene el mismo título, pero es original, y este va a ir para otro lado.
Nos leemos
Nakokun
