Saludos!:) Primero de todo agradezco que hayáis entrado en mi historia. Solo que tengáis curiosidad por leerla ya me pone contenta! Este fic será en el que continue escribiendo por ahora. El "No me derrumbaran" tiene ideas inconexas en la trama y... no me siento a gusto escribiendo. Este espero terminarlo porque me encanta lo que tengo pensado que sucederá jejejje:$
GRACIAS POR LEER MIS HISTORIAS
Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a Stephenie Meyer.
Esta nueva vida
Supe que el dolor en mi pecho cesaba cuando pude mover los dedos de los pies o levantar mi brazo izquierdo. Un olor a tejido nuevo me llegó desde el armario negro que sabía que estaba a mi derecha. Me atreví a abrir los ojos y me sorprendí de mí misma: había un armario, y era del color que yo había predicho. ¿Qué me pasaba?
Me moví hasta quedarme sentada en la cama. A lo lejos, se oía el cantar de un pájaro, y el sonido del reloj de alguna catedral. Pero a mí alrededor todo estaba en completo silencio. Más tarde descubrí que si cerraba los ojos y me concentraba era capaz de oír respiraciones acompasadas y una maneta de algún reloj. Qué extraño, pensé. En la habitación no había relojes, y tampoco había nadie cerca.
Automáticamente y siguiendo mi instinto, me fijé detalladamente en donde me encontraba. Era una habitación espaciosa decorada con tonos que iban del negro al granate, sin ventanas y con una única puerta de caoba delante de la cama. Justo al lado del armario de madera que sabía que estaba ahí sin saberlo, había una colección de libros. Jane Austen, Shakespeare… Que, alimentando mi curiosidad, fui a inspeccionar un poco. Me giré, me volví a girar, y vi que tenía delante toda una buena pila de libros. ¿Cómo me las había arreglado para llegar tan rápido? Luego, observé que cerca de mi antigua posición se encontraba un glorioso tocador de mármol. Eso volvió a despertar mi insaciable curiosidad y sin previo aviso y desafiando las leyes de la física ya me estaba contemplando en el espejo. Probé en recorrer la habitación entera en menos de un segundo y funcionó. Comprendí enseguida que algo andaba muy, muy mal en mí. Pensaba en un lugar, y al mismo instante ya estaba en él. Era como si cuerpo y mente estuvieran en perfecta sincronización. Miré hacia el techo y en milésimas de segundo estaba colgando de él, sin protecciones, arneses, ni ningún material usado en la escalada. Cerca de mí había la lámpara que colgaba del techo. Y, cuando me solté, caí grácilmente, como si mi cuerpo estuviese diseñado para esa misma función.
Deslumbrada, y convencida de que todo eso no podía ser real pero que sin embargo me pasaba a mí, regresé delante del espejo usando mi nueva velocidad. Y lo que vi, me dejó sin palabras, horrorizada. ¿Qué le habían hecho a mis ojos? Lo que antes habían sido unos ojos castaños corrientes ahora eran de color rojo, brillante. Comprobé si eran lentillas, y al ver que no una fuerza descomunal me hizo salir disparada hacía atrás, estampándome con toda la pared y rompiendo los cuadros y demás elementos decorativos que había en el lugar. No presté demasiada atención a que había sido yo misma que, asustada, había recorrido más de cinco metros de habitación volando (para luego chocar con la pared) sin ningún rasguño. Una nueva sensación en mi garganta se apoderó de mí, distrayéndome por unos segundos. Era como una especie de quemazón molesto.
Luego, volví a fijarme en mí. O mejor dicho, la persona que se veía reflejada. Yo no recordaba tener ese rostro, es más, parecía que me habían puesto en el cuerpo de otra persona, el cuerpo que una top-model o de una estrella de cine tendría. Sin ningún tipo de reparo pasé mi mano por mi mejilla, que estaba suave, muy pálida, y sin ningún tipo de imperfección.
Mi pelo, que lo recordaba ondulado e indomable, era liso y suave. Bonito. Noté que mis pestañas tenían el tripe de longitud, y eso por no hablar de mis labios.
Además, llevaba un conjunto que no recordaba haber comprado nunca, y no sabía quién era o qué hacía en ese lugar. Mi mente pensaba a mucha más velocidad y me encontré buscando sobre mis orígenes o algo de mi antigua vida. Nada.
Pero pese a todos los cambios, mi nariz era exactamente la misma que recordaba tener, y mi peca en el cuello seguía allí. Eso me tranquilizó. Aunque la tranquilidad no duró demasiado.
Observé con horror la medialuna blanca dibujada en mi cuello. Era como cuando te muerdes el brazo y la dentadura se queda marcada. No sabía por que pero juraría que, al tocarla, la quemazón en la garganta aumentó.
El flash de recuerdos que me faltaban vino a mí de golpe y grité con todas mis fuerzas.
