¡Hola!

Desgraciadamente voy a dejar de lado otra vez a Crash, pero será por poco tiempo.

Creí necesario escribir este fanfic que prepararía el comienzo de la historia del segundo juego y que, también, explicaría qué sucedió cuando Tropy, Nina, N. Gin y Brio con sus mutantes se marcharon del castillo y sede del N Team.

Por estas razones, este fanfic no está basado en ningún juego pero cuenta sobre el origen de algunas cosas que serán de utilidad más adelante.

Esta continuación será más larga (más de 2400 palabras pero con menos capítulos que el anterior fanfic). Si consideran que es mucho, avisen.

Escucho sugerencias, opiniones, cualquier cosa que quieran que ayude a esta historia.

En fin, gracias por leer y dejen sus comentarios.

Disclaimer: Crash Bandicoot y sus personajes pertenecen a sus respectivos dueños.


Capítulo uno: La búsqueda

Después de una convivencia por más de dos años en el castillo, el doctor Nefarious Tropy se debió apartar de sus colegas del N Team para salir a la búsqueda de un elemento oculto del mundo que complementaría sus experimentos, particularmente en el transportador. Aquel objeto se trataba de un libro escrito por una antigua civilización asiática que se había interesado por los viajes en el tiempo y espacio.

El científico de la armadura había investigado por años sobre esa cultura que parecía perdida hasta que encontró unos mapas que demostraba su ubicación. Todo su trabajo no fue divulgado por temor a perder lo que le llevó años averiguar, por esta razón, debía ser discreto y de asegurarse que ninguna persona debía seguirlo durante su largo viaje. Además, llevaría algunas de sus armas personalizadas ante cualquier imprevisto.

Desde el sitio en donde apareció, sólo debía caminar unas cuantas calles de una ciudad suburbana hasta salir de esta y adentrarse a una zona rural, alejada de todo pueblo. Al estar tan alejada de todo, esto permitió que el hogar del doctor no fuese invadido por los intrusos después de tanto tiempo, ni tampoco por el abandono, ya que él mismo había fabricado unos pequeños robots encargados de la limpieza y de la seguridad. El edificio era bastante grande para que habite una persona pero la mayor parte de esta era ocupada por sus antigüedades provenientes de diferentes culturas del mundo y por una infinidad de libros organizados en una gran biblioteca.

Una vez en casa, el hombre de piel azulada se recuperó en gran parte de su larga caminata y rápidamente fue en busca de la antigua cartografía necesaria para iniciar el viaje. Cuando la halló, se preparó para irse llevando consigo provisiones para una semana aunque desconocía cuánto tiempo le tomaría además de unas cuantas cosas más. Luego de esto, cargó todo lo necesario en su vieja pero confiable camioneta y emprendió la travesía con cierto apuro ya que presentía que algo malo sucedería durante su ausencia a sus compañeros del N Team, especialmente a Cortex y Brio, quienes no se llevaban muy bien y tenían algunas discusiones, así que sentía que no había tiempo que perder.

Por horas condujo por un camino polvoriento y continuó por el medio de la llanura semidesértica, la cual no parecía tener fin. El paisaje no cambiaba y se estaba poniendo cansador, además no podía ir a demasiada velocidad sino el motor de su vehículo se sobrecalentaría. Pasaron las horas y lo único que cambió en el ambiente fue que surgió la oscuridad de la noche. No tenía otra opción que detenerse y descansar hasta que la claridad reaparezca…

Ocasionalmente, el euroasiático tenía pesadillas acerca del brutal asesinato de sus padres por el cual él casi perdió su vida. Podía sentir con fuerza en su cuerpo la gran cantidad de proyectiles que destrozaron su brazo izquierdo y su pecho permitiéndole que se desangre con rapidez. En el momento en que sus fuerzas desaparecieron y se dejó caer en el suelo, fue en donde él se despertaba repentinamente algo agitado.

No podía comprender por qué tanta saña hacia unas personas desarmadas e incluso con un niño pequeño aunque no tanto; él tenía unos ocho años cuando eso ocurrió. De no ser porque los vecinos escucharan el tiroteo y llamaran a la policía, él se podía haber muerto lentamente. Al recuperarse de sus heridas, él quería venganza aunque tendría que esperar hasta el momento justo. Pensaba que puede ser que sus padres no lo aprobarían pero algo debía hacerse.

Al día siguiente, luego de un rápido desayuno, continuó el camino. Había decidido viajar de esta manera ya que, debido a la antigüedad de los mapas y a cambios en el ambiente, el sitio podía presentar modificaciones e incluso no existir directamente. No sabía con qué se iba a encontrar: con un gran tesoro o con su perdición.

Dirigiéndose precisamente al noroeste de China comenzó a divisar las primeras dunas de arena amarillenta. Desafortunadamente, la ciudad antigua se hallaba cerca del desierto más extenso e inhóspito del país, llamado Takla Makan. Había investigado que esta ciudad, junto con otras, fueron parajes hace más de mil seiscientos años aproximadamente durante la ruta de la seda y que las poblaciones desaparecieron sin ninguna explicación.

Por suerte, el hombre contaba con un GPS modernizado y su transporte tenía algunas modificaciones para soportar las grandes variaciones de temperatura propias del clima desértico. A pesar de esto, para no desgastar su vehículo, se vio obligado a bajar la velocidad porque este era su única salvación para evitar seguir el viaje caminado. Al principio, la vegetación a su alrededor era abundante, la cual iba desapareciendo progresivamente al acercarse a su destino. Cada vez más, las dunas aumentaban en número y en altura.

"Será mejor que deje descansar por un rato el motor", pensó y salió de su vehículo para caminar un poco.

El calor podía soportarse sin problemas, sin embargo, aparecían con cierta frecuencia unos vientos secos y fríos. Pero lo que más era notable del lugar era el silencio, algo que parecía aterrador ya que esto hacía creer que no había ningún ser viviente. En el paisaje no había más que arena y más arena por todas partes. Cualquier persona no sabría distinguir hacia dónde debía continuar.

Luego de unos minutos, volvió a ingresar al transporte y a continuar su recorrido. Sabía que tenía un largo camino por delante y se hizo la idea de que el paisaje no cambiaría por días. Las montañas de arena eran incontables y podía sentir que las ruedas de su camioneta se estaban hundiendo en ellas. Estaba comenzando a extrañar a sus colegas ya que no tenía a nadie para conversar y hacer de su viaje más llevadero. No quiso arriesgar la vida de ningún compañero; jamás se perdonaría si llegara a perderlos durante esta travesía mortal.

Al anochecer, nuevamente se acomodó para descansar. Su sueño, o mejor dicho pesadilla, recurrente no surgió aquella noche, para su suerte. Sin la presencia de la luz solar, la temperatura descendía a grados bajo cero, la cual sólo una mínima parte se percibía en el interior del transporte puesto que este estaba aislado y también por los gruesos abrigos que tenía encima.

Al amanecer, descubrió que la arena casi había cubierto su camioneta. Llegó a la conclusión a que una tormenta de arena apareció cuando estaba dormido. Para seguir con el viaje fue necesario deshacerse de este obstáculo. La gran cantidad de este material impedía abrir la puerta con lo que tuvo que salir por la ventanilla. Trabajó por horas retirándola con una pala hasta que finalmente pudo continuar su trayecto.

Lo único color que predominaba en el suelo era el amarillo y el único sonido provenía del motor del automóvil. Parecía que nadie podía sobrevivir en ese lugar tan hostil hasta que su GPS notificó la presencia de un oasis. Decidió encaminarse hacia allí para descansar por un rato.

Lo que no se esperaba es que en ese sitio había un pequeño grupo de control policial encargado de registrar a los aventureros. Como este grupo ya se había percatado del vehículo del especialista en tiempo y espacio, uno de ellos le hizo señas de detenerse en el oasis. Ahora no tenía otra opción que seguir las indicaciones del guardia.

Tropy no sentía nerviosismo alguno: no tenía antecedentes pero, posiblemente, estos harían cancelar su viaje o a retrasarlo. Bajó del automóvil y caminó hacia el policía. Para no llamar la atención, su abrigo cubría su brazo robótico y no tenía puesto su armadura metálica ni su particular sombrero. El abrigo que llevaba puesto sólo hacía ver sus ojos oscuros pues era necesario ya que el viento era muy fuerte. Además, había tapado su color azulado de su piel con base de maquillaje, por si tenía que mostrar su rostro.

—¿Me permite sus documentos, señor? —pidió en su lenguaje nativo el oficial el cual era un poco más bajo de estatura que él.

—Por supuesto —dijo con seguridad entregando sus registros con su nombre original y, además los del vehículo.

Luego de darle una revisada a los papeles, el policía le comunicó.

—Está todo en orden. Sólo que tendrá que dejar su transporte aquí, pues los automóviles están prohibidos para recorrer el desierto. Contrate un dromedario.

—De acuerdo. Luego volveré por él.

En aquel terreno se encontraban autos abandonados indicando que muchos aventureros no volvieron por ellos. Esto atemorizaría a cualquiera pero no a Tropy, se sentía confiado y no podía regresar con las manos vacías; tenía que conseguir ese libro si o si. Acto seguido se dirigió al camellero, aunque no tenía ánimos de marchar sobre un animal.

—¿Cuánto cuesta uno de sus dromedarios por unos días?

El comerciante pidió una gran cantidad de dinero y se defendió diciendo:

—Es que pierdo muchos animales. La mayoría de los exploradores no regresan.

Fue allí donde comenzó la conflictiva negociación conocida como regateo.

—Sólo puedo darle la mitad ahora y, si no regreso en siete días, puede quedarse con mi camioneta como pago del resto.

—Trato hecho —afirmó el vendedor con una sonrisa.

Al tener su nueva adquisición obligada, llevó su animal camélido cerca del automóvil para traspasarle sus pertenencias. Cargó todo lo necesario: alimentos, agua, abrigo, mapas, el GPS y hasta su arma favorita camuflada como un cilindro de unos treinta centímetros de metal plateado. Una vez que todos los objetos estuvieran bien colocados y amarrados, el doctor se subió a la bestia y reanudó su travesía. Con este nuevo transporte, se retrasaría mucho más y a esto se suma el enfrentar el viento y las temperaturas extremas. Sería más difícil pasar las noches y debía asegurarse que su transporte no se escabulle cuando bajara la guardia.

Durante la noche, él amarraba al animal a las estacas de su pequeña tienda y trataba de conciliar el sueño alrededor de un clima desfavorable. Al día siguiente, por fortuna la tormenta de arena no se presentó y luego de un ligero desayuno, siguió marchando confiando en sus mapas y en el dispositivo electrónico. Avanzaba con lentitud alternando la marcha sobre el animal con la caminata a pie. Fue necesario detenerse durante las horas de sol más fuerte.

El camino era interminable y algunas veces lo sorprendía unas leves tormentas de arena repentinas que lo obligaban a cesar la marcha y fabricar un refugio improvisado con la tela de su tienda, no olvidando cubrir a la bestia también. Cuando ese evento terminaba, parecía como si nunca hubiera sucedido pues el cielo se despejaba rápidamente.

Los días pasaban y parecería que avanzaba a pasos de tortuga ya que el paisaje no había cambiado. Esta vez sí sentía algo de preocupación pues este desierto era conocido como el más traicionero y se había llevado las vidas de varios aventureros. Pero ese sacrificio sería bien recompensado si obtenía aquel tesoro. Ese viaje lo estaba agotando, hasta se quedó dormido arriba del dromedario dirigiéndose sin rumbo…

Cuando despertó se encontró con la entrada de una ciudad en ruinas. Afortunadamente, el animal no se había desviado de su camino establecido, en caso contrario, el GPS modificado emitiría una fuerte alarma. Aquella ciudad contaba con edificios muy deteriorados, incluso había algunos con la mayor parte enterrada en la arena. Recorrió por un camino principal, el cual no presentaba tanta cantidad de aquel polvo amarillento.

"¿Acaso será esta la antigua civilización que estoy buscando?" pensó mientras observaba el paisaje destruido.

Para corroborar sus pensamientos, dirigió su mirada al dispositivo. Este artefacto señalaba que aún había camino por recorrer. Se desilusionó por un instante y decidió explorar el interior de uno de los edificios que estaba más conservado para estar lejos de los fuertes rayos del sol y de los vientos intensos.

En la entrada de la ruina, él se bajó del dromedario y lo guió al interior de ese lugar. Caminó con la bestia hasta encontrar una gran puerta de piedra totalmente sellada. Luego de amarrar al transporte en una columna, intentó abrirla sin ningún éxito. Tenía un plan en mente, pero debía ser cuidadoso para no desmoronar el lugar. Se dirigió a buscar su arma y, sosteniéndola con su brazo mecánico, la gruesa varilla se desplegó formando un diapasón gigante color plateado, pues su largo superaba la altura del hombre. Esta arma se activó debido a una pequeña corriente eléctrica proveniente de la parte robotizada. Para proseguir, traspasó el diapasón a su mano derecha y la apuntó hacia la puerta de piedra.

A una velocidad sorprendente, el objeto brillante disparó un rayo de energía el cual destruyó aquel muro dejando solamente minúsculos escombros por doquier. Debido a esa explosión, el animal se sobresaltó e intentaba huir pero fue interrumpido ya que el doctor llegó a tiempo para calmarlo. La extraña arma regresó a su estado de cilindro para resguardarla.

Cuando el polvo se disipó, él junto con el "caballo del desierto" ingresó a la nueva habitación. Sorpresivamente, allí había un aljibe y con rapidez, hundió el balde para averiguar si había agua en el pozo. Por el sonido que se escuchó al caer, supuso que el agujero era muy profundo. Luego de un breve tiempo, tiró de la cuerda para hacer subir el balde y se asombró con lo que se encontró… Después de cientos de años, aún había agua allí. Este líquido parecía potable y la bebió olvidándose por un rato de racionarla o de desinfectarla. Por supuesto, dio de beber al animal, quien se había comportado bien.

"Por fin algo bueno después de tantas dificultades", se dijo a si mismo mientras recargaba unas cantimploras con el preciado líquido. Como aquel parecía un buen sitio para pasar la noche, él permaneció allí y encendió una pequeña fogata para soportar el brusco descenso de temperatura y para alumbrar la habitación. Esa noche, una parte de sus preocupaciones de había desvanecido.

Al regreso de los rayos solares, el doctor se preparó para seguir viajando y sacó un último balde de agua. Tranquilamente se podía quedar para buscar antigüedades, sin embargo, sólo pensaba en ese misterioso libro. Tenía que dejarlas desgraciadamente para otros exploradores, aunque estas artesanías no tendrían el mismo valor que el nombrado texto.

Con más ánimos, reanudó la marcha puesto que ya sabía que estaba cerca. Salió de aquella desconocida ciudad abandonada para volver a ver las infinitas dunas de arena. De nuevo se encontraba en el extenso desierto aunque no por mucho tiempo.