Yaikaya no se hace responsable de las infancias que se arruinen leyendo este fic.

Esta idea se me ocurrió en una noche de insomnio. Basicamente, son los aliados reviviendo el cuento de Rapunzel de una manera poco convencional.


El príncipe Arthur contemplo como la torre crecía más y más conforme se acercaban. Era una gigantesca construcción cilíndrica, las piedras blancas se veían viejas y estaban cubiertas de hiedra. El techo de la torre era de teja azul, acabado en punta como una larga uña que apuntara hacia el cielo.

En la parte superior de la torre, algo más ancha que el resto de la estructura, se encontraba una única ventana, lo suficientemente amplia para que un hombre adulto se sentara en el marco con comodidad.

El príncipe hizo un gesto con la mano a su escudero para que se detuviera.

-Tiene que ser ésta –murmuró más para sí mismo que para su compañero –. Ésta debe ser la torre donde está cautiva la princesa.

-¿Y por dónde se entra, aru? –pregunto Yao, el escudero, mientras descargaba la bolsa que contenía todos los enseres de viaje del príncipe, que llevaba a la espalda desde que comenzó el viaje. Era casi tan alto como un hombre y posiblemente pesara el doble.

Habían partido en busca de la torre donde, según contaban, un malvado hechicero mantenía presa a una princesa desde hacía años. Ningún caballero había estado nunca allí, normalmente es mucho más fácil comprarle flores y llevar de paseo a una chica que emprender toda una gesta para salvar de la torre a una mujer que ni siquiera sabes si es tu tipo o tiene novio. Pero Arthur era un caballero a la vieja usanza, y en busca de una reina con la que gobernar, había partido junto a su escudero en busca de la famosa torre, sin hacer caso a las estadísticas según las cuales ocho de cada diez matrimonios de cuento acaban en divorcio.

Además de que las princesas vecinas no le hacían ni caso porque… bueno, porque tenía muy mal humor y unas cejas que no habían conocido las pinzas depiladoras. Por no hablar de que no entendían el humor británico.

-El hechicero tiene que entrar por algún lado y la única obertura que veo es esa ventana –dijo señalando dicha ventana con un dedo.

-¿En qué te basas para decir eso, aru? Podría haber una puerta escondida en algún lugar. O ser invisible, con magia seguro que puede volver una puerta invisible…

El príncipe ignoró los molestos apuntes de su lacayo, colocándose las manos alrededor de la boca a modo de bocina:

-¡Princesa! ¡Soy el príncipe Arthur y he venido a rescataros de la torre!

-… también podría atravesar las paredes, si tan poderoso es, aru.

Una gran cascada amarilla calló desde la ventana hasta rozar la hierba. Se trataba de una larguísima melena.

Arthur se echó a reír, de un inusual buen humor.

-Observa cómo se rescata a una damisela en apuros, Yao –dijo mientras se dirigía a la cuerda de pelo.

Se agarró de los mechones con ambas manos y comenzó a escalar. Al poco tiempo se escuchó un "¡Ay!" que oyeron hasta los que se encontraban en tierra.

-¡Perdón, princesa! ¡Creo que he tirado de un enredo! –se disculpó.

-No sé yo… esto es demasiado fácil, aru –murmuró pensativo.

El príncipe continuó trepando por la larga cabellera. Conforme más trepaba, más cansado estaba, le dolía todo el cuerpo y en especial los brazos. Aparte de que cada vez estaba más lejos del suelo y se daba cuenta de que la caída haría pupita.

No dejó que su convicción flaquease y se esforzó para seguir adelante. Trataba de pensar en su princesa, la que le esperaba pacientemente en lo alto. Con esa melena dorada tan bien cuidada tenía que ser una autentica dama. Además, el pelo le olía a coco.

En el suelo, Yao se preguntaba si cuando cayera crearía un pequeño cráter con forma de Arthur.

Finalmente el caballeresco príncipe llegó al final de su recorrido. Apenas sus pies tocaron el marco de la ventana, saltó a la habitación y espero en el suelo hasta poder recuperar el aliento.

-Princesa… he venido a liberaros de vuestro cautiverio –dijo en cuanto fue capaz de articular unas pocas palabras –. Dadme un momento que me reponga…

-Ohlalá! ¡Mi príncipe azul ha venido a por mí! –gritó una voz aguda, pero inconfundiblemente masculina.

Arthur levantó la cabeza, asustado. La larga mata de pelo rubio iba a acabar a la cabeza de un hombre.

Del susto el príncipe se cayó de culo de una manera más bien poco principesca.

-¡Debe haber un error, me he confundido de torre! ¡Ahora mismo me voy por donde he venido! –porque no había manera de que aquel maromo fuera su princesa. Tenía barba.

Al momento unos brazos lo alzaron y lo abrazaron con tanta fuerza que sentía que se le saldrían los pulmones por la boca si seguía apretando.

-¡Suéltame, acosador! –exclamó con el poco aire que le quedaba en los pulmones.

-Sabía que no podía faltar mucho para que un príncipe llegara a pedir mi mano –dijo el barbudo, restregando su mejilla contra le de Arthur. Éste sentía que se iba a desmayar de la impresión.

El princeso de la torre aflojó el abrazo y se separó un poco para observar a Arthur con ojo crítico.

-Bueno, no eres exactamente mi tipo, pero no estás mal. Si te arreglas ese pelo sin vida y me dejas cinco minutos a solas contigo y un paquete de cera depilatoria.

-¡No juzgues mi aspecto, y menos con esa barba que llevas! –dijo Arthur, cuyo estado pasaba ya de la indignación a la furia –. Yo he venido buscando a una princesa encerrada por un brujo, no a un pervertido que no conoce las tijeras.

-Pero ese soy yo, cherie –dijo el rubio con una sonrisa traviesa –. Soy Francis Bonnefoy, el príncipe cautivo de esta torre.

Francis sacó un pañuelo rosa de encaje de un bolsillo y se lo llevó al rostro mientras adoptaba una pose melodramática.

-Cuando yo era un precioso enfant, el malvado y carente de gusto Iván me raptó y me encerró en esta torre. Llevo dieciocho años esperando a que un valiente y apuesto caballero venga a recatarme y a pedir mi mano en matrimonio –dijo con voz emotiva, mientras se le escapaba una lagrimita.

A Arthur se le estaba formando un rictus de tensión en la cara.

-¿Entonces la princesa…?

-Supongo que cómo era un niño tal dulce adorable algunos me pudieron confundir con una niña –dijo Francis, riendo coquetamente –. Entonces, ¿para cuándo la boda?

-¡Para nunca! –dijo el príncipe Arthur, lanzándose hacía la ventaba por la que había entrado.

-¡Espera, espera! –ordenó Francis poniendo cara de espanto. Afortunadamente, logró sujetar al su salvador antes de que este tuviera tiempo de hacer alguna locura –Quizás hablar de la boda cuando aún no hemos salido de la torre es un poco precipitado…

-¡No va a haber boda, idiota! –chilló Arthur intentando librarse del agarre del otro. Le tenía sujeto desde atrás, pasando los brazos por debajo de las axilas y, desafortunadamente para él, era más fuerte de lo que parecía. O quizás es que estaba muy desesperado por retener a su "príncipe azul" –Yo he venido aquí a buscar a una princesa, no a un barbudo que no deja de magrearme.

-¡Eso es muy cruel! ¡Pues ahora tírate de la torre si quieras, a mí me da igual! –sentenció mientras soltaba a Arthur y se giraba de manera melodramática, muy dolido. Incluso emitió algunos sollozos bastante audibles.

El príncipe también cejó sus intentos de arrojarse de lo alto de la torre porque, ahora que se había recuperado un poco del susto, no le hacía mucha gracia practicar la caída libre. Asomó la cabeza por la ventana y observó a su escudero, que parecía una pulguita en el suelo.

-Eh… Príncipe Francis –le llamó, volviéndose hacía el aludido.

-¿Sí? –contestó este dando la vuelta de golpe, con lagrimillas asomando de sus ojos. Intento poner su cara más encantadora, mientras sonreía esperanzado.

-¿Te importaría volver a descolgar tu pelo por la ventana, para que pueda bajar por él?

El brillo de esperanza en la mirada de Francis se transformó en una mueca de desagrado. Volvió a darse la vuelta indignado, pero esta vez además terriblemente enfadado con el visitante. Arthur estaba empezando a darse cuenta de que adoraba exagerar todos sus gestos.

-Ni hablar, no permitiré que un ser tan carente de encanto vuelva a tocar mi melena. Si quiere irte usa la puerta.

-¿Qué puerta?

El príncipe de largos cabellos alzó un brazo para señalar una puerta de madera situado a la izquierda de la habitación.

-¿Había una puerta? Joder, ¿por qué no me dijiste antes que había una puerta? Me he deslomado trepando por tu jodido pelo… –refunfuñó entre dientes dirigiéndose a la puerta.

-¿A dónde te crees que vas, maldito cejón sin modales? Si vienes a rescatar a una príncipe cautivo lo menos que puedes hacer es llevártelo contigo.

-¡No me sigas! Ya te he dicho que yo venía a por una mujer –Arthur intentó cerrar la puerta tras de sí, pero el otro puso el pie para impedírselo.

Mientras tanto, en el exterior de la torre, Yao comía una manzana mientras esperaba a su señor. Estaba tardando un poco en bajar, pero desde luego él no tenía ninguna prisa en que regresara.

Ya estaba empezando a pensar que quizás se quedaría allí dentro todo el día y así le dejaría descansar, escuchó unas voces que procedían de detrás de la torre.

-Pero entonces esa puerta siempre ha estado abierta, ¿cómo es que no has intentado nunca escapar?

-Ya te lo he dicho: porque esperaba a que viniera mi caballero de brillante armadura a buscarme. Si me iba, cuando llegara no me iba encontrar.

-Eso es la cosa más estúpida que he oído en toda mi vida.

Yao contempló con fastidio como el príncipe aparecía bordeando la torre, tan enfadado que solo le faltaba echar humo por las orejas. El escudero pudo comprender la razón de su enfado en cuanto vio a la persona a quién lo acompañaba.

De la sorpresa se le cayó la manzana al suelo. Empezó a sufrir pequeñas convulsiones, como si se estuviera ahogando, hasta que finalmente estalló en carcajadas.

-Yao… ni una palabra –Pero éste ya se había lanzado al suelo para seguir riéndose sin control, como si se fuera a morir ahí mismo.

-Esto es genial, aru. ¡Menuda princesa te has ido a buscar!

-¡Oye! Yo tampoco esperaba que el único príncipe en casi veinte años que me llegara para rescatarme fuera un vándalo con más ceja que frente –se quejó Francis.

-Para empezar yo no te he rescatado, has salido tu solito.

-Me vas a dejar tirado, ¿es eso? –Nuevamente sacó su pañuelo y lo mordió con furia mientras agitaba su cabeza de una lado para otro –Tú me has sacado de mi cómoda y confortable torre, ¡al menos hazte responsable!

Mientras Francis lloriqueaba por la desgracia de tener a semejante engendro como rescatador, Yao rodaba por el suelo riéndose como nunca en su vida y Arthur se preparaba para estrangular al príncipe con su propia melena, de lo alto de la torre se escuchó un grito furioso.

-¿Dónde se ha metido mi prisionero?

A Yao se le cortó la risa de golpe. Los tres hombres miraron hacia arriba y vieron a un hombre corpulento asomándose por la ventana.

-¿Q-quién es ese? –preguntó Arthur.

-Es Iván –contestó Francis, tratando de esconderse tras su propia melena –. Es el brujo que me tenía encerrado en la torre.

-Mierda, nos ha visto. ¡Rápido, Yao, ensilla a los caballos!

-No tenemos caballos, aru. Los cambiaste por té en la posada, ¿no te acuerdas?

-¡¿Cambiaste los caballos por té?! –exclamó Francia.

-Y mereció la pena –se excusó Arthur, quien realmente no parecía nada arrepentido -¿Qué tenemos entonces, Yao?

El asiático abrió la bolsa de viaje y tras escarbar un poco, sacó las dos mitades vacías de un coco.

-Puedo entrechocar estos medios cocos entre sí para crear el sonido del trote de un caballo. (*)

-¡Eso no es una solución! –exclamó Francis.

-Pues es lo mejor que tenemos. ¡Dale a los cocos, Yao!

Y mientras el hechicero Iván bajaba por las escaleras de la torre dispuesto a azotar con su vara mágica a los que habían osado robarle a su prisionero, los príncipes salían corriendo, al ritmo del trote marcado por los cocos del escudero.


(*)Referencia a la película Los caballeros de la mesa cuadrada, de los Monty Phyton. Todo el mundo debería ver esa obra de arte del humor inglés.

Y hasta aquí el primer capitulo. Solo habrá dos más y prometo traer el siguiente lo más rápido posible.

¿Reviews?